Filosofía en español 
Filosofía en español

Blas Pascal  1623-1662

Blas Pascal

Doctrinario rigorista filojansenista, matemático y físico francés. El principio de Pascal, el teorema de Pascal, el triángulo de Pascal, las máquinas aritméticas pascalinas, son algunos de los hitos que le convierten en un científico de primer orden, aún descontando la retórica propia de la grandeur française. (Se recomienda vivamente la lección en tres partes pronunciada por Carlos Madrid en noviembre de 2016: “Pascal. Entre las Matemáticas y la Filosofía natural”.)

Fanático cristiano rigorista, empedernido usuario de cilicio, sus panfletarias y antijesuitas Cartas escritas a un provincial (1656-57), aunque fueran condenadas y prohibidas, incluso quemadas ceremonialmente por el verdugo en 1657, suponen un punto de inflexión en la historia de la evolución doctrinal de la moral católica, minuciosamente construida, frente a reformados luteranos, calvinistas, &c., por los moralistas florecientes en las décadas posteriores a Trento.

Muerto muy joven, quedaron inéditos numerosos escritos fragmentarios suyos, preparatorios de una obra apologética inconclusa, textos varias veces recopilados en sucesivas ediciones de unos Pensamientos, que la ilustrada y profundamente cristiana y católica Francia tiene por una de las obras más importantes de la literatura filosófica escrita en francés.

La presencia de Blas Pascal a lo largo del tiempo y de los países, ha sido determinada por los intereses y perspectivas particulares de quienes han enfrentado, adoptado o aprovechado su figura y su obra, disociando o entremezclando al místico atormentado y al filósofo natural.

La primera versión española de las Cartas aparece en un tomo de 42+613 páginas, de agitprop antijesuita, que figura como impreso en Colonia por Balthasar Winfelt en 1684: “Les Provinciales, ou lettres escrittes par Louis de Montalte a un Provincial de ses amis & aux RR. PP. Jesuites, sur la Morale & la Politique de ces Peres. En François, en Latin, en Espagnol, & en Italien”. La edición va a cuatro columnas: en las páginas pares el texto en francés y en latín, en las impares en español y en italiano. Se dice en portada: “traduites en Latín par Guillaume Wendrock, theologien de Saltzbourg. En Espagnol par le Sr. Gratien Cordero, de Burgos. Et en Italien par le Sr. Cosimo Brunetti, gentil-homme florentin”. Afirma la presentación que las cartas provinciales de Luis de Montalte hace ya mucho tiempo que fueron impresas en Inglaterra “traduites en Anglois fort elegamment par un Anglois Catholique”, y nada añade sobre el traductor español, probablemente un pseudónimo: “Pour ce qui est de la version Espagnole, n'en connoissant point l'auteur & seachant seulement que c'est un Espagnol naturel qui a du merite, je n'en dis rien davantage.” El texto en español va con más erratas que el latino o el italiano: “Amigo lector, como la persona que había de corregir el texto Español no estuvo presente a la impresión desta obra, se han cometido algunas erratas contra la propiedad de la buena Ortografía…”. No aparece mencionado Pascal.

Balthasar Winfelt, Colonia 1684Balthasar Winfelt, Colonia 1684

La Inquisición de Madrid prohíbe en 1693 las Cartas que Blas Pascal había firmado con pseudónimo por:

«contener proposiciones heréticas, erróneas, sediciosas y escandalosas; por constituir apología de la doctrina de Jansenio condenada por la Iglesia, con burla e irrisión de los seguidores de la escuela tomista y jesuítica, tratando de persuadir, de manera injuriosa para con santo Tomás, que lo mismo que éste último opinaría Jansenio; y por ser contumeliosa para con la Compañía de Jesús en la doctrina de la moral.» (traducción de Juan Antonio Hevia Echevarría, el texto latino en la nota 39 de su introducción a Cornelis van Riel, Contribución a la historia de las Congregaciones de auxiliis, Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2016, pág. 15.)

1730 «Aunque haya (pongo por ejemplo) en este País que yo habito, ó en aquel que me ha dado nacimiento, algunos espíritus de vastísima comprensión capaces de abarcar muchas Facultades, como es cierto que los hay, de precisión se han de limitar a una ó dos. Faltan profesores que los instruyan en otras, fáltanles libros donde las estudien, fáltanles medios para comprar estos, ó para ir a establecerse donde haya aquellos. Doy que haya libros: ¡cuán difícil es instruirse bien por ellos en cualquiera Facultad, sin el auxilio de voz viva de Maestro! Acuérdome de haber leído en las Confesiones de San Agustín, que en el Santo se admiró como prodigio el que siendo muchacho entendió los libros de las Categorías de Aristóteles, sin que nadie se los explicase. ¡Cuánto más difícil es penetrar, no digo ya las Ecuaciones de la Algebra, ó las Secciones Cónicas de Apolonio, sino aun el segundo libro de los Elementos de Euclides! Así, que del modo que hoy están las cosas, más ingenio ha menester un Español, por lo menos en estas Provincias, para tomar una leve tintura de las Matemáticas, que Extranjero para hacerse Matemático perfecto en su País. En el celebrado Mr. Pascal, uno de los ingenios más sutiles, claros, y penetrantes del mundo, se miró como portento el que sin Maestro alguno se enterase perfectamente de todos los Elementos de Euclides; y en verdad que conozco hasta dos Españoles a quienes sucedió lo mismo.» (Feijoo, “Glorias de España. Segunda parte”, Teatro crítico universal, tomo cuarto, discurso catorce, §69.)

1753 «Finalmente, persuadido de su hermana, religiosa que era en el monasterio del Puerto-Real de los Campos, la cual murió en él en 4 de octubre de 1661, a los 36 de su edad, dejó absolutamente el mundo. Entonces tenía 30 años, y siempre enfermo. En su retiro se aplicó a leer y estudiar la santa escritura, y compuso bajo el nombre de Montalto las cartas al provincial, que se han traducido en casi todas las lenguas de la Europa, e impreso una infinidad de veces. Los últimos años de su vida los consagró en meditar puntos de religión, y en trabajar en su defensa contra los ateos, libertinos, y los Judíos. Las continuadas enfermedades que se le aumentaban todos los días, le impidieron acabara esta obra, de la cual había formado enteramente el proyecto, y de la cual solo han residuado algunos pensamientos que había escrito sin alguna ligazón, y sin la menor orden, para servirse de ellos en la composición de su obra. Estos pensamientos que se han recoleccionado y dado al público después de su muerte, son preciosos residuos de este gran hombre, y comprehenden lo que hay de más sólido para probar las verdades de la religión, y lo que hay de más proprio para convencer a sus enemigos, y se ven expresados de un modo noble, vivo, y persuasivo.» (“Blas Pascal”, Luis Moreri, El gran diccionario histórico, París & León de Francia 1753, tomo 7, pág. 97.)

En 1759 expulsa Portugal a los jesuitas, lo que anima a una nueva edición en español, como reconoce el “Prólogo del Editor a los Lectores”, de Las cartas provinciales, o Las diez y ocho cartas escritas por el célebre Pascal con el nombre de Luis Montalto… traducidas en lingua castillana, por Don Gratiano Cordero de Burgos (apócrifamente firmada en 1760 con el mismo pie de imprenta que la anterior de 1684):

«No es nuevo el Libro que os presento, carísimos Lectores. Son las Cartas famosas de Luis Montalto, conocidas con el nombre de Cartas Provinciales. Sin duda quedaréis admirados, que ahora nuevamente se os ofrezca una obra, que tiene más de cien años de antigüedad; mas cesará bien pronto vuestra admiración, si atendéis a las circunstancias que me determinan a ello. Toda la Europa se resintió el año pasado de las consecuencias del horrible atentado, cometido el 3 de Septiembre de 1758 contra la vida del Rey de Portugal. Han corrido por todas partes los escritos emanados de la Corte de Lisboa, y el Juicio que pronunció el Tribunal de la Inconfidencia. Por estos escritos se ha informado al Universo, que los Padres de la Compañía de Jesus no solo eran Cómplices de este delito, sino que han sido también los Promotores, y Jefes de la Conspiración que produjo tan sacrílego parricidio…» (Las cartas provinciales…, Balthasar Winfelt, Colonia 1760, páginas iii-iv.)

1790 «Noticias particulares de Madrid. El día 15 de Mayo del presente año, se anunció en la Gazeta de Madrid la suscripción a los Pensamientos de Pascal traducidos, y otras obras que irá publicando Don Andrés Boggiero, subteniente del Regimiento de Infantería de la Princesa. Estos pensamientos son uno de los esfuerzos del entendimiento humano, que asombran a todas las naciones, y a todos los siglos. Cuanto tiene de sublime la elocuencia, de profundo la filosofía, de grande y soberano la religión, todo se halla junto en ellos. Se ve un Apologista de la Fe de Jesu-Cristo, que a cada clausula consigue un triunfo de los enemigos de la Iglesia, y hace cenizas todos los sistemas de los impíos. Para todos es provechosa esta obra, hombres, mujeres, Eclesiásticos y Seglares, porque aquí aprenderán no solo a temblar como es justo de los misterios de nuestra religión, sino también a saber despreciar con una santa soberanía todas las mentirosas felicidades de esta vida. Se suscribe en la librería de Escribano, calle de las Carretas a 10 rs. a la rústica, y en Zaragoza en la de Monge. Se dan tres meses de tiempo para suscribir; y se advierte que el Ilustrísimo Sr. Inquisidor General, después de haber examinado dicha traducción, dio su licencia declarándola depurada y limpia de todo error.» (Diario de Madrid del jueves 8 de julio de 1790, pág. 757.)

1791 «Pensamientos de Pascal sobre la Religión, traducidos al Castellano por D. Andrés Boggiero, Teniente del Regimiento de Infantería de Navarra. El editor cumplía entregando a los suscriptores un tomo en 8º regular: sin embargo ha querido hacer la edición en 8º grande de hermoso papel de marquilla y excelente forma; con esto espera le disculpen la dilación que inculpablemente ha padecido. Acudirán a recoger sus ejemplates en casa de Escribano, y en Zaragoza a la de Monge, donde se hallarán de venta. Se advierte que la licencia del Excmo. Sr. Inquisidor General, de que se habló en el Prospecto, fue expedida a favor del P. Basilio de Santiago, de las Escuelas Pías, quien junto con su hermano el editor ha puesto la obra en estado en que se da a luz.» (Mercurio de España, Madrid, abril de 1791, págs. 323-324.)

«Los suscriptores a los Pensamientos de Pascal sobre la Religión, traducidos al español, podrán acudir a recoger sus ejemplares a la librería de Escribano, calle de las Carretas, en donde también se hallan de venta en un tomo en octavo marquilla.» (Diario de Madrid del martes santo 19 de abril de 1791, pág. 445.)

1792 «Encargos. En la Librería de la Oficina donde esta se imprime se hallarán los Pensamientos de Pascal sobre la Religión, traducidos al Español, al precio de un peso, sin encuadernar.» (Gazeta de México del martes 24 de enero de 1792, pág. 14.)

1820 «No trato de negar el distinguido mérito de Pascal en orden a las ciencias, ni disputo a nadie lo que le pertenece: solo digo que este mérito se ha exagerado mucho y que la conducta de Pascal en el asunto de la Cicloide y en el del experimento de Puy-de-Dome no fue recta de ningún modo, ni puede disculparse. Digo además que el mérito literario de Pascal no ha sido menos exagerado. Ningún hombre de gusto podrá negar que las cartas provinciales sean un hermoso libelo, y que hace época en nuestra lengua, pues que fue la primera obra verdaderamente francesa que se escribió en prosa; pero tampoco dejo de creer que una gran parte de la reputación de que goza, se debe al espíritu de facción interesado en hacer valer la obra, y aun mas tal vez a la cualidad de las personas contra quienes los tiros se dirigían. Es una observación incontestable, que honra mucho a los jesuitas, que en su carácter de jenízaros de la iglesia católica han sido siempre el objeto del odio de todos los enemigos de la misma iglesia. Los incrédulos de todos colores, los protestantes de todas clases y sobre todo los jansenistas no han tenido mayor complacencia que cuando humillaban a esta famosa compañía: así debían ensalzar hasta las nubes un libro destinado a hacerle tanto mal. Si las Cartas provinciales, con el mismo mérito literario, se hubiesen escrito contra los capuchinos; mucho tiempo ha que nadie hablaría ya de ellas. Un literato francés de primer orden (pero que no tengo facultad de nombrar), me confesó un día en una conversación privada que no había podido soportar la lectura de las cartitas. La monotonía del plan es un gran defecto de la obra: siempre es un jesuita tonto que dice bestialidades, y que ha leído todo lo que en su orden se ha escrito. Madama de Grignan, aun enmedio de la efervescencia de la época, decía ya bostezando: Siempre es lo mismo, y su docta madre la regañaba. La extrema aridez de las materias, y la imperceptible pequeñez de los escritores que se impugnan en estas cartas, acaban de hacer penosa la lectura de esto libro. Por lo demás, si alguno quiero entretenerse con él, no disputo de gustos con nadie: solo digo que la obra debió a las circunstancias una gran parte de su reputación; y no creo que ningún hombre imparcial me contradiga sobre este punto. En cuanto al fondo de las cosas, consideradas puramente de un modo filosófico, me parece que podemos referirnos al juicio de Voltaire, el cual ha dicho sin circunloquios: Es cierto que todo el libro estriba en un fundamento falso, como es manifiesto. Mas Pascal debe ser considerado con especialidad bajo el punto de vista religioso. Hizo su profesión de fe en las cartas provinciales, y merece recordarse: “Os declaro pues, dice, que no tengo, gracias a Dios, en la tierra vínculo alguno sino con la iglesia católica, apostólica, romana, en la cual quiero vivir y morir, y en la comunión con el Papa, su jefe soberano, fuera de la cual estoy persuadido que no hay salvación.” (Carta XVII). Hemos visto más arriba el magnífico testimonio que ha dado al sumo pontífice. Este es Pascal católico y en el pleno uso de su razón. Escuchemos ahora a Pascal sectario. “Temí haber escrito mal viéndome condenado; mas el ejemplo de tantos escritos piadosos me hace creer lo contrario. Ya no es lícito escribir bien: tal es la corrupción e ignorancia de la Inquisición. Mas vale obedecer a Dios, que a los hombres. Ni temo ni espero nada. Port-Royal teme, y es muy mala política… Cuando ellos dejen de temer, se harán mas temibles. El silencio es la mayor persecución: los santos no callaron jamás. Es verdad que se necesita vocación; mas los decretos del consejo no son los que han de enseñar a uno si es llamado, sino la necesidad de hablar. Si mis cartas son condenadas en Roma; lo que yo condeno en ellas, está condenado en el cielo. La Inquisición (el tribunal del Papa para examinar y condenar los libros) y la compañía (los jesuitas) son los dos azotes de la verdad.” Calvino no hubiera hablado mejor ni de otra manera, y es muy notable que Voltaire no tuvo dificultad en decir sobre este pasaje de los Pensamientos de Pascal: que si algo puede justificar a Luis XIV de haber perseguido a los jansenistas, es seguramente este párrafo.» (José de Maistre, De la iglesia galicana en sus relaciones con el Sumo Pontífice, para servir de continuación a la obra intitulada Del Papa [1820], Madrid 1842, páginas 67-71.)

En México se imprimen en 1834 dos tomos de Pascal, prudentemente glosados por Emeterio Valverde setenta años después:

«12º. Aunque Pascal se distinguió, ante todo, por sus descubrimientos matemáticos y físicos; aunque en el orden teológico perteneció a una escuela heterodoxa, la jansenista, que colmó de amargura a la Iglesia; aunque fue cruel y gratuito enemigo de la Compañía de Jesús, como lo testifican sus maliciosas Cartas Provinciales; emitió, no obstante, muchas y, preciosas ideas acerca del cristianismo, la Filosofía, la moral y las bellas letras: ignoramos si la traducción de la obra será mexicana; pero sí lo es la edición de los Pensamientos sobre la Religión y otras materias, | que escribió en francés Blas Pascal. | Aumentados de una tabla analítica, y traducidos de la edición de 1821, que comprende también algunos que no se habían publicado. | Tomo I y II. | Méjico 1834. | Imprenta de Galván, a cargo de M. Arévalo, Calle de Cadena núm. 2.» (Crítica filosófica, México 1904, página 122.)

Y en pleno debate en México sobre la reposición de la Compañía de Jesús, suprimida en 1821 y formalmente solicitada al Congreso de la Nación por el presbítero Francisco Mendizábal el 20 de mayo de 1841 (un día antes de fallecer), aparece un primer tomo de Las Provinciales, o cartas de Luis de Montalte a un provincial de sus amigos y a los RR. PP. Jesuitas sobre la moral y política de estos, “escritas en francés por Blas Pascal. Traducidas al castellano por P. A. F. Dalas a luz F. M. O.”, Impreso por I. Cumplido, calle de los Rebeldes, nº 2, México 1841 (tomo 1, vi+169 páginas, cartas 1 a 11):

«El Editor. Tiempo hace que, según se anunció, debió ver la luz pública este primer tomo de las célebres Provinciales de Pascal, y si no hubiera sido por los acontecimientos de esta capital, días ha que se hubiera cumplido con lo ofrecido. La variación política sobrevenida, hará para algunos extemporánea esta publicación; pero si reflexionan maduramente sobre los cambios que se han sucedido en la cosa pública, no extrañarán que aún se tema para el porvenir la renovación de la cuestión de Jesuitas. ¿No se agita hoy la de monarquía en la América del Sur?... ¿No hemos visto a los mismos hombres sostener cosas contrarias, y siempre alegando el bien de esta feliz nación?... Por otra parte, la obra por sí sola se recomienda, y a pesar del largo tiempo que hace de su publicación, aun es útil y necesaria, ya se considere literaria, ya políticamente. Si ella se recibe, como es de esperarse, como un servicio a la religión y a la patria, quedarán recompensados los deseos del editor.» (página [v].)

Antijesuita recuperación de las Provinciales contrarrestada paralelamente por las sucesivas entregas en Defensa de la Compañía de Jesús (que acaban formando 4 tomos, Imprenta de Luis Abadiano, México 1841-1842). El cuaderno primero (90 páginas) de esa Defensa ofrece una “Introducción a la refutación de las cartas del señor Palafox, y de Las Provinciales”, aunque nada se dice de hecho sobre Pascal: “…y de las Provinciales (1. Aunque en la portada de este número ofrecimos introducirnos a la refutación de estas Cartas; pero lo omitimos, primero: porque se había anunciado, que ya no se publicarían: y después por habernos extendido ya en él demasiado).” (pág. 90). Pero los tres primeros cuadernos del tomo segundo en Defensa de la Compañía de Jesús recuperan la Respuesta a las Cartas Provinciales o extracto de las conversaciones de Eudoxio y de Cleandro, traducido del francés por ***, antecedida por un texto que firma “J. I. A.”: Carta de un leonés a uno de los suscriptores a la reimpresión de las Cartas Provinciales de Pascal (Imprenta de Luis Abadiano y Valdés, México 1842, 16 páginas).

1845 «Pascal (Jacobina): hermana del célebre Blas Pascal, autor de los Pensamientos: nació en Clermont, en la Auvernia, en 1625. Católica y jansenista como los demás individuos de su familia, entró en la Abadía de Port-Royal, donde profesó en 1652, a los 27 años bajo el nombre de Sor Jacobina de Santa Eufemia. Antes de tomar el velo se había hecho notable por su talento precoz y por los hermosos versos que hacia; dignos, según se dice, de los mejores poetas de Francia. Así debía ser, porque a los 15 años de edad ya ganó el premio de poesía en Caen, siendo el asunto de la composicion la Concepción de la Santísima Virgen. Apenas disfrutó nueve años el retiro de Port-Royal, pues murió en 1661, a los 36 de edad. Había compuesto en el monasterio: Cánticos espirituales, y un Reglamento para la educación &c., que se imprimieron con las Constituciones de Port-Royal.
Pascal (Francisca Gilberta), hermana de la anterior y de Blas Pascal. Véase Perrier.
Perrier (Francisca Gilberta Pascal de): nació en 1620 en Clermont, en la Auvernia. Hermana de Pascal y de tres años más de edad, se sometió sin embargo, como el resto de su familia, a la influencia de aquel genio poderoso: Francisca Gilberta fue sabia y se hizo jansenista. Casó con Florin Perrier, del cual quedó viuda a los pocos años. Aprendió perfectamente muchas lenguas antiguas y modernas, se dedicó con ardor al estudio de la filosofía y la teología: esto no obstante, el único escrito que se conoce de ella es una Vida de Blas Pascal, que ordinariamente ha sido impresa con los Pensamientos. Esta vida, interesante sin duda, dicen los críticos que fue escrita con el objeto evidente de probar que Pascal era un santo; pero que el hombre pensador, el escritor célebre, no figura en ella, por decirlo así, mas que en un orden secundario. La Señora de Perrier murió en París el año 1687, a los 67 de edad. Su hija, Margarita Perrier, también jansenista y muy instruida, compuso una Memoria acerca de M. Singlin, que fue inserta en la Colección de documentos para servir a la historia de Port-Royal.» (Vicente Díez Canseco, Diccionario biográfico universal de mujeres célebres, Madrid 1845, tomo III, páginas 289-290 y 295-296.)

En 1846 el abogado Francisco de Paula Montejo publica en Madrid su edición de Las célebres cartas provinciales de Blas Pascal sobre la moral y la política de los jesuitas, cuya condena reitera un “Edicto del señor Obispo de Osma prohibiendo varios libros heréticos” en 1876.

En 1849 la Librería Castellana, de París, ofrece de nuevo en español las Cartas escritas a un provincial, precedidas del influyente discurso de Victor Cousin, Elogio de Pascal. Discurso premiado por la Academia Francesa en 30 de junio de 1842 (LXVI páginas, curiosamente no se hace figurar el nombre del autor del discurso en esta edición), traducido por el activísimo Eugenio de Ochoa.

1885 «Ana también tenía su secreto. Su piedad era sincera, su deseo de salvarse firme, su propósito de ascender de morada en morada, como decía la santa de Ávila, serio; pero la tentación, cada día más formidable. Cuanto más horroroso le parecía el pecado de pensar en don Álvaro, más placer encontraba en él. Ya no dudaba que aquel hombre representaba para ella la perdición, pero tampoco que estaba enamorada de él cuanto en ella había de mundano, carnal, frágil y perecedero. Ya no se hubiera atrevido, como en otro tiempo, a mirarle cara a cara, a verle a su lado horas y horas, a probarle que su presencia la dejaba impasible; no, ahora huir de él, de su sombra, de su recuerdo; era el demonio, era el poderoso enemigo de Jesús. No había más remedio que huir de él, esto era humildad; lo de antes, orgullo loco. A la gracia y sólo a la gracia debía el vivir pura todavía; abandonada a sí misma, Ana se confesaba que sucumbiría; si el Señor aflojara la mano un momento, don Álvaro podría extender la suya y tomar su presa. Por todo lo cual no quería ni verle. Pero, sin querer, pensaba en él. Desechaba aquellos pensamientos con todas sus fuerzas, pero volvían. ¡Qué horrible remordimiento! ¿Qué pensaría Jesús? Y también, ¿qué pensaría el Magistral... si lo supiera? A la Regenta le repugnaba, como una villanía, como una bajeza, aquella predilección con que sus sentidos se recreaban en el recuerdo de Mesía apenas se les dejaba suelta la rienda un momento. ¿Por qué Mesía? El remordimiento que la infidelidad a Jesús despertaba en ella era de terror, de tristeza profunda, pero se envolvía en una vaguedad ideal que lo atenuaba; el remordimiento de su infidelidad al amigo del alma, al hermano mayor, a don Fermín, era punzante, era el que traía aquel asco de sí misma, el tormento incomparable de tener que despreciarse. Además, Anita no se atrevía a confesar aquello con el Magistral. Hubiera sido hacerle mucho daño, destrozar el encanto de sus relaciones de pura idealidad. Volvía a valerse de sofismas para callar en la confesión aquella flaqueza: “ella no quería” en cuanto mandaba en su pensamiento, lo apartaba de las imágenes pecaminosas; huía de don Álvaro, no pecaba voluntariamente. ¿Habría pecado involuntario? De esto habló un día con el Magistral, sin decirle que la consulta le importaba por ella misma. Don Fermín contestó que la cuestión era compleja... y le citó autores. Entre ellos recordó Ana que estaba Pascal en sus Provinciales; ella tenía aquel libro, lo leyó... y creyó volverse loca. “Oh, el ser bueno era además cuestión de talento. Tantos distingos, tantas sutilezas la aturdían”. Pero siguió callando el tormento de la tentación. Arma poderosa para combatirla fue la ardiente caridad con que la Regenta se consagró a defender y consolar a De Pas cuando sus enemigos desataron contra él los huracanes de la injuria, que Ana creía de todo en todo calumniosa.» (Leopoldo Alas, La Regenta, Biblioteca Arte y Letras, Barcelona 1885, tomo II, capítulo XXII, páginas 262-263.)

El dominico Zeferino González, cardenal y arzobispo de Toledo, dedica a Pascal seis páginas de su Historia de la Filosofía (1886):

«Este filósofo, o, mejor dicho, este escritor filosófico, más afamado por sus polémicas teológicas que por sus escritos de Filosofía […]. La obra principal de Pascal como filósofo, es la que conocemos con el título de Pensamientos, los cuales son en realidad y deben considerarse como reflexiones sueltas y apuntamientos para escribir una apología del Cristianismo, idea que por desgracia no pudo llevar a cabo Pascal, por haberle sorprendido antes la muerte (1. Pascal murió como verdadero jansenista y sin reconocer la autoridad del Sumo Pontífice. Poco antes de morir, decía a uno de sus amigos: “Se me ha preguntado si me arrepiento de haber escrito las Provinciales, y respondo desde luego que, lejos de arrepentirme, les daría un carácter más fuerte todavía, si tuviera que escribirlas ahora”. Sabido es que las tres primeras contienen errores dogmáticos condenados por la Iglesia. Las quince siguientes tienen por objeto principal la crítica de la moral de los jesuitas, y su título verdadero y completo es: Provinciales ou lettres écrites par Louis de Montalte à un provincial de ses amis et aux RR. PP. Jesuites sur la morale et la politique de ces Pères), cuando no contaba todavía cuarenta años de vida. Aunque alguien dijo que Pascal se había reconciliado con la Iglesia antes de morir, la verdad es que nada hay que abone esta opinión, y que al autor de las Provinciales se le puede aplicar, por desgracia, aquella palabra de San Jerónimo: Nihil aliud dico quam Ecclesiae hominem non fuisse. Como escritor filosófico, Pascal es a la vez un filósofo cristiano y un filósofo escéptico-místico o sentimentalista…» (“§ 61. Pascal”, Historia de la Filosofía, segunda edición, Madrid 1886, tomo 3, págs. 279-285.)

El Diccionario de ciencias eclesiásticas transcribe casi por entero ese parágrafo de la Historia de la Filosofía del cardenal González, sin las frases que reproduce literalmente en francés, en su entrada “Blas Pascal” (Valencia 1889, tomo 8, páginas 154-155).

1894 «El talento de Pascal no se satisfacía con las cuestiones geométricas, y aspiraba a las controversias teológicas y filosóficas. Las acaloradas disputas entre jansenistas y molinistas le atrajeron irresistiblemente, y no tardó en hallar manera de ilustrar aquellas cuestiones con su severa lógica. Ya desde 1646 se había afiliado al partido o secta de Jansenio, con su padre y sus hermanas; y aunque no poseía grandes conocimientos teológicos, estaba, sin embargo, dotado de tal vigor de argumentación y de una elocuencia tan impetuosa, que al poco tiempo fue uno de los principales personajes del partido. Cuando las discusiones sobre la Gracia y sobre el Libro de Jansenio llegaron a su apogeo, Arnauld fue condenado por la Sorbona y separado de aquella escuela, el cual hecho se atribuyó a la influencia de los Jesuitas. Entonces se propuso Pascal defenderle, y al efecto escribió sus famosas Cartas provinciales. Estas cartas, en número de 18, fueron publicadas desde enero de 1656 hasta marzo de 1657. Las cuatro primeras tratan de las disputas sobre la Gracia y las censuras lanzadas contra Arnauld; poro en las restantes ataca directamente a los Jesuitas; expone los errores do su doctrina acerca del probabilismo; los defectos de su casuística, de su política y de su moral; los combate, en fin, por medio del ridículo y de la invectiva con una elevación de pensamiento, una delicadeza de expresión, una crítica amarga, sutil, profunda, desconocida por completo hasta entonces.» (“Blas Pascal”, Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, Barcelona 1894, 14:1006-1007.)

1922 «La historia de Francia es la historia más bonita, porque es la historia de un pueblo que se divierte viviendo. Toda ella avanza en allegretto: es el tempo racial que se impone a los individuos, por muy melancólicos que sean. La tristeza horrible, la amargura de demente, de mánico, que brotaba en el alma de Pascal, no tuvo más remedio que aceptar el compás jovial de la expresión francesa. Sus Pensées piruetean, y en las Cartas provinciales la más adusta teología combate jocundamente.» (José Ortega y Gasset, “Los folletones de El Sol: Temas de viaje (julio 1922). II”, El Sol, Madrid, jueves 7 de septiembre de 1922, pág. 3.)

1923 «La fe pascaliana. La lectura de los escritos que nos dejó Pascal, sobre todo de sus Pensamientos no invita a estudiar más filosofía, sino a conocer un hombre, a penetrar en el santuario de dolor universal de un alma, de un alma al desnudo y casi al descarnado, de un alma con cilicio. Y como a ese estudio el que se acerca es otro hombre se corre el riesgo de lo que el mismo Pascal dice en su pensamiento 64: Ce n'est pas dans Pascal mais dans moi, - craque je trouve tout ce que j'y vois! Riesgo? No, no lo es. Lo que hace la fuerza externa de Pascal es que hay tantos Pascales cuantos leyéndole le sienten y no sólo le entienden. Así vive él en los que comulgan con su fe dolorosa. Voy, pues, a presentar mi Pascal. Siendo yo español, mi Pascal, lo sería. Recibió Pascal influencia española? Por dos veces cita en sus Pensamientos a Santa Teresa (499.868) para hablarnos de su profunda humildad, que era su fe. Había estudiado, el uno a través de Montaigne, dos españoles, o mejor dos catalanes, Raimundo de Sabunde y Martini, el autor del Pugio fidei Christianae. Pero yo, que soy vasco –que es ser más español aún–, veo la influencia sobre él de dos espíritus vascos, el del abate Saint Cyran, el verdadero creador de Port Royal y el de Íñigo de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús. Y es interesante ver que el jansenismo francés portroyaliano, y el jesuitismo, que tan ruda batalla riñeron debían ambos su origen a dos vascos. Fue acaso una guerra más que civil, fraternal y casi de gemelos, como la de Jabo y Esaú. Y esa lucha fraternal se riñó también en el alma de Pascal. El espíritu de Loyola lo recibió Pascal en las obras de los jesuitas a quienes combatió, pero acaso sintió que aquellos casuistas estaban destruyendo el primitivo espíritu ignaciano.» (Miguel de Unamuno, “La fe pascaliana”, frases iniciales del texto escrito en febrero de 1923, publicado en francés, vertido por Jacques Chevalier, en Revue de Metaphysique et Morale, nº 2, 1923; luego convertido en capítulo IX de La Agonía del Cristianismo; según la transcripción del original –CMU 8-150– publicada por Laureano Robles, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, 37, 2002, pág. 121.)

1927 «Todavía, si no tan decisivo como el de Heráclito, la filosofía dinamista del mundo puede abrogarse un precedente: el de Pascal. Pascal es quien, anticipándose al historicismo de Hegel, escribió esta frase considerable: “Toda la serie de los hombres, durante el curso de tantos siglos, debe ser considerada como un mismo hombre, que subsiste siempre y que aprende continuamente.” Afirmación de la unidad del Espíritu, realizándose en el tiempo, y no es otra la intuición fundamental del historicismo de Menéndez Pelayo.» (Eugenio d'Ors, “La filosofía de Menéndez Pelayo”, Revista de las Españas, Madrid, agosto de 1927.)

1932 «Ya para Augusto Comte, el pontífice del positivismo, la tarea primordial era la sistematización de los sentimientos. Esta obra de introducir el logos en lo emocional y dar pleno significado a aquella sentencia de Pascal, que dice “el corazón tiene razones que la razón desconoce”, ha sido consumada por el genial filósofo Max Scheler, que tal vez por ser a un tiempo hombre de intelecto y hombre de pasión sintió con mayor urgencia que ningún otro la angustiosa necesidad de establecer un “orden del corazón”.» (Fernando Vela, “Orientaciones últimas de la filosofía”, Sur, Buenos Aires, otoño de 1932, nº 6, pág. 101.)

1934 «Por aquellos años andaba yo explicándome los dogmas fundamentales de nuestra religión, no con la pretensión ridícula de que se me esclarecieran los misterios, sino con aquella otra razonable y recomendada por Pascal, de que con esos misterios se esclareciera mi concepto del mundo.» (Ramiro de Maeztu, “Razones de una conversión”, Acción Española, Madrid, 1 de octubre de 1934.)

Años después, consolidada la URSS y tras la Segunda Guerra Mundial, en el entorno hispano del Opus Dei, los hermeneutas de San Josemaría asocian la disipación tratada por Escrivá en el Punto 375 de Camino (1945) con el divertissement de Pascal, y aseguran que en el Punto 592 “hay un profundo conocimiento de eso que Pascal llamaba ce vilain fond de l'homme, pero sin la ironía pascaliana”.

En el entorno del yanqui vencedor en la Segunda Guerra Mundial, decide el Imperio triunfante recopilar en inglés el saber occidental que amerita ser conservado, difundido y estudiado: 443 obras cuidadosamente editadas en medio centenar de volúmenes de la colección Great Books of the Western World, que junto con un Syntopicon, sistemático “instrumento para la educación liberal”, permitan armonizar La Gran Conversación que ha de restaurar “la cordura a Occidente”. En este proyecto, impulsado por el ideólogo Mortimer Jerome Adler de la mano de la Enciclopedia Británica y de la Universidad de Chicago, se dedica entero el volumen 33 a Blas Pascal (Chicago 1952, 19ª reimpresión 1971), mientras que Descartes y Espinosa comparten el volumen 31, o Newton y Huygens el volumen 34. Volumen 33 que contiene The Provincial Letters (páginas 1-167), Pensées (páginas 169-352) y Scientific Treatises (páginas 353-487). (En la segunda edición reajustada de esta obra, publicada en sesenta volúmenes el año triunfal de la Guerra Fría en el que se disuelve la URSS, conserva Pascal el volumen 30 entero, mientras que ahora Bacon, Descartes y Espinosa comparten el volumen 28; o Locke, Berkeley y Hume el volumen 33.)

1953 «El pensamiento de Pascal es atormentado y abarrocado, oscilando entre un fideísmo y un escepticismo, entre un misticismo y lo incomprensivo y lo injusto. En realidad, hay en Pascal una clara evolución de pensamiento, que anuncia una ruptura con el equilibrio católico y es señal evidente de la inquietud religiosa de los siglos XVI y XVII. La mejor manifestación de esta evolución la tenemos en sus Pensées sur la réligion, su obra maestra, publicada en 1670, y que está constituida por una serie de fragmentos que revelan sus ideas y sus inquietudes. El estilo de Pascal es claro, dinámico y conciso, de construcción geométrica. Escribió, además, las Provinciales o Lettres a un Provincial (1656-57), ensayos que revelan un ágil pensamiento y una sutil ironía, pero que se malogran al atacar, de un modo absurdo y calumnioso, las doctrinas morales de los jesuitas: se ha podido llamar a esta obra “una mentira inmortal” (Chateaubriand). […] Pascal, que repetidas veces declaró querer vivir y morir en el seno de la Iglesia, es con suma frecuencia exagerado e injusto en sus apreciaciones. Se le ha considerado un escéptico, pero parece que le cuadra mejor el papel de fideísta.» (“Blas Pascal”, Enciclopedia de la Religión Católica, Barcelona 1953, tomo 5, columnas 1277-1278.)

«Con estos antecedentes y en este ambiente, se comprende fácilmente el éxito que tuvieron las Provinciales de Pascal. Éste supo aprovechar todos los elementos para aumentar la confusión y avivar las pasiones. Desde 1643, fue en aumento la cuestión jansenista, y cuando iba a quedar centrada en un punto capital para el cristianismo, Pascal divide de nuevo los campos desviando la cuestión al laxismo. Para él, la voluntad salvífica universal, el valor de la Redención, el libre arbitrio, son laxismo, moral relajada. Por otra parte, acentuó la desconfianza entre el clero secular y regular, presentando a los religiosos, sobre todo a los Jesuitas, como los causantes de la relajación. La cuestión rebasó los límites del clero y pasó al pueblo. Las Provinciales ofrecieron un arma que los seculares utilizaron contra los regulares. Y con esto tenemos abierta la polémica que duró hasta la condenación hecha por Inocencio XI el 2 de mayo de 1679. No es necesario mencionar las luchas, polémicas y las defensas que se sucedieron sin interrupción durante estos años.» (“Laxismo”, Enciclopedia de la Religión Católica, Barcelona 1953, tomo 4, columnas 1166-1169.)

1954 «Preocupado enteramente por estos problemas vivió agónicamente Unamuno (como vivieron antaño sus dos hermanos en agonía Pascal y Kierkegaard), oponiendo a todo conocimiento y a toda filosofía técnica el sentimiento trágico de la vida, fórmula suya muy personal que es la raíz misma de su filosofar existencial, por lo que justo es hayan merecido la particular atención de Serrano Poncela.» (Ignacio Iglesias, “S. Serrano Poncela: El Pensamiento de Unamuno”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, París, enero-febrero 1954, nº 4, págs. 101-102.)

En plena Guerra Fría el Diccionario soviético de filosofía dedicaba, tras el XXII Congreso del PCUS, entrada a “Blas Pascal”, donde se ensalza el apoyo que recibió de “las capas avanzadas” (1965), de “los sectores de vanguardia” (1984) de la sociedad francesa: “matemático y físico francés […] la lucha de Pascal contra el predominio espiritual de los jesuitas fue apoyada por las capas avanzadas de la sociedad francesa”; “filósofo, matemático y físico francés […] Pascal criticó duramente a los jesuitas, pilar de la reacción católica. La lucha de Pascal contra la prepotencia espiritual de los jesuitas fue apoyada por los sectores de vanguardia de la sociedad francesa. Al mismo tiempo, algunas ideas de Pascal acerca del hombre en el mundo son consideradas como anticipación del existencialismo religioso.”

1971 «Todos los grandes santos y los hombres de Dios, aunque no lo hayan sido, un Lutero, un Pascal, Kierkegaard, fueron así. Bonhoeffer, conspirando “prudentemente” contra Hitler y, a la postre, asesinado, es un caso en el que el destino colabora con la vida autentificándola… sin contar del todo con ella. No se objete con el matrimonio de Lutero. Casarse con una monja fue “entonces” el mayor desafío del orden social. (En Roma se seguía otro estilo para las relaciones sexuales clericales.) Y, con todo, el Lutero maduro no hay duda de que se aburguesó y se adaptó muy bien al nuevo orden socioeconómico establecido por los poderosos germánicos de entonces.» (José Luis L. Aranguren, “Crisis de vocaciones”, La Vanguardia española, Barcelona, viernes 9 de abril de 1971.)

En 1984 la Colección Historia del Pensamiento, de Ediciones Orbis, en 100 volúmenes, dedica el 30 a los Pensamientos de Pascal.

En Argentina se funda en 1990 una Universidad Blas Pascal en la ciudad de Córdoba, impulsada por la Fundación Universidad Pascal, constituida en 1980. En el sitio de la FUPA se dice: “Origen del Nombre. Blas Pascal fue una de las mentes privilegiadas más grandes del siglo XVII, que representa la filosofía de esta Fundación. Pascal fue uno de los más eminentes matemáticos y físicos franceses de su época y uno de los más grandes escritores místicos de la literatura cristiana. Su apellido seguirá siendo sinónimo de ciencia, y su vida una demostración de cómo un ser humano en busca de la verdad es capaz de transitar todos los terrenos que lo puedan transportar a ella.” En el sitio de la UBP se dice: “La Universidad toma su nombre del filósofo y matemático francés Blas Pascal en razón de la singular personalidad de este notable pensador del siglo XVII. En él confluyeron el hombre profundamente religioso y humanista, y el matemático. Incluso en esa época, Pascal comienza también a hablar de un nuevo modelo de hombre más comprometido con su medio que con lo sobrenatural. Esta misma coexistencia de las ciencias blandas y duras, y una fuerte comunicación entre ambas es el concepto de trabajo de esta institución. Por ello se entendió que la figura de Blas Pascal representaba de manera excelente dicha concepción como filosofía de la universidad.”

1993 «Sin embargo, no podríamos olvidar que, para los cristianos, Cristo es Dios y su cuerpo no es (como pretendían los docetas) una especie de fulguración aparente, casi una mera secuencia cinematográfica. Pascal llega a decir, en su batalla contra el “Dios de los filósofos” –precisamente un Dios invisible, a quien ningún artista podría pintar (ni siquiera un director de cine filmar)– que “sólo podemos conocer a Dios a través de Jesucristo”. Pero Jesucristo es hombre y sus discípulos pudieron verlo y tocarlo, como se ve un actor en el escenario, en primer lugar, y como se ve en una representación en un retrato, más tarde. Y aun hubo (y hay) otro modo de verlo, que no es ni el verlo como vivo, ni como pintado, sino como resucitado o como aparecido. Lo que ya es más problemático es la posibilidad de filmar o “grabar” este tercer tipo de visiones. Sin duda hubiera sido posible filmar a “Cristo viviente”, si hubiese habido cámaras (del mismo modo a como se admite la posibilidad de una huella visible, en la Sábana Santa, o en la Santa Faz); y es posible filmar el “Cristo pintado”. Pero ¿podríamos haber filmado el Cristo resucitado que “vio y tocó” el apóstol Tomás? ¿Podemos filmar el Cristo que se aparece “de cuerpo presente”, a cientos de personas en La Pedrera? Podemos ver los fantasmas, podemos escuchar sus voces, pero ¿podemos fotografiarlos? ¿Podemos grabar sus “psicofonías”? Tendría un gran interés una encuesta, en torno a estas preguntas, con directores y guionistas cinematográficos.» (Gustavo Bueno, “¿Qué significa “cine religioso”?”, El Basilisco, 1993, nº 15, p. 18.)

1998 «A este respecto escribe el filósofo Pascal: “Como Jesucristo permaneció desconocido entre los hombres, del mismo modo su verdad permanece, entre las opiniones comunes, sin diferencia exterior. Así queda la Eucaristía entre el pan común” (17. Pensées, 789, ed. L. Brunschvicg). […] Dos son, por tanto, los aspectos de la filosofía cristiana: uno subjetivo, que consiste en la purificación de la razón por parte de la fe. Como virtud teologal, la fe libera la razón de la presunción, tentación típica a la que los filósofos están fácilmente sometidos. Ya san Pablo y los Padres de la Iglesia y, más cercanos a nuestros días, filósofos como Pascal y Kierkegaard la han estigmatizado. Con la humildad, el filósofo adquiere también el valor de afrontar algunas cuestiones que difícilmente podría resolver sin considerar los datos recibidos de la Revelación.» (Juan Pablo II, Carta encíclica Fides et Ratio sobre las relaciones entre Fe y Razón, Roma, 14 de septiembre de 1998.)

Las Provinciales frente a la eutaxia del Estado francés y del español

El ínclito geómetra y ardoroso converso al jansenismo tras su «noche de fuego», en su retiro de Port-Royal des Champs –entre el 7 y el 28 de enero de 1656– concibió el provecto de defender al «gran» Arnauld del examen y posterior censura a que la Facultad de Teología Parisiense sometió su Carta de un doctor de la Sorbona a una persona de condición. Esta defensa se materializó por parte de Pascal en la primera de sus Cartas escritas por Luis de Montalto a un amigo suyo de provincias y a los Reverendos Padres Jesuitas, fechada en París el 23 de enero de 1656, a la que seguirían diecisiete más, la última del 24 de marzo de 1657. Del riesgo que corría Pascal con sus Provinciales da fe el hecho de que no sólo se publicaron, en un primer momento, de manera anónima y, posteriormente, bajo la autoría ficticia de un tal Luis de Montalto, sino que el propio Pascal, dentro de la ciudad de París y durante el año en que se fueron publicando sus cartas, siempre de incógnito o bajo la identidad falsa de Monsieur de Mons cambió en varias ocasiones de residencia, alojándose en albergues y garitos de baja estofa de los que la policía prefería mantenerse alejada, uno de ellos incluso situado en la Rue des Poirées, enfrente del colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas, según nos informa la sobrina de Pascal, Marguerite Périer{31}. En cuanto a los impresores de las Provinciales, también eran conscientes de los riesgos que corrían y supieron tomar medidas precautorias para burlar la vigilancia policial. Fueron distintos los impresores que se encargaron de dar a luz las Provinciales, todos «amigos» de los jansenistas. La impresión de la primera carta, fechada el 23 de enero de 1656, tuvo lugar en el taller de Pierre le Petit, situado en la Rue de Saint-Jacques, y en el que ya se habían imprimido varias obras jansenistas. De la segunda, fechada el 29 de enero, las planchas tipográficas ya estaban listas el 1 de febrero. Pero al día siguiente, la policía se personó en los talleres de todo los impresores «amigos» de los jansenistas, incluido Le Petit. Sólo gracias a la mujer de este último, que –escondiendo las planchas tipográficas bajo su delantal– consiguió evitar que la policía descubriera y se incautara de la segunda carta, pudo salvarse la edición y evitar que, con toda seguridad, la policía descubriese a su autor{32}. Un amigo de Le Petit se encargó de imprimir 1.500 ejemplares de esta segunda carta, que los amigos de Port-Royal distribuyeron gratuitamente por París y provincias. De la mayor parte de la impresión de las cartas se ocupó el impresor Denis Langlois, que también hubo de sufrir la vigilancia e investigación policial.

Pero ¿a qué respondía esta reacción de las fuerzas del orden público? Sin lugar a dudas, una obra como las Provinciales, escrita por un habilidoso «publicista», con sus deliciosas ingeniosidades, su tono burlesco y jocoso y su constante exposición al ridículo de los jesuitas, podía seducir y atraer inadvertidamente hacia el jansenismo a influyentes grupos de la sociedad, poniendo en peligro la eutaxia política{33} del Estado francés, como ya sucediese en el siglo anterior con el movimiento hugonote. De hecho, en 1638, el cardenal Richelieu no dudó en mandar encarcelar al abad de Saint-Cyran, cuando comprendió que el movimiento que lideraba el visionario abad, podía desencadenar desórdenes tan peligrosos para la estabilidad del Estado francés –o, vale decir, para la continuidad en el ejercicio del poder por parte de sus estamentos dirigentes– como los acaecidos durante el siglo anterior. La peligrosidad potencial que obras como el panfleto pascaliano podían entrañar, resulta palmaria por la rapidez con que las distintas autoridades reaccionaron ante la publicación de las Provinciales{34}. El 9 de febrero de 1657, es decir, cuando todavía faltaba una última carta por publicarse –la que haría el número decimoctavo, el 24 de marzo de 1657–, el Parlamento de Aix en Provenza, tras recibir dichas cartas por orden del procurador general del Rey – «editadas sin nombre de autor ni de tipógrafo, llenas de calumnias, mentiras y errores, y en las que se atribuyen falsedades tanto a la Facultad de Teología Parisiense como a la Orden de Predicadores y a la Compañía de Jesús, levantando injurias e incitando al odio contra ellas, al mismo tiempo que perturbando la tranquilidad pública, para ofensa de todas las personas de bien […] y perniciosas para la república…»{35}– resolvió condenar dichas cartas a la pena habitualmente reservada a los libelos, a saber, ser quemadas públicamente por la mano del verdugo. El 6 de septiembre de 1657, sólo cinco meses después de la publicación de la última Provincial, el papa Alejandro VII decide por decreto prohibir y condenar las dieciocho Cartas provinciales, así como las dos cartas de Arnauld examinadas y censuradas por la Sorbona, incluyendo todas ellas en el Índice de libros prohibidos{36}. El 7 de septiembre de 1660, una comisión de obispos, doctores y profesores de la Facultad de Teología Parisiense, reunida por orden del rey Luis XIV, dictamina que tanto las Cartas Provinciales de Luis de Montalto, como las notas a las mismas puestas por Guillermo Wendrok (en realidad, Pedro Nicole) a su traducción latina y las disquisiciones adjuntas de Paulo Ireneo, defienden la herejía jansenista –condenada por la Iglesia–, de manera tan manifiesta que es necesario que todo aquel que lo niegue, o no las haya leído o no las haya entendido o, lo que es todavía peor, no piense que es herético lo que ya ha sido condenado como tal por los sumos pontífices, por la Iglesia galicana y por la Facultad de Teología Parisiense, además de expresarse con tanta petulancia y maledicencia que no respetan a hombres de ninguna condición, salvo a los jansenistas, ni al Sumo Pontífice, ni a los obispos, ni a los reyes, ni a los principales ministros del reino, ni a la Facultad Parisiense, ni a las Órdenes religiosas{37}. Una vez recibido este dictamen, el 23 de septiembre de 1660, el Consejo Real de Luis XIV, reunido en presencia de este último, resuelve por decreto –en el que, además de incluirse el dictamen de la comisión mencionada, también se añade expresamente que las Provinciales no sólo contendrían proposiciones heréticas, sino que también mancharían el nombre de Luis XIII, de gloriosa memoria, así como la reputación de sus principales ministros{38}– que las susodichas cartas sean rasgadas por la mano del verdugo antes de ser quemadas públicamente. Algunos años más tarde, en 1693, con ocasión de la publicación en español del panfleto pascaliano, bajo el título Cartas escritas por Luis de Montalzio a un provincial, traducidas por un ficticio Gracián Cordero, canónigo de Burgos, y supuestamente impresas en Colonia en 1684, la Inquisición española prohibió por edicto dicha obra, por «contener proposiciones heréticas, erróneas, sediciosas y escandalosas; por constituir apología de la doctrina de Jansenio condenada por la Iglesia, con burla e irrisión de los seguidores de la escuela tomista y jesuítica, tratando de persuadir, de manera injuriosa para con santo Tomás, que lo mismo que éste último opinaría Jansenio; y por ser contumeliosa pasa con la Compañía de Jesús en la doctrina de la moral»{39}.

Todas estas condenas suponen una reacción de los estamentos que ejercen el poder, tanto político como religioso, frente a un alegato panfletario que, a pesar de la «farragosidad» que achacaría a su argumentario la parte denigrada, sin embargo, debería ser condenado y prohibida su lectura por el peligro y la amenaza que entrañaría para la eutaxia política, en este caso, del Estado francés. Esto queda claramente reflejado en las razones que se aducen en los decretos y edictos condenatorios; así leemos, por ejemplo, que las Provinciales perturban «la tranquilidad pública», que resultan «perniciosas para la república» y que son «sediciosas». Ahora bien, cuando se habla de «república», concretamente en la orden del Parlamento de Aix en Provenza, dicho término no debe entenderse de la forma en que se suele tomar actualmente, es decir, como el modo de organizar el Estado cuyo jefe es elegido por los ciudadanos, sino como el cuerpo político de una sociedad. En ésta la parte gobernante habría sido capaz «de hacer converger en torno a sí a las partes gobernadas»{40} y, frente a su tendencia a perseverar en el ejercicio del poder, los alegatos panfletarios, a pesar de estar llenos de «calumnias, mentiras o errores» según la parte denigrada –o quizás por ello mismo–, pueden suponer una verdadera amenaza que pondría en peligro la eutaxia política, esto es, la estabilidad o supervivencia de la unidad política alcanzada en esa sociedad con determinadas partes gobernantes y otras partes gobernadas, en la medida en que toda la carga denigratoria caería sobre la parte de la sociedad que habría sido capaz «de hacer converger en torno a sí a las partes gobernadas».

——

{31} Louis Cognet, «“Les Provinciales” et l'histoire», en Pascal, Les Provinciales. Pensées et opuscules divers, editado por Gérard Ferreyrolles y Philippe Sellier, en Classiques Garnier, col. «La Pochothèque», Paris 2004, p. 182.

{32} Ibid., p. 183.

{33} Sobre el concepto de eutaxia, cfr. Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las “Ciencias políticas”, Biblioteca Riojana, Logroño 1991, pp. 181 ss.

{34} La lista de las condenas de que fueron objeto las Cartas provinciales puede consultarse en la obra de Richard Arsdekin, Theologia tripartita, Amberes 1718, t. 2, p. 166.

{35} En el registro del Parlamento de Aix en Provenza se podía leer la siguiente orden: «[…]». Cfr. Gabriel Daniel, Cleander et Eudoxus seu de Provincialibus litteris dialogi, quibus Societas Jesu a gravibus adversantium calumniis… vindicatur, Augsburgo y Dilinga 1696, pp. 13-14.

{36} El decreto de Alejandro VII aparece reproducido en Notae in notas Willelmi Wendrockii ad Ludovici Montaltii Litteras, et in disquisitiones Pauli Irenaei, inustae a Bernardo Stubrockio, Colonia 1659, p. 11.

{37} El dictamen de la comisión puede consultarse en Gabriel Daniel, op. cit., pp. 11-12: «[…]».

{38} Ibid., pp. 7-8: «[…]».

{39} Ibid., pp. 3-4: «[…]».

{40} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las “Ciencias políticas”, Biblioteca Riojana, Logroño 1991, pp. 181 ss.

(Juan Antonio Hevia Echevarría, Introducción a Cornelis van Riel, Contribución a la historia de las Congregaciones de auxiliis, BFE, Oviedo 2016, pp. 12-15.)

Sobre Blas Pascal

1753 “Blas Pascal”, Luis Moreri, El gran diccionario histórico, París & León de Francia 1753, tomo 7, pág. 97.

1886 Zeferino González, “§61. Pascal”, Historia de la Filosofía, segunda edición, Madrid 1886, tomo 3, págs. 279-285.

1889 “Blas Pascal”, Diccionario de ciencias eclesiásticas, Valencia 1889, tomo 8, páginas 154-155.

1894 “Blas Pascal”, Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, Barcelona 1894, tomo 14, páginas 1006-1007.

1953 “Blas Pascal”, Enciclopedia de la Religión Católica, Barcelona 1953, tomo 5, columnas 1277-1278.

1965 “Blas Pascal”, Diccionario soviético de filosofía.

Textos de Blas Pascal

Las Provinciales… (Balthasar Winfelt, Colonia 1684)

Cartas escritas a un provincial (Librería Castellana, París 1849)

gbs