Filosofía en español 
Filosofía en español

Doctrina de Monroe  1823

Nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de los Estados Unidos de Norteamérica, tras la incorporación de importantes territorios que habían pertenecido al imperio español y en su dialéctica con las realidades imperiales entonces actuantes –Gran Bretaña, Rusia, Francia, &c.–, sintetizados por el presidente Santiago Monroe en su intervención del 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso norteamericano, y que se pueden resumir en tres puntos: no a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo, abstención de los Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americano:

JeffersonMadisonMonroeJuan Quincy Adams

The Monroe Doctrine (1823)
A portion of President James Monroe's
seventh annual message to Congress, December 2, 1823

La Doctrina de Monroe (1823)
Fragmento del séptimo mensaje anual del Presidente Santiago Monroe al Congreso el 2 de diciembre de 1823 (traducción de RFM)

 

«…At the proposal of the Russian Imperial Government, made through the minister of the Emperor residing here, a full power and instructions have been transmitted to the minister of the United States at St. Petersburg to arrange by amicable negotiation the respective rights and interests of the two nations on the northwest coast of this continent. A similar proposal has been made by His Imperial Majesty to the Government of Great Britain, which has likewise been acceded to. The Government of the United States has been desirous by this friendly proceeding of manifesting the great value which they have invariably attached to the friendship of the Emperor and their solicitude to cultivate the best understanding with his Government. In the discussions to which this interest has given rise and in the arrangements by which they may terminate the occasion has been judged proper for asserting, as a principle in which the rights and interests of the United States are involved, that the American continents, by the free and independent condition which they have assumed and maintain, are henceforth not to be considered as subjects for future colonization by any European powers…

«…A propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha a través del ministro del Emperador residente aquí, se han trasmitido plenos poderes e instrucciones al ministo de los Estados Unidos en San Petersburgo para negociar amistosamente los derechos e intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una propuesta similar se ha hecho por Su Majestad Imperial al Gobierno de la Gran Bretaña, a la cual se ha accedido de manera similar. El Gobierno de los Estados Unidos ha estado deseoso por medio de este amistoso procedimiento de manifestar el gran valor que invariablemente otorga a la amistad del Emperador y la solicitud en cultivar el mejor entendimiento con su Gobierno. En las discusiones a que ha dado lugar este intéres y en los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar, como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e indepencientes que han adquirido y mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización futura por ninguna potencia europea…

 

It was stated at the commencement of the last session that a great effort was then making in Spain and Portugal to improve the condition of the people of those countries, and that it appeared to be conducted with extraordinary moderation. It need scarcely be remarked that the results have been so far very different from what was then anticipated. Of events in that quarter of the globe, with which we have so much intercourse and from which we derive our origin, we have always been anxious and interested spectators. The citizens of the United States cherish sentiments the most friendly in favor of the liberty and happiness of their fellow-men on that side of the Atlantic. In the wars of the European powers in matters relating to themselves we have never taken any part, nor does it comport with our policy to do so. It is only when our rights are invaded or seriously menaced that we resent injuries or make preparation for our defense. With the movements in this hemisphere we are of necessity more immediately connected, and by causes which must be obvious to all enlightened and impartial observers. The political system of the allied powers is essentially different in this respect from that of America. This difference proceeds from that which exists in their respective Governments; and to the defense of our own, which has been achieved by the loss of so much blood and treasure, and matured by the wisdom of their most enlightened citizens, and under which we have enjoyed unexampled felicity, this whole nation is devoted. We owe it, therefore, to candor and to the amicable relations existing between the United States and those powers to declare that we should consider any attempt on their part to extend their system to any portion of this hemisphere as dangerous to our peace and safety. With the existing colonies or dependencies of any European power we have not interfered and shall not interfere. But with the Governments who have declared their independence and maintain it, and whose independence we have, on great consideration and on just principles, acknowledged, we could not view any interposition for the purpose of oppressing them, or controlling in any other manner their destiny, by any European power in any other light than as the manifestation of an unfriendly disposition toward the United States. In the war between those new Governments and Spain we declared our neutrality at the time of their recognition, and to this we have adhered, and shall continue to adhere, provided no change shall occur which, in the judgement of the competent authorities of this Government, shall make a corresponding change on the part of the United States indispensable to their security.

Se afirmó al comienzo de la última sesión que se hacía entonces un gran esfuerzo en España y Portugal para mejorar la condición de los pueblos de esos países y que parecía que éste se conducía con extraordinaria moderación. Apenas necesita mencionarse que los resultados han sido muy diferentes de lo que se había anticipado entonces. De lo sucedido en esa parte del mundo, con la cual tenemos tanto intercambio y de la cual derivamos nuestro origen, hemos sido siempre ansiosos e interesados observadores. Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico. En las guerras de las potencias europeas por asuntos de su incumbencia nunca hemos tomado parte, ni comporta a nuestra política el hacerlo. Solo cuando se invaden nuestros derechos o sean amenazados seriamente responderemos a las injurias o prepararemos nuestra defensa. Con las cuestiones en este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente conectados, y por causas que deben ser obvias para todo observador informado e imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este respecto al de América. Esta diferencia procede de la que existe entre sus respectivos Gobiernos; y a la defensa del nuestro, al que se ha llegado con la pérdida de tanta sangre y riqueza, que ha madurado por la sabiduría de sus más ilustrados ciudadanos, y bajo el cual hemos disfrutado de una felicidad no igualada, está consagrada la nación entera. Debemos por consiguiente al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad. Con las colonias o dependencias existentes de potencias europeas no hemos interferido y no interferiremos. Pero con los Gobiernos que han declarado su independencia y la mantienen, y cuya independencia hemos reconocido, con gran consideración y sobre justos principios, no podríamos ver cualquier interposición para el propósito de oprimirlos o de controlar en cualquier otra manera sus destinos, por cualquier potencia europea, en ninguna otra luz que como una manifestación de una disposición no amistosa hacia los Estados Unidos. En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de reconocerlos, y a esto nos hemos adherido y continuaremos adhiriéndonos, siempre que no ocurra un cambio que en el juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, haga indispensable a su seguridad un cambio correspondiente por parte de los Estados Unidos.

 

The late events in Spain and Portugal shew that Europe is still unsettled. Of this important fact no stronger proof can be adduced than that the allied powers should have thought it proper, on any principle satisfactory to themselves, to have interposed by force in the internal concerns of Spain. To what extent such interposition may be carried, on the same principle, is a question in which all independent powers whose governments differ from theirs are interested, even those most remote, and surely none of them more so than the United States. Our policy in regard to Europe, which was adopted at an early stage of the wars which have so long agitated that quarter of the globe, nevertheless remains the same, which is, not to interfere in the internal concerns of any of its powers; to consider the government de facto as the legitimate government for us; to cultivate friendly relations with it, and to preserve those relations by a frank, firm, and manly policy, meeting in all instances the just claims of every power, submitting to injuries from none.

Los últimos acontecimientos en España y Portugal demuestran que Europa no se ha tranquilizado. De este hecho importante no hay prueba más concluyente que aducir que las potencias aliadas hayan juzgado apropiado, por algún principio satisfactorio para ellas mismas, el interponerse por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta que punto pueden extenderse, por el mismo principio, estas interposiciones es una cuestión en la que están interesados todas los países independientes, aun los más remotos, cuyas formas de gobierno difieren de las de estas potencias, y seguramente ninguno de ellos más que los Esados Unidos. Nuestra actitud con respecto a Europa, que se adoptó en una etapa temprana de las guerras que por tanto tiempo han agitado esa parte del globo, se mantiene sin embargo la misma, cual es la de no interferir en los asuntos internos de ninguna de esas potencias; considerar el gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar con él relaciones amistosas, y preservar esas relaciones con una política franca, firme y varonil, satisfaciendo siempre las justas demandas de cualquier potencia, pero no sometiéndose a injurias de ninguna.

 

But in regard to these continents circumstances are eminently and conspicuously different. It is impossible that the allied powers should extend their political system to any portion of either continent without endangering our peace and happiness; nor can anyone believe that our southern brethren, if left to themselves, would adopt it of their own accord. It is equally impossible, therefore, that we should behold such interposition in any form with indifference. If we look to the comparative strength and resources of Spain and those new Governments, and their distance from each other, it must be obvious that she can never subdue them. It is still the true policy of the United States to leave the parties to themselves, in hope that other powers will pursue the same course…»

Pero con respecto a estos continentes, las circunstancias son eminente y conspicuamente diferentes. Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquier porción de alguno de estos continentes sin hacer peligrar nuestra paz y felicidad; y nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, dejados solos, lo adoptaran por voluntad propia. Es igualmente imposible, por consiguiente, que contemplemos una interposición así en cualquier forma con indiferencia. Si contemplamos la fuerza comparativa y los recursos de España y de esos nuevos Gobiernos, y la distancia entre ellos, debe ser obvio que ella nunca los podrá someter. Sigue siendo la verdadera política de los Estados Unidos dejar a las partes solas, esperando que otras potencias sigan el mismo curso…»

 

Antecedentes de la Doctrina de Monroe

En el Congreso de Verona, celebrado desde mediados de octubre al 14 de diciembre de 1822 [que se suele interpretar como la última reunión de la Santa Alianza europea, constituida inicialmente en París el 26 de septiembre de 1815 entre el rey de Prusia y los emperadores de Austria y Rusia], se decidió ayudar al restablecimiento del absolutismo en España, facilitando que Fernando VII recuperase el poder con la ayuda de los Cien mil hijos de San Luis que pusieron fin al trienio liberal, previa una nueva ocupación militar francesa de España (abril a octubre de 1823). Temerosa la Gran Bretaña de una ofensiva absolutista franco española en las repúblicas hispano americanas que durante el trienio liberal español habían avanzado en su consolidación nacional, el ministro de exteriores británico, Jorge Canning, propuso al embajador norteamericano en Londres, Ricardo Rush, una declaración conjunta que frenase tal potencial intervención, de la que ofrecemos su texto vertido a la lengua:

Propuesta de declaración conjunta británico-norteamericana sobre las colonias de España en América (dirigida por el ministro Jorge Canning al embajador norteamericano en Londres, Ricardo Rush, el 16 de agosto de 1823)

«Mi Querido Señor:
Antes de dejar la Ciudad, deseo traer a su atención de una manera más concreta, pero aún de manera no oficial y confidencial, la cuestión que comentamos brevemente la última vez que tuve el placer de verle.
¿No es llegado el momento cuando nuestros dos Gobiernos puedan entenderse con respecto a las Colonias de España en América? Y si podemos llegar a un entendimiento así, no sería oportuno para nosotros y beneficioso para el resto del mundo, que sus principios queden claramente fijados y simplemente expuestos.
Por nosotros no hay disfraz.
1. Concebimos la recuperación por España de las Colonias como un imposible.
2. Concebimos su reconocimiento como Estados Independientes como una cuestión de tiempo y de circunstancias.
3. No estamos, sin embargo, dispuestos a poner ningún impedimento a un arreglo entre ellas y la madre patria por medio de negociaciones amistosas.
4. No pretendemos nosotros la posesión de ninguna porción de ellas.
5. No podríamos ver con indiferencia la transferencia de ninguna porción de ellas a otra potencia.
Si estas opiniones y sentimientos son, como creo firmemente, comunes entre su Gobierno y el nuestro, ¿por qué hemos de vacilar en confiárnoslas mutuamente; y en declararlas abiertamente al mundo?
Si hay otra potencia europea que abriga otros proyectos, que mira a una empresa bélica para subyugar a las Colonias, por parte o en nombre de España, o que medita la adquisición para sí de alguna parte de ellas, por cesión o por conquista; tal declaración por parte de su gobierno y del nuestro sería el modo, a la vez el más efectivo y menos ofensivo, de intimar nuestra desaprobación conjunta de tales proyectos.
Ello a la vez pondría fin a todos los celos de España respecto de las Colonias que le quedan, y a la agitación que prevalece en esas Colonias, una agitación que no sería sino humano calmar; estando decididos (como estamos) a no beneficiarnos de alentarla.
¿Concibe Ud. que esté autorizado, bajo los poderes que ha recibido recientemente, para entrar en negociaciones y firmar alguna Convención sobre este asunto? ¿Concibe que, si no está dentro de sus competencias, pueda Ud. intercambiar conmigo notas ministeriales sobre el tema?
Nada podría ser más satisfactorio para mí que unirme a Ud. en tal trabajo, y estoy persuadido que en la historia del mundo rara vez ha habido la oportunidad para que tal pequeño esfuerzo de dos Gobiernos amigos pueda producir un bien tan inequívoco y evitar unas calamidades tan amplias.
Yo estaré ausente de Londres no más de tres semanas a lo sumo: pero nunca tan distante que no pueda recibir y responder a cualquier comunicación, antes de tres o cuatro días.»

Tomás Jefferson, el que fuera tercer presidente de los Estados Unidos (de 1801 a 1809), amigo desde hacía décadas del entonces presidente, Santiago Monroe, le dirigió con fecha 24 de octubre de 1823 una carta que traducida dice:

Carta de Jefferson a Monroe el 24 de octubre de 1823

«Al Presidente de los Estados Unidos.
Monticello, 24 de octubre de 1823.
Estimado Señor,
La cuestión presentada por las cartas que me ha enviado Ud. es la más importante que se ha ofrecido a mi contemplación desde la de Independencia. Ésa nos hizo una nación, ésta fija nuestro compás y señala el curso que hemos de navegar a través del océano de tiempo que se abre ante nosotros. Y nunca pudimos embarcarnos bajo circunstancias más favorables. Nuestra máxima primera y fundamental ha de ser nunca enredarnos en las luchas de Europa. Nuestra segunda, nunca tolerar que Europa se entremezcle en asuntos cisatlánticos. América, del Norte y del Sur, tiene un conjunto de intereses diferente al de Europa, y peculiarmente suyo. Debe por tanto tener un sistema propio, separado y aparte del de Europa. Mientras ésta trabaja para convertirse en el domicilio del despotismo, nuestro esfuerzo debe ser ciertamente hacer nuestro hemisferio el de la libertad. Una nación, más que ninguna, podría perturbarnos en esa empresa; ella ofrece ahora liderar, ayudar y acompañarnos en la misma. Accediendo a su proposición, la libramos de sus ligaduras, añadimos su poderoso peso a la balanza del gobierno libre, y de un golpe emancipamos un continente, lo que podría de otra forma prolongarse mucho en dudas y dificultades. La Gran Bretaña es la nación que puede hacernos más daño que ninguna otra, o que todas en la tierra; y con ella de nuestro lado no necesitamos temer al mundo entero. Con ella pues, debemos cultivar sinceramente una amistad cordial; y nada conduciría más a atar nuestros afectos que luchar de nuevo, lado a lado, por la misma causa. No es que yo comprara hasta su amistad por el precio de participar en sus guerras. Pero la guerra en la que la proposición actual nos puede comprometer, si es ésa su consecuencia, no es su guerra sino la nuestra. Su objeto es introducir y establecer el sistema americano, mantener fuera de nuestra tierras a todas las potencias extranjeras, nunca permitir a las de Europa interferir en los asuntos de nuestras naciones. Es mantener nuestros propios principios, no separarnos de ellos. Y si, para facilitar esto, podemos crear una división en el grupo de las potencias europeas, y atraer a nuestro lado a su miembro más poderoso, ciertamente debemos hacerlo. Pero soy claramente de la opinión de Mr. Canning, que evitará la guerra en lugar de provocarla. Con la Gran Bretaña fuera de su balanza y trasladada a la de nuestros dos continentes, toda Europa combinada no entraría en esa guerra. Porque, ¿cómo propondrían atacar a cualquier enemigo sin flotas superiores? No es a despreciar la ocasión que esta proposición ofrece para declarar nuestra protesta contra las atroces violaciones del derecho de las naciones, por la interferencia de una en los asuntos internos de otra, tan escandalosamente iniciada por Bonaparte, y ahora continuada por la igualmente sin ley Alianza, llamándose a sí misma Santa.
Pero primero debemos hacernos una pregunta. ¿Deseamos adquirir para nuestra propia confederación una o más de la provincias de España? Confieso cándidamente que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él, colmarían la medida de nuestro bienestar político. Pero, como soy sensible a que esto no se puede obtener, aun con su propio consentimiento, sino con guerra; y la independencia, que es nuestro segundo interés, (y especialmente la independencia de Inglaterra), se puede obtener sin ella, no tengo ninguna duda en abandonar mi primer deseo a oportunidades futuras, y en aceptar la independencia, con paz y la amistad de Inglaterra, mejor que la anexión al coste de guerra y de su enemistad.
Puedo, por consiguiente, unirme honestamente a la declaración propuesta, de que no aspiramos a la adquisición de ninguna de esas posesiones, de que no interferiremos en algún acuerdo amistoso entre ellas y la madre patria; pero que nos opondremos, con todos nuestros medios, a la interposición por la fuerza de cualquier otra potencia, como auxiliar, estipendiaria, o bajo alguna otra forma o pretexto, y muy especialmente, su transferencia a alguna otra potencia por conquista, cesión, o adquisición en cualquier manera. Pienso, por consiguiente, aconsejable que el Ejecutivo anime al gobierno Británico a continuar con las disposiciones expresadas en estas cartas, asegurándole de su concurrencia con ellas en la medida de su autoridad; y que como puede llevar a la guerra, cuya declaración requiere un acto del Congreso, el caso se expondrá ante ellos en su primera reunión, y bajo el aspecto razonable en que lo ve el mismo Ejecutivo.
He estado por tanto tiempo desconectado de temas políticos, y por tanto tiempo he dejado de interesarme en ellos, que soy consciente de no estar cualificado para ofrecer opiniones sobre ellos dignas de ninguna atención. Pero la cuestión ahora propuesta es de consecuencias tan duraderas y efectos tan decisivos sobre nuestros futuros destinos como para reavivar todo el interés que he sentido hasta ahora en tales ocasiones, e inducirme a aventurar opiniones, que probarán solamente mi deseo de contribuir aún mi óbolo a cualquier cosa que pueda ser útil a nuestro país. Y rogándole lo acepte solo por lo que tenga de valor, le añado la seguridad de mi constante y afectuosa amistad y respeto.»

Juan Quincy Adams, hijo del segundo presidente norteamericano (Juan Adams, 1797-1801), Secretario de Estado durante la presidencia de Monroe, a quien sucedería como sexto presidente, ha dejado el siguiente relato de la reunión del Gabinete el 7 de noviembre de 1823:

La reunión del 7 de noviembre de 1823 del Gabinete norteamericano según el Secretario de Estado, Juan Quincy Adams

«Washington, 7 de noviembre. Reunión del Gabinete en el despacho del Presidente desde la una y media hasta las cuatro. Mr. Calhoun, Secretario de Guerra, y Mr. Southard, Secretario de la Armada, presentes. El asunto a consideración fue la proposición confidencial del Secretario Británico de Estado, George Canning, a R. Rush, y la correspondencia entre ellos en relación a los proyectos de la Santa Alianza para Sur América. Hubo mucha conversación sin llegar a una conclusión definitiva. El objetivo de Canning parece haber sido obtener alguna promesa pública del Gobierno de los Estados Unidos, ostensiblemente contra la interferencia por la fuerza de la Santa Alianza entre España y Sur América; pero realmente o especialmente contra la adquisición por los Estados Unidos mismos de cualquier parte de la posesiones de España en América.
Mr. Calhoun se inclina a dar poder discrecional a Mr. Rush para unirse en una declaración contra la interferencia de la Santa Alianza, aunque sea necesario obligarnos a no apoderarnos de Cuba o de la provincia de Texas; porque el poder de Gran Bretaña es mayor que el nuestro para apoderarse de ellas, debemos tomar la ventaja de obtener de ella la misma declaración que debemos hacer nosotros.
Pensé que los casos no son paralelos. No tenemos intención de apoderarnos de Texas o Cuba. Pero los habitantes de una o ambas pueden hacer uso de sus derechos básicos, y solicitar la unión con nosotros. Ciertamente no harán eso con la Gran Bretaña. Uniéndonos a ella, por consiguiente, en su propuesta declaración, le damos una promesa sustancial y quizás inconveniente contra nosotros mismos, y realmente no obtenemos nada a cambio. Sin entrar ahora en el estudio de la conveniencia de la anexión de Texas o Cuba a nuestra Unión, debemos como poco mantenernos libres de actuar según surjan emergencias, y no atarnos a ningún principio que pueda inmediatamente después ser utilizado en contra nuestra.
Mr. Southard muy inclinado a la misma opinión.
Al Presidente le disgustaba cualquier curso que tuviera la apariencia de tomar una posición subordinada a la de Gran Bretaña…
Yo comenté que la comunicación recibida recientemente del Ministro Ruso, Barón Tuyl, proveía, tal pensaba yo, una oportunidad adecuada y conveniente para fijar nuestra posición frente a la Santa Alianza, a la vez que declinábamos la proposición de Gran Bretaña. Sería más candoroso, y a la vez más digno, exponer de forma explícita nuestros principios ante Rusia y Francia, que presentarnos en una barquilla a la estela del buque de guerra inglés.
A esta idea asintieron todos, y se leyó mi borrador de una respuesta a la nota del Barón Tuyl anunciando la determinación del Emperador de negarse a recibir a ningún Ministro de los gobiernos de Sur América.

La “Doctrina de Monroe” y sus transformaciones

Pasando el tiempo la doctrina de Monroe, convertida en ortograma político de los Estados Unidos ante el exterior, popularizada en la sintética fórmula «América para los americanos», hubo necesariamente de transformarse y adaptarse a las nuevas realidades políticas e históricas. El gran historiador mexicano Carlos Pereyra, en El mito de Monroe, asegura que no existe una doctrina de Monroe, pues por lo menos existen tres «doctrinas de Monroe» que él diferenciaba (en 1916).

A partir de 1869, se le asoció también otro punto, contenido en la correspondencia diplomática previa: los Estados Unidos se oponen a la transferencia de colonias de una potencia europea a otra.

En su mensaje al Congreso del 6 de diciembre de 1904, el presidente Teodoro Roosevelt proclamó el que se conoce como «corolario Roosevelt», que es más bien una enmienda a la doctrina, determinada por la crisis de pagos de deuda a bancos europeos por parte de algunas naciones americanas y los intentos de utilizar la fuerza por parte de potencias europeas para obtener el pago: los Estados Unidos podían intervenir en las naciones del hemisferio, para controlar ese «mal crónico», ejerciendo de «policía internacional», la conocida comúnmente como política del «big stick»:
 

«Corolario Roosevelt» a la Doctrina de Monroe (parte del mensaje del Presidente Teodoro Roosevelt al Congreso el 6 de diciembre de 1904)

«No es cierto que los Estados Unidos desee territorios o contemple proyectos con respecto a otras naciones del hemisferio occidental excepto los que sean para su bienestar. Todo lo que este país desea es ver a las naciones vecinas estables, en orden y prósperas. Toda nación cuyo pueblo se conduzca bien puede contar con nuestra cordial amistad. Si una nación muestra que sabe como actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer la interferencia de los Estados Unidos. Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, puede en América, como en otras partes, requerir finalmente la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia.»

De la potenciación del indigenismo, frente a la hispanidad

Moneda norteamericana de medio dolar conmemorativa del Centenario de la Doctrina de Monroe

Moneda conmemorativa de la Exposición Panamericana de 1901 Moneda norteamericana de medio dolar acuñada para celebrar el Centenario de la Doctrina de Monroe: «United States of America. In God we trust. 1923. Monroe & Adams. Half Dollar / Monroe Doctrine Centennial. Los Angeles 1823-1923.» Obsérvese la significativa y nada ingenua sustitución que se ha producido en la alegoría de las dos Américas, que procede del emblema, dos mujeres que estrechan sus brazos en centroamérica, adoptado por la Exposición Panamericana de 1901, diseñado por Rafael Beck (1859-1947), ganador del concurso convocado al efecto en 1899: el artista de la moneda conmemorativa del centenario celebrado en 1923 ha preferido sustituir a la dama que representaba la América hispana por la imagen de un indígena, en pleno ascenso la ideología que buscaba disolver el hispanismo en indigenismo.

 

Algunas menciones a la Doctrina de Monroe

1858 «Una de las grandes desgracias de nuestra época es la imposibilidad en que los hombres de Estado se hallan para elevarse sobre las cuestiones políticas, comerciales, industriales o rentísticas y juzgar las ilimitadas consecuencias que en lo futuro puede producir el triunfo de los Estados Unidos y de la doctrina de Monroe. Por lo tanto, urgen en gran manera la alianza entre las razas latinas del antiguo y del nuevo Mundo…» [Carta a Napoleón III sobre la influencia francesa en América], El Clamor Público, Los Ángeles, 19 marzo 1859.

1859 «De todos los absurdos políticos que jamás hayan tenido voga en este país (y nosotros, como otros países, hemos tenido una buena dosis de tales absurdos), ninguno tal vez más monstruoso y vacío que el que hoy circula con el nombre de Doctrina de Monroe. […] Desde luego se echará de ver en qué estrechos límites nos encerraría la supuesta doctrina de Monroe, que es verdaderamente la doctrina de Cass.» «La Doctrina de Monroe», El Clamor Público, Los Ángeles, 29 enero 1859.

1882 «La doctrina de Monroe. 'The Monroe doctrine grew out of a protest against any interference by Spain with the independence of her quondam subjects in the country.' 'The Monroe doctrine was an announcement that Europe would interfere with the existing status of de Governments of the New World at her peril'.» José Martí, Cuaderno de Apuntes nº 9, de 1882. (O. C., 21:262-263.)

1884 «El Harper pinta a aquel suave y sensato presidente Monroe, que dio forma durable a la doctrina en que se excluye a los países europeos de toda intervención en los americanos, aunque el famoso senador Carlos Sumner mantiene que el pensamiento fue del inglés Canning, y Charles Francis Adams quiere que haya nacido de su propio padre.» José Martí, «El repertorio del Harper del mes de mayo», La América, Nueva York 1884 (O. C., 23:21.)

1889 «El World, que vive de exageraciones, da como cierto que los alemanes pisotearon, desgarraron, quemaron la bandera americana en Samoa. El Times dice que en eso de la doctrina de Monroe, no se ha de ir demasiado lejos, porque una cosa es que un Presidente yanqui declarase temible para la república la creación de una monarquía europea en América, y otra que las naciones libres de raza española en América sean como los cachifos, como los pepitos de gorra y calzón corto, sobre quienes preside vara en puño su majestad americana.» José Martí, «Escenas norteamericanas. 14. En los Estados Unidos», La Nación, Buenos Aires, 30 de marzo de 1889. (O. C., 12:141.)

1889 «¿A qué invocar, para extender el dominio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe como de Canning, para impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un continente? ¿O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? ¿O se quita la extranjería, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos distintos, por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos, o porque viene con el extranjero el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles?» José Martí, «El Congreso Internacional de Washington» [2 noviembre 1889], La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889. (O. C., 6:61.)

1904 «Empero, a los planes de colonización política europea en América, se opone la conveniencia de los Estados Unidos; desde 1823 proclamaron ellos un principio de derecho internacional, llamado la doctrina de Monroe –la más elástica de las doctrinas hasta ahora conocidas–, en virtud del cual se declara el continente de Colón cerrado a la conquista o a la adquisición pacífica de territorio por parte de las naciones europeas.» S. Pérez Triana, «El fracaso del tribunal de La Haya», Alma Española, Madrid 1904.

1916 «Los tres monroísmos. No hay una doctrina de Monroe. Yo conozco tres, por lo menos, y tal vez hay otras más que ignoro. Tres son, en todo caso, las que forman el objeto de este libro. La primera doctrina de Monroe es la que escribió el secretario de Estado John Quincy Adams, y que, incorporada por Monroe en su mensaje presidencial del 2 de diciembre de 1823, quedó inmediatamente sepultada en el olvido más completo, si no en sus términos, sí en su significación original, y que, bajo este aspecto, sólo es conocida como antigüedad laboriosamente restaurada por algunos investigadores para un pequeño grupo de curiosos. La segunda doctrina de Monroe es la que, como una transformación legendaria y popular, ha pasado del texto de Monroe a una especie de dogma difuso, y de glorificación de los Estados Unidos, para tomar cuerpo finalmente en el informe rendido al presidente Grant por el secretario de Estado Fish, con fecha 14 de julio de 1870; en el informe del secretario de Estado Bayard, de fecha 20 de enero de 1887, y en las instrucciones del secretario de Estado Olney al embajador en Londres, Bayard, del 20 de junio de 1895. La tercera doctrina de Monroe es la que, tomando como fundamento las afirmaciones de estos hombres públicos y sus temerarias falsificaciones del documento original de Monroe, quiere presentar la política exterior de los Estados Unidos como una derivación ideal del monroísmo primitivo. Esta última forma del monroísmo, que a diferencia de la anterior, ya no es una falsificación, sino una superfetación, tiene por autores a los representantes del movimiento imperialista: Mac Kinley, Roosevelt y Lodge; al representante de la diplomacia del dólar: Taft; al representante de la misión tutelar, imperialista, financiera y bíblica: Wilson.» Carlos Pereyra, El mito de Monroe, Editorial América, Madrid s.f. [1916], págs. 11-12.

1923 «La campaña panamericana iniciada en 1889 por los Estados Unidos, en la que James Blaine se presentó como continuador de la doctrina de Monroe, exagerada después en el sentido de que América debía ser para los americanos del Norte, por la hegemonía de los Estados Unidos, despertó justificados recelos en muchos centros de la América hispánica y produjo la tendencia a fortificar el carácter étnico de ésta, invocándose las comunes tradiciones, orígenes, lengua, religión y costumbres, lo que atrajo la atención y la simpatía hacia la antigua Metrópoli, que se presentaba como lazo de unión entre todos los amenazados, y determinó movimientos de prensa, de opinión y de Chancillerías cuyos resultados no tardaron en tocarse, influyendo en ello la conducta observada con España (1898) por los Estados Unidos (olvidando éstos lo que España hizo por su descubrimiento e independencia, así en la guerra de separación de fines del siglo XVIII como en la de Secesión de 1866) y el silencio de Europa ante la expoliación, que produjeron una viva corriente de afecto hacia la vieja madre.» «Hispanoamericanismo», Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Barcelona 1923.

1923 «La doctrina de Monroe no es una declaración legislativa, aunque haya sido varias veces aprobada por el Congreso norteamericano; ni es parte del Derecho internacional sancionada por el consentimiento de las potencias civilizadas; ni ha sido definida en ningún convenio internacional; no es tampoco un precepto constitucional… Es una política declarada por el Poder Ejecutivo de los Estados Unidos y repetida, ya en una forma, ya en otra, por los presidentes y secretarios de Estado en el curso de nuestras relaciones exteriores. Su importancia se funda en el hecho de que, en sus elementos esenciales, tal como la declaró el presidente Monroe y fue reiterada y firmemente sostenida por nuestros más reputados hombres de Estado, ha sido, durante un siglo, y continúa siendo, parte integrante de nuestro pensamiento y tendencias nacionales, y la expresión de una convicción profunda, que ni el trastorno ocasionado por la Gran Guerra y nuestra participación en ella en territorio europeo, han logrado desarraigar ni modificar en sus fundamentos. […] 1) La política de Monroe no es una política de agresión: es una política de defensa propia. 2) Como la política incorporada en la doctrina de Monroe es puramente de los Estados Unidos, el Gobierno de éstos se reserva su definición, interpretación y aplicación. 3) La política de Monroe no viola la independencia y la soberanía de las otras naciones americanas. 4) Hay ciertamente condiciones modernas y acontecimientos recientes que no pueden pasar desapercibidos para nosotros; nos hemos hecho ricos y poderosos; pero no hemos salvado la necesidad, en justicia para nosotros y en justicia para los demás, de proteger nuestra futura paz y seguridad. 5) La doctrina de Monroe, como se ve, no es un obstáculo a la cooperación panamericana; al contrario, ofrece las bases necesarias para esa cooperación en la independencia y seguridad de los Estados Unidos.» Charles E. Hughes [Secretario de Estado de los EEUU], «Unas observaciones acerca de la doctrina de Monroe», discurso pronunciado en Mineápolis el 30 de agosto de 1923, ante la Asociación del Foro Americano, en el año del centenario de la declaración de Monroe (apud Luis Izaga, Madrid 1929, páginas 264 y 267).

1924 «En corroboración de lo expuesto me creo en el deber de expresar en clamores de noble sinceridad el acercamiento del peligro norteamericano, haciendo ver a los pueblos de Hispanoamérica lo que contra ellos tan cautelosamente se viene tramando, porque cosa harto sabida es, que desde hace unos cuantos años viene funcionando en los Estados Unidos un vastísimo departamento servido por numeroso y competente personal, denominado Oficina de las Repúblicas Americanas, departamento que tan solo está destinado, digan de él lo que quieran sus mantenedores, al más completo estudio, que les precisa tener realizado con el fin de establecer en el momento que consideren oportuno el por ellos hace ya bastante tiempo proyectado Ministerio de Colonias, considerando como tales, directa o indirectamente, a la mayor parte de las Repúblicas de la América española, poniendo en vigor por medio de tan hábil procedimiento, aunque de injusta y arbitraria manera, la doctrina de Monroe: América para los americanos.» Hilario Crespo, «Conmemorando el descubrimiento de América el día de la Raza», Festival para conmemorar la Fiesta de la Raza celebrado en el Teatro Real de Madrid el 12 de octubre de 1924, Madrid 1924.

1927 «No sólo con la mencionada tradición abstencionista rompen los intervencionistas; ignoran y niegan recientes manifestaciones, tales como las del Presidente Wilson, cuando en su Mensaje al Senado norteamericano, el 2 de Enero de 1917, decía: «Yo propongo, en suma, que las naciones adopten la doctrina de Monroe como doctrina mundial; que ninguna nación intente imponer su política a otra nación, sino que cada pueblo pueda determinar libremente su propia política y el modo de desenvolverse, sin ser estorbado, amenazado o intimidado, lo mismo el débil que el grande y el poderoso.» Las reproducidas palabras del malogrado apóstol de la paz parecen escritas pensando en el caso de Nicaragua.» Camilo Barcia Trelles & alia, «Los sucesos de Nicaragua y la solidaridad hispanoamericana», Revista de las Españas, Madrid 1927.

1927 «Los puntos que más les han interesado han sido: la Constitución de 1787, la doctrina de Monroe, la política internacional y las leyes de inmigración. En mi reciente conferencia de la Unión Iberoamericana («Trece años de labor docente americanista») podrá ver, quien lo desee, la mención de algunas de esas tesis de mis alumnos.» Rafael Altamira, «España, los Estados Unidos y América», Revista de las Españas, Madrid 1927.

1929 «La verdadera víctima de aquella declaración fué –aunque parezca paradoja– la misma América española, que, en aquella época, la recibió con verdadero y sincero entusiasmo, ofuscada por el efecto inmediato y ostensible que de la doctrina se derivaba: la seguridad de su independencia contra el peligro que en aquel entonces la amenazaba. Y no era fácil en aquellos momentos de exaltadas ilusiones patrióticas, logradas tras duros años de lucha, vislumbrar en el mismo intrumento libertador los gérmenes dominadores que entrañaba y, mucho menos, las modificaciones e interpretaciones que en el porvenir le habían de transformar en un formidable instrumento de opresión que, en los días que vivimos, la ahoga y la estruja como los anillos de una serpiente. […] Ante todo, la doctrina de Monroe es sólo un acto de fuerza; y, por las circunstancias especiales en que se proclamó, un acto de fuerza afortunado. Por lo mismo, es inútil investigar y discutir su valor jurídico. Una nación que se interpone entre la Metrópoli y sus posesiones sublevadas, y que se interpone con toda seguridad, puesto que sabe de antemano que la única nación que pudiera hacer fracasar su intento está a su lado… y nada más. La fraseología justificativa en que va envuelta la declaración, es fraseología huera de todo sentido jurídico, y, por lo tanto, de valor moral. Repartir formas de gobierno por zonas geográficas; pretender delimitar y regular relaciones internacionales por continentes y distancias; secuestrar la actividad de las naciones libres de un continente (nos referimos al americano), mutilando sus derechos esenciales, apelando para ello al pretexto de la paz y seguridad propia, pero sin tener en cuenta la paz, seguridad y derechos de los demás…, todo ello es de una endeblez y futilidad verdaderamente imponderables. Pero no es ese el aspecto de la doctrina que más nos interesa; nos interesa más estudiar el alcance práctico que se le quiso dar; la influencia beneficiosa que aparentaba tener para las naciones recién surgidas del nuevo continente. El primer error cometido por los expositores y comentaristas de la doctrina de Monroe y de su alcance, la primera ilusión que engañó las esperanzas de los que momentáneamente se vieron protegidos y asegurados fue la creencia y la ilusión de suponer que la nueva doctrina era y continuaría siendo para las nuevas naciones como un baluarte protector de su existencia nacional, de su seguridad, y, por lo tanto, de su ulterior progreso. Nada más lejos de la realidad. La declaración, ya desde entonces, entrañaba una formidable amenaza para los nuevos Estados.» Luis Izaga, S. I., La Doctrina de Monroe, su origen y principales fases de su evolución, Editorial Razón y Fe, Madrid 1929, páginas 32-34.

1930 «Pero ¡oh sorprendente acción del tiempo que todo lo transforma! En Francia se empieza a hacer justicia a España en este asunto. Es muy interesante un artículo publicado en «La Petite Gironde» de Burdeos, periódico de gran circulación en Francia, el día 6 de Enero de 1929. Titúlase «El imperialismo americano», y se refiere a los peligros que encierra para el hispanismo el imperialismo yanki, nacido de la doctrina de Monroe, de la conquista económica de las repúblicas hispanoamericanas, que es un hecho, y de su conquista moral, que es un intento.» Leopoldo Basa, El mundo de habla española, Cuadernos de Cultura, Valencia 1930.

1930 «El Pacto Americano. Don Manuel Torres, nacido en España, sobrino del arzobispo virrey de la Nueva Granada, D. Antonio Caballero y Góngora, se había refugiado en los Estados Unidos desde 1796. Torres fue el primer enviado de la América Española a quien se reconoció oficialmente con este carácter en Washington. Enfermo de muerte, sin fuerzas para tenerse en pie, llegó Torres a la presencia de Monroe. El presidente le ofreció asiento y le habló con una amabilidad que le arrancó lágrimas. Es notable que este español formulara el credo de la unión continental americana. Decía que el establecimiento de la monarquía en la Nueva España tenía por objeto «favorecer las miras de los poderes europeos sobre el Nuevo Mundo». Y añadía: «Esto es un nuevo motivo que debe determinar al presidente de los Estados Unidos a no demorar más una medida (el reconocimiento) que naturalmente establecerá un pacto americano, capaz de contrarrestar los proyectos de la Santa Alianza, y proteger nuestras instituciones republicanas».
Estas palabras, escritas por Torres en noviembre de 1821, iban a tener una repercusión en diciembre de 1823. Pero no para establecer el ensueño del pacto americano, sino para la determinación de una línea de política nacional. Los Estados Unidos se oponían a Europa, globalmente considerada, en atención a tres peligros; uno, relacionado con el problema de la seguridad; otro, con el de la expansión; el tercero, con el de la hegemonía.
El gobierno de Washington se preocupaba por el avance de Rusia, pues según el ukase del 4/16 de septiembre de 1821, esta potencia afirmaba sus derechos exclusivos sobre una zona de mar y tierra en el noroeste de América, que iba desde el paralelo 51 hasta el 71. Los Estados Unidos oponían derechos de ocupación y descubrimiento, junto con los que les daba el tratado de la cesión territorial hecha por España en 1819. Inglaterra también disputaba a los Estados Unidos parte de la costa del noroeste.
Aun cuando las pretensiones de los Estados Unidos encontraban a Inglaterra como aliada contra las de Rusia, el presidente Monroe, en su Mensaje del 2 de diciembre de 1823, hizo declaraciones que encerraban una manera de ver desfavorable también para Inglaterra. Es la parte que trata de colonización, y que de ningún modo se refiere a los países iberoamericanos: «Juzgamos que esta es la ocasión apropiada para afirmar, como principio que envuelve los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han asumido y que mantienen, no admitirán ninguna empresa de colonización que en sus territorios intente cualquiera de las potencias de Europa.»
Lo anterior pertenece al párrafo 7.° del Mensaje que contiene la llamada Doctrina de Monroe. El pasaje perdió toda importancia, por lo que respecta a Rusia, pues la cuestión quedó terminada en 1824. La disputa con Inglaterra fue más larga, y tuvo complicaciones, a las que me referiré.
El gobierno de Washington se mostraba inquieto también por las pretensiones políticas de Europa en lo relativo a los países hispanoamericanos. Esto debe entenderse del modo especial que preocupaba al gobierno de Washington. Acababa de emprenderse la intervención francesa en España para restaurar el poder absoluto de Fernando VII, como ya se dijo. Esta actividad política europea suscitaba dos géneros de cavilaciones. O bien las potencias de la Santa Alianza llevaban sus armas a América y se adueñaban de algunos territorios pertenecientes a los países colonizados por España, o bien Inglaterra, para oponerse, tomaba las armas y ella era la que obtenía ventajas. A los Estados Unidos no les interesaba entonces, como no les interesó después, que una potencia europea interviniese en el Río de la Plata o se apropiase las islas Malvinas. Pero la acción de Europa en Méjico y en los países antillanos les causaba terror. El peligro de la reconquista española era quimérico, aun suponiendo que Inglaterra permaneciese impasible y que la antigua metrópoli obtuviese auxilios de Francia, Rusia, Prusia y Austria, a menos que estas potencias aceptasen sacrificios ilimitados y agotantes. El gobierno de Washington sólo temía realmente una situación que ya había sido prevista por Jefferson en 1808, y que preocuparía al gabinete más de una vez en el transcurso del siglo XIX. Ese punto de vista se traduce en las siguientes palabras: «Con satisfacción veremos a Cuba y a Méjico en su actual dependencia (de España), pero no en la de Francia o Inglaterra, ya se trate de una subordinación política o mercantil. Entendemos que los intereses de aquellos dos países y los nuestros están unificados, y nuestro propósito no debe ser otro que el de excluir de este hemisferio toda influencia europea.»
El peligro de una organización monárquica, patrocinada por la Gran Bretaña, no era el menos alarmante para el presidente Monroe y sus consejeros. En las conversaciones del ministro inglés Canning con Rush, plenipotenciario de los Estados Unidos en Londres, se trató el punto. «No me opongo –decía Canning– a una monarquía en Méjico.» Lejos de ello, la aceptaba, sobre todo si se hacía con individuos de la rama borbónica de España. «Una monarquía en Méjico y otra en el Brasil anularían los males de la democracia universal.» Estas palabras y la notoria anglofilia de algunas repúblicas americanas, inquietaban a los colaboradores del presidente de los Estados Unidos. «Las noticias de la rendición de Cádiz a los franceses –dice uno de ellos– han causado tal efecto en el ánimo del presidente Monroe, que ya desespera de la causa de Sudamérica.» Dos días después, o sea el 15 de noviembre, Adams había encontrado la fórmula para que el Mensaje no fuese agresivo. Se hablaría del derecho de los pueblos para disponer de sí mismos. Y el 22 acudió al consejo llevando la fórmula. Había que suprimir todo lo que la Santa Alianza pudiese considerar como un ataque. «Si la Santa Alianza emplea hoy la fuerza, haremos lo posible por impedirlo; pero no llegaremos hasta el reto, que sería tanto como dirigir un golpe a Europa en el corazón.» Inglaterra había propuesto la acción conjunta, el 20 de agosto de 1823; pero poco después guardó silencio, absteniéndose de aclarar a Rush, el ministro de los Estados Unidos, que todo peligro, aun remoto, había desaparecido, pues por un protocolo que suscribieron el mismo Canning y el ministro de Francia, Polignac, el 9 de octubre, esta potencia se declaraba dispuesta a no intervenir en asuntos americanos. Tales fueron los antecedentes del Mensaje, el último de ellos desconocido para Monroe, cuando envió el documento, que contenía dos largos párrafos sobre intervención europea en la vida de los países americanos.» Carlos Pereyra, Breve historia de América, M. Aguilar, Madrid 1930, págs. 660-663.

1931 «El mero deseo de un político norteamericano, Mr. William G. McAdoo, de que la Gran Bretaña y Francia transfieran a los Estados Unidos, para pago de sus deudas de guerra, sus posesiones en las Indias occidentales y las Guayanas inglesa y francesa, basta para que dé la voz de alarma un periódico tan saturado de patriotismo argentino como La Prensa, de Buenos Aires, que proclama (18 de noviembre, 1931), que todos los pueblos hispanoamericanos abogan por 'la independencia de Puerto Rico, el retiro de tropas de Nicaragua y Haití, la reforma de la enmienda Platt y el desconocimiento, como doctrina, del enunciado de Monroe'.» Ramiro de Maeztu, «La Hispanidad», Acción Española, Madrid 1931.

1934 «Bryce, que habla de España peor que un mal español, nos señala así nuestra posición ante América: «El primer movimiento, dice, de quien está preocupado, como lo está hoy todo el mundo, por el desenvolvimiento de los recursos naturales, es un sentimiento de contrariedad al ver que ninguna de las razas continentales de Europa, poderosas por su número y su habilidad, ha puesto las manos en la masa de América; pero tal vez sea bueno esperar y ver las nuevas condiciones del siglo que viene. Los pueblos latino-americanos pueden ser algo diferente de lo que en la actualidad aparecen a los ojos de Europa y de Norteamérica. ¿Se dará tiempo a las sociedades iberoamericanas para que hagan esta experiencia, antes que alguna de las razas occidentales, poderosas por su número o habilidad, les imponga la ley?» ¿Dictó estas palabras, decimos nosotros, el miedo a Monroe, o son un estímulo para que las razas poderosas y fuertes se resuelvan a anular nuestra influencia en América? He aquí expuestos en toda su crudeza los términos del problema: o trabajamos por la hispanidad, o somos suplantados por otros pueblos, por otras razas, más fuertes y menos perezosas.» Isidro Gomá Tomás, «Apología de la Hispanidad», Acción Española, Madrid 1934.

1936 «Alamán es el único ministro de Relaciones que México ha tenido. Su mirada estuvo abierta a las exigencias de la hora y a la consideración del porvenir. Recién independizado México era natural que buscara apoyo en los países de la misma sangre. La voz de unión había venido ya del sur. Bolívar citó al Congreso de Panamá. Pero el mismo Bolívar ideó un plan bastardo. Invitó a los Estados Unidos y proclamó a Inglaterra «Protectora de la Libertad del Mundo». (Véase Pereyra, Breve Historia de América). Al disolverse el Congreso de Panamá quedó convenido que los delegados se reunirían nuevamente en Tacubaya, suburbio de la capital de México. El Congreso de Tacubaya no llegó a reunirse porque los hombres pequeños que se habían hecho del mando en las distintas naciones de América, no veían más allá de sus narices, no se preocupaban sino de la intriga local y de la adulación de los poderes nuevos: Inglaterra y los Estados Unidos. Nuestros destinos también comenzaron a oscilar entre los dos polos de la extraña influencia. Inglaterra formuló por medio del ministro Canning, la tesis de que no se permitiría el restablecimiento de la influencia europea en América. Los imbéciles, en América, tomaron este gesto como una gracia, una protección de las nuevas nacionalidades. En realidad, era la consumación de la tarea inglesa de varios siglos. En vano España, con sus aliados europeos de la Santa Alianza, intentó contener la obra comenzada por los bucaneros de la época de Isabel de Inglaterra. El comercio del Nuevo Mundo comenzó a ser inglés, no obstante haberse consolidado el dominio político de Inglaterra por causa de las acciones heroicas de Buenos Aires y Cartagena. La declaración de Canning quería decir: Fuera Europa de lo que hoy es mío. Pero el imperialismo inglés se había bifurcado. Para los Estados Unidos la Independencia no fue decaimiento sino comienzo de un incomparable ascenso. Los Estados Unidos no se dedicaron a matar ingleses; se dedicaron a imitar a los ingleses y a sentirse ingleses en la ambición; el decoro y el poderío. Por eso cuando Canning formuló el dogma de que América no era campo para la dominación europea, salvo la inglesa, los hermanos ingleses en los Estados Unidos proclamaron por boca de Monroe: «Que los Estados Unidos no admitirían ninguna empresa de colonización que en los continentes americanos intente cualquiera de las potencias de Europa.» Esta declaración es de fecha 2 de diciembre de 1823. Sólo la mala fe ha podido dejar que corra la especie de que Doctrina Monroe tenía por mira proteger a las nacionalidades nuevas de las invasiones de Europa. España ya no podía invadirnos, había sido derrotada totalmente en el sur. Inglaterra también había fracasado en sus intentos de ocupación de territorios. La Doctrina Monroe, en realidad equivalía una declaración de la procedencia yankee en las cuestiones del Nuevo Mundo. Lo que preocupaba a los Estados Unidos era que Francia o Inglaterra se adelantasen apoderándose de Cuba, que ya se habían reservado para sí. Por eso lo primero que hizo Poinsett fue destruir los planes que México y Colombia habían concentrado para libertar a Cuba y anexarla a México, lo que hubiera sido natural y debido. Para la expedición de Cuba contaba Colombia con doce mil hombres aguerridos, listos para embarcarse en Cartagena. México debía suministrar asimismo tropas y embarcaciones. Poinsett, siempre vigilante, intrigó contra el proyecto que Alamán proyectaba. Los Estados Unidos se movieron también en Colombia, amenazaron. Con eso bastó. […] Alegaba Alamán la diferencia de circunstancias, nuestra comunidad de origen y solidaridad anterior a la Independencia, y Clay hablaba de que los Estados Unidos con la doctrina Monroe, garantizaba la independencia americana. El resultado fue que Colombia ya no ratificó el tratado. El plan genial de Alamán de sustituir con una serie de pactos aduaneros, la federación que había fracasado en Panamá, quedó deshecho. Y quedó constituido, desde entonces, el Panamericanismo como un obstáculo para la integración del hispanoamericanismo. Tan peligroso había sido el plan Alamán frente al plan Monroe, que el panamericanismo triunfante ha procurado echar en olvido, borrar de la historia, el nombre mismo de don Lucas Alamán. Pero no quedó corto Clay. Mientras se servía de la Doctrina Monroe para obtener las mismas ventajas que los países hispanoamericanos, cuidó de precisar que la Doctrina Monroe no constituía alianza de los Estados Unidos y las naciones del sur. La Doctrina Monroe, explicó, es una declaración de principios de la política exterior norteamericana, que los Estados Unidos pueden interpretar libremente, según las circunstancias. En efecto, nunca la han aplicado a colonias inglesas como Jamaica.» José Vasconcelos, «Hispanismo y Monroísmo», en Breve historia de México [1936], Obras Completas, Libreros Mexicanos Unidos, México 1961, tomo IV, págs. 1542-1545.

1941 «Por lo demás, si se prescinde de Inglaterra, Europa ha respetado siempre la doctrina de Monroe. Los Estados de las dos Américas pueden solventar como quieran sus asuntos. Nosotros no nos inmiscuimos. Pero tanto más respeto exigen Europa y Asia Oriental para su propia «doctrina de Monroe». América puede hacer cuanto le plazca en defensa de su hemisferio, pero ni a un niño puede convencerse ya de que necesita protegerlo hoy en el África Central, Batavia o los Urales.» A. E. Johann, «Roosevelt, ¿Emperador de la Tierra?», Signal, Berlín 1941.

1967 «Hay gente todavía apegada a las teorías del fatalismo geográfico que creen el mundo en la época de la Doctrina Monroe, cuya síntesis de «América para los Americanos» constituía el reflejo de una situación completamente distinta, en la cual nuestro continente tenía que protegerse contra la expansión imperialista europea; en un mundo de grandes distancias y con rudimentarios medios de comunicación.» Fabricio Ojeda, «La revolución verdadera, la violencia y el fatalismo geo-político», Pensamiento crítico, La Habana 1967.

2001 «(4) Alternativa panamericanista: América del Sur es parte formal del continente americano. George Washington en su Discurso de despedida de la Presidencia (1797), en el que fija el continentalismo panamericano como horizonte de la política de los Estados Unidos de América; James Monroe (1823) y su política de no interferencia (a partir de 1889-90, Primera Conferencia Panamericana, toma cuerpo la ideología panamericanista, según la cual todos los países del continente son iguales entre sí). Tratado Americano de Asistencia Recíproca. Esta alternativa toma fuerza tras la Segunda Guerra Mundial: TRIAR de Río de Janeiro (1947); Conferencia Interamericana de Bogotá (1947); PAM (1951); Escuela Militar de Las Américas (Panamá 1954); Conferencia Internacional de Punta del Este (1961) y la OEA. La corriente filosófica principal adscribible a esta línea sería la filosofía analítica anglosajona, con fuerte implantación en México y otros países» Gustavo Bueno, «España y América», Catauro, La Habana 2001.

Sobre la Doctrina de Monroe en el proyecto Filosofía en español

1859 La Doctrina de Monroe, El Clamor Público, Los Ángeles, 29 de enero de 1859.

1915 Doctrina de Monroe (Enciclopedia Espasa, 1915, 18:1717-1718).

1918 Doctrina de Monroe (Enciclopedia Espasa, 1918, 36:282-284).

1919 Edwin Elmore, [La doctrina de Monroe]

Santiago Armesilla - Bicentenario de la Doctrina de Monroe - EFO 322 (2h 31m)

Escuela de Filosofía de Oviedo · 27 de noviembre de 2023

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