Filosofía en español 
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Santiago Monroe  1759-1831

Santiago Monroe

Quinto presidente (1817-1825) de los Estados Unidos de América del Norte, personaje clave en la gran expansión territorial realizada por los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XIX. Monroe no sólo fue protagonista de algunos de los más importantes tratados que dieron a ese país extensos territorios a cambio de dólares, sino que dotó a los Estados Unidos de los planes y programas precisos para orientar su política exterior, la «Doctrina de Monroe». Y sin embargo, Monroe no ha recibido la consideración que sus compatriotas han otorgado a un largo número de próceres de la independencia y de la historia norteamericanas. Washington, Jefferson, Madison, Hamilton, Franklin, Adams, Paine, Lincoln, T. Roosevelt, F. D. Roosevelt, Kennedy y seguramente alguno más ostentan mayor popularidad que Monroe en su propio país.

James Monroe nació en Virginia en 1758 de ascendientes escoceses y galeses. Entró a la universidad en 1774 pero la dejó en 1776 para luchar en la Guerra de Independencia norteamericana respecto de Inglaterra. En 1780 comenzó la carrera de leyes, siendo entonces Thomas Jefferson gobernador de Virginia, naciendo una amistad entre ambos que marcó de forma importante su carrera política. Fue elegido al Congreso de la Confederación, donde sirvió entre 1783 y 1786, y al Senado en 1790. Allí defendió vigorosamente el derecho de los Estados Unidos a navegar el río Misisipi. Opuesto a la administración de George Washington, fue sin embargo nombrado por éste ministro en París en 1794, esperando que allí facilitara la aceptación por Francia del Tratado Jay entre Estados Unidos e Inglaterra, que intentaba resolver conflictos entre los dos países, remanentes de la Guerra de Independencia. El tratado gustó muy poco en los Estados Unidos, y Monroe intimó a los franceses que no sería ratificado, que la administración de Washington podía ser derrocada y que las cosas podrían mejorar si en 1796 fuera elegido Jefferson. Sin conocer estas intrigas, Washington lo retiró de París en 1796. Al volver publicó en defensa de su gestión Un examen de la conducta del Ejecutivo en las relaciones exteriores de los Estados Unidos y fue elegido, desde 1799 hasta 1802, gobernador de Virginia.

Existía por entonces cierta inquietud en los Estados Unidos por la retrocesión de la Luisiana, que España realizó a Francia en 1800, mantenida en secreto por Napoleón hasta fines de 1801, y la presencia de un ejército francés en Haití. A fines de 1802 el gobernador todavía español de Luisiana retiró el «derecho de depósito» en Nueva Orleans a comerciantes norteamericanos que utilizaban el Misisipi como vía de salida y entrada de las mercancías de su margen izquierda, que entonces señalaba el límite de la Unión, lo que agravó la situación y la amenaza de una guerra.

El entonces presidente Jefferson, resuelto a lograr sus propósitos a través de medidas pacíficas, nombró a Monroe ministro plenipotenciario ante Francia y lo envió a París, junto con el embajador residente Robert R. Livingston, para negociar la compra del territorio de la desembocadura del Misisipi, incluida Nueva Orleans, y colaborar con el ministro en Madrid, Charles Pinckney, en procurar la cesión de las Floridas (Este –desde el Atlántico hasta el río Perdido– y Oeste –desde el río Perdido hasta el Misisipi–). Estaban autorizados a ofrecer hasta diez millones de dólares por todo ello. Si Francia rehusaba, podían ofrecer hasta siete millones y medio por Nueva Orleans, y si esta propuesta no prosperaba, debían negociar un «derecho de depósito» en esa ciudad a perpetuidad.

Monroe llegó a París el 12 de abril de 1803. Un día antes, el 11 de abril, el mismo día que Francia rompía relaciones con Inglaterra, su ministro de exteriores Talleyrand preguntó al embajador Livingston: «¿Cuanto darían Uds. por toda la Luisiana?» El sorprendido Livingston contestó que su gobierno no se negaría a pagar cuatro millones. «¡Muy poco!», respondió Talleyrand, «reflexione y vuelva a verme mañana». Napoleón ya había decidido vender, pues el fracaso de su expedición a Santo Domingo había reducido mucho el valor de la Luisiana para Francia, y la guerra en ciernes con Gran Bretaña dejaba la Luisiana expuesta a una fácil conquista inglesa, pues los franceses no contaban con fuerza en el Caribe para defenderla. Ambos embajadores norteamericanos decidieron excederse en sus atribuciones y llegaron a un acuerdo con Francia, que firmaron el 2 de mayo de 1803 (retroactivo al 30 de abril), por el que Francia cedía la Luisiana a los Estados Unidos, a cambio de doce millones de dólares en efectivo y tres millones en condonación de reclamaciones. El territorio adquirido sumaba más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados, más que Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, España y Portugal juntas, aunque sus límites exactos no quedaron bien definidos en el momento de la firma del tratado.

En julio de 1803 Monroe asumió nuevas funciones como ministro en Londres y en el otoño de 1804 se trasladó a Madrid, para asistir a Pinckney en sus esfuerzos por adquirir a España las dos Floridas y definir satisfactoriamente los límites de la Luisiana, recien comprada a Francia. Después de negociar sin éxito hasta mayo de 1805, Monroe regresó a Londres, y en diciembre de 1807 a los Estados Unidos. Las cuestiones pendientes con España no se resolverían hasta los años de su propio mandato presidencial.

Con Madison en la presidencia, Monroe fue secretario de Estado a partir de 1811 y secretario de Guerra y Estado a partir de 1814. Monroe fue elegido presidente en 1816, y re-elegido en 1820 con todos los votos del colegio electoral menos uno. Su mandato estuvo marcado por tres hitos importantes en la expansión territorial y las relaciones internacionales de los Estados Unidos: la adquisición de las Floridas a España (1819-1821), el reconocimiento de las nuevas repúblicas en Sur y Centro América (1822) y la enunciación de la Doctrina Monroe (1823).

La invasión napoleónica de España en 1808, y la consiguiente Guerra de la Independencia nacional española, había desencadenado el inicio de la desmembración del imperio español en América. Aprovechando estas circunstancias Florida Oeste (del Misisipi hasta el Perdido) fue anexionada unilateralmente a la Luisiana en 1810 y 1812 por iniciativa de sus pobladores yanquis. En 1819 corría España el peligro de perder también Florida Este (del Perdido hasta el Atlántico) por un proceso similar y tenía interés en dejar definidas las fronteras entre México y el territorio de Luisiana antes de que muchos colonos yanquis llegaran a esa zona. El secretario de estado bajo Monroe, John Quincy Adams, negoció con el ministro de exteriores español, Luis de Onís. A pesar de la insistencia inicial española a sus derechos sobre la mayor parte del territorio en cuestión, Adams pudo conseguir una frontera, entre la Luisiana y el territorio de Texas, absolutamente favorable a sus intereses. La frontera quedó fijada en la margen occidental de los ríos Sabine, Rojo y Arkansas hasta la cresta continental de las Montañas Rocosas. Desde ese punto la línea fronteriza seguía el paralelo cuarenta dos hacia el Oeste hasta el Océano Pacífico. España renunciaba a sus reclamaciones sobre el territorio de Oregón. El tratado, firmado y ratificado en 1821, fue muy bien acogido, dado el precio de adquisición de la Florida, cinco millones de dólares, pagados directamente a ciudadanos americanos que mantenían reclamaciones contra España, y supuso para por Estados Unidos el establecimiento de la frontera del Oeste y la amplia salida al Pacífico.

Restaurado en 1814 el absolutismo en España, Fernando VII pretendió la sumisión incondicional de los adalides independentistas hispanoamericanos, que todos rechazaron. El rey, sin embargo, disponía de un ejército y de una flota. Para 1816 se había reducido a todos los nuevos estados, excepto La Plata, y se había restaurado el sistema colonial español. Pero las cosas comenzaron a cambiar a partir de 1817, cuando San Martín y O'Higgins invadieron Chile cruzando los Andes desde Argentina, y Bolívar desembarcó en Venezuela desde Jamaica, donde estaba exiliado, propagando la revolución por la cuenca del Orinoco. Mientras tanto, en España, Fernando VII se enfrentaba a una creciente oposición a su política absolutista que culminó con el alzamiento del general Riego en 1820, la pérdida del poder por el rey Borbón y el trienio liberal. Es durante este periodo cuando se consolida la independencia de las naciones de Sur y Centro América.

Hasta 1821, los Estados Unidos habían adoptado una actitud expectante ante el proceso de transformación del imperio español, no reconociendo a ninguna de las nuevas naciones que de él se habían generado y se iban emancipando, por dudar de su viabilidad militar y política, y por temor a ofender a España mientras estaban pendientes las negociaciones de la Florida y los límites de Luisiana. Se deseaba su independencia para proteger el propio aislamiento, pero no tanto como para arriesgar la guerra con potencias europeas. El presidente Monroe y su ministro Quincy Adams no tenían tampoco el proyecto de liderar una unión panamericana y, mientras Europa no interviniera activamente, aceptaban que España y las nuevas repúblicas hispanas lo dirimieran entre ellas.

Pero cerrada ya la compra de la Florida, y tras lo acontencido aquellos meses, en otoño de 1822 toda la América continental, desde los Grandes Lagos hasta el Cabo de Hornos, era independiente y todas sus naciones, excepto México y Brasil, eran repúblicas. Sólo se mantenían bajo control de potencias europeas Belice, Alto Perú (luego Bolivia) y las Guayanas. En su mensaje al Congreso de 8 de marzo de 1822, el presidente Monroe declaró que los nuevos gobiernos de La Plata, Chile, Perú, Colombia y México mantenían el «disfrute pleno de su independencia», que no se tenía ni «el proyecto más remoto de privarles de ella», y que tenían el «derecho a ser reconocidos por otras potencias». Poco después los norteamericanos establecieron relaciones diplomáticas con esas cinco nuevas naciones.

Mientras tanto, en Europa, tras el último congreso de la Santa Alianza, el de Verona en 1822, se produjo la penetración en España del ejército francés conocido como los Cien mil hijos de San Luis, que logró restaurar en el absolutismo a Fernando VII. Parecía inminente que una fuerza expedicionaria franco-española tratara de restablecer el dominio español en Sudamérica. George Canning, el ministro de exteriores británico, temeroso de que ése proyecto pudiera realizarse, propuso el 16 de agosto de 1823 a Richard Rush, embajador norteamericano en Londres, la posibilidad de una declaración conjunta que impidiera tal intervención. El texto de la proposición llegó a Washington en octubre, e inmediatamente el presidente Monroe envió copias a Jefferson y a Madison, con su propia carta en la defendía que tal proposición debía aceptarse.

Tanto Madison como Jefferson reaccionaron favorablemente. Madison propuso una declaración adicional que apoyara a Grecia, entonces en lucha por liberarse del dominio turco. Jefferson consideró tal coyuntura como la más importante desde la independencia, y planteó la posibilidad de anexión de alguna de las provincias españolas, que luego descartó. La referencia a Cuba es reveladora: «¿Deseamos adquirir para nuestra propia confederación una o más de la provincias de España? Confieso cándidamente que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él, colmarían la medida de nuestro bienestar político.»

El astuto y experimentado Quincy Adams, secretario de estado, tenía además otras ideas. Muy nacionalista y sospechoso de la Gran Bretaña, en la reunión de gabinete que él mismo relata del 7 de noviembre de 1823, declaró su opinión de que: «Sería más candoroso, y a la vez más digno, exponer de forma explícita nuestros principios ante Rusia y Francia, que presentarnos en una barquilla a la estela del buque de guerra inglés.» Adams también consideraba que la cuestión trascendía a la América hispana. El Imperio ruso ambicionaba extenderse hacia el Sur por la costa americana del Pacífico y en 1821 había reclamado el territorio hasta los 51º Norte, dentro ya del territorio de Oregón. También había hecho desprecio del «agonizante republicanismo» y el Zar se había negado a recibir a los embajadores en Rusia designados por la nuevas naciones americanas, lo que Washington consideraba como ofensivo.

Aunque los conceptos básicos de la doctrina Monroe, contenida en el mensaje al Congreso el 2 de diciembre de 1823, corresponden a John Quincy Adams, el presidente Monroe asumió la responsabilidad de darles cuerpo en ese mensaje presidencial que él mismo redactó, utilizando un lenguaje más conciso que el que hubiera utilizado Adams, y que sirvió de declaración al mundo. Monroe no incluyó una defensa del republicanismo o una crítica al colonialismo, ambas a ultranza, deseadas por Adams, pero accedió a dejar solo una leve defensa de Grecia, asunto sensible en los Estados Unidos, por el temor de Adams a ofender a la Santa Alianza que respaldaba a Turquía.

Los principios de la doctrina proclamada originalmente se pueden resumir en tres puntos: no a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo, abstención de los Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americano.

Sobre Santiago Monroe en el proyecto Filosofía en español

1918 “Santiago Monroe” (EUI 1918, 36:285-286)

Doctrina de Monroe

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