Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, agosto de 1919 · número 14
año II, vol. III, páginas 145-148

[Edwin Elmore]

Revistas de revistas

[ La doctrina de Monroe ]

La Reforma Social. Revista mensual de cuestiones sociales, económicas, políticas, parlamentarias, estadísticas y de higiene pública. Junio, 1919. Nueva York.

Soplan vientos de pesimismo en el campo ideológico de las conquistas del Derecho Internacional. Todos los que no se hicieron muchas ilusiones a cuenta de las promesas de los dirigentes de las que acaso sea justo denominar «oligarquías plutocráticas» de Occidente están viendo confirmarse sus desconfianzas; primero, con el revuelo de críticas, sátiras y controversias motivadas en Europa y América por los viajes de Wilson y sus actitudes que, sin satisfacer por completo a ningún pueblo, a todos los dejaba en suspenso y un tanto descontentos, conforme lo ha puntualizado el ilustre publicista inglés Sir John Foster Fraser en su artículo titulado «What Europe thinks of Woodrow Wilson» y después, con las actividades desplegadas por el grupo principal del partido republicano de los Estados Unidos en torno a ciertas enmiendas que se pretende introducir en el Estatuto de la Liga de las Naciones con el fin, según dicen esos políticos de la escuela y las inspiraciones de Roosevelt, de mantener incólume la Doctrina de Monroe. ¡La sonaja eterna!

Tres artículos relacionados con estos tópicos contiene el indicado número de La Reforma Social, dos de ellos debidos al experto internacionalista y buen amigo del Perú señor D. Jacinto López: «La Liga de las Naciones y la América Latina» y «La más grave cuestión internacional de América» (quinta parte), y el otro, firmado por el conocido publicista cubano D. Orestes Ferrara, «Viena 1815 - París 1919», breve parangón histórico, éste, de los congresos internacionales reunidos en las mencionadas ciudades y fechas, después de sendas y sangrientas guerras. Como es nuestro intento trascribir éste artículo, pleno de interesantes sugerencias en el momento actual, vamos a referirnos de preferencia a los otros dos para que, así, los lectores de Mercurio Peruano puedan formarse un concepto siquiera sea aproximado de la manera cómo se miran en los altos círculos intelectuales a que hacemos referencia los grandes problemas internacionales de nuestra época.

En el artículo sobre la Liga de las Naciones y la América Latina, Jacinto López se constituye, en forma tan atinada y correcta como enérgica, en adalid de nuestros más caros intereses políticos e institucionales, [146] frente al grupo de los que llama con expresión muy eficaz, propulsores del «monroísmo ortodoxo»: Knox, Lodge, Root y Hughes, cautelosos, celosos y previsores leaders del vergonzante imperialismo del Norte. –Según lo expuesto en el citado artículo, resulta que los Estados Unidos se reservan, mediante las enmiendas ideadas por los mencionados monroístas ortodoxos, «se reservan un poder discrecional y supremo, una especie de poder de reto final en cuestiones internacionales latinoamericanas que en cualquiera otro continente serían, de hecho y sin discusión alguna, de la plena y única competencia de Liga de las Naciones. ¿Es esto –pregunta el articulista– compatible con la soberanía e independencia de las naciones latinoamericanas?» Todo este movimiento responde, como bien lo observa el señor López, a las aspiraciones yanquis de absoluta preponderancia, y más aún, de dominio omnímodo en América. Y ese velado pensamiento de los hábiles políticos norteamericanos, dejado traslucir por el menos tímido de ellos o el más sincero en una frase que López cita, tiene su expresión ya no sólo franca sino estridente en las palabras del famoso Secretario del presidente Cleveland, Mr. Olney, en su nota de Junio 20 de 1895 en la controversia de límites con Venezuela, declaración que ha repercutido como un martillazo en los ámbitos de nuestra América y que decía así: «Los Estados Unidos son hoy prácticamente soberanos en este continente, y su fiat es ley en las cuestiones a las cuales confina su interposición»–. Era, como se ve, una situación de clarísima violencia que quiere retrotraerse hoy, olvidando multitud de circunstancias que modifican fundamentalmente las posiciones relativas de nuestros países. Basta citar los nombres de dos argentinos: Drago y Saenz Peña para hacer ver cómo, sin necesidad de apelar a las generosas declaraciones de Wilson, el derecho público americano debe regirse en adelante por algo más que la mera voluntad de los corifeos norteamericanos que, como en el caso de Panamá, bien puede no estar legalmente autorizada. –El comentario que el señor López opone al orden de cosas que se quiere instaurar es, como todos los suyos, terminante: «Es sin duda –dice– un hecho inesperado, extraño y sorprendente que una gloriosa innovación{1} como la Liga de las Naciones traiga consigo la más concluyente comprobación de la dependencia y subordinación de la América Latina en los problemas y cuestiones de política internacional. Todas las naciones, grandes y pequeñas de todos los continentes, estarán en un pie de igualdad con respecto a la Liga de las Naciones, menos la América Latina. Todas las naciones podrán formar parte de la Liga, conforme, por supuesto, al pacto o contrato constitutivo que en realidad es una alianza; pero no está claro aún que las naciones de la América Latina podrán libremente ser miembros, y en caso afirmativo, que con respecto a ellas sean plenamente aplicables en todas las circunstancias las funciones y facultades de la Liga». –Refiriéndose, después, a la situación que se pretende crear y según la cual sería difícil, por una parte, establecer cuáles serían las cuestiones puramente americanas sobre las que no tendría jurisdicción el llamado Consejo ejecutivo de La Liga, [147] y por otra, cuáles serían las cuestiones en que la Liga tendría ingerencia tratándose de cuestiones en las que pueblos americanos estuviesen interesados; hace ver el articulista las complicaciones que surgirían, terminando por hacer mención de nuestra cuestión con Chile en la siguiente forma: «Hay –escribe– una grave cuestión internacional pendiente de solución en América, la cuestión resultante de la guerra de conquista de Chile contra el Perú y Bolivia en 1879. En nombre de la Doctrina Monroe, los Estados Unidos se opusieron entonces a la intervención europea, y la conquista fue posible por la interposición y la inercia de los Estados Unidos. ¿Cuál será ahora su concepción de las cosas, cuando el Perú, por ejemplo, apele a la Liga de las Naciones para la solución de esta disputa conforme al derecho y la justicia?»…

La acusación que contra la patria del gran amigo de nuestra América, Henry Clay, envuelven las anteriores frases nos lleva derecho al tema tratado por el mismo Jacinto López en la quinta parte de su brillante y admirablemente documentado estudio sobre la cuestión del Pacífico. Sin pronunciarnos sobre la mayor o menor responsabilidad que toque a los Estados Unidos en ese borrón de la historia de América (que por desgracia no es el único) que es la conquista de Atacama, Tarapacá y Tacna, delicadísima cuestión para nosotros los peruanos, y en la que, como su verá luego, no nos será dado levantar la voz para acusar a ningún extraño que no sea el detentador, por lo mismo que no supimos auspiciar con el orden interno una intervención justa y salvadora; sin pronunciarnos a ese respecto, decimos, vamos a hacer una breve reseña del importante artículo del señor López, aprovechando la oportunidad que se nos brinda para vulgarizar ciertos hechos poco conocidos de la generalidad y que son de particular interés para nuestro punto de vista.

Dos hechos culminantes pone de manifiesto ese escrito. Es el primero, la rapidez con que fue reconocido el Gobierno de García Calderón, raro caso en la historia del Departamento de Estado Americano; y el segundo, cómo los egoísmos partidaristas impidieron que ese gobierno se consolidara, obligando al ministro Hurlbut a emprender una campaña de catequización, delicada y morosa, para que se le sometieran los bandos que ejercían autoridad en las diversas secciones del territorio nacional.

Lo primero fue indudablemente un triunfo diplomático del ministro confidencial del Perú en Washington, Dr. Juan Federico Elmore, quien, educado en los Estados Unidos, y con perfecto conocimiento del espíritu que rige la política americana de reconocimiento de gobiernos de hecho, hizo valer como argumentos decisivos: 1º que García Calderón reconocía la constitución que Piérola había derogado haciéndose dictador; 2º que el movimiento encabezado por él tenía por objeto hacer desaparecer el estado de guerra. El Dr. Elmore había sido presentado al presidente Garfield por el General Grant, antes de la conferencia con Blain a que se refiere López, y así se explica aquel reconocimiento fulminante de aquella creación, no obstante las prevenciones del ministro americano en Lima Mr. Christiancy, pues el gobierno norteamericano se basa en una política netamente presidencial.

El 2º punto a que nos hemos referido entraña una enseñanza que deben tener muy presente quienes sientan latir en el pecho un corazón peruano: [148] se perdió la partida, después de estar casi ganada, por la demora incalificable en la unificación del país, no obstante la actitud resuelta de Hurlbut en pro de la doctrina de paz sin cesión de territorio.

Se agrega a este enorme daño, el causado por las dificultades halladas para el envío de fondos a la Legación: ¡se envió por toda habilitación un giro por quinientas libras! y una simple orden a los agentes financieros, residentes en Europa, para que se remitiera el envío de toda acción, o sea dinero. –Se llegó a remitir por pequeñas remesas y en el curso de tres años, cincuenta mil dollars «para que se procurara salvar el territorio nacional», según los términos del Dr. Rosas; hecho que, según dijo el Dr. Elmore, en años posteriores, en las Cámaras, como ministro de Relaciones Exteriores, «llenaba de vergüenza y humillación a quienes tuvieran en las venas sangre generosa».

Y una vez en esto, conviene dar a conocer un hecho generalmente ignorado. –El señor López explica perfectamente cómo el «clavo» de la negociación de paz sin cesión de territorio estaba en poder ofrecer una amplia indemnización pecuniaria. Pues bien, para que García Calderón pudiera ofrecerla, como lo hizo rotundamente, fue preciso que el Dr. Elmore se constituyera en Europa y procediera a dar cima a la negociación que ofreció diez y seis millones de libras esterlinas o sean 80.000.000 de soles fuertes.– ¡Es así como se actúa entre nosotros, y así cómo se complican las negociaciones!

E. E.

——

{1} Ya se verá por el artículo de Ferrara cómo la cosa no es tan nueva como parece.

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