Filosofía en español 
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Democracia como Institución: Nematología y Tecnología

[ 883 ]

Racionalidad tecnológico-pragmática de la democracia
Irracionalidad ideológico-nematológica: ficciones jurídicas

Las democracias {políticas, procedimentales y capitativas (primer analogado de la democracia} [882] tienen una estructura institucional [876], por cuanto estas democracias han de considerarse como entramados de instituciones, organizadas como un Estado de derecho [609-638], que regulará sus pasos a través de la Constitución política [834] que la misma sociedad “se ha dado a sí misma”. […]

La racionalidad de la democracia, según su momento ideológico, es fundamentalmente de orden jurídico (el “Estado de derecho”) y, como tal, su racionalidad, de naturaleza teorética, se mantiene en el terreno formalista, que necesita hacer uso constante de hipótesis o de ficciones jurídicas. Ante todo, la ficción del elector individual y libre (con libertad de coacción), libertad que se alimenta del acto de votar individualmente a un representante o a una ley con la ilusión de no estar coaccionado por nadie, y de someterse a los resultados de la votación en virtud de su propia voluntad de acatamiento de la ley de la mayoría. Esta ficción es el fundamento del Derecho penal (la imputabilidad), según el principio societas delinquere non potest (es un secreto a voces que la conducta de un terrorista está determinada por el grupo social al que pertenece; sin embargo, los ilícitos cometidos por este individuo se imputarán a él mismo, segregándolo del grupo, por ficción jurídica). La ficción es también el fundamento del mercado libre, que se basa en el supuesto (o ficción) de la libertad de la demanda espontánea del consumidor [831-833]. En tercer lugar, la ficción de la representación parlamentaria, en virtud de la cual el “pueblo soberano” [891] se considera representado en la asamblea, dejando de lado la “cortadura” entre el cuerpo electoral (“el pueblo”) y sus diputados. [896-897]

La aceptación, por las minorías, de las leyes establecidas por la mayoría, es la clave de la democracia, y suele considerarse como “la grandeza de la democracia”. Aunque tanto podría considerarse como su miseria [891], si tenemos en cuenta que esta aceptación es muchas veces incoherente con los principios de la minoría derrotada, es decir, cuando la aceptación es, a todas luces, irracional desde el punto de vista de la coherencia formal. La práctica de la democracia equivale, aquí, a separar los contenidos de las normas y la forma legal asumida por la norma tras su victoria parlamentaria. Una ley, como la ley del aborto [527-529] permisivo, considerada por la minoría en el debate parlamentario como criminal, comenzará a ser respetada, en cuanto “ley democrática”, una vez que el parlamento la haya votado por mayoría. Pero es evidente que este respeto a la ley no puede ir dirigido a la materia de esta y (que seguirá siendo despreciable por la minoría), sino a su envoltura, a la forma de la ley. La contradicción irracional, implícita en la aceptación de la minoría en su acatamiento a la mayoría, se resuelve por la ilusión o ficción jurídica de que en la próxima legislatura (o en otras ulteriores) la minoría habrá podido crecer hasta alcanzar la mayoría, haciéndose capaz de derogar democráticamente la norma hasta entonces victoriosa.

No parece viable, según esto, el camino que siguen quienes intentan fundar la racionalidad de la democracia genuina en sus momentos ideológicos (o nematológicos).

La racionalidad de la democracia, en este terreno, es solo teorético-doctrinal, una racionalidad más próxima a la racionalidad teorético doctrinal propia de la Teología dogmática [835] que a la racionalidad teorético doctrinal de las matemáticas o de las ciencias positivas.

Sin embargo, la condición irracional (o no racional) de la democracia, considerada en su momento ideológico, no es incompatible con la racionalidad pragmática [878] de su momento tecnológico. Una racionalidad estrechamente vinculada con la democracia procedimental [880] y con la “grandeza de la democracia”.

Una racionalidad que cabría fijar en la recursividad del procedimiento democrático, mediante esa aceptación de las minorías que precisamente hace posible la recurrencia cíclica de la asamblea.

Pudiéramos definir esta racionalidad tecnológica-pragmática de la democracia por lo que tiene de “autofundamentación recursiva”. Si la minoría acata, en la legislatura n, las normas victoriosas de la mayoría, podrá asegurarse que la asamblea sigue viva en el momento de la legislatura n+1. Si ocurre lo mismo aquí (aunque el sentido de la votación haya dado un vuelco), podrá asegurarse que la democracia parlamentaria continúa viva en la legislatura (n+1)+1, y así indefinidamente. Se trata de una recurrencia factual (existencial) no esencial; por tanto, de una recurrencia que no puede confundirse con la llamada “inducción matemática” (“cuando una propiedad vale para los números enteros que van de 0 a n, y, si se demuestra que, valiendo para n, vale también para (n+1), entonces deberá valer para todo número”), pero que, sin embrago, tiene su campo de aplicación recursiva propio. Además, la recursividad factual, si bien no autoriza a formular predicciones apodícticas sobre el futuro de la democracia, sí autoriza a predicciones fundadas en el cálculo de probabilidades. La racionalidad factual e histórica (que se produce independientemente de nuestra voluntad) tiene mucho que ver con el fundamentalismo democrático. Los demócratas podrán decir siempre: “lo cierto es que el sistema democrático funciona (cualquiera que sea la teoría que se mantenga sobre su naturaleza) y que puede seguir funcionando indefinidamente sin causas extrapolíticas (internas –económicas, sobre todo– o externas –intervención de potencias extranjeras–) no detienen su recurrencia”. Sobreentendiendo además que el “sistema democrático” ofrece a todos los ciudadanos la posibilidad de “sentirse libres” (acaso por obra de la “ilusión democrática”), en el momento de elegir una oposición entre otras posibles, o sentirse libres de la imposición de una autoridad pero también de cualquier otro ciudadano.

Ahora bien: esta evidencia (“lo cierto es”) no va más allá de la tautología: si las minorías siguen respetando las decisiones de las mayorías la democracia estará asegurada para el futuro. Pero esta evidencia pragmática no tiene en cuenta las virtualidades del cáncer que el sistema lleva adentro, a saber, la abstención (que es un concepto formalmente político), sin perjuicio de estar vinculado a motivaciones extrapolíticas internas. Si la abstención rebasa un límite crítico (los dos tercios, los tres cuartos, los cuatro quintos… del cuerpo electoral), el sistema democrático se desplomará por causas políticas inmanentes. Y aquí podría fundarse la razón por la cual los partidos políticos reciben subvenciones del Estado.

Los partidos políticos, por separado, son asociaciones privadas porque no pueden arrogarse la representación del todo, y, por ello, en sus ámbitos privados no tienen por qué asumir la llamada “democracia interna”, como tampoco un cuerpo sólido, para asumir la forma de un cubo, compuesto de seis caras cuadradas, necesita que esas caras sean a su vez, cúbicas. Los partidos políticos sólo se comportan como partes formales y públicas del todo (de la sociedad política) en dos “escenarios”: (1) el escenario parlamentario, en el que debaten y deciden sus planes y programas, o en las campañas electorales; (2) el escenario extraparlamentario en el que los diversos partidos combaten a la abstención y, por tanto (para decirlo en la terminología de los comentaristas a la Constitución de Bonn) contribuyen a la “formación de la voluntad nacional democrática” de la sociedad.

La racionalidad en el terreno tecnológico de la democracia capitativa explica el recelo que las democracias fundamentalistas mantienen ante quienes analizan o denuncian las ficciones jurídicas implícitas en la doctrina democrática; porque quienes ven con evidencia práctica, en la legislatura n, que el sistema democrático se mantiene si logra su recurrencia en la legislatura (n+1), podrá siempre subrayar la inutilidad de los análisis críticos de la doctrina democrática e incluso podrán barruntar en este tipo de reflexiones algún indicio de actitudes antidemocráticas (vulgarmente llamadas “fascistas”). En este punto el democratismo fundamentalista [866] no difiere mucho de quienes profesan, en su religión, la “fe del carbonero”. Lo que se explica porque la racionalidad que cabe atribuir a esta fe es también de orden tecnológico: quien se atiene al cumplimiento de las normas religiosas y se aleja de los “análisis críticos” sobre la naturaleza de esa fe, tiene muchas probabilidades de lograr que su fe fundamentalista se mantenga renovadamente, de modo indefinido (por no decir eternamente). “De lo dicho se sigue (leemos en el Catecismo de San Pío V, el “catecismo de Trento”, parte I, capítulo II) que aquel que está adornado con este conocimiento celestial de la fe, queda libre de la curiosidad de inquirir. Porque Dios, cuando nos manda creer, no nos propone sus divinos juicios para escudriñarlos, o que averigüemos la razón o causa de ellos, sino que demanda una fe inmutable, la cual hace que se aquiete el alma con la noticia de la verdad eterna.”

Y, sin embargo, también es cierto que el “inquirir y escudriñar” sobre la racionalidad de la democracia, incluso por el practicante de su tecnología, es una condición necesaria para entender el lugar y el alcance que a las democracias parlamentarias les corresponde en la historia y en el futuro.

¿Es posible aceptar sin más que la historia se divida en dos mitades [863] o épocas, a saber, la “época de las sociedades no democráticas” y la “época de las sociedades democráticas”?

¿Qué sentido tiene hacer de la democracia el fin de la historia? [888] Solo “inquiriendo y escudriñando” se podrán conjugar los dualismos maniqueos que, desde la clase 1 {de democracias: democracias políticas, procedimentales y capitativas}, asumida por las democracias fundamentalistas, sirven para descalificar, no solamente a las sociedades no democráticas, sino también a las democracias de otras clases diferentes.

{BS42 79-80 /
BS42 / → PCDRE / → FD / → ZPA / → BS37 / → Tesela 68}

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