
Biblioteca Carlos Marx · Dirigida por Wenceslao Roces
Sección II. Los fundadores
C. Marx y F. Engels
El Manifiesto Comunista
Con una Introducción histórica por W. Roces, Notas aclaratorias de D. Riazanof, un Estudio de A. Labriola y un Apéndice con los «Principios de Comunismo» de Engels, la «Revista Comunista» de Londres y otros documentos de la época.
Editorial Cenit, S. A., Madrid 1932
Versión española por W. Roces
Imprenta Helénica. Pasaje de la Alhambra, 3. Madrid. - Teléfono 18014.
Reservados todos los derechos. Es propiedad de Editorial Cenit, 1932.
[ Cartoné, color negro estampado en rojo, 155×210×38 mm, 502 páginas ]
Índice de materias
Prólogo, 7
Introducción, por W. Roces
Sobre los orígenes del Manifiesto y la Liga Comunista, 17
Prólogos de Marx y Engels a varias ediciones del Manifiesto, 43
I. Prólogo de Marx y Engels a la edición alemana de 1872, 43
II. Prólogo de Engels a la edición alemana de 1883, 45
III. Prólogo de Engels a la edición alemana de 1890, 46
IV. Prólogo de Engels a la edición polaca de 1892, 52
V. Prólogo de Engels a la edición italiana de 1893, 53
Manifiesto del Partido Comunista, 57
I. Burgueses y proletarios, 60
II. Proletarios y comunistas, 73
III. Literatura socialista y comunista, 82
1. El socialismo reaccionario, 82
a) El socialismo feudal, 82
b) El socialismo pequeñoburgués, 84
c) El socialismo alemán o «verdadero» socialismo, 85
2. El socialismo burgués o conservador, 88
3. El socialismo y el comunismo critico-utópico, 90
IV. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición, 93
Notas aclaratorias, por D. Riazanof, 95
I. Burgueses y proletarios, 97
1. La batida contra los comunistas en 1847, 97
2. Haxthausen, Maurer y Morgan, 98
4. La manufactura, 102
5. La revolución industrial y el desarrollo de la «maquinofactura», 103
6. La evolución política de la burguesía, 105
7. El desarrollo del cambio y el predominio de los pagos al contado, 107
8. Carácter revolucionario del capitalismo, 111
9. Expansión del capitalismo a través del mundo, 112
10. Desarrollo cuantitativo y cualitativo del mercado mundial, 112
11. Desarrollo de los medios de comunicación y transporte bajo el régimen capitalista, 114
12. El divorcio entre el campo y la ciudad, 116
13. La acumulación del capital, 118
14. El capitalismo y la conquista de la naturaleza por el hombre, 120
15. Algunos datos acerca de la teoría y la historia de las crisis, 124
16. Evolución histórica del proletariado, 125
17. La división del trabajo en la época de la manufactura y en la producción en gran escala (producción fabril), 128
18. Trabajo y fuerza de trabajo, 130
19. Despotismo fabril, 132
20. El trabajo de la mujer y del niño, 133
21. El obrero abre crédito al capitalista, 134
22. La pequeña burguesía y la clase media entran en las filas del proletariado, 135
23. Distintas formas de protesta de la clase obrera contra el capitalismo, 135
24. Los proletarios, peones en el juego de la burguesía, 138
25. Origen y desarrollo de las tradeuniones, 139
26. Organizaciones políticas de la clase obrera: el cartismo, 142
27. Contradicciones internas de la sociedad burguesa. Uso que hace el proletariado de estos conflictos, 144
28. Proletariado, «pueblo» y campesinos. Importancia de las formas de explotación, 147
29. El proletariado y el respeto a la ley, 153
30. Evolución y revolución. Carácter internacional del movimiento proletario, 156
31. La acumulación del capital conduce al empobrecimiento y degradación de la clase obrera. La expropiación de los expropiadores, 158
II. Proletarios y comunistas, 161
32. Los comunistas y los partidos obreros, 161
33. Propiedad feudal y propiedad burguesa, 162
34. El capitalismo, producto de una fase específica, y transitoria de la evolución social, 166
35. Propiedad individual y propiedad privada. El principio de distribución de la sociedad comunista, 168
36. El imperio del capital sobre el trabajo, 169
37. Personalidad burguesa y personalidad humana, 171
38. La laboriosidad burguesa y la pereza proletaria, 173
39. Producción material y producción intelectual, 175
40. La presunta inmutabilidad del tipo de sociedad burguesa, 181
41. La familia en la sociedad burguesa, 183
42. Los obreros y «su» patria, 189
43. La lucha de clases y el proceso histórico, 191
44. La evolución de la ética, de la sociología y de las ciencias naturales, 195
45. La dictadura del proletariado, 198
46. El programa comunista para el período de transición, 201
47. La centralización y el Estado, 211
III. Literatura socialista y comunista, 217
48. El romanticismo reaccionario, 217
49. El socialismo feudal, 218
50. Socialismo cristiano, 225
51. Sismondi, 228
52. El «verdadero» socialismo, 231
53. Proudhon, 240
54. Filantropía burguesa, 243
55. Babeuf, 245
56. Los grandes utopistas, 248
57. Los comunistas franceses y alemanes, 253
58. Cartistas y owenistas, 256
IV. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición, 258
59. Los comunistas y las organizaciones proletarias de Inglaterra y de los Estados Unidos, 258
60. Los comunistas y los radicales en Francia y en Suiza, 261
61. La cuestión polaca y los comunistas, 263
62. Deberes de los comunistas en Alemania, 266
63. Comunistas y demócratas, 269
En memoria del Manifiesto Comunista, por A. Labriola, 271
Apéndice, 327
I. Dos alocuciones del Comité Central de la Liga de los Justicieros a sus afiliados, 329
Alocución de noviembre de 1846, 330
Alocución de febrero de 1847, 335
II. La Revista Comunista de Londres, 341
III. Estatutos de la Liga Comunista, 374
IV. Principios de comunismo, 380
V. Los movimientos revolucionarios de 1847, 403
VI. Reivindicaciones del Partido Comunista de Alemania, 414
VII. Dos alocuciones del Comité central de la Liga Comunista a sus afiliados (marzo y junio de 1850), 417
VIII. Documento referente a un pacto entre marxistas y blanquistas, 436
Manifiesto de Blanqui, 439
IX. Marx contra la fracción ultraizquierdista Willich-Schapper, 442
X. Las consecuencias de la revolución del proletariado, 446
Tabla cronológica de los acontecimientos más señalados en la historia del movimiento socialista y obrero desde 1500 hasta 1848, 473
Bibliografía, 479
Índice alfabético de nombres, 483
Índice alfabético de materias, 489
(páginas 499-502.)
Prólogo
El Manifiesto Comunista es, como acertadamente lo ha llamado Labriola, la partida de nacimiento del socialismo crítico En él se sintetizan, sistemáticamente expuestos por vez primera, los criterios fundamentales que hacen del comunismo una teoría científica. El Manifiesto estampa el epitafio histórico sobre el socialismo utópico tradicional, con todas sus variantes arbitristas, sentimentales, religiosas, &c. El socialismo científico se afirma definitivamente en él –para decirlo con palabras de Engels– sobre todas las formas y modalidades del socialismo feudal, burgués, pequeñoburgués, &c., de la confusa comunidad de bienes, del comunismo utópico y del tosco y elemental comunismo obrero. Este documento maravilloso cierra una larga etapa, que podríamos calificar de prehistoria del socialismo, y señala el comienzo de la época en que los vagos afanes de justicia social se convierten en clara norma de razón, y ésta, a su vez, en arma política revolucionaria para la instauración de una sociedad nueva. De la utopía a la ciencia, y de ésta al hecho. Concebido así el comunismo –y ya es muy difícil hoy concebirlo de otro modo–, se identifica con el marxismo. Y la teoría marxista, forjada en largos años de observación y estudio sobre los campos de la filosofía, la historia, las doctrinas socialistas y la ciencia económica, aparece cifrada por primera vez en el Manifiesto Comunista en rasgos sistemáticos y precisos.
Pero el Manifiesto es algo más que la proclamación de una nueva teoría. En él, la nueva visión dialéctica de la sociedad, la concepción materialista de la historia social, el nuevo materialismo, es algo más que la testificación de una verdad científica. El Manifiesto Comunista no se limita a entregar a la sociedad una nueva teoría y a la ciencia un nuevo modo de estudiar la sociedad. En sus famosas tesis sobre Feuerbach, había dicho Marx: «Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, cada cual a su manera; mas de lo que se trata es de transformarlo.» El Manifiesto Comunista no venía, pues, a brindar una nueva interpretación del mundo en un plano contemplativo, sino que pretendía entregar la palanca para su transformación. Y la entregaba a aquella clase a quien la propia historia de esta sociedad de clases, por imperio de su situación material, imponía la misión ineludible de crear la sociedad nueva: el proletariado. El Manifiesto Comunista, se ha dicho con razón, es la Carta magna, el evangelio del proletariado militante de todos los países. Y quien quiera formarse una idea clara de lo que es esta proclama, única en la historia, deberá cuidarse de no desintegrar, ni permitir que otros deliberadamente le desintegren, la unidad inseparable que forman en el Manifiesto Comunista la teoría y la práctica, la visión científica y la política revolucionaria, la interpretación social y la lucha proletaria de clases como el arma para su ejecución. La concepción científica del materialismo histórico se disecaría y convertiría en un objeto inerte de doctrina sin la savia vitalizadora, dinámica, de la lucha de clases, sin la meta próxima de la dictadura del proletariado y el objetivo último de la sociedad sin clases. Exangüe de su linfa política, revolucionaria, mutilado del brazo práctico del proletariado, sublimado en pura teoría, el Manifiesto Comunista quedaría reducido, degradado, a texto escolástico, y sus autores no pretendieron ser jamás los domines de una «escuela», sino los precursores y los orientadores del partido mundial de las masas proletarias. El grito de «¡Proletarios de todos los países, uníos!» no es, en el Manifiesto Comunista, un santo y seña incidental, sino la culminación y el remate lógico de toda la doctrina. Pues en la unión de los proletarios del mundo, y sólo en ella, residía la viabilidad del nuevo principio.
Las vicisitudes del Manifiesto Comunista –reeditado cientos de veces en todos los idiomas– desde su fecha hasta hoy, acusan, como la curva de una fiebre, todo el ritmo del movimiento socialista moderno. «La Historia del Manifiesto Comunista –ha dicho Mehring–es, cada vez más marcadamente, la historia del moderno socialismo internacional.» Bandera de combate y brújula del movimiento proletario de un puñado de alemanes en la revolución de 1848, desaparece casi del horizonte político durante el reflujo de la reacción, para volver a flotar de nuevo sobre las cabezas con la fundación, en 1864, de la Primera Internacional. Ahora, el pequeño pelotón de los del 48 crecía hasta tomar las proporciones de un verdadero ejército proletariado internacional. Ya en 1890, Engels podía decir que el proletariado europeo y americano pasaba el Primero de Mayo revista a sus fuerzas como un gigantesco ejército, unido bajo una bandera y proyectado hacia una meta común.
La bancarrota del «socialismo internacionalista» y la vergonzosa capitulación de la Segunda Internacional ante la matanza imperialista de los pueblos, no selló precisamente el fracaso del Manifiesto Comunista, sino el de aquella doctrina y aquella organización que habían querido matarlo al matar en él el nervio revolucionario para convertir sus enseñanzas en principios puramente doctrinales e históricos. La derrota oprobiosa del socialismo reformista durante la guerra, y desde entonces para acá es la venganza del Manifiesto contra sus desertores, la fehaciente confirmación de su vitalidad y de su perenne actualidad. Y el triunfo maravilloso del proletariado ruso, acaudillado por el partido de los comunistas, la magna obra de creación de la nueva sociedad por los proletarios en el Poder, hechos que han cambiado de raíz la faz del mundo, fueron arrancados también a la historia viva por las masas obreras disciplinadas bajo los principios del Manifiesto Comunista.
Se explican perfectamente los esfuerzos de los reformistas sociales de todos los países por anestesiar a fuerza de olvido el Manifiesto Comunista –sin perjuicio, naturalmente, de haber trepado por él, en su día, para escalar los puestos de caudillaje–, por convertir el Manifiesto en un documento «histórico», en una especie de «incunable» de la bibliografía socialista, arrinconado entre el polvo de los archivos, en un pendón glorioso guardado en las vitrinas del museo del pasado, en un «monumento». Casi podría afirmarse que la actitud adoptada ante el Manifiesto Comunista es –entre otras muchas cosas, naturalmente– una de las líneas divisorias que separan nítidamente a revolucionarios y reformistas, en el movimiento internacional del proletariado.
No quiere esto decir que todo, en el Manifiesto, conserve un valor de perennidad. Pensarlo, sería hacer la mayor injuria a la visión dialéctica de sus autores. Hay en él mucho de táctica que, como toda táctica, sólo tiene un valor histórico, en relación con las circunstancias de lugar y tiempo. Desde 1847 para acá, el balance de las fuerzas sociales, el panorama político, las perspectivas del proletariado en relación con otras clases, la potencia de la burguesía, organizada hoy en régimen de imperialismo, todo ha cambiado considerablemente. En este aspecto, es indudable que el Manifiesto Comunista ha de ser juzgado dentro de las condicionalidades sociales de su época. Pero si el paisaje ha cambiado, la mira y el ojo siguen siendo los mismos; ha podido cambiar la superficie de las aguas, su nivel, pero la brújula no ha cambiado. Los métodos, las ideas fundamentales con que Marx y Engels enjuiciaban y aspiraban a transformar la realidad de su tiempo según los mandatos de la historia, siguen teniendo la misma validez que el primer día.
No son las normas de táctica y de acción inmediata las que forman la medula del Manifiesto, ni es tampoco el programa mínimo de medidas revolucionarias propugnado para su tiempo y aun hoy perfectamente actual; no lo es la crítica de otras doctrinas y corrientes pseudocomunistas en boga por aquel tiempo: todas estas normas, medidas y críticas no son más que otras tantas proyecciones, otras tantas aplicaciones de la sustancia del Manifiesto a una situación contingente. Lo fundamental del Manifiesto ha de buscarse en la teoría de la lucha de clases y en el papel del proletariado como agente del progreso histórico, cimentados uno y otras sobre las bases de la historia de la economía; en los objetivos actuales y futuros del proletariado, en las relaciones entre proletarios y comunistas –entre la clase y el partido–, en el internacionalismo de movimiento obrero («los trabajadores no tienen patria»), en el cuadro de los fines y consecuencias de la futura revolución proletaria. Y sobre todo en la afirmación en que culmina toda la enseñanza: en la afirmación de que el proletariado sólo podrá alcanzar sus objetivos, que son –a partir de un momento dado– los de la historia y los de la civilización humana, revolucionariamente: «derrocando por la fuerza todo el orden social» conquistando por medio de una revolución el Poder político.
En este respecto, el Manifiesto Comunista no ha envejecido, ni envejecerá mientras haya una burguesía que derribar, cumpliendo los mandatos de la historia, y un proletariado que exaltar al Poder para instaurar desde él el régimen de sociedad que la historia ha hecho ya inseparable del progreso humano; es decir, mientras la revolución proletaria esté sin hacer y clame por ser ejecutada. Quienes crean que en este punto han cambiado las cosas, es que han cambiado ellos mismos. Para seres cuyo «socialismo» y cuyo espíritu «revolucionario» están expuestos a las corrientes de aire de todas las «crisis» –para decirlo con el eufemismo en que suelen envolverse todos los sometimientos y claudicaciones–, el mundo es capaz de cambiar cada veinticuatro horas. Pero estos cambios, aunque para quienes los experimentan sean el eje del universo, no son precisamente los que han de obligarnos a la revisión de una teoría como la contenida en el Manifiesto. Frente al «revisionismo» de los Bernstein y los Kautsky, los Millerand, los Vandervelde y los Macdonald, caricaturizados en España por los «socialistas» gobernantes del día; frente a los «enterradores» del Manifiesto Comunista, apuntaladores del poder de la burguesía, se alza hoy, más clara y vibrante que nunca, en este mundo burgués administrado por «socialistas», con sus docenas de millones de obreros parados y hambrientos, la voz enjuiciadora del Manifiesto a quien se «enterró»:
«La burguesía es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.»
Fue en vísperas de una revolución política en que la burguesía actuaba de fuerza progresiva y ascensional, cuando los autores del Manifiesto, rindiendo homenaje como ninguno a ese papel histórico de la clase burguesa, llamaron a la conciencia de clase del proletariado, a sus intereses proletarios de clase, al imperativo de solidaridad internacional por encima de las fronteras de la nación. Para su mente dialéctica de revolucionarios, no podía haber contradicción, sino lógica elemental, lógica dinámica, viva, en predicar a la masa obrera una política de alianzas con el adversario de clase de mañana para batir al enemigo histórico común, el Estado del feudalismo, a la par que abrazaban y mantenían ardorosamente la primacía de la lucha de clases, el camino de la revolución proletaria, el régimen de la dictadura del proletariado y se esforzaban por organizar a éste como clase, como partido político aparte, sustraído a la mediatización de los partidos radicales burgueses y pequeñoburgueses. Hoy, cuando la burguesía ha agotado su papel de progreso histórico y el capitalismo se descompone, comido de contradicciones, en la bancarrota imperialista, partidos «socialistas» que se dicen herederos de Marx y de las doctrinas del Manifiesto, cifran toda su misión en salvar lo que no tiene salvación, colaborando con la burguesía en el Poder y sobreponiendo al interés de clase del proletariado el interés sagrado de la «nación», la sacrosanta «riqueza nacional».
Jamás ha estado tan vivo, jamás ha sido tan actual como hoy el Manifiesto Comunista. Las teorías que en él –que tanto vale decir, en el marxismo en general– más se jactaban los revisionistas de haber refutado, sobornados por la efímera prosperidad económica de antes de la guerra, las teorías de la bancarrota y de la depauperación vienen a ser confirmadas hoy, en el apogeo del imperialismo, con rasgos flagrantes y casi monstruosos, por la clamorosa realidad. Afortunadamente, desde Octubre del 17, la confirmación negativa tiene también su reverso positivo en el triunfo del proletariado en la sexta parte del mundo.
En los últimos setenta y cinco años, no ha surgido una sola investigación histórica, no se ha hecho un solo descubrimiento serio –y eso que la ciencia burguesa se aplicó de un modo afanoso, como advierte perspicazmente el marxista alemán H. Duncker, a los estudios de historia, para no quemarse los dedos en los candentes problemas actuales–, que obligase a rectificar ni uno solo de los trazos geniales del Manifiesto Comunista. El único país del mundo en que el Manifiesto ha «envejecido», ha sido «superado», es precisamente aquel país en que el proletariado tomó posesión del Poder bajo su bandera y acaudillado por sus principios. Sólo ese hecho histórico, la revolución proletaria, es lo que puede convertir en documento también histórico al Manifiesto del proletariado.
Para formar esta edición del Manifiesto Comunista que hoy ve la luz, nos hemos atenido a dos criterios, a saber: dar al lector, mediante los documentos históricos más importantes, una visión clara de las condiciones en que el Manifiesto Comunista nació, y ayudarle a desarrollar, poniéndolos en relación con la doctrina marxista, con la historia general del socialismo y con los rasgos más salientes de la evolución social y económica, los principios en él contenidos. A la primera finalidad responden las diversas piezas documentales recogidas en el Apéndice: las proclamas de la Liga de los Justicieros que preceden a su transformación en Liga Comunista, y la preparan; los estatutos de esta Liga, en cuyo nombre se redactó el Manifiesto; los «Principios de Comunismo» de Engels, esbozo de programa presentado por éste a la Liga; el único número de la «Revista Comunista», órgano de la Liga, que llegó a ver la luz; las Reivindicaciones de los comunistas alemanes en la revolución del 48; un importante artículo de Engels sobre los movimientos revolucionarios de la época, que da la perspectiva histórica desde la que se escribió el Manifiesto; dos documentos acerca del partido de Blanqui y sus relaciones con la Liga Comunista; las alocuciones de ésta que preceden a su disolución; un fragmento de Marx contra la fracción extremista de la Liga que pretendía seguir actuando revolucionariamente a todo trance, y, finalmente, un estudio del comunista alemán Moses Hess, que nos da a conocer a esta figura que, aunque combatida por Marx y Engels a partir de cierto momento, ocupa un lugar muy destacado en el movimiento comunista de la época en que brota el Manifiesto. Todos estos materiales han sido tomados de obras auténticas y traducidos directamente de su idioma original; únicamente el Manifiesto de Blanqui hubo de ser traducido a través del alemán, pues no teníamos a mano el original francés.
Las «Notas explicativas» de D. Riazanof, que figuran a continuación del Manifiesto, responden en esta edición al segundo de los propósitos enunciados. No pretenden ser, sin embargo, como su propio autor advierte, un comentario completo del Manifiesto Comunista, en que se trace «la génesis, la fuente de las ideas básicas contenidas en él, señalándose el lugar que les corresponde en la historia del pensamiento», a la par que se estudia «la historia del movimiento social y revolucionario que dio vida al Manifiesto como el programa de la primera organización comunista internacional» y la «medida en que este documento prevalece ante el foro del criticismo histórico». Riazanof profesó varios cursos universitarios sobre el Manifiesto Comunista ante la juventud proletaria rusa, y en ellos pudo observar lo difícil que era, aun para lectores iniciados, apreciar en todo su alcance la riqueza de ideas contenida en el Manifiesto. De aquellas experiencias salieron estas glosas o notas orientadoras, que servirán al lector de eficaz apoyo en el estudio y desarrollo de los principios sintetizados aquí programáticamente por Marx y Engels, le revelarán sus precedentes históricos y le permitirán seguir sus vicisitudes posteriores en el sistema del marxismo. Las notas de Riazanof han sido revisadas sobre la edición rusa original, y los pasajes de Marx y Engels compulsados, en cuantos casos se ha podido, sobre la versión alemana. Los números que figuran en forma de exponentes en el texto del Manifiesto remiten al lector a las glosas de Riazanof, insertas y numeradas en la segunda parte de nuestra edición.
Asimismo hemos creído oportuno recoger aquí el brillante estudio del marxista italiano A. Labriola, muy poco conocido en España y que constituye una valiosa guía para orientarse en los principios formulados en el Manifiesto y principalmente en la trayectoria del materialismo histórico, concepción central sobre que descansa.
La versión del texto mismo del Manifiesto ha sido hecha sobre la última edición de H. Duncker{1}.
W. ROCES.
Madrid, 21.2.32.
——
{1} En «Elementarbücher des Kommunismus», Internationaler Arbeiterverlag (Berlín, 1931).
(páginas 7-14.)