Biblioteca Carlos Marx · Dirigida por Wenceslao Roces · Sección II. Los fundadores
C. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista
Versión española por W. Roces. Editorial Cenit, Madrid 1932, 502 páginas
“Notas aclaratorias” de D. Riazanof
5. La revolución industrial y el desarrollo de la «maquinofactura»
La revolución industrial, que representa la suplantación de la manufactura capitalista por la producción en gran escala, tiene lugar a fines del siglo XVIII, con la invención de la máquina. Fué Inglaterra quien rompió la marcha, y, hablando en términos generales, podemos decir que esta revolución no termina hasta la primera mitad del siglo XIX. Comienza con toda una serie de invenciones y descubrimientos, sobre todo en materia de ganadería, agricultura, minería, producción textil y medios de transporte. El impulso inicial partió de la creación de lo que llamamos máquinas de trabajo y su invasión de la órbita hasta entonces reservada a los instrumentos del artesano o al trabajo de la manufactura. En 1733, John Kay (que florece allá por los años de 1733 a 1764), patenta su lanzadera, que, gracias a un mecanismo especial, sólo requería una mano para los movimientos de avance y retroceso. La primera etapa en la evolución del hilado mecánico se halla representada por el invento de Levis Paul (muerto en 1759), patentado en 1738 y conseguido con la ayuda de John Vyatt (1700-1766). De esta máquina se decía que era capaz de «hilar sin dedos» (V. Capital, t. I, página 392). James Hargreaves (muerto en 1778), tejedor y carpintero, inventa en 1767 la máquina de hilar empleada en las manufacturas de algodón. Richard Arkwright (1732-1792) construye en 1767 su célebre bastidor, cuyo mérito principal consistía en estar provisto de la urdimbre de que carecía el invento de Hargreaves. Samuel Crompton (1753-1827), labriego y tejedor, dedica cinco años a la invención de su huso mecánico, aparato que precede a los descubiertos por Hargreaves y Arkwright para hilar la hebra más fina conocida. El telar mecánico fué inventado en 1785 por Edmund Carwright (1743-1823), pero no llegó a popularizarse hasta algunos años más tarde, gracias al industrial algodonero John Horrocks (1768-1804). Allá por la tercera y cuarta década del siglo XIX, el telar mecánico había suplantado en la industria textil a los anticuados métodos manuales.
Los progresos de la industria minera durante el siglo XVIII (la producción mundial de carbón se eleva en el período de 1700 a 1770, de 214.800 a 7.205.400 toneladas), impusieron la introducción universal de la bomba de vapor. La fuerza motriz fué aprovechada prácticamente por primera vez para desaguar las minas. La primera máquina de Watt no sirvió más que para generalizar el empleo de las bombas de vapor introducidas por Newcom (1663-1729). La nueva bomba de Watt tenía un aparato de doble acción y fué perfeccionada más tarde por la patente de 1784. La fuerza motriz, que hasta ahora no había sido aprovechada casi más que en la industria minera, podía ya emplearse ventajosamente en mover fábricas de hilados y telares mecánicos, haciendo que el vapor reemplazase al agua como fuente de energía. En el primer cuarto del siglo XIX, el uso del vapor como generador de fuerza motriz se hizo casi universal. Luego, vinieron los transportes por medio de vapor. Roberto Fulton (1765-1815) perfeccionó en 1807 el descubrimiento de la navegación a vapor y Jorge Stephenson (1781-1848) ideó la primera locomotora, ensayada con éxito en 1814. Cinco años más tarde, se tendían los primeros carriles experimentales. El primer barco de vapor que hizo la travesía de Norteamérica a Europa, en 1819, invirtió veintiséis días en el viaje. En 1825 se abrió al servicio público en Inglaterra el primer ferrocarril. En 1830, el tendido de los ferrocarriles británicos era de unas 57 millas; en 1840, de unas 843, y en 1850 la red alcanzaba ya 6.630 millas.
En el campo de la agricultura, el antiguo sistema de cultivo a tres hojas fué suplantado por el método alternativo de rotación de cosechas. Roberto Bakewill (1725-1795) descubrió nuevos métodos para la ganadería, transformándola en una nueva rama industrial y acreditando una maravillosa pericia en la producción de diferentes ejemplares que respondieran a las necesidades del mercado. Sus especialidades eran la oveja de Leicester, de lana larga, y la raza vacuna de Dishley, de asta grande, que habían de hacerse famosas. El viejo régimen rural iba sometiéndose cada vez más a las condiciones de la producción capitalista. Paralelamente con la clase media propietaria y el campesino sin tierras que se había convertido en bracero, fué desarrollándose un nuevo tipo de agricultor en gran escala, verdadero capitalista industrial, que explotaba el trabajo asalariado en su provecho personal y en provecho del terrateniente al que había de satisfacer la renta. El giro capitalista de la agricultura cobra todavía mayor relieve en el segundo cuarto del siglo XIX.
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