
Biblioteca Carlos Marx · Dirigida por Wenceslao Roces · Sección II. Los fundadores
C. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista
Versión española por W. Roces. Editorial Cenit, Madrid 1932, 502 páginas
“Notas aclaratorias” de D. Riazanof
6. La evolución política de la burguesía
Lo que ante todo y sobre todo tienen presente los autores del Manifiesto es la evolución política de la burguesía francesa. Marx escribe en otro sitio lo siguiente: «La historia de la burguesía puede dividirse en dos fases: durante la primera, la burguesía se destaca como una clase sujeta al régimen feudal y a la monarquía absoluta; durante la segunda, organizada ya como clase independiente, derriba el orden de la sociedad feudal y la monarquía, e instaura sobre sus ruinas el nuevo sistema burgués. La primera fase necesitó un período de tiempo mayor que la segunda para desarrollarse y un caudal de energías superior para su culminación.» (Misère de la Philosophie, pg. 242.)
Durante los siglos XII y XIII, los municipios franceses hubieron de sostener una lucha contra los magnates feudales, aprovechándose de sus discordias intestinas. (La palabra «comuna» fué adoptada, según explica Engels en una nota a una de las últimas ediciones del Manifiesto, por las comunidades municipales de Italia y Francia después de haber comprado o arrebatado a los señores feudales el derecho a gobernarse por sí mismas.) En los primeros años del siglo XIV solicitaron tener representación en los Estados generales, asamblea en la que se reputaba representada toda la nación. De 1356 a 1358, la burguesía de París, acaudillada por Etiènne Marcel (muerto en 1358), preboste de los comerciantes de París, trató de sustituir a los Estados generales por una institución representativa que pudiera reunirse a deliberar en determinadas fechas fijas, sin necesidad de que el rey la convocase. El monarca absoluto, aprovechándose de las disensiones encendidas entre los distintos estamentos (el clero, la nobleza, &c.), decidió pactar un arreglo con la oposición burguesa. La burguesía se convirtió así en el «tiers état», tercer estado, en una clase sujeta a tributación y parte integrante del Estado monárquico, equipada con derechos propios, que concentraba todas sus energías en servirse del aparato gubernamental poniéndolo al servicio del desarrollo industrial y mercantil. A la cabeza de este movimiento nos encontramos con una serie de burgueses financieros que, ayudados por los nobles cortesanos que se volvían hacia esta potencia naciente en demanda de apoyo, tratan de utilizar el poder monárquico como un instrumento para sus fines. La explosión de esta política, basada en la inhumana explotación de las masas trabajadoras y en un absoluto desprecio hacia los intereses de la pequeña burguesía, condujo a la Gran revolución francesa, que levantó su llamarada a fines del siglo XVIII. Después del intermedio napoleónico (que terminó en 1815) y de la restauración borbónica, sobrevino la revolución de 1830 y la instauración de la «monarquía de julio», prototipo clásico de gobierno parlamentario basado en el derecho de sufragio de la burguesía.
En los Países Bajos, los burgueses sostuvieron una incesante lucha contra las instituciones feudales, lucha que a veces asume la forma de una verdadera guerra civil (como, por ejemplo, en la revolución de las ciudades flamencas, capitaneada por Iprés y Brujas en 1324, y que duró varios años). En la segunda mitad del siglo XVI, la burguesía de Holanda, unida a la nobleza baja y media, acaudilló el alzamiento nacional contra los Habsburgos y, tras larga y encarnizada lucha, los Países Bajos consiguieron manumitirse del yugo extranjero. Los holandeses fueron los primeros que crearon un Estado burgués, y desde el siglo XVII sirvieron de modelo a los demás Estados burgueses que fueron estableciéndose poco a poco en la Europa occidental.
Las repúblicas de las ciudades autónomas de Italia, después de sacudir el yugo de la aristocracia territorial, fueron asumiendo gradualmente la forma de oligarquías industriales y mercantiles. Pero, al mismo tiempo que declinaba la hegemonía comercial del norte de Italia (donde el capitalismo mercantil se había desarrollado antes que en ningún otro país de Europa), se advertía un retro ceso paralelo del capitalismo en las ciudades. Estas perdieron su antiguo esplendor, y hasta el siglo XIX no se reanudó en Italia el proceso de consolidación política de la burguesía.
En la Gran Bretaña, los municipios urbanos consiguieron muy pronto representación parlamentaria, pero al iniciarse el desarrollo del capitalismo industrial, la burguesía británica no se contentó ya con el papel de consejera y postulante, sino que abrazó cada vez con mayor ímpetu la lucha por el Poder político. La guerra parlamentaria, que dura desde 1641 hasta 1649, termina con la ejecución de Carlos I y la instauración de la república bajo el caudillaje de Oliverio Cromwell. Tras el breve período de restauración de los Estuardos, la revolución estalló nuevamente en 1688, logrando implantar esta vez una monarquía constitucional. La burguesía encuentra ahora valiosos aliados en los terratenientes de la clase media, que atraviesan por un rápido proceso de aburguesamiento. En el campo económico, el poder cayó en manos de los sectores más influyentes de la burguesía, como había de ocurrir más tarde en Francia. Hasta muy entrado el siglo XIX, después de la reforma electoral de 1832 y la derogación de las «leyes anticerealistas», el Estado Británico no llegó a constituir una verdadera sociedad anónima integrada por toda la clase burguesa, unida por su política de explotación del mercado mundial, y sólo a partir de este momento se convierte el gobierno británico en un comité gestor de los intereses de la burguesía.
Este proceso de centralización política, en países que apenas si habían alcanzado todavía la unidad nacional, puede seguirse aún más claramente en la historia de Italia y Alemania durante el siglo XIX. En cuanto a Francia, el proceso cobró formas sobre manera relevantes y animadas, y la burguesía impuso su centralización política entre los años 1789 y 1815, aunque los toques finales no se diesen hasta 1830, 1848-50 y 1870-75.
(páginas 105-107.)