Filosofía en español 
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Apariencias y Verdades en la televisión

[ 699 ]

Verdad del alunizaje del Apolo XI como ejemplo de televisión formal / Conformación previa del Mundo

Entre las prácticamente innumerables realizaciones de la televisión formal [689], cabrá siempre recordar por su brillantez y significación histórica la realización del reportaje en directo de los acontecimientos que tuvieron lugar en la Luna el día 20 de julio de 1969, con ocasión del alunizaje del Apolo XI. Es evidente que el significado de esta realización de la televisión formal está indisolublemente vinculado a la cuestión de la verdad [697]. ¿Cómo probar que las apariencias ofrecidas en tal ocasión por las pantallas eran apariencias veraces, momentos de realidades procesuales que se manifestaban a través de ellas, y no apariencias falaces? [681] De hecho, muchos espectadores llegaron a persuadirse de que se trataba solo de un montaje. Se reproducían así, aunque desplazados al contexto de una tecnología artificial, los debates que, a propósito de la percepción visual natural tuvieron lugar en los siglos XVII y XVIII; debates en los que participaron Descartes, Malebranche, Berkeley o Hume. Pero, ahora, no será preciso apelar a la “veracidad divina” (Descartes) o a la “creación del Mundo” (Berkeley). Será suficiente y necesario apelar al Mundo exterior en cuanto realidad previamente constituida [694]. Porque no se trata de explicar o justificar la “construcción del Mundo” a partir de la inmanencia del ego; se trata de explicar (o de justificar) la constitución de algunas partes del Mundo (como pudieran serlo los sucesos que tuvieron lugar en la superficie lunar el 20 de julio de 1969) en función de los sucesos ocurridos en otras partes del mismo Mundo, por ejemplo, en las pantallas de televisión. Ahora bien: Si bien no es posible pasar de las apariencias de la telepantalla a las apariencias 𝔈(C’) registradas por la cámara 𝔈(S), es posible, en cambio, pasar de las apariencias 𝔈(C,C’) a las apariencias de la telepantalla.

Tenemos que partir del Mundo real [702] y de los sucesos que en una parte de este mundo (en la Luna), ocurrieron el 20 de julio de 1969, para poder establecer la veracidad de las apariencias que de esos sucesos parecían reflejarse en las pantallas. La “apercepción” [698] del alunizaje (si no se está dispuesto a permanecer en el terreno de la magia) implicaba también el conocimiento, de algún modo, de los procesos y los mecanismos relativos a la física y tecnología que englobamos en el contexto 𝔉 [692]. Así también, implicaba el conocimiento histórico de la sucesión de acontecimientos promovidos por el propio proyecto Apolo, y los demás programas espaciales, incluyendo los de la Unión Soviética (el alunizaje del Apolo XI no era un suceso aislado, inaudito, inverosímil, sino que formaba parte de una serie de sucesos previos admitidos ya como reales, y que venían teniendo lugar hacía más de diez años).

En resolución: el camino que lleva desde el alunizaje real a las apariencias de las pantallas, no era unidireccional; partiendo de las pantallas de las que disponían las “muchedumbres televidentes” sería imposible llegar a ninguna afirmación cierta sobre la Luna. Era preciso partir del supuesto de la realidad del alunizaje. Una realidad que habría que suponer probada, por tanto, por vías que no se reducen a las que la televisión podía ofrecernos. La única estrategia de prueba efectiva consistiría, prácticamente, en reconstruir, segundo a segundo, sin solución de continuidad, la trayectoria del Apolo XI, desde su lanzamiento en Florida, a las 9:32 horas del 16 de julio de 1969 hasta el alunizaje; seguir las incidencias que tuvieron lugar en las salas de la NASA, así como las incidencias relativas al retorno físico de los astronautas. La demostración de una verdad requiere recorrer el círculo completo de su campo, el “ámbito de presente” de sus componentes. La verdad del alunizaje no era una “parcial adecuación” entre las imágenes y la realidad; era un proceso de identificación de las imágenes aparecidas (en cuanto efectos) con los sucesos que estaban acaeciendo en la Luna (en cuanto causas de aquella apariencias) y con otras series de sucesos, operaciones, procesos, etc., que antecedían y sucedían no solo al alunizaje, sino al lanzamiento de la nave. Solo cuando presuponemos actuando al complejo heterogéneo de todos estos componentes, lo que se vio en las pantallas del 20 de julio de 1969, podrá retrospectivamente, interpretarse como la apercepción del alunizaje. Dicho de otro modo: solo después de la “justificación” (que incluye, acaso, las “revelaciones” que los astronautas hicieron a la vuelta), el descubrimiento (en este caso: el des-cubrimiento ofrecido por las telepantallas), podrá considerarse tal.

Y, en esto, ya no difiere la apercepción televisiva de la apercepción natural [679]. Tampoco las cosas del “Mundo” que me rodean se me hacen presentes en el momento de abrir los ojos. Un inmenso cúmulo de antecedentes biográficos, físicos, psicológicos, cerebrales y sociales han debido tener lugar para poder apercibirme de que “esto que tengo aquí y ahora (en este ámbito del presente) y enfrente es un árbol”; un largo curso de experiencias ontogenéticas y filogenéticas han debido también tener lugar, para que haya podido formarse la propia morfología del árbol que estoy ahora percibiendo.

{Tv:AyV 294-300, 302-303}

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