Filosofía en español 
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Apariencias y Verdades en la televisión

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Televisión y Verdad son ontológicamente indisociables

La existencia real, y el desarrollo histórico y futuro de la televisión no puede entenderse al margen de la verdad. Esta es una tesis ontológica, es decir, se sitúa en el terreno de la causalidad (del “ser”), no en el terreno axiológico, del “deber ser”. Si la televisión no hubiera estado determinada, en gran medida, por los valores de la verdad, no habría llegado a ser lo que es; y se transformaría en otra cosa, de alcances, sociales e históricos imprevisibles, en el momento en que se dispusiese a “quedar al margen de la verdad”. Los fundamentos de esta tesis ontológica se asientan tanto en la teoría de la estructura mediática de la televisión (principalmente en la distinción entre televisión formal y televisión material), como en la teoría de la verdad como identidad.

(A) En la Teoría de la televisión formal. La oposición entre la verdad y las apariencias en la televisión formal se impone por encima de cualquier otra oposición. La verdad televisiva va ligada a la clarividencia, aunque la recíproca no se cumple necesariamente. Por consiguiente, la cuestión de la verdad en televisión y, por tanto, de las apariencias en función de las cuales aquella se establece, no es una cuestión ideológica que pueda afectar a los “contenidos” pero no la “estructura mediática” del medio. Es la clarividencia de la televisión formal [689] lo que hace imposible disociar la forma tecnológica de sus contenidos.

(B) La Teoría de la verdad como identidad [680] subraya el reconocimiento de aquellos valores de verdad que están implantados en situaciones que están “por encima de las voluntades subjetivas”. No es imprescindible la objetividad; es suficiente la supraindividualidad. De donde se sigue que la verdad no es, en general, un mensaje, ni tiene por qué tener la estructura de un mensaje. La tesis sobre la naturaleza objetiva o supraindividual de la verdad ha de entenderse en el contexto de la tesis de la pluralidad de sus modulaciones [684]. Asimismo, esta tesis ha de entenderse en el contexto de la afirmación que mantiene el carácter abstracto (respecto de las otras regiones del mapamundi en el que se mueven los sujetos operatorios) que hay que reconocer a toda verdad, incluso a las verdades concretas. En el momento en que aceptemos entender la verdad en el sentido expuesto nos veremos obligados a reconocer la imposibilidad práctica de una televisión (implantada socialmente en el grado en el que está en las sociedad contemporáneas), que pretenda sistemáticamente mantenerse al margen de toda verdad; de una televisión que crea posible mantenerse e internarse cada vez más en terreno de las apariencias, de los engaños, de las falsedades, de las ficciones o de las mentiras.

La franja de intersección entre la televisión y el público, es precisamente una franja en la que habrán de figurar muchos valores de verdad objetivos o supraindividuales. Es esta una tesis central del materialismo filosófico, que se contrapone en este punto tanto al idealismo escéptico, como a la “teoría crítica de la televisión” [692]. Por tanto, es preciso rechazar enérgicamente el principio del “todo vale”. Un informativo tendrá que ofrecer verdades para ser informativo; y no por motivos éticos, sino ontológicos, porque en otro caso no sería un “informativo”. No se trata de postular la necesidad de que la televisión formal mantenga en todos sus frentes la “disciplina de la verdad”. En muchos de estos frentes esta disciplina no tiene la posibilidad siquiera de ser aplicada. Incluso puede concederse que la mayor parte del volumen total de apariencias televisivas se mueve al margen de la disciplina de la verdad porque no la necesita. Pero de aquí no se sigue que pueda prescindir absolutamente de esa “disciplina” de la verdad. La constatación continua de las medias verdades en televisión es la mejor demostración de la necesidad que la televisión tiene de mantenerse en contacto con la verdad.

En todo caso, y puesto que las verdades son en sí mismas abstractas, respecto del mapamundi en que han de insertarse, se hace preciso reconocer la necesidad de una interpretación de la verdad, en el momento de su composición “sintética” con otras apariencias o verdades que forman parte del mapamundi del sujeto televidente. Las verdades de la televisión formal solo pueden constituirse en ámbito de un “sistema limitado” de apariencias (es decir, no pueden predicarse de apariencias fragmentarias, ni subordinarse a la “concatenación universal de las apariencias”) que puedan ser vinculadas por la audiencia a referencias extratelevisivas, a contenidos dados desde el exterior de la televisión. Con esto estamos reconociendo que la televisión formal no es autosuficiente como procedimiento para constituir verdades capaces de ofrecer una concatenación firme entre las apariencias. Pero este reconocimiento no tiene por qué hacer olvidar que muchas verdades, y verdades [698] presentes de primer orden, solo pueden constituirse a través de la televisión formal. Es en este proceso de interpretación en donde muchas verdades pueden transformarse en “mensajes”, aunque no lo fueran en origen, si bien la interpretación de las verdades no tendrá por qué ser entendida como un proceso de “decodificación de mensajes”. A lo sumo, cabría hablar de una recodificación de las verdades y de las apariencias en nuestro propio mapamundi [699], es decir, en una interpretación en los contextos en los que se mueve el televidente en cuanto sujeto operatorio. De donde inferimos, entre otras cosas, que el espectador de televisión no puede ser considerado inocente como si de un mero espejo o receptor pasivo de verdades y de apariencias se tratase. Si el televidente o la audiencia [701] resulta movido por estímulos o montajes televisivos ad hoc, él es, en todo caso, quien se mueve: ante todo es él quien conecta su televisor como sujeto operatorio, quien cambia de cadena [700] o apaga el aparato y quien interpreta.

{Tv:AyV 323, 324, 326-330 /
Tv:AyV 305-333 / → EC55 / → EC74}

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