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Mundo (apotético y paratético) / Mundos entorno / Sujetos operatorios
“Mundo” es el conjunto o sistema de realidades “objetivas” que envuelven a los sujetos, no solo físicamente, sino también apotéticamente [183]. Lo que es apotético solo puede configurarse como tal, a través de los fenómenos [197] que implican sujetos operatorios. Solo entonces puede tener lugar, no solo el establecimiento de distancias métricas (de relaciones distales), sino también la “evacuación” [89] de los contenidos interpuestos entre los sujetos y las cosas del Mundo que los envuelven. Si suprimiésemos los sujetos operatorios, el Mundo, en cuanto Mundus adspectabilis, des-aparecería. Y no porque se aniquilase (como pensaban los idealistas absolutos, que reducían al Mundo a la condición de un contenido de la conciencia), sino porque se reduciría a la condición de realidad física (paratética).
Pero cuando introducimos a los sujetos operatorios, animales o humanos, algo muy similar al Mundo comenzará a configurarse de acuerdo con una morfología que habrá de estar proporcionada a las especies zoológicas correspondientes: el “mundo entorno” de los peces será distinto del “mundo entorno” de las aves; el “mundo entorno” de los homínidos será distinto del “mundo entorno” de los hombres; y dentro de los hombres, será distinto el “mundo entorno” de un yanomamo, y el “mundo entorno” de un griego de la época de Pericles. Las diferentes sociedades o culturas se caracterizan en gran medida porque sus respectivos “mundos entorno” son también diferentes y característicos (sin perjuicio de las intersecciones que entre ellos puedan tener lugar). La constatación de estas diferencias ha solido ser formulada, desde los escépticos griegos, hasta Von Uexküll o Spengler, según el modelo relativista: cada animal, según la naturaleza de su especie, como cada “cultura”, tendría su propio “mundo entorno”. Estos “mundos entorno”, por lo demás, se comportarían entre sí como “mundos megáricos”, formalmente incomunicables (aun cuando materialmente estuvieran en continuidad causal y aun sustancial).
Sin embargo, los diferentes “mundos entorno” de los sujetos o grupos de sujetos operatorios no tienen por qué ser interpretados en el sentido de este relativismo megárico radical. Los diversos mundos entornos, sin dejar de ser diversos, tiene múltiples puntos de intersección, es decir, contenidos apotéticos comunes en diverso grado y proporción, según las especies consideradas. Los chimpancés tendrán con los hombres muchos más contenidos (apotéticos) comunes que los que puedan tener con las abejas. Y, precisamente por esto, los “mundos entorno”, lejos de ser entidades incomunicables, aisladas o irreducibles, podrán ser englobados, más o menos, los unos en los otros. Solo que este englobamiento puede hacerse efectivo a través del conflicto y de la dominación [816] (en el límite: de la destrucción o de la asimilación) de unos “mundos entorno” en los “mundos entorno” de los vencedores.
De este modo, y por esta razón, lo que llamamos “Mundo” en general, a la vez que es el mundo entorno de los “hombres civilizados”, puede englobar en sí a los mundos entorno de los salvajes, y por supuesto, también al de los póngidos, y aun al mundo de los insectos: von Frisch pudo “introducirse” en el “mundo entorno” de las abejas e incluso llegó a leer su “lenguaje”. No tenemos noticia, en cambio, de una abeja que hubiera sido capaz de entrar en el “mundo de los hombres” hasta el punto de poder interpretar el Quijote.
El Mundus adspectabilis de los hombres no tiene, por tanto, como privilegio el de ser el mismo Mundo absoluto y real (suponiendo que un mundo tal pudiera existir al margen de los sujetos operatorios, animales, humanos o divinos). A lo sumo, tendrá como privilegio ser el “Mundo de mayor potencia” capaz de envolver, en principio, a todos los demás mundos entorno de los animales, de los dioses, de los homínidos y aun de los hombres que viven en mundos diferentes.
Ahora bien: el Mundo, en cuanto apotético y antrópico [68], en tanto no es una realidad absoluta sustantivable [88], solo existe a través de procesos físicos (paratéticos). El Sol se nos hace presente a distancia apotéticamente, sin que esto quiera decir que el Sol, según su morfología característica, pueda considerarse separado o exento de los ojos o de los sujetos que lo perciben. El Sol corpóreo y apotético que vemos es en sí mismo una condensación de materia en estado de plasma; y, aunque es una entidad física, ni siquiera tiene naturaleza corpórea: es intangible, no solo por su distancia a las manos de un sujeto operatorio, sino porque los millones de grados de su temperatura aniquilarían las manos que intentasen tocarle. En todo caso, esa materia solar condensada en ese “punto” del espacio-tiempo de Minkowski se mantiene en continuidad causal (paratética) con los sujetos que lo perciben apotéticamente.
Para expresarlo en una fórmula sencilla: la realidad del Mundo se despliega inmediatamente de un modo análogo a lo que en los geómetras proyectivos llaman el “modo dual”. Hay dualidad entre puntos y rectas porque un punto puede ser considerado como la intersección de infinitas rectas, y una recta como una alineación de infinitos puntos (sin que sea posible separar ambos aspectos o alcanzar una tercera posición). Y, sin embargo, puntos y rectas, aunque inseparables son disociables [63], en cuanto a sus legalidades respectivas. Diremos también, por analogía, que la realidad mundana se caracteriza por la dualidad de sus dos momentos inseparables, aunque disociables: su momento o aspecto apotético y su momento o aspecto paratético; momentos que se corresponden respectivamente con los órganos de percepción llamados “teleceptores” (vista y oído) y con los órganos llamados “propioceptores” (el tacto principalmente).
El alcance de la distinción entre estos dos momentos del Mundo real puede apreciarse muy bien en el campo biológico, tal como lo considera la teoría de la evolución. Al menos cuando esta disocia los componentes genéticos y los componentes etológicos que actúan en los procesos evolutivos. La concepción geneticista de la herencia (la “herencia dura” de Weismann, que deja de lado los factores ambientales), supo incorporar los factores evolutivos del medio, y no ya solo del medio estructural, atmosférico, hídrico, electromagnético, sino los factores constitutivos del medio ligado al mundo apotético. En este mundo, precisamente, es donde se dibujan las conductas etológicas. No es de extrañar que una de las cuestiones más importantes que tiene pendientes la teoría de la evolución sea la de dar cuenta de los mecanismos según los cuales las conductas etológicas de los individuos (que se mueven en el mundo apotético) pueden influir sin arruinar el “principio de Weismann”, es decir, sin acogerse a mecanismos mágicos, sobre la evolución orgánica.
Por nuestra parte, tan solo diremos que acaso el cauce más expeditivo a través del cual la conexión puede ser entendida sea aquel por el que discurren los procesos de la “selección cazadora”, por un lado, y de la “selección sexual”, por otro. Cuando aplicamos las Ideas del materialismo filosófico al campo de la teoría de la evolución [95], el alcance de las intervenciones del sujeto operatorio en los procesos evolutivos podrá quedar reconocido a través de las operaciones que estos sujetos animales (los organismos vegetales no necesitan desplazarse para obtener alimento, ni, por tanto, necesitan órganos teleceptores) han de ejecutar tanto en el momento de la “producción” de alimentos, como en el momento de la “reproducción” de sus organismos. Pero, la selección sexual ¿no actúa sobre todo a través de determinados caracteres sexuales secundarios susceptibles de ser percibidos apotéticamente?
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