Filosofía en español 
Filosofía en español

Televisión material y Televisión formal

[ 689 ]

Clarividencia como esencia de la Televisión formal / Televisión material: Percepción dramática / Percepción aorística

La televisión, como medio específico [688], es la televisión formal, y en ella lo decisivo no es tanto su condición de instrumento para proyectar imágenes o para ver a lo lejos, sino su condición para ver a través de los cuerpos opacos. En función de la clarividencia se reorganizan las Ideas de Apariencia y Verdad del ente televisivo, y se pone de manifiesto, además, el momento destructivo [785] que caracteriza a toda tecnología: la clarividencia logra neutralizar, eliminar o destruir la opacidad de los cuerpos, sin necesidad de pulverizar, liquidar o sublimar estos cuerpos. Pero esta “destrucción irónica” de la opacidad es también la fuente de sus más profundas limitaciones.

La teoría de la televisión formal obliga a borrar, como artificiosa y vacía, la distinción entre contenidos semánticos (ideológicos, por ejemplo) y especificidad tecnológica del medio. La forma mediática de la clarividencia por la que se constituye la televisión formal es indisociable [63] de los contenidos respecto de los cuales es posible hablar de clarividencia.

Ahora bien, la clarividencia, que es una característica necesaria y suficiente para definir a la televisión formal, no es suficiente para distinguir la televisión formal de la televisión material. Porque la clarividencia alude a la visión a distancia de contenidos apotéticos [679] que no sólo están dados en el espacio a distancia, tras los cuerpos opacos, sino que han de estar dados en el espacio-tiempo, en presencia temporal causal real del televidente. Presencia que implica causalidad actual, pero no simultaneidad temporal “puntual” (nunc) entre la causa y el efecto, dado que las ondas electromagnéticas no se propagan instantáneamente, aunque sí en continuidad causal entre el contenido percibido apotéticamente respecto del sujeto televidente. Ésta es la percepción que se hace posible gracias a la televisión formal, la percepción clarividente, la percepción dramática: la que tiene lugar en el mismo tiempo práctico real en el que se produce la percepción apotética [679] (una tele-visión procesualmente dramática). Por ello, la televisión formal se corresponde con la televisión en directo o en “tiempo real” (una secuencia de imágenes en directo, de cinco minutos duración, que nos ofrece en un escenario urbano la colisión de dos automóviles, el incendio de uno de ellos, la intervención de la policía y de los bomberos y la retirada de los heridos en una ambulancia, puede constituir un círculo de “presente dramático televisivo”). Otra cosa es la posibilidad de una desconexión entre el tiempo en el que se han dado determinados contenidos y el momento de su transmisión televisada. Esta desconexión instaura la que llamamos televisión material; porque en ella, la “presencia clarividente” solo va referida al acto mismo de la transmisión técnica, pero no a los contenidos transmitidos. La televisión material cubre las situaciones en las cuales el televidente está percibiendo (viendo, escuchando) secuencias que podría percibir de formas alternativas a las específica o formalmente televisivas (la retransmisión de una película cinematográfica, la cinta de vídeo que alimenta la pantalla de nuestro receptor, las emisiones que, aunque hayan sido originalmente televisión formal, se re-transmiten en falso directo o, simplemente en retrospectivo).

Ahora bien, no toda televisión en directo o en “tiempo real” es televisión formal. No hay televisión formal (específicamente formal) si los escenarios ofrecidos carecen del “dramatismo del presente” determinado por la visión. La televisión que nos ofrece en directo un escenario celeste natural es televisión en directo, pero no es televisión formal en sentido específico, aunque pueda considerarse genéricamente como televisión formal: esta televisión se parece más a un telescopio. Cuando nos referimos a escenarios del espacio antropológico (o cultural), el “presente dramático” se convierte en una condición relevante de la escena, y entonces la televisión en directo será siempre televisión formal. Es entonces cuando adquiere toda su fuerza la diferencia entre una percepción dramática (propia de la televisión formal) y una percepción aorística, en la cual la presencia real queda desdibujada. Otra cosa es que, en multitud de ocasiones, la diferencia entre una televisión formal y una televisión material sea irrelevante. Sin duda, el desfase inherente al falso directo puede ser prácticamente irrelevante, precisamente en los casos en los cuales la relación del presente práctico entre los contenidos emitidos y los recibidos se mantenga. En otros muchos casos, el sincronismo práctico se rompe por la transformación de la televisión formal en un sucedáneo suyo aparente, pero que es televisión material. El “dramatismo” que atribuimos a la televisión formal tiene que ver, por tanto, con el hecho de que los sucesos escénicos televisados estén produciéndose en el momento mismo de la retransmisión, es decir, causando, en un proceso continuo, como efectos suyos, las imágenes percibidas por el sujeto receptor. Se trata de una situación en la que la secuencia de los sucesos percibidos podría interrumpirse o tomar un rumbo diferente al previsto (la ceremonia de una boda principesca que está transmitiéndose apaciblemente ante las telecámaras podría, en cualquier momento, frustrarse). Esto no puede ocurrir en la televisión material, cuyos contenidos se suponen ya dados, y aun de modo irrevocable. El 11 de septiembre de 2001, inmediatamente después de estrellarse el primer avión contra la primera torre gemela de Manhattan, quienes estaban en la segunda torre comenzaron a evacuarla; más de quinientos empleados de un banco japonés que estaban saliendo del edificio fueron conminados por sus jefes “estajanovistas” a volver de inmediato a su trabajo, sin advertir (como lo advertían quienes miraban la torre por televisión a miles de kilómetros de distancia) que el segundo avión se aproximaba y se estrellaba contra sus oficinas, cuando quienes acababan de salir intentaban volver a sus puestos de trabajo.

El campo de presente que asociamos al dramatismo de la televisión formal, lo entendemos aquí como un “ámbito de presente” dado a escala social como resultado de la inter-acción o inter-influencia de las diversas personas, cuyas líneas dramáticas intervienen en la trama del drama televisado formalmente, e incluso desbordan, tanto en la dirección del pretérito, como en la del porvenir, la duración del ámbito del presente estrictamente televisivo. Por ello, los límites del presente habrán de ir referidos al terreno práctico causal, es decir, al terreno de la influencia real posible (causal) de unos sujetos operatorios sobre otros. El presente lo redefinimos, entonces, como el lugar del espacio-tiempo en el cual los sujetos operatorios pueden influirse, a través de la televisión, mutuamente; no, por tanto, como un nunc instantáneo: el concepto de presente-práctico (el “ámbito de presente”) habrá de ampliarse hasta incorporar, por ejemplo, por de pronto, las secuencias indiscernibles para la acción práctica del directo o del falso directo. El pretérito situaremos aquellas escenas que pueden seguir influyendo sobre los sujetos operatorios actuales, sin que nosotros podamos ya influir sobre ellas; y el futuro será el lugar de los sujetos sobre los cuales nosotros podemos influir sin que ellos puedan, ni directa ni indirectamente, influir sobre nosotros. Ateniéndonos a estas Ideas de presente, pasado y futuro [438], los criterios para la determinación de los tiempos de intervalos televisivos no pueden ser tomados en general, puesto que habrán de estar en función de los contenidos prácticos de referencia. El intervalo de un presente político no tiene por qué superponerse al intervalo de un presente económico o meteorológico.

En la televisión formal, por tanto, no solo hay que atender a las relaciones de cada televidente con los escenarios (naturales o artificiales), sino también a las relaciones de los televidentes entre sí, es decir, a la estructura de la “audiencia”. El efecto social y político más característico al que la clarividencia de la televisión da lugar, es el de la acción causal continua, óptica y acústica, entre grupos sociales separados a gran distancia por cuerpos opacos (no ya por la distancia misma). Moles montañosas, océanos o cordilleras, muros de cemento que impiden cualquier influencia óptica o acústica en tiempo real entre grupos humanos adscritos a los valles o “cavernas” respectivas, resultan atravesados por la clarividencia televisiva. Esto es lo que determina una situación histórica enteramente nueva en el espacio antropológico. Las batallas, del Golfo Pérsico o de Kosovo, por ejemplo, pudieron seguirse en tiempo real desde España, desde América, o desde sus antípodas. De ahí las capacidades de la televisión, por su clarividencia funcional, para alterar los ritmos de la acción política; de ahí la capacidad de quienes disponen de la televisión para controlar los movimientos de masas, porque permite, además de informar o de contemplar, hacer que determinados grupos sociales puedan estar reaccionando sincrónicamente con otros grupos de una manera tal que antes de la televisión era inconcebible. Por eso la televisión plantea situaciones en cuales las Ideas de Verdad y Apariencia [692-701] arrojan valores característicos y aun paradójicos. La clarividencia funcional constitutiva de la televisión formal determina, o puede determinar, en efecto, la falsificación de la percepción de una realidad situada a miles de kilómetros, porque la misma clarividencia encubre, borra o destruye las cordilleras u océanos interpuestos. Se trata de una apariencia del mismo orden que la que constituye la percepción visual apotética ordinaria. Pero mientras que en la visión terrestre ordinaria los movimientos (táctiles) del sujeto operatorio pueden desencadenarse tras los actos de visión apotética, en la televisión los objetos apotéticos lejanos percibidos lo son a escala real aunque, sin embargo, sean intangibles e inaprensibles. Por ello, cabe decir que la visión apotética clarividente distorsiona esencialmente las proporciones de nuestra conducta y nos obliga a vernos a los hombres como si estuviéramos integrados en un espacio antropológico ideal abstracto muy diferente del espacio práctico ordinario de la época pretelevisiva.

La televisión formal se caracteriza también por lo que no puede presentar, sino, a lo sumo, representar: en la televisión material pueden aparecer, por ejemplo, escenas de extraterrestres, o escenas en las que tienen lugar levitaciones, o “milagros cinematográficos” en general; en cambio, en la televisión formal, ninguno de estos escenarios es “presentable”. Y esto es una contraprueba de la conexión profunda que media entre la televisión formal y la verdad.

Por último, el concepto de televisión formal tiene la capacidad de deslindar el conjunto de sesiones “procesualmente dramáticas”, del conjunto de sesiones que solo son televisión material. Ejemplos: en la retransmisión en directo de una corrida de toros el dramatismo está asegurado; este dramatismo, incluso trágico, en el supuesto de una cogida mortal, se transforma en un dramatismo histórico épico o literario en la televisión en diferido. Un partido de fútbol retransmitido una vez ya ha pasado, habrá perdido el dramatismo, con todas las consecuencias, incluso económicas, que pueda tener en la vida real. Los conciertos y obras de teatro incluyen la posibilidad de una interrupción imprevista, y aun de una reacción directa o indirecta del espectador sobre el escenario. Gran interés tiene el “dramatismo” en casos de alerta meteorológica (amenazas de terremotos…), política (manifestaciones reivindicativas, retransmisiones bélicas “desde el campo de batalla”…), así como en las retransmisiones en directo de los informes de la Bolsa, o del tráfico de carreteras; en los noticiarios, sobre todo los de índole política (debates parlamentarios, votaciones en las cámaras, intervenciones de los candidatos a la presidencia…); en los juicios penales o civiles, cuyo dramatismo alcanza, a veces, grados muy intensos, como cuando un acusado, un abogado o un juez, sufre un infarto mortal en la misma sesión televisada. Los debates científicos, ideológicos o filosóficos; las ceremonias religiosas, principalmente la transmisión de una misa católica; en los reality shows (la serie Gran Hermano es un ejemplo eminente de televisión formal y de la verdad juega un papel decisivo en el ejercicio sostenido de la televisión formal). Sin embargo, no hay que confundir la televisión formal con los reality shows: cabe un reality show fabricado para el cine; como también existe un cine verité, el realismo socialista o el cine neorrealista.

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