Obras de Aristóteles La gran moral 1 2 Patricio de Azcárate

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La gran moral · libro segundo, capítulo XII

Nuevo examen de algunas de las teorías
anteriormente expuestas

Ya hemos visto más arriba lo que es obrar conforme a las virtudes, pero esta teoría no ha sido suficientemente desenvuelta. En efecto, hemos dicho lo que es conducirse según la recta razón, pero no sabiendo exactamente lo que debe entenderse por esto, es posible que se pregunte qué significa conformarse con la recta razón, y en qué consiste la recta razón que se recomienda.

Obrar según la recta razón es obrar de manera que la parte irracional del alma no impida a la parte racional realizar el acto que es propio de ella; entonces la acción que se ejecuta es conforme a la recta razón. Nosotros tenemos en el alma una parte que es menos buena, y otra parte que es mejor. Ahora bien; la peor siempre está hecha en consideración a la mejor, como en la asociación del alma y del cuerpo, el cuerpo está hecho para el alma, y decimos que el cuerpo está en buen estado cuando no es un obstáculo para el alma, sino que por el contrario contribuye y concurre a la realización del acto que de ella es propio; porque lo peor, repito, está hecho en vista de lo mejor y está destinado a obrar de concierto con el. Así, pues, cuando las pasiones no impiden a la inteligencia realizar su función especial, las cosas se hacen entonces según la recta razón. «Sí, sin duda, eso es cierto, podrá decirse, pero ¿cómo deben ser las pasiones para que no sirvan de obstáculo al alma?, ¿y en qué momento se encuentran dispuestas de esta [89] manera? He aquí lo que no sabemos.» Confieso que este punto no es fácil de resolver; pero tampoco el médico llega a tanto. Cuando receta una tisana a un enfermo que tiene fiebre, y un discípulo le dice: «¿Cómo conoceré yo que un enfermo tiene fiebre? –Cuando veáis que está pálido. –¿Y cómo veré que está pálido?» Comprendiendo el médico entonces que no puede llevar más allá sus contestaciones, le responderá: «si carecéis del sentimiento y de la percepción de estas cosas, no tengo nada que decir.» El mismo diálogo exactamente puede aplicarse en una multitud de circunstancias semejantes, y absolutamente del mismo modo es como se puede adquirir el conocimiento de las pasiones; es preciso que cada uno contribuya por su parte a observarlas sintiéndolas. Otra cuestión se puede suscitar aún y preguntar: «pero aun cuando yo supiera esto, ¿sería por eso dichoso?» Así se cree generalmente, pero es un error. No hay ciencia alguna que dé al que la posee el uso y la práctica actual y efectiva de su objeto particular, sino que sólo le da la facultad de servirse de ella. Así con aplicación a lo que se trata, la ciencia de estas cosas no da el uso de ellas, puesto que la felicidad, como ya hemos dicho, es un acto, y la ciencia sólo da la simple facultad; y la felicidad no consiste en conocer de qué elementos se compone, sino que consiste sólo en servirse de estos elementos.

El objeto de este tratado no es enseñar el uso y la práctica de estas cosas, y repito, que ni esta ni las demás ciencias dan el uso directo de las cosas; dan tan sólo la facultad de usar de ellas.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 2, páginas 88-89