Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro primero, capítulo XI

Para darse cuenta de la felicidad
es preciso estudiar la virtud que la produce

Puesto que la felicidad, según nuestra definición, es cierta actividad del alma dirigida por la virtud perfecta, debemos estudiar la virtud. Este será un medio rápido de comprender mejor la felicidad misma. La virtud parece ser, antes que nada, el objeto de los trabajos del verdadero político{27}, puesto que lo que este quiere es hacer a los ciudadanos virtuosos y obedientes a las leyes. Tenemos ejemplos de esta solicitud en los legisladores de los Cretenses y de los Lacedemonios{28}, y en algunos otros que se han mostrado tan sabios como ellos. Si este estudio pertenece [30] especialmente a la ciencia política, es claro que la indagación que vamos a hacer, satisfará precisamente al plan que nos hemos propuesto desde el principio de este tratado.

Por lo tanto, estudiemos la virtud, pero la virtud puramente humana, porque sólo buscamos el bien humano y una felicidad humana. Cuando decimos la virtud humana, entendemos la virtud del alma, y no la del cuerpo, porque para nosotros, como queda dicho, la felicidad es una actividad del alma. Una consecuencia evidente de esto es, que el hombre de Estado, el político, debe conocer, hasta cierto punto, las cosas del alma; a la manera que el médico que, por ejemplo, tiene que curar los ojos, debe conocer igualmente la organización del cuerpo entero. El hombre de Estado debe tanto más imponerse en este estudio, cuanto que la política es una ciencia mucho más elevada y mucho más útil que la medicina; y ya los médicos distinguidos están haciendo los mayores esfuerzos para adquirir el exacto conocimiento de todo el cuerpo humano. Es preciso, por consiguiente, que el hombre de Estado haga un estudio del alma; pero el que vamos a hacer nosotros ahora sólo tiene por objeto la política, y sólo lo llevaremos hasta donde sea puramente necesario para hacer conocer bien el objeto actual de nuestras indagaciones. Un examen más profundo y completamente exacto nos obligaría a un trabajo mayor que el que exige el asunto que en este momento discutimos.

Por lo demás, la teoría del alma ha sido suficientemente desenvuelta en algunos puntos, hasta en nuestras obras exotéricas{29}; tomaremos de ellas lo que nos convenga, como, por ejemplo, lo haremos desde luego don la distinción de las dos partes del alma: la una que está dotada de razón, y la otra que está privada de ella. En cuanto a saber si estas partes son separables, como lo son las del cuerpo, y como lo es todo objeto divisible; o bien si sólo son dos bajo un punto de vista racional, siendo inseparables por su naturaleza, como lo son la parte cóncava y la parte convexa en la circunferencia; estas son cuestiones que en este momento nada nos importan. En la parte no racional del alma hemos reconocido cierta facultad que parece que es común a todos los seres vivos, que es la facultad [31] vegetativa; en otros términos, es la causa que hace que el ser pueda alimentarse y desenvolverse. Esta facultad del alma debe reconocerse en todos los seres que se alimentan, y hasta en los gérmenes y los embriones, así como se la debe encontrar idénticamente la misma en los seres completamente formados, porque la razón quiere que en esta materia haya identidad más bien que una diferencia. Ya tenemos aquí un poder del alma que es general y común, y que no parece pertenecer como una especialidad al hombre. Añado, que esta parte del alma y este poder obran sobre todo durante el sueño. Pero nada hay durante el sueño que distinga al hombre de bien del hombre malo; y he aquí lo que ha dado ocasión a decir que durante una mitad de la vida los hombres dichosos en nada se diferencian de los hombres desgraciados. Y la verdad es que así sucede, porque el sueño es para el alma una completa inercia de las facultades que motivan el que se la llame buena y mala, a menos que no se suponga que en este mismo estado tienen lugar algunos ligeros movimientos que lleguen hasta ella, y que, por consiguiente, los sueños de los hombres de una naturaleza distinguida deban ser mejores que los del vulgo.

Pero no quiero llevar más adelante el examen de esta primera parte del alma, y dejo a un lado la facultad nutritiva, puesto que no puede ser partícipe de la virtud especialmente humana que nosotros buscamos.

Al lado de esta primera facultad aparece igualmente en el alma otra naturaleza, que es igualmente irracional, pero que, sin embargo, puede participar hasta cierto punto de la razón. Reconocemos, en efecto, y alabamos en el hombre sobrio que se domina, y hasta en el hombre intemperante que no sabe dominarse, la parte del alma que está dotada de razón, y que invita sin cesar a uno y a otro al bien por medio de los mejores consejos. Reconocemos igualmente en ellos otro principio que por su naturaleza va contra la razón, la combate y se mantiene frente a frente de ella. Sucede como con los miembros del cuerpo que después de un accidente han sido mal curados, y que se marchan por la izquierda cuando se les quiere mover hacia la derecha. Lo mismo absolutamente sucede con el alma; y las pasiones de los intemperantes se dirigen siempre en sentido opuesto al que pide su razón. La única diferencia consiste en que, respecto al cuerpo, podemos ver la parte cuyos movimientos son [32] irregulares, mientras que no la vemos en el alma. Pero no por eso dejamos de creer que existe en el alma algo que es contra la razón, que se opone a ella y que marcha fuera de su debida dirección. El cómo esta parte del alma es tan diferente, es una cuestión que en este momento no nos importa; pero esta porción misma tiene también su parte de razón, como acabamos de decir. En el hombre que sabe ser sobrio y dominarse, ella obedece a la razón; y aun más dócilmente se somete en el hombre sabio y valiente, porque en él nada hay que no esté de acuerdo con la razón más ilustrada.

Así la parte irracional del alma parece que es también doble. En efecto, mientras que la facultad vegetativa no participa nada de la razón, la parte apasionada, y más generalmente la parte instintiva, participa de ella hasta cierto punto en el sentido de que puede escuchar la razón y obedecerla, a la manera que nosotros deferimos a la razón de un padre, a la de nuestros amigos, sin que por eso nos sometamos en este caso del modo que nos sometemos a las demostraciones matemáticas. Lo que prueba también que esta parte irracional puede dejarse conducir por la razón, es que se dan consejos a las gentes, y que en muchas ocasiones se les dirige indistintamente reprendiéndolos o animándolos. Pero si puede decirse también que esta parte secundaria está dotada de razón, será preciso reconocer que la parte racional del alma es igualmente doble, y deberá distinguirse la parte que posee la razón en propiedad y por sí misma, y la parte que escucha la razón como se escucha la voz de un padre benévolo.

La virtud en el hombre nos presenta asimismo distinciones fundadas en esta diferencia; y así entre las virtudes, llamamos a unas virtudes intelectuales y a otras virtudes morales. La sabiduría o la ciencia, el ingenio, la prudencia, son virtudes intelectuales; la generosidad y la templanza son virtudes morales. Hablando de la moralidad y del carácter de un hombre, no decimos que es sabio o ingenioso, mientras que podemos decir que es dulce o que es moderado. Bajo este punto de vista alabamos al sabio en vista de las facultades que posee; y entre las diversas facultades calificamos de virtudes las que nos parecen dignas de nuestra alabanza.

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{27} El estudio de la virtud sólo pertenece a la Moral, y de esta debe tomar su base la Política, y no al contrario.

{28} Véase el lib. II de la Política, cap. VII y VIII, donde se analizan las Constituciones de uno y otro pueblo.

{29} Exotéricas son las obras escritas para la enseñanza pública, y las esotéricas para la privada o reservada.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 29-32