Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo primero

Nuevo objeto de estudio.
El vicio, la intemperancia y la brutalidad

Después de todo lo que precede, es preciso decir, tomando otro punto de partida para nuevas consideraciones, que en materia de costumbres se deben evitar sobre todo tres clases de escollos: que son el vicio, la intemperancia que no puede dominarse, y la grosería que nos rebaja al nivel de las bestias. Los contrarios de dos de estos tres términos son evidentes: de una parte, la virtud es lo contrario del vicio; y de otra, la templanza, que nos asegura el dominio de nosotros mismos, es lo contrario de la intemperancia que nos le quita. Pero en cuanto a la cualidad contraria a la grosería brutal, el único nombre propio de ella es el de virtud sobrehumana, heroica y divina; y este fue indudablemente el pensamiento de Homero, cuando en su poema representa a Príamo alabando la perfecta virtud de Héctor, diciendo de él{131}:

«Parecía más bien
Hijo de un Dios que de un mortal.»

Luego, si es cierto, como se dice, que los hombres se elevan al rango de dioses mediante una prodigiosa virtud, una disposición moral de este género deberá mirársela como lo opuesto a [176] la grosería brutal, de que acabamos de hablar. En efecto, ni el vicio ni la virtud pertenecen al bruto{132} ni a Dios; y si esta disposición heroica está por encima de la virtud ordinaria, la grosería brutal es una cosa muy diferente del vicio mismo. Sin duda es raro encontrar en la vida un hombre divino, usando de la expresión favorita de los espartanos{133}, que dicen ordinariamente cuando hablan de alguno digno de admiración: «es un hombre divino»; pero el hombre brutal y completamente incontinente no es menos raro entre los hombres; y sólo podrá encontrársele entre los bárbaros. A veces esta grosería brutal es el resultado de enfermedades y de achaques; y se reserva este nombre injurioso para los hombres, cuyos vicios no tienen límites.

Más tarde diremos algo sobre esta lamentable disposición. Ya hablamos anteriormente del vicio; y sólo resta que hablemos aquí de la intemperancia, de la molicie y de la incontinencia, oponiendo a ellas la templanza que sabe amaestrar las pasiones y la firmeza que sabe resistirlas. Uniremos estos dos estudios; porque no se crea que cada una de estas disposiciones, buenas o malas, se confunde completamente con la virtud y el vicio, ni que sean de una especie enteramente diferente. En este punto es preciso hacer lo mismo que se ha hecho en todas las demás indagaciones; hacer constar primero los hechos tales como se observan, y después de haber presentado las cuestiones que ellos suscitan, demostrar por este método las opiniones más generalmente recibidas acerca de estas pasiones; y si no pueden recorrerse todas, indicar por lo menos las más principales; porque una vez que se han resuelto los puntos verdaderamente difíciles, quedando sólo los admitidos por todo el mundo, puede considerarse la materia como suficientemente demostrada.

Así, es doctrina admitida, que la templanza que se domina y la firmeza que sabe soportarlo todo, son incontestablemente cualidades buenas y dignas de estimación. La intemperancia y la molicie, por lo contrario, son cualidades malas y reprensibles. Todo el mundo sabe, que el hombre templado que se domina es al mismo tiempo hombre que se guía constantemente por la razón, mientras que el intemperante es hombre que se olvida de la razón, despreciándola. El intemperante se deja arrastrar por su [177] pasión, sabiendo que lo que hace es culpable; el hombre templado, por lo contrario, que sabe que los deseos que asaltan su corazón son malos, se niega a obedecerlos gracias a su corazón. Se considera también al hombre sabio como templado y firme; pero aquí empieza el desacuerdo; pues si unos reconocen al hombre firme y templado como completamente sabio, hay otros que no son de este dictamen. En igual forma, si unos llaman indiferentemente al incontinente intemperante, e intemperante al incontinente, hay otros que encuentran entre estos dos caracteres cierta desemejanza. En cuanto a la prudencia, unas veces se dice que es incompatible con la intemperancia; y otras se admite como cosa posible que personas prudentes y hábiles se dejen llevar de la intemperancia. En fin, esta palabra de intemperantes puede extenderse también a los que no saben dominar su cólera, su ambición o su codicia.

Estas son, pues, las opiniones más generalmente admitidas sobre esta materia.

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{131} Iliada, canto XXIV, v. 259.

{132} Véase un pensamiento completamente análogo en la Política, lib. I, cap. I.

{133} Platón recuerda esta expresión de los espartanos en el Menon.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 175-177