Obras de Aristóteles | Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 | Patricio de Azcárate |
[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro primero· I· II· III· IV· V· VI· VII· VIII· IX· X· XI ] Moral a Nicómaco · libro primero, capítulo VI Justificación de la definición de la felicidad dada más arribaPara comprender bien el principio sentado aquí, no debemos atenernos sólo a la conclusión a que fuimos a parar, ni a los elementos que componen la definición de felicidad dada por nosotros, sino que hay que aclarar más, considerando los atributos que se conceden ordinariamente a la felicidad; porque las realidades están siempre de acuerdo con una definición verdadera, mientras que la verdad se pone bien pronto en desacuerdo con el error. Divididos los bienes en tres clases: bienes exteriores, bienes [19] del alma y bienes del cuerpo, los del alma son a nuestros ojos los que llamamos más especial y excelentemente bienes. Al alma es a la que nuestra definición atribuye las facultades y los actos que el alma sola dirige; y podemos decir, que esta definición es buena, puesto que conforma con una opinión muy antigua y admitida unánimemente por todos los que se ocupan de filosofía. también hemos dicho con razón, que ciertas aplicaciones de nuestras facultades y ciertos actos son el verdadero fin de la vida; porque entonces este fin se pone en los bienes del alma y no en los bienes exteriores. Lo que confirma nuestra definición es; que se confunde ordinariamente al hombre feliz con el que se conduce bien y logra sus propósitos; y lo que entonces se llama felicidad, es una especie de fortuna y de honradez. Y así, todas las condiciones requeridas habitualmente como constitutivas de la felicidad, se reúnen en la definición que hemos dado; porque para unos la felicidad es la virtud; para otros es la prudencia; para estos es la sabiduría; para aquellos es todo esto junto o algo de esto a que se une el placer, o por lo menos que no está privado de él. Lo mismo sucede con los que quieren comprender en este círculo tan extenso la abundancia de los bienes exteriores. De estas opiniones, unas han sido sostenidas y de antiguo por numerosos partidarios, y otras lo han sido por algunos, pocos en número, pero personas de crédito. Es razonable suponer, que los unos lo mismo que los otros no han incurrido en error sobre todos los puntos, y que han visto en claro algunos; y si se quiere, casi todos. Por lo pronto, nuestra definición es aceptada por los que pretenden, que la felicidad es la virtud, o por lo menos, una cierta virtud, porque la actividad del alma conforme a la virtud forma también parte de la virtud. Pero no es del todo indiferente colocar el bien supremo en la posesión o en el uso{19} de ciertas cualidades, en la simple aptitud o en el acto mismo. La aptitud puede existir realmente sin producir ningún bien, como, por ejemplo, en un hombre que duerme o en uno que por cualquiera otra causa permanezca inactivo. El acto, por el [20] contrario, no puede encontrarse nunca en este caso, puesto que obra necesariamente, y además obra bien. En esto sucede como en los juegos olímpicos; allí no son los más hermosos ni los más fuertes los que alcanzan el premio, y sí los concurrentes que han tomado parte en la lucha; porque sólo entre ellos pueden encontrarse los vencedores. Lo mismo acontece en este caso; los que obran bien son los únicos que pueden aspirar en la vida a la gloria y a la felicidad. Por lo demás, la existencia de estos hombres que obran bien, está naturalmente llena de encantos. Sentirse encantado es un fenómeno, que se refiere exclusivamente al alma, y un objeto tiene para nosotros encantos cuando decimos de él que le amamos: el caballo, por ejemplo, encanta al que ama los caballos; el teatro encanta al que ama las representaciones, como las cosas justas encantan al que ama la justicia; y en general, los actos virtuosos encantan al que ama la virtud. Si los placeres del vulgo son tan diferentes y tan opuestos entre sí, es porque no son por su naturaleza verdaderos placeres. Las almas cultas, que aman lo bello, sólo gustan de los placeres que por su naturaleza son placeres verdaderos, y lo son tales todas las acciones conformes a la virtud, que agradan a estos corazones bien nacidos, y les agradan únicamente por sí mismas. Además, la vida de estos hombres generosos no tiene necesidad, absolutamente hablando{20}, de que el placer se una a ella, como una especie de apéndice y de complemento, puesto que lleva el placer en sí misma; porque independientemente de todo lo que acabamos de decir, puede añadirse, que el que no encuentra placer en las acciones virtuosas, no es verdaderamente virtuoso, lo mismo que no se puede llamar justo al que no se complace en practicar la justicia, ni liberal al que no se complace en actos de liberalidad, y así de todos los demás. Si todo esto es cierto, los verdaderos placeres del hombre son las acciones conformes a la virtud. No son sólo agradables, sino que además son buenas y bellas, y lo son sobre todas las cosas, cada una sobre las de su género, si el hombre virtuoso sabe estimar su justo valor, como de hecho lo estima en el acto mismo de ser virtuoso, como ya hemos dicho. Por consiguiente la felicidad es a la vez lo mejor, más bello y más dulce que [21] existe, porque no deben separarse ninguna de estas cualidades de las demás, como lo hace la inscripción de Delos: «Lo justo es lo más bello; la salud, lo mejor; Todas estas ventajas se encuentran reunidas en las buenas acciones; en las acciones mejores del hombre, y el conjunto de estos actos, o por lo menos, el acto único, que es el mejor y el más perfecto entre todos los demás, es lo que llamarnos felicidad. Sin embargo, parece que la felicidad no puede ser completa sin los bienes exteriores{21}, según hemos hecho ya observar. Es imposible, o por lo menos no es fácil, hacer el bien cuando está uno privado de todo, puesto que para una multitud de cosas son instrumentos indispensables los amigos, la riqueza, la influencia política. Hay también otras cosas, cuya privación altera la felicidad de los hombres que de ellas carecen: la nobleza, una familia feliz, la belleza. No puede decirse que sea feliz un hombre, cuando es de una deformidad repugnante, pertenece a una mala familia o se encuentra aislado y sin hijos; y menos aún puede decirse que sea feliz el que tiene hijos o amigos completamente perversos, o si la muerte le ha arrebatado los amigos y los hijos virtuosos que tenía. Por lo tanto, repitamos que al parecer son indispensables estos útiles accesorios para la felicidad; y he aquí por qué se confunde muchas veces la fortuna con la felicidad, como otras se confunde con la virtud. ——— {19} Distinción profunda que se debe a Aristóteles, que es el primero que ha separado la potencia del acto, es decir, lo posible de lo real. {20} Esta es en parte la teoría platoniana, y por completo la doctrina estoica. {21} El ejemplo de Sócrates no estaba tan lejos, y sin bienes exteriores fue el más dichoso y el más virtuoso de los hombres. |
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Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles Madrid 1873, tomo 1, páginas 18-21 |