Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26Imprima esta página Avise a un amigo de esta página

X. Conclusión

<   Breves indicaciones sobre el estado actual de la filosofía en España   >

Hemos trazado una reseña lo más exacta que nos ha sido posible del estado actual de la filosofía en España; para completarla indicaremos las obras referentes a materias filosóficas que, según pública voz, aparecerán próximamente. Entre estas se cuentan: la exposición de la lógica krausista, del Sr. Sanz del Río; un libro de filosofía social, del Sr. Tubino; un trabajo sobre el fundamento filosófico de la propiedad, del catedrático D. Federico de Castro; una reseña histórica de los tratadistas españoles de derecho natural, del Sr. Sánchez Ruano; las [234] colecciones de artículos, entre los cuales hay varios filosóficos, de D. Gumersindo Laverde y Ruiz y de D. Francisco Giner; el tomo de filósofos españoles en la biblioteca de Rivadeneira, formado por D. Adolfo de Castro; unos estudios sobre Raimundo Lulio, del Sr. Canalejas; una historia de las doctrinas filosóficas de los protestantes españoles, del Sr. Guardia; las lecciones preliminares sobre la ciencia de la historia pronunciadas en la cátedra de la Universidad central, por el presbítero D. Fernando de Castro; una monografía del filósofo cubano D. José de la Luz, escrita por su discípulo D. Antonio Angulo Heredia, y un débil Ensayo crítico sobre las negaciones racionalistas, del autor de estas líneas. Tan gran número de publicaciones es una prueba de la creciente actividad de nuestros estudios filosóficos, pues aun cuando alguna de estas obras, desnuda de todo mérito literario, sólo aparezca como una sombra de tan brillante cuadro, al menos servirá para hacer resaltar las muchas bellezas que de seguro no faltará en ninguna de las otras.

Terminaremos estas someras indicaciones bibliográficas, rebatiendo una acusación que quizá puede hacérsenos, y contestando a una pregunta que nos parece de suma importancia. [235]

Se podría decir que así como Lope de Vega escribió en elegantes versos el Laurel de Apolo de su época, nosotros hemos escrito en desaliñada prosa un Laurel de Minerva muy semejante a la obra del Fénix de los Ingenios en la profusión de los elogios y en la ausencia de las censuras. Algo de verdad habría en este juicio, pero si se atiende a que nuestros estudios filosóficos han estado desatendidos durante largos años, hoy que puede decirse que comienzan a renacer, no es la ocasión oportuna de añadir las amarguras de la crítica al peso de la indiferencia pública que ahoga los nombres de nuestros pensadores contemporáneos: he aquí la causa del espíritu que hemos seguido en esta reseña, más histórica que crítica como ya dijimos desde sus primeras líneas. Sin embargo, no se crea que guiados por esta idea de benevolencia hemos llegado hasta decir lo contrario de lo que pensamos, en verdad que no. Sin callar las faltas y los vacíos de las obras, hemos procurado que queden en segundo término para que el brillo de sus excelencias no permita contemplarlas, y antes sirvan de necesario contraste que interrumpa la uniforme monotonía, pues dada nuestra decaída naturaleza sólo comprendemos bien la belleza como oposición a la fealdad y sólo [236] entendemos la verdad como la negación de todo error.

Después de leída la reseña histórica que venimos trazando, es natural hacerse esta pregunta: ¿cuál debe ser la aspiración constante de nuestra filosofía fundada en sus antiguas tradiciones y en el estado histórico de nuestra patria? Sin ciencia ni autoridad para resolver tan ardua cuestión, diremos lo que sobre ella pensamos; si no fuese exacto, el viento del olvido lo desvanecerá muy en breve: si como nosotros creemos, es una gran verdad, se impondrá por su propia fuerza, o será el eterno remordimiento de aquellos que no quieran realizarla.

La edad media dijo; todo por la fe y nada por la razón; y en nombre de este principio fueron conducidos al suplicio Juan de Huss y Savonarola, Vanini y Jordan Bruno; el renacimiento dijo; todo por la razón y nada por la fe; y la filosofía del pasado siglo inspirada por esta idea, llegó a afirmar que el hombre que piensa es un animal depravado, que la inmortalidad del alma es una ilusión, y que Dios es una torpe impostura inventada por sacerdocios egoístas.

Nosotros, que dudamos mucho de que las hogueras sean medios oportunos para santificar los espíritus, y que sabemos que en pos de los [237] desvaríos de la razón vienen las grandes catástrofes sociales; nosotros creemos que la filosofía novísima debe decir; todo por la fe y todo por la razón; nosotros creemos que la filosofía española está llamada a continuar esa alta tradición creyente y razonadora a la vez, que arranca en San Isidoro, el más sabio de los pensadores de la escuela sevillana, y termina en Feijóo, el más cuerdo de los reformadores del siglo XVIII.{36} Bien sabemos que proclamar la fe y la razón, es atraerse las iras de muchos; los fanáticos de la fe llaman a esto impío racionalismo; los fanáticos de la razón lo llaman consorcio anticientífico, cuando no inconcebible absurdo; la [238] verdad de nuestra doctrina se demuestra con estar apartada de estos dos opuestos fanatismos: conservemos, pues, nuestra fe en la razón y nuestra razón en la fe, y afrontemos las torcidas interpretaciones que puedan darse a nuestras doctrinas, repitiendo aquel magnífico dicho de Kant:

«Dos cosas hay grandes en la naturaleza: el cielo estrellado sobre nuestras cabezas, y el sentimiento de deber en nuestros corazones.»

——

{36} Es digno de observarse cómo el culto a la verdad religiosa y el espíritu científico se hallan siempre unidos en todos los más preclaros ingenios nacidos en tierra española. Así vemos que las glorias científicas de nuestra patria siempre han nacido al calor y bajo el amparo de la idea católica, comprendida y explicada con una grandeza de miras siempre admirables y casi siempre rectísimas. Todas las teorías modernas en la parte que pueden conciliarse con la verdad religiosa tienen sus representantes en los teólogos y filósofos españoles de la edad media y del renacimiento. Sin necesidad de aceptar todas las apreciaciones que expuso el Sr. Pi y Margall la coleccionar las obras del P. Juan de Mariana en la Biblioteca de autores españoles, se ve claramente el espíritu altamente liberal que guiaba la pluma de aquel insigne jesuita, que ya formuló los principios fundamentales del sistema representativo, viviendo bajo el gobierno absoluto de la monarquía austro-española. El P. Domingo de Soto escribió en la época de Carlos V contra la esclavitud con tan nobilísima energía como hoy lo hace Mr. Conchin. El eminente teólogo Alonso Cano aconsejaba a Felipe II con una libertad de espíritu que hoy apenas se comprendería. Los ejemplos serían interminables, no caben en una nota, y por esto hacemos aquí punto.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 233-238.}


filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2000 filosofia.org
Luis Vidart Schuch
historias