Luis Vidart Schuch (1833-1897) | La filosofía española (1866) |
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Del socialismo en España según la ciencia y la política, por D. Julián Sánchez Ruano. Madrid 1865. –Democracia y socialismo: breves apuntes: por D. Buenaventura de Abarzuza. Cádiz 1865.
I.
Si el cristianismo no fuese una revelación sobrenatural, sería siempre la más alta, la más sublime, la más portentosa de todas las verdades absolutas que guían a la humanidad por el sendero de la vida. En la esfera religiosa todas las grandes inteligencias contemporáneas están ya acordes en el dilema fundamental: catolicismo o negación de toda religión positiva, considerando que la verdad moral puede vivir sin conocer la verdad religiosa, ni la verdad [242] metafísica. Y entiéndase, que el catolicismo es cristianismo, y que esta ley moral que se quiere alzar sobre las ruinas de todas las religiones y de todas las filosofías, no es otra cosa que el ideal cristiano despojado de sus divinos esplendores y reducido al concepto del soberano bien concebido, y puede decirse que hecho, por la conciencia humana. {(1) Por esta causa decía uno de los más célebres filósofos alemanes de la edad presente: «En la lección próxima crearemos a Dios.»}
En la esfera de la ciencia, si Krause funda sobre la realidad divina la verdad humana, ya había dicho Jesús: yo soy la verdad; es decir, el Verbo Divino es la verdad primera, origen de toda verdad humana: si Hegel dice que en la naturaleza humana hay un elemento divino, San Jerónimo enseña que ninguna alma está privada de Cristo: si la creencia en la perfectibilidad del hombre es la única luz que hoy ilumina las inteligencias, ya Jesús la había explicado diciendo: sed perfectos, como vuestro Padre, que está en los cielos, es perfecto. Bien podría decirse que todos los sistemas que dominan en la ciencia contemporánea son cristianos en sus aciertos y racionalistas en sus errores.
En la esfera política que hoy absorbe casi todas [243] las fuerzas vivas de las naciones europeas, también se ve claro el poderoso influjo de las enseñanzas cristianas. En nombre de Jesucristo pretende renovar la humanidad el socialista Saint Simon, y en nombre de Jesucristo escribe Laboulaye ese libro individualista que lleva por título El Estado y sus límites; en nombre de Jesucristo ensalza Valdegamas la unidad teocrática, y en nombre de Jesucristo sostiene Mr. Guizot la variedad sin unidad que lleva el nombre doctrinarismo político. Por esta manera, ante la imagen de Jesús, caen postrados de rodillas creyentes y racionalistas; los primeros, adorando estáticos una verdad que sobrepasa las fuerzas de toda humana inteligencia; los segundos, admirando la espontaneidad de la razón primitiva que ha creado una moral perfecta que casi puede llamarse la religión definitiva de la humanidad. {(1) Palabras de Mr. Renan en su mal llamada Vida de Jesús.}
II.
Nos ha sugerido las reflexiones que anteceden la lectura de los folletos recientemente publicados por los jóvenes demócratas D. Julián [244] Sánchez Ruano y D. Buenaventura de Abarzuza, cuyos títulos quedan indicados a la cabeza de este artículo. Diferentes en muchos puntos importantísimos, las soluciones políticas de los señores Sánchez Ruano y Abarzuza, se hallan sin embargo conformes en considerar la doctrina de Jesucristo como fundamento de la democracia no socialista que ambos proclaman.
El Sr. Abarzuza ha escrito: «El socialismo acude a Licurgo, a Platón, a Tomás Moro, a Campanella, a Morelly, a Babeuf, a Mably, a Fenelon, a Owen, a Fourrier, a Cabet, a Proudhon, en busca de un sistema: la democracia sólo admite un sistema social, y opone a tan largo catálogo de pensadores un solo nombre. Ese sistema es el de la libertad; ese nombre es el de Jesucristo.»
El Sr. Sánchez Ruano, tratando de investigar por qué caminos desaparecerán de la esfera social las teorías disolventes que amenazan destruir la civilización europea, resuelve este problema en las siguientes palabras: «La salvación de los pueblos vendrá del cristianismo y de las instituciones que de él emanan y de los principios eternos que de él se derivan, los cuales, si por acaso, cubierta de palidez la frente y velado el rostro con fúnebre sudario, padecen [245] momentáneo eclipse, volverán a iluminar los extremos todos de la tierra con los fecundos rayos de su divina lumbre; no de otra suerte se alza esplendoroso el astro bienhechor del día, después de oscura noche y de tormenta fugaz, rasgando la densa niebla, a esparcir en su triunfal carrera torrentes de luz y vida por los espacios sin fin.»
Ahora bien: escuchemos la exposición del ideal político de la democracia, según el Sr. Abarzuza. Dice así: «Todos los partidos medios encubren doctrinas socialistas; la democracia es la única que ataca de frente estas doctrinas. Puesto que el Estado es una inmensa máquina por donde pasa, disminuyéndose, la riqueza de cada individuo; puesto que el objeto de esa máquina es quitar a unos lo que injustamente reparte a otros; puesto que ella misma gasta una porción del capital, que hace circular sin derecho alguno, suprímase la máquina: ya que acorta bajo mentidos pretextos las facultades y los productos en cada ciudadano. Esto dicen los apóstoles de la libertad. No prometen a los pueblos un estado capaz de llenar todas sus necesidades. Lo que prometen es la reducción, casi la anulación de ese Estado.» Claro se ve en este razonamiento [246] que el fin humano es la libertad y que el medio de conseguir este fin es la reducción, casi la anulación del Estado.
De otra suerte entiende esta cuestión el Sr. Sánchez Ruano, que explica su pensamiento en la forma siguiente: «Requiriendo la verdadera idea de moralidad el doble concepto del bien como fin, el de libertad como medio, síguese forzosamente y de una manera indudable que el bien ha de ser lo absoluto, lo permanente, lo eterno, lo invariable, y la libertad humana ha de consistir en lo relativo en lugar de lo absoluto, en lo transitorio en vez de lo permanente, en lo que padece cambios y no en lo inalterable, en lo temporal, en fin, y no en lo eterno. De igual manera yendo adheridas a la noción de moralidad las ideas de ley, de regla y de sumisión, todo el que defienda la negación de las leyes eternas, y predique la abolición de toda regla absoluta, y pregone el exterminio de toda sumisión permanente, desconoce la naturaleza íntima del ser humano y las categorías esenciales de una vida racional.»
III.
Dada la radical diferencia en la concepción del ideal político de los Srs. Sánchez Ruano y [247] Abarzuza, fácil es comprender la oposición que necesariamente ha de existir en la mayor parte de sus juicios sobre los puntos doctrinales y críticos que han sido objeto de examen en los dos opúsculos de que venimos ocupándonos. El Sr. Abarzuza halla el origen del socialismo en los estudios clásicos que sirven de alimento a la mayor parte de la juventud europea, y hace suya una máxima donde se afirma que el platonismo literario es origen del socialismo revolucionario: y de esta suerte, el autor de Socialismo y Democracia se halla de acuerdo con monseñor Gaume en su célebre teoría del ver rongeur. El Sr. Sánchez Ruano dice que el socialismo contemporáneo «no puede menos de ser originaria y fundamentalmente materialista y ateo.»
El Sr. Abarzuza afirma que todos los partidos medios encubren doctrinas socialistas, es decir, que los liberales son algún tanto socialistas; el Sr. Sánchez Ruano cree por el contrario que los liberales y los demócratas niegan de consuno la supremacía del Estado, que es lo que, según su juicio, constituye el carácter distintivo del socialismo.
El Sr. Abarzuza considera a Víctor Hugo como el inspirado vate que traza el ideal democrático [248] de las edades futuras; el Sr. Sánchez Ruano cree que la síntesis de las teorías del autor de Los Miserables se halla en aquella máxima profundamente socialista: «Cuando yo peco, la humanidad peca en mí.»
Al terminar este paralelo entre los juicios y opiniones políticas expuestas por los Sres. Sánchez Ruano y Abarzuza en nombre de la democracia no socialista, necesario es confesar que si la unidad en la variedad es la ley eterna que rige todo lo creado, la democracia antisocialista no carece de variedad, y es de creer que, andando el tiempo, llegue a adquirir la unidad, que al presente es lo único que le falta.
No es difícil señalar la causa general que produce el hecho concreto que ahora es objeto de nuestras consideraciones críticas. Triste, pero necesario es decirlo, el carácter distintivo de la civilización contemporánea es la confusión que niega, y hasta anula todo principio superior bajo y en que se armonicen sin destruirse las frecuentes contradicciones que presenta la humanidad en la manifestación sensible de su vida histórica. Fácil es demostrar la exactitud de nuestro aserto.
Siendo la verdad un organismo perfecto, dada una religión verdadera, sólo hay una filosofía y [249] una política que puedan formar con ella un todo armónico.
Al comenzar este ligero estudio hemos indicado las contrarias ideas políticas que se proclaman acordes con la revelación cristiana, y del mismo modo, apoyándose en un mismo sistema filosófico, se pretende deducir consecuencias políticas diferentes y aun contrarias. Así vemos espiritualistas doctrinarios, como Cousin y Guizot, y espiritualistas demócratas como Julio Simon y Laboulaye; hegelianos socialistas como Mr. Vacherot y hegelianos individualistas, como lo era el Sr. Pí y Margall cuando escribió el libro titulado La reacción y la revolución; pensadores pertenecientes a lo que llaman escuela teológica que llegan al liberalismo, como el obispo de Maguncia, monseñor Ketteler y el P. Gatry, y pensadores de la misma escuela, que proclaman la teocracia como el ideal de la perfección política, como son, entre otros muchos, el marqués de Valdegamas, en España; el abate Morel, en Francia; los célebres Taparelli y Liberatore, en Italia, y el profundo Federico Schlegel, en Alemania.
Tales hechos no han menester comentario, ni glosa para patentizar el gran desconcierto intelectual del siglo XIX, que produce necesariamente [250] esa variedad sin unidad que llaman subjetivismo en religión; criticismo en filosofía; empirismo en política; y cuyos verdaderos nombres debieran ser: negación, duda y egoísmo.
IV.
En medio de esta confusión comienza a iluminar el horizonte la aurora de un nuevo día; comienza a entreverse una verdad fundamental y primera, negada tenazmente por esa serie de libres pensadores que principia en Bacon y Descartes, y hoy se halla representada por los secuaces del positivismo francés y de la extrema izquierda hegeliana.
Así es la verdad. Bacon y Descartes inauguraron esa filosofía que pretende establecer una radical diferencia entre la religión y la ciencia; que sostiene, ya explícita, ya implícitamente, que la cuestión teológica por excelencia, la existencia de lo sobrenatural, primer fundamento de toda fe religiosa, no debe ser objeto de especulaciones racionales.
Siguiendo estos principios se ha repetido, durante tres siglos, por eminentes críticos y profundos pensadores, que en el antiguo Oriente no había más ciencia que la teología que pesaba [251] sobre los espíritus como una capa de plomo; que los filósofos griegos y romanos, en su doctrina exotérica, también se sometieron en demasía al politeísmo entonces dominante: y por último, que la escolástica no es más que la verdad revelada, admitida sin examen y revestida de formas lógicas.
La filosofía novísima comienza a conocer que en todas estas apreciaciones hay algo de verdad y mucho de falso. Cierto es que en la civilización oriental se hallan demasiado confundidas la religión y la ciencia; pero las especulaciones lógicas de Gotama, las doctrinas de Kapila, la reforma de Budha, en la India, y las teorías dualistas de Zoroastro, en Persia, bien pueden considerarse como la brillante iniciación de la ciencia racional. Es más: las doctrinas orientales, mezcladas con la filosofía grecorromana, producen los sistemas sincréticos de Aristóbulo y Filón, del neoplatonismo alejandrino y de las escuelas gnósticas; sincretismo que es el precedente histórico del eclecticismo francogermánico de los siglos XVII y XVIII, como este a su vez lo es también del armonismo germano escocés que hoy proclama la escuela krausista como la última palabra de la verdad científica.
Y aun en medio de ese escolasticismo tan [252] menospreciado, San Anselmo de Cantorbery, San Buenaventura de Fidanza, y sobre todo Santo Tomás de Aquino, llevan el espíritu de examen hasta las cuestiones más trascendentales de la filosofía, comenzando por dar pruebas discursivas de la existencia de Dios, la posibilidad de la revelación sobrenatural y la espiritualidad del alma humana.
Por último, hoy todas las direcciones científicas comprenden la inmensa trascendencia de la cuestión religiosa, y Mr. Guizot proclama en nombre del espiritualismo, siguiendo teorías semejantes a las del angloamericano Channing, que la creencia en un orden sobrenatural es la base de toda verdadera filosofía: y la escuela idealista repite las palabras de Fichte: «la razón de cualquiera ciencia se halla siempre en otra ciencia de un orden más elevado; que lo hace de la ciencia entera una cadena, cuyos últimos eslabones no podemos alcanzar,» que vale tanto como decir que la fe en lo desconocido es el principio de la ciencia; y hasta el materialismo que se encubre bajo en nombre de escuela positiva quiere reconciliarse con la verdad religiosa, y este es el origen de la teoría de lo incognoscible ingeniosamente expuesta por el pensador anglicano Mr. Herbert Spencer. [253]
V.
Parece que nos hallamos muy lejos del examen de los folletos de los Sres. Abarzuza y Sánchez Ruano, y sin embargo, estamos muy cerca de dos importantísimas deducciones que íntimamente se relacionan con el asunto que nos ocupa. Es la primera, que la confusión que hoy reina en las esferas de la ciencia y de la política, de la cual es una prueba más los folletos que examinamos, consiste en el gran olvido en que ha estado durante tres siglos esta sencilla verdad; la ley religiosa, la ley natural y la ley política, guardan entre sí mutuos enlaces y se unifican en una realidad suprema: la ley divina. Es la segunda, que al apoyar el Sr. Abarzuza su teoría democrático-individualista en las enseñanzas de Jesucristo, que también sirven de base a lo que el Sr. Sánchez Ruano llama democracia conservadora, siguen el espíritu general que domina en la ciencia contemporánea, reconocen la revelación sobrenatural como fuente de conocimiento, como perenne y eterna enseñanza en todas las esferas de la vida y en todas las varias direcciones del humano entendimiento. [254]
Ahora bien: ¿en qué aciertan y en qué yerran los Sres. Sánchez Ruano y Abarzuza, al combatir el socialismo en nombre de las enseñanzas del maestro de la verdad eterna? Si por socialismo se entiende esa doctrina atea que busca en el hombre, y sólo en el hombre, la solución de todos los problemas sociales, doctrina que para evitar la prostitución de la mujer niega la familia, doctrina que para evitar el robo niega la propiedad, lo cual vale tanto como establecer el robo y la prostitución en principios fundamentales de la sociedad humana, es evidente que esta doctrina es la negación del cristianismo, que afirma el derecho de propiedad en el hecho de predicar la limosna voluntaria, y santifica la familia por medio del sacramento del matrimonio; pero si se entiende por socialismo toda doctrina que enseñe que la humanidad, la nación, el pueblo, no son meras sumas de individuos que sólo se diferencian en la cantidad, sino seres reales, unidades superiores, en las cuales se funda y vive el ser individual, entonces será imposible encontrar la radical oposición entre el socialismo y las enseñanzas cristianas. En considerar la humanidad como un ser real y sustantivo, se funda la doctrina de la solidaridad del pecado original, en esto mismo se funda el [255] dogma de la redención de todos por el sacrificio de uno, por el sacrificio del Hijo de Dios.
Dejando las profundidades teológicas, por temor de errar en asunto tan grave, vengamos al terreno más llano de la política, en su manifestación presente; es decir, consideremos el problema del socialismo en su actualización histórica. Podría decirse que el carácter externo que distingue a las escuelas socialistas de sus contrarias, es que las primeras consideran la propiedad como un hecho relativo y legislable, y las segundas lo ponen en el número de lo que llaman derechos absolutos e ilegislables.
El Sr. Abarzuza condena, con una condenación absoluta, las formas políticas de la sociedad antigua, como socialistas, y dice también que los partidos medios son también socialistas; bien pudiera haber incluido en su anatema la organización feudal y teocrática de la edad media y el absolutismo del renacimiento, pues todas estas formas son realmente socialistas, en cuanto legislan sobre la propiedad; bien pudiera también el Sr. Abarzuza condenar como socialista a la democracia conservadora que, según el Sr. Sánchez Ruano, rechaza aquella fórmula salvadora de todos los conflictos económicos, el famoso laissez faire, laissez passer, que es en realidad [256] de verdad la última palabra de la escuela individualista.
La doctrina de Jesucristo es, antes que todo y sobre todo, una revelación religiosa, es una enseñanza de perfección moral, y siendo todos los hombres moralmente perfectos, claro es que fuera inútil la coacción del Estado para realizar el bien externo, que es la finalidad del derecho. He aquí la parte de verdad que ven los individualistas como el Sr. Abarzuza, cuando se apoyan en las doctrinas del Salvador del mundo para llegar a la reducción, casi a la anulación del Estado: pero los individualistas piden esto en nombre del fatalismo de la libertad que necesariamente ha de conducir al bien universal, y dentro de la doctrina de Jesús sólo podría pedirse en nombre de la perfección moral que elevando al hombre sobre el posse non peccare, le hubiese colocado en la esfera divina del non posse peccare.
VI.
Así como la teoría individualista que sigue el Sr. Abarzuza, ve en todas partes el fantasma del socialismo, de la propia manera los socialistas [257] radicales ven también en todas partes la negación de su doctrina.
Por esta causa el célebre Luis Blanc, en su Historia de la revolución francesa, considera que tres grandes principios constituyen el dominio del mundo y de la historia; el principio de autoridad, que dice ha estado defendido por el catolicismo hasta que apareció Lutero; el principio individualista, que reina desde Lutero hasta nuestros días; y el principio de fraternidad, verdadero espíritu de la doctrina de Jesucristo, representado hoy por la escuela socialista.
Ciertamente que la nivelación de las fortunas, realizada por medio del Estado, que es la predicación constante del socialismo radical, conduciría a la pobreza de todos los asociados, y de este modo se haría imposible aquel consejo de perfección moral que tanto encarecía el Divino Maestro, la pobreza voluntaria, único camino para llegar a la verdadera fraternidad cristiana.
De todo lo dicho creemos puede deducirse una consecuencia aplicable a la cuestión política.
Así como el libre albedrío es la relación armónica entre la potencialidad finita (humana) y la omnipotencia infinita (divina), de un modo semejante, el derecho debe ser la relación armónica [258] entre el libre albedrío humano y la necesidad histórica.
La anarquía individualista es proclamar el derecho de la manifestación del mal, tan sagrado e inviolable como el derecho de la manifestación del bien: el socialismo comunista pretende convertir el Estado en providencia divina: ambos sistemas, guiados por un ideal de perfección sobrehumana, desconocen que el organismo político sólo puede conducir a la realización, llamémoslo así, externa del bien; que la religión y la ciencia son las esferas propias de las soluciones eternas y de las verdades absolutas.
Para establecer la relación armónica entre el libre albedrío humano y la necesidad histórica, necesario es determinar en la ciencia los caracteres que separan la moral del derecho, lo que dará en la política el conocimiento de cuáles deben ser las atribuciones del Estado.
¿Hasta dónde puede llegar con arreglo a derecho la acción del Estado? Este es problema eterno que se inicia confusamente en la civilización oriental y el mundo grecorromano; que se desenvuelve en la edad media, en esa lucha gigantesca del sacerdocio y el imperio; que pretenden dilucidar los publicistas del renacimiento y de la edad moderna bajo la noción fundamental [259] de la soberanía constituyente, y que hoy resuelven el individualismo negando el Estado, el socialismo comunista negando el individuo, y todas las demás escuelas políticas, queriendo afirmar el Estado y el individuo según fórmulas sincréticas o eclécticas, que no satisfacen las exigencias de la crítica contemporánea.
Los Sres. Sánchez Ruano y Abarzuza, apartándose de la ardorosa lucha de los partidos militantes, pidiendo a la ciencia la solución del problema fundamental de la política, los límites del Estado, y buscando en la revelación cristiana la fuente de toda verdad, ponen de manifiesto sus generosos propósitos, y han demostrado que comprenden bien el espíritu general que hoy domina en la civilización europea.
Tal es nuestro humilde juicio sobre la significación de los folletos de los señores Sánchez Ruano y Abarzuza, considerados bajo el punto de vista de sus teorías religiosas.
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 241-259.}