Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

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IV. El krausismo

<   Breves indicaciones sobre el estado actual de la filosofía en España   >

Llegamos a ocuparnos de la escuela que mayor séquito alcanza entre los hijos de España, que creen hallar la verdad en las modernas teorías nacidas en las márgenes del Rhin. Y no es esto hacer un cargo de extranjerismo a los que así piensan, no ciertamente; la patria de la verdad absoluta es el cielo, y todos los que llegan a ver un solo rayo de su clarísima luz son hermanos en espíritu, siquiera hayan nacido en distintos y apartados países, siquiera los siglos hayan interpuesto entre sus existencias los [175] sepulcros de cien generaciones y el frío polvo del olvido.

El Doctor D. Julián Sanz del Río

Camina a la cabeza de los secuaces que cuentan en nuestra patria las teorías alemanas un varón ilustre, cuya vida consagrada al estudio recuerda las de los más esclarecidos filósofos griegos y las de algunos modernos pensadores alemanes.

Desinteresado amor a la ciencia e infatigable constancia en el estudio, tales son las primeras dotes, no las únicas, que enaltecerán siempre el nombre del catedrático de historia de la filosofía en la Universidad central, don Julián Sanz del Río, hoy jefe de la escuela krausista española.

La primera obra que conocemos del señor Sanz del Río son las Lecciones sobre el sistema de filosofía analítica de Krause, publicadas en 1850. Diez años más tarde apareció por segunda vez esta obra, ampliada y corregida bajo más meditado pensamiento, y cambiado su título en esta forma: C. Ch. F. Krause. Sistema de la filosofía. Metafísica. Primer parte. Análisis.

No es posible que expongamos y juzguemos en pocas palabras el sistema krausista, a cuya propagación consagra el Sr. Sanz del Río todas las fuerzas de su privilegiada inteligencia: diremos solamente que la aspiración de esta filosofía [176] es resolver el dualismo que dice ha existido siempre en la interioridad y organismo de la ciencia, dualismo lógico, según el Sr. Sanz del Río, entre el sujeto y el objeto, entre la lógica abstracta y la lógica concreta: dualismo ontológico, entre la sustancia y el accidente, lo infinito y lo finito, la identidad y la diferencia: dualismo teo-cosmológico, entre Dios y el mundo, que considera el mundo como enteramente otro que Dios: y por último, dualismo que aparece en la historia de la filosofía, que se mueve entre el materialismo y el idealismo, intermediados a veces, o por el escepticismo negativo o por un eclecticismo y sincretismo superficiales, con tal cual tentativa imperfecta de armonización de los contrarios bajo más alta unidad. Esta aspiración de encontrar una unidad superior que resuelva todas las contradicciones de la ciencia racional, es en el sistema de Krause, como en algunos de la antigüedad y de la edad moderna, origen de proposiciones cuyo sabor panteísta es difícil de negar.

Sin embargo, ¿puede decirse que el krausismo es un sistema esencialmente panteísta? Nosotros hemos leído con la atención y detenimiento que merecen la exposición analítica de Krause, del Sr. Sanz del Río, y el folleto crítico del [177] Sr. Ortí, que en otro lugar dejamos citado, y hoy por hoy abrigamos grandes dudas sobre si la personalidad divina puede o no concertarse con el sistema krausista, puesto que su teoría ontológica de que los géneros sólo se diferencian en su modo de ser, y Dios es infinitamente lo que el universo es finitamente, nos ofrece grandes dificultades, cuya solución satisfactoria no hemos podido encontrar, quizá más por la flaqueza de nuestro entendimiento que por los vacíos de sus doctrinas.

El doctor D. Francisco de Paula Canalejas

Cuando vio la luz pública el Sistema de la filosofía del Sr. Sanz del Río, uno de sus más aventajados discípulos, el Sr. D. Francisco de Paula Canalejas, escribió en la Crónica de Ambos Mundos (septiembre de 1860) un profundo juicio crítico, donde después de exponer el estado intelectual de la Europa latina, rechaza por incoherentes las doctrinas hegelianas, enseñadas en los libros de Vacherot y de Vera; dice que Gioberti «yace olvidado bajo el peso de sus paradojas y contradicciones», que Rosmini no cuenta discípulos, y que Proudhon cambia de ideas según lo exige el carácter de sus polémicas, y presenta como remedio a tamaña confusión científica las serias y sintéticas teorías del sistema de Krause. [178]

Comparando en este artículo al Sr. Sanz del Río con los otros expositores del racionalismo armónico en las naciones neo-latinas, Ahrens y Tiberghien, levanta al autor español por cima de ambos, como muy superior en la precisión científica que acierta a dar a sus escritos, calidad de subido mérito y gran conveniencia, sobre todo en España, donde el menosprecio de los estudios filosóficos hacen que se confundan lastimosamente nombres y sistemas de diversa y aun contradictoria índole, sin escuchar los preceptos que nacen del método y organismo científico.

El Sr. Canalejas ha publicado en las revistas y periódicos no pequeño número de artículos sobre distintos puntos filosóficos; y también ha impreso un discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid, sobre el Estado actual de la filosofía en las naciones latinas (1861), cuyas apreciaciones, en su mayor parte exactas y cuya elocuencia didáctica lo hacen muy digno de los repetidos aplausos que alcanzó del numeroso público que tuvo el gusto de escucharle.

D. Eduardo Rute

En la sección de Variedades de un periódico político, El Reino, se ha publicado una serie de artículos del krausista D. Eduardo Rute, que lleva por título: [179] Exposición y juicio crítico del libro titulado Lo Absoluto, por D. Ramón de Campoamor.{32}

La gran extensión de estos artículos, que bien podrían formar un libro, y el sistemático enlace que entre sí guardan los juicios en ellos expuestos, los hacen muy dignos del examen y atención de los que intentamos observar el desenvolvimiento de la ciencia española en la edad contemporánea.

En el primer artículo se propone el Sr. Rute resolver varias cuestiones generales, entre las cuales se halla la posibilidad de que fructifiquen en España los estudios filosóficos, y a este propósito dice lo siguiente:

«Hay además un notable error en la afirmación de que nuestro carácter no se presta a la reflexión metódica, visto el poder y predominante influjo de nuestra imaginación y entendimiento, pues si bien no podemos aspirar a ser característicamente reflexivos o racionalistas, no debemos dejar de serlo en cuanto nos sea posible para reforzar así nuestro valimiento real; y esta posibilidad depende, las más veces, de la dirección que con voluntad libre damos a nuestra actividad. No, no es estéril el suelo de nuestro [180] pensamiento para la fecundación de esos nuevos gérmenes, como no es estéril el seno de nuestra tierra para fecundizar los distintos vegetales que de lejanas comarcas y opuestas zonas se trasplantan a él; lo que nos faltan son buenas semillas, no campo feraz donde sembrarlas, y concretándonos más a la cuestión presente, podemos afirmar asimismo que lo que falta en nuestro país no es quien obre, sino quien reflexione.»

Nosotros, siguiendo la opinión de P. Cuevas, y de los Srs. Valera, Laverde Ruiz, Campoamor, Azcárate, Luarca y otros varios escritores contemporáneos, no creemos que la filosofía sea en España una planta exótica, como parece dar a entender las palabras citadas; y cuenta que este menosprecio de nuestras tradiciones científicas puede ser origen de graves males; hay cierta nacionalidad intelectual, cuya conservación es convenientísima para la seguridad e independencia de la nacionalidad política.

Acertadamente discurre el Sr. Rute acerca del fin propio que deben cumplir en nuestro tiempo los estudios filosóficos cuando en el mismo artículo hace las siguientes consideraciones:

«Observad el estado de los ánimos: vedlos influidos por la negativa incredulidad del escepticismo [181] del último siglo que, hablando a nuestros padres, hase arraigado en nosotros cual mal hereditario, siendo así que, como profundamente afirma Dryden,

En todos tiempos se llamó locura
Creerlo todo o no creer nada:

Oidlos, y aunque vagamente resuenen en sus labios las afirmaciones de una razón y justicia y bien absolutos, de un Dios, una Providencia; una autoridad suprema y sobre-temporal, tales afirmaciones no bastan a demostrar que las creencias a que responden radican en lo íntimo de la conciencia, pues a cada momento las niegan los actos, y la serie de ellos son testimonio de menor excepción que las palabras ante el tribunal de lo evidente; atendedlos bien y reconoceréis con nosotros que falta desarrollo a su razón, luz a su inteligencia, regla a su sentimiento, rectitud a su voluntad y disciplina a su fantasía, y que no es todo eso por falta del buen deseo, natural al hombre, de corregir las intensas oposiciones que resulta de obrar así; pues, como cuerdamente decía Balmes, «el hombre sólo ama el bien y la verdad», sino porque no acierta a dar con el camino que a ella conduce, o una vez sabiéndolo, no quiere seguirlo; en el primer caso, porque lo que no es visto por el conocimiento, no [182] es sentido con amor ni querido con voluntad; y en el segundo, porque la voluntad que consiente en debilitarse llega a hacerse impotente hasta para regirse a sí misma. De aquí que existan esos abismos en las almas que sólo se sondean en las tristezas y en las soledades, de que procuramos apartar la vista, atendiendo a nuevas distracciones o a nuevas concupiscencias, y que, apartándonos del recto camino, nos impiden llegar a las puras y regeneradoras fuentes de toda salud y toda vida. ¡Quién, que medite algo sobre este punto, no se convencerá de que existen en nuestro espíritu ansiedades infinitas que no satisface como es debido nuestra ilustración científica! ¡Quién, que con imparcialidad observe el estado común a nuestras inteligencias, no las encontrará trabajadas por una confusión lastimosísima, efecto de la poca actividad que han desplegado para limitar sus confusiones, de modo que, generalizando lo que la experiencia nos muestra, podemos decir que no sabemos lo que se desea ni nadie sabe lo que quiere, que no sentimos lo que afirmamos sentir ni nadie dice lo que siente, y lo que es más cierto aún, que no vemos con claridad lo que afirmamos ser indudable y nadie tiene conciencia de sus ideas!»

«¿A qué, pues, sino a la reflexión y a la [183] ciencia, podrá recurrirse para salir de tal estado?»

«¿Pero qué, se nos dirá asimismo, la razón puede tanto? –¿Pues qué, habremos de contestar, hase concedido la razón a los hombres para que, lejos de caracterizar con ella sus actos, la empequeñezca y debilite (puesto que toda esencia suya queda anulada cuando no la desarrolla orgánicamente), y su actividad no ha de tener otro objeto que atender al fomento de todas sus facultades menos la razón? –¿Es esto acaso por que se cree que sus progresos se cumplen a costa de la religiosidad? –¡Qué error tan grande! –Muy repetido es aquello de que el poco saber conduce al ateísmo y el mucho saber a la religión; pero esta verdad, o se repite sin objeto o pasa desapercibida cuando tan en pie subsisten las oposiciones que ante ella debieron quedar destruidas. ¡La ciencia enemiga de Dios, cuando sólo en él recibe su fundamento y sólo por él es posible!»

Lo dicho basta para indicar el valor científico de la Exposición y juicio crítico del libro titulado Lo Absoluto del señor D. Eduardo Rute. Mucho progresarían los estudios filosóficos en nuestra patria si la crítica se usase siempre con el detenido examen e innegable buena fe que claramente se reflejan en todos los párrafos de [184] los artículos del Sr. Rute, de que ahora acabamos de ocuparnos.

D. Nicolás Salmerón y Alonso
y D. Facundo de los Ríos y Portilla

En las discusiones de los ateneos y academias científicas se presentan siempre como campeones del krausismo los ilustrados jóvenes D. Nicolás Salmerón y Alonso y D. Facundo de los Ríos y Portilla. Es digno de notarse que las tesis doctorales del Sr. Salmerón y del Sr. Ríos, referentes, la primera a la concepción racional de la historia, y dedicada la segunda al examen de una obra de Luis Vives, marcan ya dos tendencias que quizá a la vuelta de algunos años vendrán a destruir su unidad científica, hasta el presente tan cuidadosamente conservada; esto no será ni nuevo no maravilloso, pues como ha observado Mr. Paul Janet: «jamás un credo filosófico fue de larga duración.»

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{32} El primero de estos artículos se publicó en El Reino del día 1º de Mayo del presente año.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 174-184.}


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