Obras de Aristóteles Metafísica 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 Patricio de Azcárate

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Metafísica · libro duodécimo · Λ · 1069a-1076a

VIII
De los astros y de los movimientos del cielo.
Tradiciones de la más remota antigüedad tocante a los dioses

¿Esta esencia es única o hay muchas? Y si hay muchas, ¿cuántas son? He aquí una cuestión que es preciso resolver. Conviene recordar también las opiniones de los demás filósofos sobre este punto. Ninguno de ellos se ha explicado de una manera satisfactoria acerca del número de los primeros seres. La doctrina de las ideas no suministra ninguna consideración que se aplique directamente a este asunto. Los que admiten la existencia de aquéllas dicen, que las ideas son números, y hablan de los números, ya como si hubiera una infinidad de ellos, ya como si no fueran más que diez. ¿Por qué razón reconocen precisamente diez números? Ninguna demostración concluyente dan para probarlo. Nosotros trataremos la cuestión partiendo de lo que hemos determinado y sentado precedentemente.

El principio de los seres, el ser primero, no es susceptible, en nuestra opinión, de ningún movimiento, ni esencial, ni accidental y antes bien él es el que imprime el movimiento primero, movimiento eterno y único. Pero puesto que lo que es movido necesariamente es movido por algo, que el primer motor es inmóvil en su esencia, y que el movimiento eterno es [340] impuesto por un ser eterno, y el movimiento único por un ser único; y puesto que, por otra parte, además del movimiento simple del Universo, movimiento que, como hemos dicho, imprime la esencia primera e inmóvil, vemos que existen también otros movimientos eternos, los de los planetas (porque todo cuerpo esférico es eterno e incapaz de reposo, como hemos demostrado en la Física), es preciso en tal caso que el ser que imprime cada uno de estos movimientos sea una esencia inmóvil en sí y eterna. En efecto, la naturaleza de los astros es una esencia eterna, lo que mueve es eterno y anterior a lo que es movido, y lo que es anterior a una esencia es necesariamente una esencia. Es por lo mismo evidente que tantos cuantos planetas hay, otras tantas esencias eternas de su naturaleza debe de haber inmóviles en sí y sin extensión, siendo esto una consecuencia que resulta de lo que hemos dicho más arriba.

Por lo tanto, los planetas son ciertamente esencias; y la una es la primera, la otra la segunda, en el mismo orden que el que reina entre los movimientos de los astros. Pero cuál es el número de estos movimientos es lo que debemos preguntar a aquella de las ciencias matemáticas que más se aproxima a la filosofía; quiero decir, a la astronomía; porque el objeto de la ciencia astronómica es una esencia sensible, es cierto, pero eterna, mientras que las otras ciencias matemáticas no tienen por objeto ninguna esencia real, como lo atestiguan la aritmética y la geometría.

Que hay un número de movimientos mayor que el de seres en movimiento, es una cosa evidente hasta para aquellos mismos que apenas están iniciados en estas materias. En efecto, cada uno de los planetas tiene más de un movimiento; ¿pero cuál es el número de estos movimientos? Es lo que vamos a decir. Para ilustrar este punto, y para que se forme una idea precisa del número de que se trata, citaremos por el pronto las opiniones de algunos matemáticos, presentaremos nuestras propias observaciones, interrogaremos a los sistemas; y si hay alguna diferencia entre las opiniones de los hombres versados en esta ciencia y las que nosotros hemos adoptado, se deberán tener en cuenta unas y otras, y sólo fijarse en las que mejor resistan el examen.

Eudoxio explicaba el movimiento del sol y de la luna admitiendo tres esferas para cada uno de estos dos astros. La primera era la de las estrellas fijas; la segunda seguía el círculo que [341] pasa por el medio del Zodíaco, y la tercera el que está inclinado a todo lo ancho del Zodíaco. El círculo que sigue la tercera esfera de la luna está más inclinado que el de la tercera esfera del sol{482}. Colocaba el movimiento de cada uno de los planetas en cuatro esferas. La primera y la segunda eran las mismas que la primera y la segunda del sol y de la luna, porque la esfera de las estrellas fijas imprime el movimiento a todas las esferas, y la esfera que está colocada por bajo de ella, y cuyo movimiento sigue el círculo que pasa por medio del Zodíaco, es común a todos los astros. La tercera esfera de los planetas tenía sus polos en el círculo que pasa por medio del Zodíaco, y el movimiento de la cuarta seguía un círculo oblicuo al círculo del medio de la tercera{483}. La tercera esfera tenía polos particulares para cada planeta; pero los de Venus y de Mercurio eran los mismos.

La posición de las esferas, es decir, el orden de sus distancias respectivas, era en el sistema de Calipo el mismo que en el de Eudoxio. En cuanto al número de esferas, estos dos [342] matemáticos están de acuerdo respecto a Júpiter y Saturno; pero Calipo creía que era preciso añadir otras dos esferas al sol y dos a la luna, si se quiere dar razón de estos fenómenos, y una a cada uno de los otros planetas.

Mas para que todas estas esferas juntas puedan dar razón de los fenómenos, es necesario que haya para cada uno de los planetas otras esferas en número igual, menos una, al número de las primeras, y que estas esferas giren en sentido inverso, y mantengan siempre un punto dado de la primera esfera en la misma posición relativamente al astro que está colocado por debajo. Sólo mediante esta condición se pueden explicar todos los fenómenos por el movimiento de los planetas{484}.

Ahora bien, puesto que las esferas en que se mueven los astros son ocho de una parte y veinticinco de otra; puesto que de otro lado las únicas esferas que no exigen otros movimientos en sentido inverso son aquellas en las que se mueve el planeta que se encuentra colocado por debajo de todos los demás{485}, habrá entonces para los dos primeros astros seis esferas que giran en sentido inverso, y dieciséis para los cuatro siguientes; y el número total de esferas, de las de movimiento directo y las de movimiento inverso, será de cincuenta y cinco. Pero si no se añaden al sol y a la luna los movimientos de que hemos hablado, no habrá en todo más que cuarenta y siete esferas.

Admitamos que es este el número de las esferas. [343] Habrá entonces un número igual de esencias y de principios inmóviles y sensibles. Así debe creerse racionalmente; pero que por precisión haya de admitirse, esto dejo a otros más hábiles el cuidado de demostrarlo.

Si no es posible que haya ningún movimiento cuyo fin no sea el movimiento de un astro; si, por otra parte, se debe creer que toda naturaleza, toda esencia no susceptible de modificaciones, y que existe en sí y por sí, es una causa final excelente; no puede haber otras naturalezas que éstas de que se trata, y el número que hemos determinado es necesariamente el de las esencias. Si hubiese otras esencias, producirían movimientos, porque serían causas finales de movimiento; pero es imposible que haya otros movimientos que los que hemos enumerado, lo cual es una consecuencia natural del número de los seres que están en movimiento. En efecto, si todo motor existe a causa del objeto en movimiento, y todo movimiento es el movimiento de un objeto movido, no puede tener lugar ningún movimiento que no tenga por fin más que el mismo u otro movimiento; los movimientos existen a causa de los astros. Supongamos que un movimiento tenga un movimiento por fin; éste entonces tendrá por fin otra cosa. Pero no se puede ir así hasta el infinito. El objeto de todo movimiento es, pues, uno de estos cuerpos divinos que se mueven en el cielo.

Es evidente, por lo demás, que no hay más que un solo cielo. Si hubiese muchos cielos como hay muchos hombres, el principio de cada uno de ellos sería uno bajo la relación de la forma, pero múltiple en cuanto al número. Todo lo que es múltiple numéricamente tiene materia, porque cuando se trata de muchos seres, no hay otra unidad ni otra identidad entre ellos que la noción sustancial, y así se tiene la noción del hombre en general; pero Sócrates es verdaderamente uno. En cuanto a la primera esencia, no tiene materia, porque es una entelequia{486}. Luego el primer motor, el inmóvil, es uno, formal y numéricamente; y lo que está en movimiento eternamente y de una manera continua es único; luego no hay más que un solo cielo.

Una tradición procedente de la más remota antigüedad, y [344] transmitida a la posteridad bajo el velo de la fábula, nos dice que los astros son los dioses, y que la divinidad abraza toda la naturaleza; todo lo demás no es más que una relación fabulosa, imaginada para persuadir al vulgo y para el servicio de las leyes y de los intereses comunes. Así se da a los dioses la forma humana; se les representa bajo la figura de ciertos animales, y se crean mil invenciones del mismo género que se relacionan con estas fábulas. Si de esta relación se separa el principio mismo, y sólo se considera esta idea: que todas las esencias primeras son dioses, entonces se verá que es ésta una tradición verdaderamente divina. Una explicación que no carece de verosimilitud, es que las diversas artes y la filosofía fueron descubiertas muchas veces y muchas veces perdidas, lo cual es muy posible, y que estas creencias son, por decirlo así, despojos de la sabiduría antigua conservados hasta nuestro tiempo. Bajo estas reservas aceptamos las opiniones de nuestros padres y la tradición de las primeras edades.

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{482} Los comentaristas de que nos servimos explican así este pasaje: «Cada planeta tiene un cielo aparte, compuesto de esferas concéntricas, cuyos movimientos, modificándose el uno al otro, forman los movimientos del planeta. El sol y la luna tienen tres esferas cada uno: la primera es la de las estrellas fijas; gira de Oriente a Occidente en veinticuatro horas, y explica el movimiento diurno. No se había aún descubierto, dice Santo Tomás, el movimiento de Occidente a Oriente que es propio de estas estrellas. La segunda esfera pasa por medio del Zodíaco; es el movimiento longitudinal del sol, por el cual gira en torno del polo de la eclíptica en trescientos sesenta y cinco días y un cuarto, según el cálculo de Eudoxio. En fin, la tercera esfera gira sobre su eje perpendicular a un círculo inclinado sobre la eclíptica: separa, por consiguiente, el sol de su movimiento longitudinal, arrastrándole a lo ancho del Zodíaco; y en efecto, el sol se separa del camino longitudinal, y se aleja más o menos de los polos de la eclíptica, lo cual produce las estaciones. Finalmente, esta declinación es más pronunciada en la Luna que en el Sol, lo cual Aristóteles expresa diciendo que el eje de la tercera esfera de la luna es perpendicular a un círculo inclinado sobre la eclíptica de un ángulo mayor, o, más sencillo, que el eje de la tercera esfera de la luna tiene más inclinación que el de la tercera esfera del sol.» (Nota de M. Cousin.)

{483} «Según Santo Tomás, la tercera esfera, como tiene sus polos en medio del Zodíaco, hubiera dado a los planetas demasiada latitud; la cuarta esfera está destinada a corregir la influencia de la tercera, y por esta razón su eje esta inclinado sobre el círculo del medio, es decir, el mayor círculo de la tercera esfera. Para comprender esta expresión del mayor círculo, es preciso figurarse la esfera dividida en círculos no concéntricos, y entonces el círculo del círculo del medio será el mayor círculo. ¿Pero en qué sentido es preciso hacer la división? ¿Es paralela o perpendicularmente al eje de la tercera esfera? Esto es lo que Santo Tomás no dice.» (Nota de M. Cousin.)

{484} Todos los comentaristas convienen en explicar la necesidad de estas nuevas esferas por las razones siguientes: Cada planeta tiene el movimiento diurno, y este movimiento se representa en cada sistema por una esfera. Esta esfera está contenida en otras esferas e influye sobre su movimiento. Como cada una de las otras esferas tiene un movimiento que le es propio, si reciben además y se transmiten mutuamente otro impulso, resultará que su velocidad se aumenta, y que la más lejana del centro se moverá mucho más rápidamente que las demás. Pero las esferas extremas de los diferentes sistemas están casi en contacto las unas con las otras; la esfera extrema de un primer astro comunicará este movimiento demasiado precipitado a la esfera extrema del sistema vecino; esta esfera a la esfera vecina del mismo sistema; ésta a otra, para acelerar el movimiento diurno y para producir así una perturbación completa. Era preciso remediar este inconveniente y corregir esta influencia acelerada por una influencia contraria; de aquí la intercalación, entre las esferas de un mismo sistema, de nuevas esferas, cuyo movimiento se verifique en sentido inverso; y como la esfera más distante y la esfera más próxima del centro deben tener la misma velocidad, el número de estas esferas intermedias es igual al de las otras esferas, menos una. (Nota de M. Cousin.)

{485} La luna.

{486} 'Εντελεχεια: lo que tiene en sí su fin, y por consiguiente que no depende más que de sí misma, y constituye una unidad indivisible. (Nota de M. Cousin.)


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1875, tomo 10, páginas 339-344