Obras de Aristóteles Metafísica 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 Patricio de Azcárate

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Metafísica · libro duodécimo · Λ · 1069a-1076a

III
Ni la materia ni la forma devienen

Probemos ahora que ni la materia ni la forma devienen; hablo de la materia y de la forma primitivas{451}. Todo lo que muda es algo, y el cambio tiene una causa y un fin. La causa es el primer motor, el sujeto es la materia, y el fin es la forma. Se caminaría, por tanto, hasta el infinito, si lo que deviene o llega a ser fuese, no sólo el bronce cilíndrico, sino la misma forma cilíndrica o el bronce: es preciso, pues, pararse{452}. Además, cada esencia proviene de una esencia del mismo nombre{453}, como sucede con las cosas naturales, las cuales son esencias; y lo mismo con los demás seres, porque hay seres que son producto del arte, y otros que vienen de la naturaleza, o de la fortuna, o del azar{454}. El arte es un principio que reside en un ser diferente del objeto producido; pero la naturaleza reside en el objeto mismo, porque es un hombre el que engendra un hombre{455}. Respecto a las demás causas no son más que privaciones de estas dos.

Hay tres clases de esencia: la materia, que no es más que en apariencia el ser determinado, porque las partes entre las que no hay más que un simple contacto y no conexión no son más que una pura materia y un sujeto; la naturaleza, es decir, esta forma, este estado determinado a que va a parar la producción; la tercera esencia es la reunión de las dos primeras, es la esencia individual, es Sócrates o Calias.

Hay objetos cuya forma no existe independientemente del conjunto de la materia y de la forma, como sucede con la forma de [329] una casa, a menos que por forma se entienda el arte mismo. Las formas de estos objetos no están, por otra parte, sujetas a producción ni a destrucción. De otra manera existen o no existen la casa inmaterial y la salud, y todo lo que es producto del arte. Pero no sucede lo mismo con las cosas naturales. Así, Platón ha tenido razón para decir que no hay más ideas que las de las cosas naturales, si se admite que puede haber otras ideas que los objetos sensibles, por ejemplo, las del fuego, de la carne, de la cabeza; cosas todas que no son más que una materia, la materia integrante{456} de la esencia por excelencia{457}.

Las causas motrices tienen la prioridad de existencia respecto de las cosas que producen; las causas formales son coetáneas con estas cosas. Cuando el hombre está sano es cuando la salud existe, y la figura de la esfera de bronce es coetánea de la esfera de bronce.

Preguntemos ahora si subsiste algo después de la disolución del conjunto. Tratándose de ciertos seres nada se opone a ello: el alma, por ejemplo, está en este caso, no el alma toda, sino la inteligencia, porque respecto del alma entera será quizá aquello imposible.

Es, por lo tanto, evidente que en todo lo que acabamos de ver no hay razón para admitir la existencia de las ideas. Un hombre engendra un hombre; el individuo engendra el individuo. Lo mismo sucede en las artes: la medicina es la que contiene la noción de la salud.

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{451} Véase lib. VI, 3, y sobre todo, el cap. VIII del lib. VII y el final del primer libro de la Física.

{452} Véase lib. II, 2.

{453} Véase lib. VII, 7 y 9.

{454} Véase lib. VII, 7.

{455} Esta especie de aforismo, de que Aristóteles se sirve muchas veces en la Metafísica, contiene implícitamente la refutación de una opinión de Espeusipo, como ha demostrado M. Ravaisson. Espeusipo pretendía que la potencia es siempre anterior al acto, y se apoyaba en lo que pasa en la generación de los animales, en que el semen, es decir, el animal en potencia, es anterior a la existencia del animal. Aristóteles responde que el hombre viene realmente, no del semen, sino del hombre, porque el semen proviene del hombre.

{456} 'Π τελευταια, la materia a la que vuelve el ser después de la destrucción, sus elementos constitutivos, aquello cuya reunión con la forma le hace ser lo que es.

{457} Aristóteles llama aquí esencia por excelencia al compuesto de la materia y de la forma, al individuo, Sócrates o Calias. Todos los comentaristas están unánimes en este punto.


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1875, tomo 10, páginas 328-329