Panorama de la Filosofía cubana a b c d e f g h i j Humberto Piñera Llera

Humberto Piñera · Panorama de la Filosofía cubana

La Polémica Filosófica

EL año de l823 –fecha del destierro de Varela a los Estados Unidos de Norteamérica– fue también el de la restauración del absolutismo político tanto en Cuba, como en España. Un año mas tarde, otro cubano insigne, José Antonio Saco, fue destituido de la cátedra de Filosofía del Colegio Seminario de San Carlos –en la que había sucedido a su maestro Varela y expulsado de Cuba. Lo sustituyó en la enseñanza José de la Luz y Caballero, una de las figuras mas insignes de la filosofía cubana y uno de los precursores de la Independencia.

La etapa filosófica en la cual es figura dominante este pensador se extiende desde 1824 hasta 1870 aproximadamente. En ella tiene lugar el acontecimiento más destacado de la vida cultural y política cubana de la primera mitad del siglo: la llamada Polémica Filosófica. Como veremos más adelante, se trató en realidad de varias cuestiones que, si bien eran diferentes por sus temas, resultaban, sin embargo, orgánicamente vinculadas por la identidad de preocupaciones y propósitos en juego. En esa Polémica se concentra una parte muy importante de nuestra historia y se esconde germinalmente el proceso de la independencia cubana.

Con la vuelta al absolutismo, a la vez que se desvanecían las esperanzas cubanas de una gradual mejora de las condiciones del país, se ensanchaba todavía más la distancia, ya apreciable, que separaba a criollos y peninsulares. Estos se abroquelaron en un conservatismo que pretendía entorpecer o al menos dificultar en todo lo posible el progreso, como si recelasen –no sin razón desde su punto de vista– que aquél precede siempre a los movimientos libertarios; en tanto que los criollos, conscientes y orgullosos de su condición de hijos del país, agrupados en una minoría pudiente e ilustrada, seguían actuando en pro de un cambio social y político. Así, desde [52] el feliz interregno de Las Casas, a partir de Caballero, Romay, Arango y Parreño y otros, y luego a través del patriótico magisterio de Varela, los criollos cultos de 1824 reaccionaron contra la idea de una regresión a un orden de cosas que Cuba parecía haber superado. Los hombres que a partir de ese momento enfrentaron el absolutismo de Fernando VII, aún más odioso e intolerable en el régimen colonial, se llaman José Antonio Saco, Domingo del Monte, José María Heredia, Antonio Bachiller y Morales, Gaspar Betancourt Cisneros, y sobre todo, como señoreando esta élite de la dignidad criolla, José de la Luz y Caballero.

Este es el hombre a quien le toca ocupar el centro de ese ruidoso proceso cultural que en su interior esconde una cuestión política, ocurrido en Cuba entre 1838 y 1840. Porque la Polémica Filosófica dista mucho de haber sido solo un debate sobre temas filosóficos en sentido estricto. Por el contrario, ella fue vehículo del pensamiento cubano de esa época, es decir, de todo cuanto la minoría criolla venía pensando y sintiendo frente a la sórdida realidad colonial, todo cuanto los cubanos cultos y amantes de su patria habían asimilado en viajes y libros; de esas ideas «progresistas» que el pensamiento ilustrado europeo había venido desplegando ante los ojos maravillados de la minoría criolla. Por eso, la actuación en la Polémica Filosófica de los prohombres ya citados, responde a la preocupación de estos por las urgencias insulares de la época. Se explica, entonces, que la cuestión de la precedencia de la física sobre la lógica despierte enconada discusión, pues en el fondo se trata de la adopción o el rechazo del método preconizado por el pensamiento moderno, o sea la necesidad de partir de la experiencia. Igualmente explicable es la defensa de la Ideología y el ataque al eclecticismo cousiniano, que no era sino la justificación del régimen tradicional en la forma de una monarquía liberal-burguesa. ¿Cómo extrañarse, pues, que la élite criolla discutiera larga y apasionadamente estas cuestiones, si ellas implicaban la revisión de nuestro destino político? [53] Una vez más la filosofía cubana tenía carácter instrumental.

Pero, como decíamos más arriba, es a un hombre al que le correspondió el singular destino de constituirse en protagonista alrededor del cual giraron los acontecimientos y los demás personajes. Como veremos más adelante, Luz y Caballero no solo llevó el mayor peso de la polémica, sino que su argumentación es la que alimentó el fuego de la discusión, la que provocó nuevos problemas; y, en fin, la que estimuló a partidarios de uno y otro bando. Probablemente, de no haber contado la Polémica Filosófica con un contendiente de la talla intelectual y moral de Luz y Caballero, se hubiera extinguido mucho antes y carecido del brillo y la importancia que la caracterizaron. Pues Luz puso en ella todo su caudal intelectual y patriótico, y siempre –como ocurre en todos los momentos de su vida– el amor a Cuba y el dolor por sus males rigió el aporte intelectual. Como en Caballero y Varela, también en él la palabra magisterio no fue solo una expresión, sino una realidad.

José Cipriano de la Luz y Caballero nació el 11 de julio de 1800 en La Habana, en el seno de acaudalada familia criolla, pues su padre –Antonio de la Luz– era teniente coronel de Milicias y Regidor Perpetuo del Ayuntamiento de La Habana, y su madre –Manuela Teresa Caballero– sobrina carnal del presbítero José Agustín. Precoz talento, a los 16 años ya era Bachiller en Artes (Filosofía) de la Universidad de La Habana, y a los veinte escasos había recibido la primera tonsura y las órdenes menores en el Colegio Seminario de San Carlos y el grado de Bachiller en Derecho en la Universidad. Mas esta formación académica no es tan importante y decisiva como esa otra de integración cultural, amplísima y profunda, que se opera en el joven Luz bajo el patronazgo de su insigne pariente. Clásicos griegos y latinos, las Sagradas Escrituras, los clásicos españoles y en general los europeos le resultan familiares a los veinte años. En lo cual juega un papel decisivo su asombrosa [54] facilidad para los idiomas, que le permite manejar a los veinticuatro años el griego y escribir y hablar fluidamente latín, inglés, francés, alemán e italiano. De este modo, en su primer viaje a Europa, en 1828, pudo hablarles en sus lenguas respectivas a hombres de la talla de Walter Scott, Cuvier, Humboldt y Mezzofanti.{55} En este viaje, después de recorrer parte de los Estados Unidos, visitó España, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y Escocia. Hombres célebres, monumentos, instituciones culturales, costumbres, métodos educacionales (¡de manera especial!), libros, sucesos del momento, todo esto pasó ante su mirada sagaz e inquisitiva. Todo, sin perder un solo día el contacto mental con la patria lejana; y así le vemos ocuparse solícito del encargo que por carta le hace el Director del Colegio Seminario de San Carlos para adquirir el instrumental de un gabinete de Física. ¡Con qué gozo el criollo Luz se entregó a esta tarea! «Ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania –dirá luego en su informe–, se podrá haber dado un surtido tan completo de aparatos electromagnéticos, como el que adquirí en Italia del caballero Nobile.» Y su maestro del Colegio Seminario, don Justo Vélez, comentaba, entre entusiasmos y emociones, que Luz «ha proporcionado a su patria una riqueza admirable de la que todos podrían aprovecharse». El viaje, por último, le sirvió a Luz para editar en París su traducción comentada del Viaje por Egipto y Siria de Volney.

Maduro en años y en experiencias, pletórico de proyectos y esperanzas, regresó Luz y Caballero a la patria en 1831. Apenas reinstalado en La Habana, se reincorporó a la Real Sociedad Patriótica –teatro de una de sus más nobles acciones–{56} y colaboró desde el primer número en la Revista Bimestre Cubana. Por entonces, sus afanes mayores se encaminaban al mejoramiento de la enseñanza primaria. Redactó un Texto de lectura graduada, que aspiraba a reemplazar la estéril repetición memorística por la lectura explicada. Propuso al gobierno la creación de un Instituto Cubano con su Escuela Normal Práctica anexa, pero el recelo y la incuria oficiales [55] mataron para siempre el noble proyecto. Convencido una vez más de la imposibilidad de contar con el apoyo oficial, Luz y Caballero asumió la dirección de un colegio privado, el de San Cristóbal,{57} y desde el primer instante le vemos manifestar su profunda preocupación por la eficacia de la enseñanza para llevar a cabo la modificación del estado de cosas imperante. En adelante ya no habrá ninguna labor suya de carácter intelectual que no lleve impresa la preocupación por convertir la educación en instrumento para la transformación del medio ambiente. Por eso en el Elenco (programa) de 1840 dice:

Para que la filosofía llene cumplidamente sus altos fines entre nosotros, fuerza es que ante todo la apliquemos como un remedio a nuestras presentes necesidades, o sean, achaques intelectuales y morales.{58}

Para el ya no habrá, en lo sucesivo, otra tarea que se sobreponga a la de un magisterio ejercido en toda ocasión, con cualquier pretexto, magisterio que solo cabe ejercer a quien sea capaz de creer con ciega convicción en aquellas palabras suyas: «Instruir puede cualquiera; educar, solo quien sea un evangelio vivo.»

Luego contrajo matrimonio con la hija del famoso médico Tomas Romay en 1831. Viajó de nuevo a Europa en 1840, también esta vez por motivos de salud, pero ahora más urgentes. Regresó todavía convaleciente, para responder a turbias acusaciones de estar comprometido en la «Conspiración de la Escalera».{59} Unos años después fundó el Colegio El Salvador (1848),{60} su gran obra en el campo educativo. En el colegio se formó gran parte de la juventud que dio su vida y su hacienda para hacer libre a la patria. De allí salieron Ignacio Agramonte{61}, Manuel Sanguily{62}, Antonio Zambrana{63}, Perucho Figueredo{64}, José Silverio Jarrín{65}, Rafael Morales{66}, los hermanos Guiteras{67} y otros; jóvenes que, año tras año, escuchaban del maestro frases como ésta: [56]

Antes quisiera yo que se desplomaran, no digo tronos de emperadores, los astros del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral.{68}

Pues aunque dictaba cátedra de filosofía, moral, lógica y latín, jamás descuidó el aspecto que consideraba esencial, el de la formación del carácter. Enrique Piñeyro –el gran crítico y uno de sus alumnos eminentes– dice, a propósito de este magisterio de Luz:

Pero su verdadera cátedra era la que ocupaba una vez por semana, los sábados, a la hora en que se suspendían los trabajos hasta el lunes siguiente, y desde ella improvisaba durante veinte y cinco o treinta minutos un sermón laico, tomando por lo general como punto de partida algunos versículos de los Evangelios, con mayor frecuencia de las Epístolas de San Pablo. Era siempre una sencilla lección de moral práctica, al alcance de todos, pero a veces, arrebatado por súbita inspiración, se elevaba a grande altura, irguiéndose lleno de energía, agitando sus largos brazos con el libro abierto en una mano, alzando la voz, que era de un timbre grave y varonil; y sacudiendo la atmósfera moral de aquel recinto, de tal manera que niños y hombres –pues muchos de los empleados se agolpaban a la puerta del salón– creían sentir pasar sobre sus cabezas algo sobrenatural, algo como una voz potente y vibrante de profeta, anunciando, adivinando, un misterioso porvenir.{69}

Luego vino, en sucesivas etapas, el infortunio. Primero, en 1850, la muerte de la única hija –Maria Luisa–, víctima del cólera, y que fue el motivo que originó el emocionante trabajo titulado Lágrimas, donde el abnegado padre clama por su hija muerta. Después vendrán la cruel separación de la esposa, la muerte de la madre, el cierre del colegio por causa de la epidemia. Y, en 1862, el acto final del gran drama que fue su vida. Impedido, pasa los días en la intimidad de la alcoba, rodeado de libros y frente a un gran retrato de Goethe, a quien había conocido en Weimar{70}. El 22 de junio muere rodeado de sus fieles discípulos, admirado y reverenciado por todos los sectores sociales, desde el humilde menestral que, frente a la [57] puerta del cuarto donde está el Maestro agonizante, exclama: «¡Aquí se está muriendo el maestro que enseña todas las ciencias!», hasta el criollo linajudo que solicita del capitán general Serrano la debida autorización para dar carácter público de duelo a la muerte de Luz y Caballero.

Sus funerales provocaron más de un incidente en el cual se revelaba la inconformidad criolla con el régimen colonial, con lo que se hace patente la enorme significación que el magisterio de Luz y Caballero tuvo para la generación que le sucedía. No en balde el Diario de Barcelona, en 1881, lo calificaba de «separatista embozado».

La obra escrita de Luz y Caballero

Durante mucho tiempo se creyó que Luz y Caballero apenas había escrito, pues de él no se conocían sino algunos aforismos, artículos periodísticos e informes sobre cuestiones docentes. Pero al acometer la Universidad de La Habana la publicación de las obras de nuestros pensadores del siglo pasado, se comprobó cuán inexacta era la apreciación sobre el caudal de lo escrito por Luz y Caballero. Bien es cierto que esta producción se encontraba dispersa en periódicos y revistas de la época, así como que una buena parte permanecía inédita. Hoy, gracias al ingente esfuerzo editorial representado por la Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de La Habana, sabemos que la obra completa de Luz y Caballero consta de las siguientes partes: 1. Escritos filosóficos: La Polémica Filosófica (I. Cuestión de Método; II. Ideología, Moral Religiosa y Moral Utilitaria; III-IV. Polémica sobre el eclecticismo de Cousin; V. Impugnación a Cousin); 2. Aforismos; 3. Escritos literarios; 4. Elencos y otros escritos filosófico-docentes; 5. De la vida íntima (Epistolario y Diarios; Cartas a Luz y Caballero).

Como se ve, la parte esencialmente filosófica de la obra de Luz y Caballero es la quo lleva por título general la Polémica Filosófica. [58] Aunque en ella, como es de suponer, toman parte distintas personas, la mitad exacta del total de los artículos recogidos en los cuatro primeros tomos es del propio Luz y Caballero; y el tomo quinto es de su exclusiva redacción. Por consiguiente, se puede decir que la mayor y más sustanciosa parte de la Polémica Filosófica es obra de Luz y Caballero. De aquí el acierto de incluirla entre sus escritos. En cuanto a los Aforismos constituyen una emotiva manifestación de su acendrada espiritualidad: Luz y Caballero consigue darnos en esas sumarias expresiones todo el caudal de profunda penetración de que disponía. En los Escritos literarios se agrupan discursos de variada índole, informes a corporaciones doctas, etcétera. Los Elencos trazan el curso de sus preocupaciones pedagógicas, dominadas siempre por el afán de servir a Cuba. De la vida íntima nos revela a Luz por dentro, un poco a la manera en que Eckermann nos habla de Goethe, pues en las Cartas se revela no el pensador y el escritor, sino el hombre en la intimidad. Y se completan con esas Lágrimas de un padre sobre su hija, que no es posible leer sin emoción. Finalmente, las Cartas a Luz, donde podemos apreciar, como por reflejo, mucho de lo que Luz pensaba y sentía –que ambas cosas estuvieron siempre en él muy entreveradas–, de lo que fueron sus proyectos, sus afanes y sus desilusiones.

Luz y Caballero no escribió jamás un libro de un tirón, con un esquema previo y deliberado; pero, nos ha dejado en sus libros lo mejor y más escogido de su pensamiento. En su bella prosa ha recogido José Martí aquella anécdota, según la cual, Luz y Caballero debió haberle dicho a su discípulo Juan Peoli que «no podría sentarse a hacer libros, que son cosa fácil, porque le falta el tiempo para lo más difícil, que es hacer hombres». Pero, velis nolis, si que los escribió; y ahí están, con su predisposición al ensayo, unas veces; otras, preludiando o inclinándose al estilo aforístico. Y, además, esos libros recogen la historia de un pensamiento que, de modo especial, puso la filosofía al servicio de los ideales de la independencia. [59]

La polémica en acción: a) «Cuestión de método»

Dispuesto a contribuir con todas sus fuerzas a la destrucción definitiva de la estéril docencia escolástica y a que arraigara, en cambio, el sistema de pensamiento de la Edad Moderna, Luz y Caballero dio preferencia al estudio de la Física sobre la Lógica en su Elenco de exámenes del Colegio de San Cristóbal.{71} Cuatro años después, el ilustre camagüeyano Gaspar Betancourt Cisneros publica en la Gaceta de Puerto Príncipe la «Advertencia Proemio» del mencionado Elenco, declarándose partidario del criterio de Luz y Caballero:

Trátase de disponer que el curso de filosofía principie por la física y concluya por la lógica y la moral, que es lo contrario de lo que aún se practica y siempre se ha practicado. No es un espíritu de novedad el que nos mueve a proponer este trastorno. La razón y la experiencia son las guías que nos han dirigido en la materia. Muchas y dilatadas serían las pruebas que pueden aducirse para demostrarlo, pero es necesario reducirnos a algunas consideraciones concluyentes, para no exceder los límites de una mera indicación.
1. Las ciencias naturales versan sobre objetos sensibles, más al alcance de la primera juventud, y por lo mismo más capaces de entretenerla y deleitarla.
2. De la inagotable variedad de hechos que nos ofrecen, se va formando nuestro entendimiento su caudal de datos para discurrir acerca de ellos.
3. Si se nos dice que antes de discurrir sobre cualquier objeto científico, necesitan los jóvenes aprender la Lógica, contestaremos desde luego que no puede haber mejor lógica que la que están practicando en el estudio de la física. Efectivamente, el método es admirable, siendo al mismo tiempo el más natural, cono que es esencialmente analítico. En él se procede de los hechos sensibles y particulares a las consecuencias generales por una cadena de inducciones. Con este ejercicio se robustecen de tal modo las potencias intelectuales, que cuando se aplican al examen de cualquier otro género de asuntos, hacen los alumnos progresos tan rápidos como seguros.
4. Por el contrario, comenzar por los estudios ideológicos es comenzar por las abstracciones, es exigir demasiado de nuestro endeble entendimiento en sus primeros pasos...{72} [60]

La publicación de la «Advertencia» motivó inmediatamente la respuesta contradictoria del licenciado Manuel Castellanos Mojarrieta,{73} quien, bajo el seudónimo de Rumilio, hizo la refutación de la tesis de Luz y Caballero. Desde luego que hoy tendríamos que reconocer una parte de razón a Luz y otra a su contradictor, pues si bien aquél aboga por el sano y fecundo desarrollo de la observación y experimentación, su contradictor apunta a cuestiones que sería preciso tener en cuenta, como, por ejemplo, «que la ciencia de la física no consiste únicamente... en el conocimiento de los hechos o los objetos sensibles»; que si bien todo hombre posee una especie de lógica «natural» (o buen sentido), es indudable que sin la destreza y el rigor de que dota la lógica (en cuanto disciplina) al pensamiento, harto improbable es que nadie pueda progresar gran cosa en las ciencias experimentales; y, en fin, que no puede haber verdadera ciencia sin «las nociones acertadas de las causas y sus efectos, nociones que nos proporcionan los objetos sensibles, pero que no podemos adquirirlas con solo la inspección de ellos».

Desde luego que las consideraciones de Rumilio se contraían, con bastante tino, a las relaciones formales que, como se sabe, toda ciencia debe mantener con la lógica en cuanto ésta es la llamada a proporcionar los fundamentos de la ciencia, o sea la metodología sin la cual ninguna investigación es posible. Pero Luz no estaba interesado en descender hasta estas sutiles consideraciones, de todo punto teóricas, sino en dar nueva vitalidad y mayor vigor a la enseñanza cubana, afirmando la precedencia de la física sobre esa «lógica» extraída de las enmarañadas súmulas que, a su vez, eran un desvaído extracto de ciertas porciones del Organon aristotélico. Luz iba, pues, con clara visión de la realidad cubana de ese momento, a resolver un grave problema, cuya solución exigía el abandono del estéril recitado de los esquemas calcados en textos ya más que olvidados en Europa. Por eso replicó a su oponente que comenzar por la física antes que por la lógica es proseguir el [61] curso de unos estudios que son los del comienzo, pues el hombre empieza por el mundo exterior, y de aquí pasa –o puede pasar– a la abstracción. Pues si se hace lo contrario, es muy probable que se incurra en el vicio de una simple enumeración de reglas cuyo obligado correlato –el mundo de la experiencia– queda desconocido para el que aprende. Y agregaba:

También se infiere de lo dicho que lejos de rebatir yo el mérito de la Ideología y demás ciencias intelectuales, he tratado, por el contrario, de influir en que se proceda en la enseñanza por un método más rigurosamente científico, a fuer de más rigurosamente natural: la cuestión no es de simpatía o antipatía por este o el otro ramo de los conocimientos humanos, que si por predilecciones se decidiera el caso, quizás, o sin quizás, hacia los estudios filosóficos se inclinaría el fiel de mi balanza: se trata tan sólo del método... ¿Quién podrá negar la importancia de la Lógica, o mejor dicho, de los estudios filosóficos? Pero no una Lógica de meras reglas tomadas a crédito, o sobre las palabras del maestro, sino una Lógica que se funde en el espíritu de observación...{74}

La Polémica creció con los días, pues de un lado y de otro se alineaban los contendientes. En la defensa de la tesis lucista se manifestaron Gaspar Betancourt Cisneros,{75} Antonio Bachiller y Morales{76} y José Tomás de la Victoria; en contra de ella, los licenciados Manuel Castellanos Mojarrieta (Rumilio) y Miguel Storch (el Dómine) y el joven habanero Manuel Aguirre y Alentado (el Adicto). Y –como sucede en estos casos– un espontáneo aunque mediocre conciliador cuya identidad quedó velada para siempre por el seudónimo de Un tercero en discordia.

Luz replicó al Dómine –para quien el debate se debía a una simple cuestión de palabras– diciendo que «la reforma del lenguaje de la ciencia no tanto depende de la exactitud del idioma empleado anteriormente en el análisis (si bien tiene su buena parte) cuanto de la observación (fuente de todo saber) que sobre los objetos instituimos». Pues lo quo se expresa mediante una lengua que ha alcanzado efectivo desarrollo es [62] consecuencia del progreso del conocimiento en general. Y concluía: «Yo, por el contrario, diré que una lengua bien formada es la expresión de una ciencia verdadera; así, pues, en vez de afirmar que toda ciencia es una lengua bien formada, debería decirse que toda lengua bien formada es una ciencia».{77}

Y es que Luz y Caballero adhería a la concepción de la filosofía de mediados del siglo XIX, según la cual debe anteponerse el estudio de la naturaleza a las cuestiones trascendentes, quo aguardan solución por vía especulativa. Como hombre formado en el pensamiento moderno, lo mismo en lo científico que en lo filosófico, se sintió atraído de modo particular por las ciencias experimentales –quizá por lo que tenían de posibilidad «instrumental» para el progreso cubano– las cuales, en su concepto, «realizan la duda metódica cartesiana en la investigación, pues llamando a examen cuantas especies corren válidas en la ciencia, antes de adoptar conclusión alguna, se comienza a pensar de nuevo, procediendo cual si nada se supiera; así es como quedan extirpados infinitos errores que habían ya recibido la sanción del tiempo y de las más respetables autoridades». De aquí su recelo del principio de autoridad en las ciencias, lo cual explica perfectamente su posición ante el problema de la precedencia entre física y lógica; pues sin duda alguna Luz veía en el comenzar por la física el modo de promover en el estudiante la capacidad de observación y de fomentarle el gusto por el examen de las dificultades en sí mismas, tal como estas surgen en el momento, sin el cómodo recurso de un dictum preparado al efecto. Y esto es lo que le hacía decir en la primera réplica a la refutación de Rumilio:

Es necesario tener ya la razón sumamente fortificada para poder sacudir el yugo de la autoridad en cualquier forma que se presente, ¿y que forma más temible para el endeble entendimiento de los discípulos que las palabras del maestro? ... A los maestros se debe respeto, pero no fe...{78}

La lógica es, pues, más bien un resultado del raciocinio [63] que su causa. Por consiguiente, debe preferirse la lógica material (o de los hechos), la que Bacon preconizaba y que en opinión de Kant era susceptible de perfección. Porque la lógica formal o deductiva –como todavía, sin advertir la confusión, solía llamársela en tiempos de Luz–{79}, en vez de observar, deduce. Y cuando el estudiante se vale de esta última, lo que consigue es aprender «teorías o generalizaciones, cuestiones especulativas de lógica o metafísica, sin los datos, soltando generalidades tomadas a crédito».

Dominado por el espíritu «naturalista» de su tiempo, creía Luz que hasta las ciencias del espíritu (sobre todo la psicología y la moral) pueden llegar, mediante el método de observación y experimentación, «al rigor y exactitud de la demostración, condiciones indispensables de toda ciencia». Pues, en fin de cuentas, la perfección moral debe ser paralela a la perfección de las ciencias naturales.

Al finalizar la polémica con Rumilio y el Dómine, dio comienzo otra con el Adicto (probablemente Manuel Aguirre y Alentado), quien debió haber sido su discípulo, a juzgar por estas palabras: «respeto demasiado el profundo amor y la ejemplar virtud del ilustre compatriota que guió mis primeros pasos en la carrera literaria, inculcándome amor a las ciencias con su ejemplo».{80}

El Adicto, como ya hemos dicho, se pronunciaba a favor de la precedencia de la lógica sobre la física, pues entendía que la teoría debe anteceder a la práctica, la explicación a su manejo. Además –según dice– la historia prueba que el hombre ha sido primero lógico y moralista, y después astrónomo y físico. Sin contar con que no hay raciocinio que no suponga, como su estructura interna, una teoría del análisis, y ésta, ¿dónde, sino en la lógica, es posible hallarla? En conclusión, la lógica precede a la física, porque es, tiene que ser, su fundamento. Mas el razonamiento lógico constituye una lógica aplicada, o sea una lógica práctica.

El examen de esta cuestión de método confirma lo que hemos [64] dicho al principio, o sea que se trata de algo más profundo y decisivo que una pura discrepancia de criterios en materia académica. En el fondo de la discusión había, también, preocupaciones y actitudes de orden político. Hombres como Rumilio, el Dómine y el Adicto representan, más o menos conscientemente, el criterio que defiende la permanencia del orden social, económico y político que rige la Isla desde que en ésta se instauró el régimen colonial. Frente a ellos, Luz y Caballero, Bachiller y Morales y el Lugareño tomaron el partido de los renovadores: son los cubanos cultos, que han viajado y, por lo mismo, conocen el progreso experimentado en Europa como resultado del desarrollo científico moderno. Por eso Luz y Caballero defendió calurosamente el criterio revisionista. ¿Cómo no preferir la precedencia de la física a la de la lógica, en un país y en una época en que «lógica» significaba la estéril repetición de los textos aristotélicos? De ahí que aspirase a liquidar definitivamente una enseñanza en la cual el alumno debía repetir de memoria tiradas como ésta: «La física no tiene por fin la observación de las cosas, sino que es su objeto el ente natural y sensible, de tal modo que su razón de objeto no prescinde de la sensibilidad.»

b) Ideología y Moral

No se habían apagado los últimos ecos de la polémica acerca del método, cuando dieron comienzo otras tres, sobre Ideología, moral religiosa y moral utilitaria. La primera se inicia con un artículo de Manuel Costales en el cual expone las ventajas del estudio de la ideología para el más fácil y atinado manejo de la literatura. A esta defensa del sistema de pensamiento originado en Locke y que, a través de Condillac y Cabanis, remató en Destutt de Tracy –repuso en forma irónica José Zacarías González del Valle, ecléctico confeso y militante, y enemigo declarado de los ideólogos. Ahora bien, la culta minoría habanera que ventilaba estas cuestiones en periódicos, [65] revistas y disertaciones públicas, se dividió casi completamente en ideólogos y eclécticos, bandos que vinieron a reemplazar a los sensualistas y escolásticos de los tiempos de Caballero y Varela. Ideólogo, en La Habana de esta época, era sinónimo de pensador de las ideas más avanzadas, de los que adherían a las tesis empiristas de Bacon y Locke, a las sensualistas de Condillac, Cabanis y Destutt de Tracy, al utilitarismo de Bentham y hasta el recién estrenado positivismo de Comte. Mientras tanto los eclécticos –los «mesurados»– representaban la tendencia conservadora, mas no extremista, sino entendida más bien como un cierto «compromiso». Son los que se adhirieron al espiritualismo de Royer Collard, Cousin y Jouffroy, ya que estos pensadores, parientes próximos de los escoceses Reid y Dugald Stewart y del idealismo alemán, se oponían decididamente al materialismo –más o menos explícito, según el caso– de la escuela sensualista.

Las discrepancias de los polemistas no lo eran solamente por el contenido y la significación de las ideas, las cuales, por lo demás, pertenecían a corrientes filosóficas importadas. Adherir a un criterio o al otro equivalía, mutatis mutandis, a decidirse por determinada posibilidad del destino político de Cuba. Por eso Luz y Caballero, al asumir la defensa de Costales –vale decir de la Ideología–, expresaba que aquél con su palabra ha tratado de «alentar a la juventud de nuestra patria, para que procediendo siempre con arreglo a los principios ideológicos, pensara con exactitud y, haciendo sus producciones dignas del aprecio y consideración de los hombres sensatos, contribuyera de este modo a los adelantos de las ciencias y a los progresos de la ilustración».{81}

En cuanto a la polémica sobre Moral religiosa tuvo su origen en un artículo de Domingo Delmonte destinado a poner de manifiesto como al típico descreimiento religioso del siglo XVIII sucede un feliz retorno a la fe, y esto por obra de ciertos pensadores –Royer Collard, Cousin y Jouffroy–, restauradores del espiritualismo filosófico. Además como el alma había ya [66] recobrado científicamente su derecho a la existencia, «fácil le fue poder reclamar para si otra vez el cielo, como su legítimo y honrado patrimonio».{82}

A Luz y Caballero le olía todo eso a inconfesada defensa del espíritu conservador, dispuesto siempre a la componenda, por lo que, con notoria aspereza, refutó a quien era uno de sus más antiguos y mejores amigos, al punto de entibiarse el afecto entre ambos. Pero es que su celosa actitud defensora del progreso cubano le movía también esta vez a tratar de disipar las confusiones que a la juventud podían acarrearle ciertas críticas como la de Delmonte, sobre todo en aquello que Luz consideraba el sistema de pensamiento apropiado para la época. Pues se trataba de «las graves cuestiones de cuya solución penden los futuros adelantos intelectuales de sus hijos...»{83}

Finalmente, en Moral utilitaria rompía lanzas del lado del presbítero Francisco Ruiz en defensa del criterio de utilidad como norma de la moral, frente a Manuel y José Zacarías González del Valle, que se decidían por el criterio del primado del deber-ser. Surgida este polémica, a causa de discrepancias sobre el verdadero significado del pensamiento de Helvecio y del barón de Holbach, participaron en ella primero Manuel González del Valle y el presbítero Francisco Ruiz; después, José Zacarías González, hermano de Manuel, que adhiere a éste en la tesis del primado de la ley del deber; y, por último, intervino Luz y Caballero, quien se declaró convencido partidario de la máxima de la utilidad como móvil de nuestra conducta moral, pues entendía que «el plan de la naturaleza es que todo cede a la utilidad del mayor número, y hasta con detrimento de la utilidad individual».{84} ¿Y por qué ha de primer el principio de utilidad? Luz respondía que si la razón elabora las ideas a partir de los datos de los sentidos, entonces también los principios de la moral dependen de las ideas adquiridas, que son, en cada sitio de la tierra, aquellas producidas por la experiencia del hombre en su lucha con el medio. Pero debe tenerse en cuenta que «el principio de la utilidad [67] bien entendida no es el que siempre gobierna a los hombres, sino el que debe gobernarlos».{85} Con esto vemos a Luz manifestando nuevamente su convicción sobre la necesidad de que, con respecto a la realidad de su tiempo, todo esfuerzo se hiciese con vistas al bienestar colectivo. Si defendía las ideas adquiridas frente a las innatas es porque desconfiaba del principio autoritario que éstas puedan esconder, mientras que lo adquirido es el resultado del esfuerzo de observación y comprobación. Además, el utilitarismo, entendido como el mayor bienestar para el mayor número –según la regla de oro de Bentham y Mill–, le parecía, sin duda, mucho más apropiado para el progreso de Cuba que la doctrina de un deber-ser abstracto cruzado por aires de sospechoso autoritarismo.

c) El eclecticismo de Cousin

Obligada consecuencia de las anteriores polémicas es esta otra, sobre el eclecticismo espiritualista de Víctor Cousin. Más que de criterios, se trataba ahora de dos posiciones políticas en abierta oposición, es decir, ideólogos y eclécticos, que representaban, respectivamente, las tendencias progresista y conservadora. Desaparecida la escolástica vigente hasta Caballero y Varela, el conservadorismo insular se abroqueló en un sistema de pensamiento en cierto modo acorde con el espíritu de los tiempos, pero que intentó justificar, a través de la doctrina del saber en general, la permanencia de un orden social caduco.

Los eclécticos adherían al sistema conciliador de Cousin, que venía admirablemente a punto para oponerlo al «materialismo» que achacaban a los ideólogos. Estos –según los eclécticos– predisponían a la juventud estudiosa al agnosticismo y al escepticismo moral, fundamentando en el examen de los hechos y en la investigación de la naturaleza los principios del conocimiento y la conducta humana. Por eso defendían el espiritualismo como contrapartida de las «desastrosas» consecuencias provenientes del materialismo ideológico. Y en tal [68] caso, ¿podía haber un recurso mejor que el ofrecido por la filosofía ecléctica de Cousin? Con el se conseguía precisamente lo que ansiaban poner en práctica los conservadores moderados, temerosos de que se pudiera ir demasiado aprisa y demasiado lejos en lo referente al orden social establecido. Asimilando a la filosofía lo que el eclecticismo encierra de «ardid político», decía Cousin: «Lo propio, es decir, conciliar los criterios en discordia puede y debe hacer el legislador de la filosofía, a despecho de los clamores que den los síntomas opuestos, porque esos clamores son inevitables: es el grito que les arranca la operación dolorosa que les hace sufrir el eclecticismo para dejarlos en el estado en que pueden servir en una medida justa, a la bella y sabia armonía de los contrarios, que es la verdadera unidad».{86}

Con su infalible perspicacia capta Luz y Caballero todo lo que de pernicioso para el futuro de Cuba se esconde en la posición ecléctica, pues es la fachada filosófica con la cual se intenta cubrir la deplorable situación cubana de aquel momento. Por eso tan pronto como el «ecléctico» José Zacarías González del Valle (a la sazón en Paris) hace publicar en La Habana un extracto de la «Advertencia»{87} con que Cousin encabeza la tercera edición de sus Fragmentos filosóficos, Luz y Caballero sale a refutarlo con todo el vigor de su convicción y armado de un conocimiento sobre el asunto que ya hubiera querido para si el traductor de esos pasajes, quien maliciosamente –pues hay derecho a suponerlo–, seleccionó aquellas partes de la «Advertencia» capaces de provocar admiración, a la vez que con ellas se daba la impresión de que la doctrina de Cousin constituía el medio por excelencia de resolver las cuestiones de la época. Esta maliciosa actitud del traductor, paladín confeso del eclecticismo en La Habana, despierta la justa indignación de Luz y Caballero y le determina a escribir una primera refutación que, en cierto modo, compendia admirablemente el resto de sus réplicas al bando contrario.

En esta polémica contendieron, primero, José Zacarías González del Valle [69] y Luz y Caballero; después, Manuel González del Valle y Luz acerca de la psicología implicada en el eclecticismo cousiniano; más tarde, intervinieron brevemente Gaspar Betancourt Cisneros –en apoyo de Luz y Caballero– y el Ciudadano del mundo, seudónimo que oculta la verdadera personalidad de un profesor de filosofía de la ciudad de Trinidad. Plantearon la cuestión de si debía enseñarse una sola filosofía, y si en este caso correspondía que fuera la de Varela. Pero en definitiva, el hilo de esta polémica prosigue la discusión de los principios que sustentan respectivamente ideólogos y eclécticos.

Mas la polémica, lejos de aminorar, creció cada vez más y aumentó el número de sus participantes: Nicolás Pardo Pimentel, Domingo de León y Mora,{88} Vicente Castro, El Bayamés, El Ontólogo, Isidro Araujo de Lira y El Psicólogo se pronunciaron en favor del eclecticismo de Cousin. En tanto que Luz y Caballero se batía casi solo, con la ocasional asistencia de su discípulo Juan Francisco Funes. Sin embargo, la lectura de esta mole de artículos que ocupan tres tomos en la Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de La Habana, deja ver fácilmente la fuerza moral que asistía a Luz y Caballero en su rechazo del eclecticismo y la solidez de sus argumentos, en contraste con la debilidad de los que le oponían sus adversarios.

Finalmente, para cerrar esta cuestión, Luz dio a la estampa la primera parte de su Impugnación a las doctrines filosóficas de Cousin. En que se refuta su análisis del «Ensayo sobre el entendimiento humano» de Locke.{89} Al cabo de esta «disección» del eclecticismo cousiniano, ya nada quedaba por decir sobre él en Cuba. El tiempo ha dado la razón íntegramente a Luz y Caballero, pues su clara visión del estéril empeño de Cousin fue confirmada no sólo en cuanto a nuestra problemática local, sino también respecto de la fugacidad de una doctrina que sólo pudo aspirar a un discreto segundo plano en la historia de la filosofía. [70]

Que Luz y Caballero percibió claramente desde el principio el carácter de componenda académica del eclecticismo cousiniano, se advierte en este comentario suyo:

Aquí está la táctica constante de los eclécticos, o llámense pasteleros de las ciencias: destruir en una página lo que se edifica en la otra. !Hombre de Dios! ¿en qué sentido llamáis admirable el artículo de la Revista de Edimburgo, cuando después de desmoronar vuestro sistema, os dice: «miramos la tentativa de Cousin de establecer una paz general entre los filósofos, con la promulgación de su teoría ecléctica, as a signal failure»? Y nótese que lo admirable del artículo no puede aplicarse a las flores del estilo, porque ni las tiene, ni las debe tener; su brillo consiste en una lógica tan leal como rigurosa; en un análisis tan estrecho, que ni deja respirar a su adversario; y en un género de composición que más bien pasara por árido que por exornado. Luego no puede llamársele admirable sino en el sentido de concluyente; y si es concluyente, ¿a dónde va a parar vuestro sistema?{90}

Y es que Cousin perseguía –tal como lo da a entender el nombre de su doctrina– una conciliación de los criterios en pugna, tanto en el orden teórico, como en el orden práctico. Pero Luz respondía a este argumento diciendo que la natural e inevitable consecuencia del paso de unas ideas a otras, por obra de su examen y prueba, puede realizar lo que ningún eclecticismo alcanzará jamás, a saber, que lo mejor decida en la cuestión:

Dice Cousin que el argumento principal contra el eclecticismo se reduce al siguiente silogismo: «Los principios de los diversos sistemas son a veces contradictorios, se excluyen: luego no es posible reducirlos a un solo sistema.» Argumento incontestable, y mucho más si se reflexiona que un sistema nuevo se introduce en la ciencia cabalmente a resultas de no poder seguir con el antiguo; de forma que la muerte de éste es una condición indispensable de la existencia del primero: de otra manera sería un sistema, un efecto sin causa. Porque partiendo el hombre siempre de los hechos bien o mal observados para formar sus teorías, que no son más que explicaciones de los mismos hechos, se sigue [71] que andando el tiempo, o ya observa mejor los hechos conocidos, o ya descubre otros enteramente nuevos; entonces, pues, se ve precisamente forzado a cambiar, o cuando menos a modificar sus antiguas doctrinas, que no eran más que expresión de lo que hasta entonces sabía. Pero se dirá: hay hechos que ensanchan la esfera de nuestros conocimientos sin destruir por eso las doctrinas recibidas; y así es la verdad. ¿Pero sucede lo mismo con todos? ¿No se descubren otros por ventura que han echado por tierra todo lo establecido? ¿Y cómo puede caber en esto ningún género de conciliación? La misma respuesta que da Cousin al argumento pondrá más de manifiesto la imposibilidad absoluta de la realización de su sistema. Oigámosle: «El argumento estriba en la confusión de dos cosas muy distintas, a saber, el estado en que halla el eclecticismo los principios de los diversos sistemas, y aquél a que los reduce antes de emplearlos.» Luego el eclecticismo tiene que reducir esos principios, tiene que amoldarlos, tiene que hacerles decir, a lo menos, a alguno de los dos, lo que no dicen, para poderlos conciliar. Luego el eclecticismo es constructor y suponedor, no historiador fiel, ni expositor exacto; luego presenta en hostilidad lo que ya estaba en paz, para llevarse el lauro de haberla establecido; luego finge un fantasma para tener la gloria de derrocarlo.{91}

La conciliación a que aspiraba Cousin con su sistema era, pues, imposible. Porque lo que en realidad conseguía no era precisamente conciliar, sino deformar los hechos, tanto de una parte como de la otra, para ajustarlos a sus pretensiones de verdad... ecléctica:

Se atreve a afirmar (¡valor es menester!) que el eclecticismo ha encontrado la cuestión en este estado, a saber, de una parte, aseverando que todas las ideas venían de los sentidos (falso, falsísimo). Después de Aristóteles, que refutó a Platón en esta parte, jamás se ha puesto ni ha podido ponerse la cuestión en tales términos: eso es pintar como querer, para ostentar el papel de conciliador y legislador de la ciencia. Y si esto es cierto desde el tiempo de Aristóteles, ¿cómo se atreve el señor Cousin a aseverar que el eclecticismo nacido, mejor diré abortado ayer, encontró la cuestión en ese estado, máxime después de haber escrito Locke, Condillac, Kant, Fichte, Destutt de Tracy? ¿Quiénes son los que en el siglo XIX han sostenido que las ideas de color, de [72] magnitud, de distancia, de figura, de resistencia no se ganan por los sentidos? ¿Quién no sabe que la dificultad solo se ha cifrado en las ideas de espacio, de tiempo, de causa, de sustancia? Aquí, y tan solo aquí la divergencia de opiniones; aquí y solo aquí es donde entra cada sistema a explicar el fenómeno, sosteniendo uno que esas ideas las tiene a priori el entendimiento y el otro que se adquieren en virtud de las mismas impresiones. ¿Es éste o no es éste el estado de la cuestión? Respondan los hombres de buena fe. Tan cierto es que ni puede ser otro, que el mismo Cousin y su escuela han tenido que abrazar forzosamente uno de los dos partidos, volviéndose espiritualistas; y ahora se palpará bien a las claras por qué he sostenido que «el eclecticismo de la nueva escuela francesa no sólo es un sistema falso, sino imposible». Por consiguiente, lejos de haber establecido la paz, ha quedado más encendida la guerra entre los sensualistas y los eclécticos, no siendo para los primeros esta denominación más que otro lema con que aparecen los mismos adalides, y bajo las mismas banderas. Desde que existe la filosofía, no ha habido una idea más quimérica que el malhadado eclecticismo.{92}

Que el empeño cousiniano era una inútil consecuencia, lo demuestra Luz y Caballero con varios donosos ejemplos, uno de los cuales es el siguiente:

«Vosotros convenís en que tales son las apariencias y así ambos habéis tenido razón, el uno [Tolomeo] en sostener que se movía el sol, y el otro [Copérnico] en que se estaba quieto; porque el sol parece moverse y la tierra parece estarse quieta.» Pero señor Conciliador –de nuevo exclamaría Copérnico– en lo que usted trata de arreglarnos jamás hemos andado discordes; pues Tolomeo y yo convenimos en que tales son las apariencias, o los fenómenos, pero él sostenía (y aquí está la contradicción irreconciliable) que las apariencias eran las realidades, y yo que las apariencias son contrarias precisamente a las realidades. Mejor dicho: después de mis demostraciones es cuando se han distinguido las apariencias de las realidades. ¿Cómo puede caber conciliación en los dos sistemas? Él dice que la tierra esta quieta, yo afirmo que no cesa de moverse; él dice que el sol está en movimiento, y yo pretendo que no cambia de sitio; él dice que las estrellas están enclavadas en los cielos y yo digo que andan todas sueltas por el espacio. Pero sois un exclusivo, si no admitís –me redargüirán– [73] siquiera una parte de mi sistema, la parte de verdad. ¿Y dónde está esa parte de verdad? Si tratáramos de cosas diversas, norabuena; empero, reducido el sistema a si se mueve o no la tierra, ¿cómo ha de ser verdad que se mueve y no se mueve simultáneamente?{93}

Y llegamos, entonces, al aspecto más peligroso del eclecticismo, es decir, al «político». Pues no se debe descuidar el detalle de que Cousin fue un filósofo demasiado atraído por los encantos de una vida política activa, que le fascinaba, y a la cual debió más de una penosa consecuencia. Luz intuyó la irrecusable subordinación del pensamiento filosófico de Cousin a la política, y dice así:

Por eso dije a los eclécticos que no han sabido formar una idea de la ciencia. ¿Qué?, ¿la ciencia puede ser como los negocios políticos, o individuales, que admiten transacción y conciliación? No en vano apelan los eclécticos a la política para explicar su doctrina, y comparan al legislador de las naciones con el de la ciencia, oyendo uno y otro las pretensiones exageradas de los partidos... En la ciencia no hay legisladores como en política; el hombre no es más que ministro e intérprete de la naturaleza: ésta es la legisladora, a él no le toca más que observar y recoger sus leyes... Mágicas, electrizadoras son para la humanidad, y muy señaladamente para la generosa juventud, las palabras conciliación, imparcialidad, justicia para todos; y en esta parte confesemos que si han faltado al fundador del eclecticismo los elementos para dar cima a un nuevo sistema, le ha sobrado talento para saber tocar ciertas teclas, que bien pulsadas siempre corresponden en el corazón humano, y esto prueba hasta la evidencia, que hubo un plan, una intención profunda, une arrière-pensée en la promulgación de esta nueva doctrina, o nueva máquina para trabajar a la gente del siglo XIX y sobre todo a la gente francesa...{94}

Sí, en efecto, el eclecticismo era planta que no debía arraigar en un medio que, como el de Cuba en 1839, requería más bien de continuadas y rigurosas sacudidas que le sacaran del sopor en que aún se encontraba. Esta consideración, tan patriótica como todas las suyas, hace decir al Maestro: [74]

Este es el eclecticismo [esto es: admitir lo que puede ser admitido, sin forzar las consecuencias] como lo entiende y debe entenderlo nuestro siglo; y así es come lo siente un hombre a quien hasta los triunfos dolerían, si los alcanzara en la presente polémica. Porque no siendo un vano amor propio, sino un sentimiento de muy otro linaje quien ha puesto la pluma en mi mano, llenaría de más pura y colmada satisfacción mi espíritu la idea de que en mi suelo patrio se hallaban tan arraigadas las buenas doctrinas, que no habían podido prender las deslumbradoras, a despecho de su brillantez y prestigio. ¡Cuánto más honroso para la juventud de nuestra patria ser tenida por los sensatos en concepto de sólida y profunda antes que de ligera y alucinada! ¡Pues yo no titubeo entre mi honra y la honra de nuestra patria! ¿Qué no será cuando median su honra y su provecho?{95}

Con la Polémica Filosófica quedaba planteada y a la vez sujeta a un permanente desarrollo la gran cuestión de la independencia cubana. Pues, como ya hemos dicho, este acontecimiento intelectual no fue sino la piel que cubría el antagonismo cada vez más ostensible entre reaccionarios y progresistas: en fin, entre partidarios del régimen colonial y defensores de la independencia. Y esto explica la desmesurada pasión que ponen en sus argumentos los contendientes de uno y otro bando, que hace decir a José Zacarías González del Valle en carta del 4 de septiembre de 1839 a su amigo el poeta Anselmo Suárez y Romero : «Hay ahora aquí tal movimiento para la filosofía que pone espanto.»

La etapa post-polémica

Apagada la polémica, vuelve a ser la filosofía cosa de rutina en el ambiente colonial durante cuarenta años. Luz y Caballero, tras breve estancia en Europa, regresa a La Habana y a su Colegio de El Salvador, donde –como hemos visto– consume sus últimos años. José Zacarías González del Valle marcha a España y allí muere tuberculoso, mientras su hermano Manuel se acoge a la Universidad, lo mismo que [75] Antonio Bachiller y Morales y Domingo de León y Mora. Y de este modo, por la muerte unos, por el destierro otros –el caso de Delmonte–, la filosofía pierde fuerzas gradualmente, hasta que, en 1860, es apenas leve sombra de su anterior esplendor. Mas no hemos escogido arbitrariamente esta fecha, sino que de ella data el discurso de apertura de la Real Universidad Literaria de La Habana, encargado en esta ocasión al doctor José Manuel Mestre, quien lo tituló de esta manera: «De la filosofía en La Habana», y que está consagrado al recuento de las actividades filosóficas en Cuba desde las postrimerías del siglo XVIII hasta ya mediado el siglo XIX.

Como hemos dicho en otro lugar{96}, Mestre se propuso con este trabajo «dos finalidades, a saber: realizar, por una parte, el recuento histórico-crítico del proceso filosófico en Cuba durante el período a que ya se hizo referencia, a través de sus principales figuras, es decir, de José Agustín Caballero, Félix Varela, José de la Luz y los hermanos González del Valle. Y por otra parte aprovechar la ocasión para exponer en apretada síntesis su propia concepción de la filosofía».

Mestre, hombre de claro talento y firme vocación intelectual, nació en La Habana en 1832 y murió en ella en 1886. De modesto origen, logró hacer estudios universitarios gracias al apoyo económico de un tío suyo, alcanzando los grados de Bachiller en Filosofía y de Licenciado en Jurisprudencia, y más tarde de Doctor en Derecho Civil y Canónico. Discípulo de Luz y Caballero, fue su colaborador en las tareas docentes del Colegio de El Salvador, desde 1851 hasta 1861. Y desde 1850 figuró entre los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. Luego, al ser suprimida este Facultad, pasó a desempeñar la cátedra de Filosofía del Derecho, Derecho Internacional y Legislación Comparada, que renunció en 1866 como protesta por una injustificada agresión a su compañero de claustro, el doctor Antonio González de Mendoza. Además, puso la fortuna que había logrado acumular en el desempeño de su profesión de abogado al servicio de la [76] causa de la independencia de Cuba. Expuso, también, su vida en favor de esta idea al extremo de ser procesado en rebeldía, condenado a la pena de muerte en garrote vil y desposeído de sus bienes. Detalle este último que viene a abundar en favor de esa tesis de la preocupación patriótica que dominaba a nuestras mejores cabezas pensantes en el siglo XIX.

«De la filosofía en La Habana» es sólo un recuento crítico del proceso filosófico, que sirve a su autor para lamentar esa apatía en que por entonces ya había caído la filosofía en Cuba. Y por esto mismo dice: «Creo que la recordación de esos modelos [los pensadores que le precedieron], es tanto más oportuna cuanto que se nota entre nosotros cierta especie de indiferentismo que va poco a poco minando nuestra escasa vida intelectual.»{97} Y es que según avanzaba el siglo, crecía también la preocupación revolucionaria. Ya en 1844 se había producido la tristemente famosa Conspiración de la Escalera; en 1851 desembarca por dos veces en Cuba (la segunda con relativo éxito) el general Narciso López; en ese mismo año tiene lugar el fusilamiento de Joaquín de Agüero y tres compañeros en Camagüey; la sublevación de Isidoro Armenteros en Trinidad; y ya hemos hablado de los sonados incidentes antiespañolistas en el sepelio de Luz y Caballero en 1862. El sentimiento patriótico crecía por días y se sobreponía a las preocupaciones puramente intelectuales. En 1861, cuando Mestre pronunció su magnifica «Oración» en la Universidad de La Habana, sólo faltaban siete años para el comienzo del gran movimiento libertador que se conoce con el nombre de la Guerra de los Diez Años.

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{55} En el volumen III de las Obras de Luz y Caballero editadas por la Universidad de La Habana (Biblioteca de Autores Cubanos), página 111, aparece una carta de fecha 1° de julio de 1831 dirigida por el barón de Humboldt a Luz y de la cual extraemos este comienzo: «Señor: Al reiterarle la expresión del gran placer que he tenido en volverlo a ver en Berlín y en París y en disfrutar, hasta en alemán, de su conversación...» (el subrayado es mío). También en la página 116 del volumen mencionado aparece una carta escrita en italiano, de Rafaele Liberatore a Luz, con fecha 22 de marzo de 1831.

{56} Para hacer cumplir efectivamente el convenio de 1821 entre Inglaterra y España, por el cual se debía dar fin al infame tráfico de negros esclavos, los abolicionistas consiguieron que en 1840 fuera nombrado cónsul en La Habana el inglés David Turnbull, cuyos sentimientos hacia los negros le hicieron hasta escribir un libro condenando la trata. Ya antes de su designación como cónsul Turnbull figuraba como Socio Corresponsal de la Sociedad Económica de Amigos del País; al cesar en su cargo de cónsul en 1842 –por su valiente oposición al tráfico esclavista–, varios socios de la corporación propusieron que se le tachara de la lista de sus componentes. Desafiando la cólera del capitán general Jerónimo Valdés, Luz y Caballero y varios de sus amigos lograron que la proposición no prosperara.

{57} El Colegio de San Cristóbal, impropiamente llamado de Carraguao por la barriada a que pertenecía, es el primer establecimiento docente dirigido por Luz y Caballero. Comenzó en él su labor en 1835.

{58} J. de la Luz y Caballero: Elencos y discursos académicos. La Habana, Editorial de la Universidad de La Habana, 1950, «Elenco de 1840», n° 43 (Biblioteca de Autores Cubanos: Obras de Luz y Caballero, volumen II).

{59} Nombre dado al proyecto de sublevación de negros esclavos que, a tenor de una confidencia, debía haber estallado en un ingenio azucarero de la provincia de Matanzas en la Navidad de 1843. El procedimiento empleado para obtener confesiones de los presuntos encartados era el de atarlos boca abajo a una escalera y azotarlos hasta que confesaran... o murieran. En esta conspiración fue fusilado el gran poeta Diego Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), que había nacido en La Habana en 1809.

{60} El Colegio de El Salvador se inauguró el 27 de marzo de 1848 en una hermosa casona colonial en la barriada del Cerro. En 1850 tuvo que trasladarse para la calle de Teniente Rey, donde permaneció hasta 1858. En septiembre de este mismo año volvió a su lugar originario. Allí murió Luz y el Colegio continuó hasta 1868.

{61} Ignacio Agramonte y Loynaz (1841-1873), de noble familia camagüeyana, fue discípulo de Luz y Caballero. Se graduó de abogado en la Universidad de La Habana y, al estallar la Guerra de los Diez Años, se incorporó a las fuerzas combatientes del Camagüey, llegando a ser la figura militar de mayor rango en esta región. Su hazaña guerrera más sobresaliente fue la carga al machete y el rescate del brigadier Julio Sanguily. Murió en el combate de Jimaguayú en 1873.

{62} Manuel Sanguily, una de nuestras más destacadas figuras intelectuales de todos los tiempos, fue el discípulo predilecto de Luz y Caballero. Participó en las dos guerras de Independencia y en la República fue Senador, Ministro de Estado y Profesor de la Universidad de La Habana.

{63} Antonio Zambrana, cuando apenas había terminado el primer curso de la carrera de derecho, se incorporó a las huestes libertadoras en 1868; participó en la primera Asamblea Constituyente de la República en Armas en 1869, y se le designó, juntamente con Agramonte, Secretario de la Cámara de Representantes. Murió ya constituida la República, en 1922.

{64} Pedro Figueredo (Perucho) es el autor del himno nacional cubano. Con Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio formó el comité revolucionario que inició la Guerra de los Diez Años. Durante el asalto y toma de la ciudad de Bayamo, el 17 de octubre de 1868, compuso nuestro himno. Murió fusilado en 1870.

{65} José Silverio Jorrín, nacido en La Habana en 1814, fue también discípulo y luego profesor con Luz en El Salvador. Abogado notable, se distinguió por su incansable labor por la independencia cubana.

{66} Rafael Morales (Moralitos) había nacido en 1845 en Pinar del Río. Con apenas 23 años de edad se incorporó al ejército cubano en 1868. Fue miembro de la primera Cámara de Representantes de la República en Armas, donde se reveló como notable orador. Murió de fiebre perniciosa a los 27 años en plena campaña.

{67} Los hermanos Guiteras (Antonio y Pedro), matanceros, fueron profesores en El Salvador, donde dejaron honda huella de su cultura y su consagración a la docencia. Después de la muerte de Luz, al regreso de un dilatado viaje por Europa y el Cercano Oriente, se establecieron en su ciudad natal (Matanzas) donde abrieron un colegio –La Empresa– que alcanzó merecida fama.

{68} Palabras de Luz y Caballero en los exámenes del Colegio de El Salvador el 16 de diciembre de 1861. Véase J. de la Luz y Caballero: Elencos y discursos académicos, ed. cit., p. 559.

{69} Enrique Piñeyro: Hombres y glorias de América. París, Garnier Hermanos, 1903, p. 180.

{70} En carta a su madre, fechada el 6 de septiembre de 1830 en Dresde, dice Luz: «Mañana salgo para Weimar a conocer al célebre Goethe...» Y desde Viena, con fecha 23 de septiembre de ese mismo año, también a la madre: «P. D. He visto al gran Goethe y habrá carta sobre él...» [Véase J. de la Luz y Caballero: De la vida íntima (epistolario y diarios). La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1945, pp. 103 y 105, respectivamente (Obras de Luz y Caballero, volumen VII).]

{71} Programa o «índice razonado de algunas materias físicas» para la primera parte del curso académico de 1834 a 1835 en el Colegio de San Cristóbal. (Véase J. de la Luz y Caballero: Elencos y discursos académicos, ed. cit., pp. 11-41.)

{72} Ibid., pp. 11-15.

{73} En 1838 era Secretario del Ayuntamiento de Puerto Príncipe, capital de la provincia de Camagüey.

{74} J. de la Luz y Caballero: La Polémica Filosófica. La Habana, Ed. de la Universidad de La Habana, 1946, t. I, «Cuestión de método,» pp. 36-37 (Obras de Luz y Caballero, volumen III).

{75} Gaspar Betancourt Cisneros (1803-1868) nació en Puerto Príncipe (capital de la provincia de Camagüey), donde su familia poseía cuantiosa fortuna. Cursó la carrera de abogado en la Universidad de La Habana, donde intimó con Luz y Caballero, José Antonio Saco y Domingo Delmonte. Viajó incansablemente por Estados Unidos (donde residió a veces) y por gran parte de Europa. Era de carácter vivo, alegre, dotado de un admirable sentido del humor, tal como lo revela su Epistolario. Patriota ejemplar, «el Lugareño» consagró casi toda su vida a la causa de la independencia y el bienestar de Cuba.

{76} Antonio Bachiller y Morales (1812-1889) era un habanero cuya familia se contaba entre las más linajudas de la Capital. Hizo sus estudios en el Colegio Seminario de San Carlos y después pasó a la Universidad para graduarse de Bachiller en Leyes y Cánones y, finalmente, de abogado. Desde 1842 figuró como catedrático de la Universidad de La Habana, donde fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras. También perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País. Ha sido llamado el «patriarca de las letras cubanas» por su cuidada erudición y su amor a la historia de nuestra cultura. Entre sus principales contribuciones escritas se cuentan la Antología Americana, el Prontuario de Agricultura General, los Elementos de Filosofía del Derecho y los Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la Isla de Cuba.

{77} J. de la Luz y Caballero: La Polémica Filosófica, ed. cit., vol. III, p. 64.

{78} Ibid., pp. 49-50.

{79} Pues una cosa es la lógica «formal» de Aristóteles y otra muy distinta el «formalismo» de la filosofía de Kant.

{80} J. de la Luz y Caballero: La Polémica Filosófica, ed. cit., vol. III, t. I, p. 216.

{81} Ibid., t. II, p. 47.

{82} Ibid., p. 67.

{83} Ibid., p. 88.

{84} Ibid., p. 186.

{85} Ibid., p. 188.

{86} Ibid., t. III, pp. 6-7.

{87} El extracto (que tiene fecha 20 de julio de 1839) se publicó en el Noticioso y Lucero de La Habana el 16 de septiembre del mismo año.

{88} Era profesor de la Universidad de La Habana y la única figura con relativo relieve. Compuso unos Apuntes de Lógica, de los cuales no se conserva ningún ejemplar.

{89} Forma el tomo V (el último) de La Polémica Filosófica, 1948.

{90} J. de la Luz y Caballero: La Polémica Filosófica, ed. cit., vol. III, t. III, pp. 16-17.

{91} Ibid., pp. 19-21.

{92} Ibid., pp. 21-23.

{93} Ibid., p. 24.

{94} Ibid., pp. 27-28.

{95} Ibid., p. 29.

{96} Véase J. M. Mestre: De la filosofía en La Habana. La Habana, Publicaciones de la Dirección de Cultura, 1952. Estudio preliminar por Humberto Piñera Llera, p. 17.

{97} Ibid., p. 73.

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Humberto Piñera Llera
José de la Luz Caballero
Panorama de la Filosofía cubana
Washington DC, 1960 págs. 51-76