Panorama de la Filosofía cubana a b c d e f g h i j Humberto Piñera Llera

Humberto Piñera · Panorama de la Filosofía cubana

Prólogo

Cumplo gustoso el pedido que me hiciera la División de Filosofía y Letras de la Unión Panamericana de elaborar este Panorama de la filosofía cubana. Me incorporo así al grupo de estudiosos de mi país que han trabajado en la investigación de las manifestaciones de nuestra filosofía. Debo decir que había venido sintiendo hasta ahora una especie de creciente preocupación ante lo que consideraba como indiferencia de mi parte con respecto al estudio de la filosofía cubana. Pues si bien es cierto que he consagrado casi veinte años a la filosofía en general, es decir, a la que debe considerarse propiamente como la filosofía, apenas si he dedicado algún breve artículo a comentar este o aquel aspecto de nuestra peripecia en el saber principal. Sin embargo, soy de los que entienden que al estudio de la problemática filosófica local se debe ir después que se ha conseguido algún adiestramiento en la filosofía como tal, pues muchas de las «interpretaciones» –al menos en lo que a Cuba se refiere– adolecen del defecto de un desenfoque producido por el desconocimiento de las cuestiones de la filosofía en general, en las que necesariamente deben ser colocadas esas otras del pensamiento filosófico nacional, puesto que estas últimas son la consecuencia –en su época– de la adhesión o el rechazo de las ideas de la filosofía en general por parte de quienes, en nuestros países americanos, se dieron a la tarea de comentarlas. Y al llegar a este punto –a donde deliberadamente he traído la cuestión– debo hacer ver como hasta ahora la filosofía americana –Cuba no es una excepción– ha sido ante todo «instrumental», es decir, que ha servido para impulsar grandes ideas de las cuales, a su vez, ha dependido en considerable medida el destino americano, pongamos por caso la Independencia, o la [10] organización constitucional, o muchas de las transformaciones políticas y sociales.

Pero no crea el lector, que vaya a insistir en el tema –bastante discutido– de la presunta «originalidad» de la filosofía americana. Como oportunamente y con fino humor dijo una vez Aníbal Sánchez Reulet, esa es una cuestión para dejarla a los historiadores del año tres mil. Pues si la philosophia perennis es, mírese como se quiera, también instrumental, ¿como no va a serlo entonces una filosofía que, como la americana, ha debido hacerse al hilo de la integración y el afianzamiento de nuestra realidad continental desde el Descubrimiento? Quien conozca el proceso de la historia de América no puede dudar del decisivo cometido de la filosofía, sobre todo en los momentos en que esa historia registra cambios fundamentales. Desde las Leyes de Indias, donde asoman su faz Vitoria y Suárez, pasando por los movimientos libertadores en los que juegan decisivo papel la Enciclopedia y la Revolución Francesa, hasta el Positivismo cuya pasión «cientificista» resultó, sin embargo, civilizadora para América, vemos a la filosofía como avanzada del destino americano, lo mismo en el orden local que en el continental.

Por supuesto que este es el caso de Cuba, donde la filosofía ha sido siempre el instrumento por excelencia para el progreso durante la etapa colonial. A ella le debemos esos tímidos y desvaídos comienzos compuestos de una mala escolástica, «con sus eternas súmulas y sus enmarañadas lógicas» –al decir de Bachiller y Morales–, pero que al fin y al cabo son los comienzos. A la filosofía debemos la etapa cenital de 1790 a 1840 en la que brillan los más altos talentos cubanos del siglo XIX –José Agustín Caballero, Tomás Romay, Francisco de Arango y Parreño, Bernardo O’Gavan, Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco, Domingo Delmonte, Antonio Bachiller y Morales, Gaspar Betancourt Cisneros–, los hombres que se forman en el rescoldo de las ideas modernas y las cuales ensayan patrióticamente en Cuba hasta donde la dura [11] realidad colonial lo permitía. Las ideas que causan el destierro y la proscripción de Varela, de Saco, de Delmonte, y que Luz y Caballero opone con denuedo a ciertos «conformismos de filosófica faz». Las ideas, en fin, que conducen a la Independencia.

La filosofía cubana está, pues, entretejida en nuestra historia, por lo que al estudiarla debemos tener presente dos detalles: por una parte, que no es posible considerarla tan «autónoma» como la filosofía tradicional, pues hemos dicho que su instrumentalidad la entrevera rigurosamente con el resto de las ideas que constituyen la historia nacional. Y, por otra parte, que sin duda esa intimidad con el resto de lo histórico es un riesgo para el que atiende el examen de nuestra filosofía, porque –tal como he podido apreciar en una de esas revisiones–, se hace una de estas dos cosas: o bien se diluye excesivamente el pensamiento filosófico en lo histórico, al extremo de que esto último aparece con una originalidad que es ya supuesta, o bien se exagera la originalidad de lo filosófico, sin parar mientes en que es la versión local de ideas foráneas cuyo arraigo ha sido favorecido por una determinada coyuntura histórica. En fin de cuentas, que, además de lo propiamente filosófico –en el caso nuestro– se trata de una insoslayable cuestión historiográfica, de eso que muy bien llamaba Dilthey la «historia interna», es decir, el problema de las ideas con respecto a un espacio y un momento determinado. Y en tal caso, es probable que nos quede solo el recurso sentenciosamente señalado por Bacon para la naturaleza física, pero trasladado esta vez al mundo espiritual, a saber: natura enim non nisi parendo vincitur. Pues, en efecto, solo una inteligente adaptación a las inevitables exigencias de la naturaleza de nuestro estudio es lo que puede proporcionarnos un resultado relativamente justificable del empeño que en aquél se haya puesto.

Réstame agregar a todo lo dicho el sentimiento de profunda gratitud hacia la Unión Panamericana por haber depositado en mí su confianza en lo que respecta al presente trabajo. [12] Será mi mayor satisfacción –si es que la alcanzo– saber que esta contribución al estudio de las ideas americanas se justiprecia en lo que exactamente ha sido el sincero propósito del autor.

Humberto Piñera Llera

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Humberto Piñera Llera Panorama de la Filosofía cubana
Washington DC, 1960 págs. 9-12