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Pensamiento Crítico

Pensamiento Crítico 18-19

El estructuralismo

Pensamiento Crítico, La Habana, julio-agosto de 1968, número 18-19, cubierta + páginas 1-7.

Presentación

La obra de Lévi-Strauss ha extendido definitivamente el interés por el análisis estructural más allá de la lingüística (y de una concepción de la teoría literaria derivada de ella), donde se puede decir que a partir de Hjelmslev –tomando a Saussure como punto de referencia inmediato– organiza los presupuestos que darán fundamento a los resultados de un análisis eficiente. El método se consolida en la coherencia de una sistematización. Actualmente además de la lingüística y la teoría literaria encontraremos sus aplicaciones en la etnología, en la psicología, en las ciencias económicas y, en general, en aptitud de creciente difusión.

El vocablo «estructuralismo» ha tomado vertiginosamente la heterogeneidad de significado que sigue de manera regular a la génesis de todo cuerpo de tesis cuyo efecto se haga sentir en la producción intelectual, especialmente cuando se trata de disciplinas que estudian los fenómenos sociales. De manera que las disyuntivas de reflexión y de posición que se presentan hoy al estructuralismo rebasan ya largamente la simple opción primaria que se presenta ante toda nueva teoría: el acuerdo o el desacuerdo con sus enunciados. Vemos orientarse los juicios en diversas oposiciones: grupos que defienden y buscan la extensión, y a menudo la generalización, del análisis estructural; aun dentro de esos criterios habrá que diferenciar la búsqueda a partir de las realizaciones eficaces del análisis estructural de la adopción acrítica de los patrones del método estructuralista como punto de partida de validez universal, como principios, como filosofía, en suma. Por otro lado se pueden reconocer criterios de aceptación (y filiación) estructuralista como método de análisis de validez restringida a una ciencia (la lingüística) o a un grupo de ciencias determinado (con frecuencia la lingüística y la etnología); posiciones cercanas y en cierta forma complementarias, critican al estructuralismo, a sus patrones, como limitantes en la apreciación de los procesos, las transformaciones, las rupturas de equilibrio, sobre todo en cuanto se refiere a sistemas sociales. En esta dirección se le ha llegado a censurar como ideología de equilibrios, como un reclamo al orden y al mantenimiento de condiciones creadas, como instrumento útil, en pocas palabras, al pensamiento reaccionario. Sin embargo, la evidencia de los resultados de sus aplicaciones ha dado en los últimos años al estructuralismo una resonancia tal que se hace inobvio a estas alturas cualquier argumento que pretenda asentarse como una base para un rechazo de conjunto.

Después de un cuidadoso contacto inicial –bajo el efecto justificado de que nos movemos en un universo desusado que trasciende las esferas superficiales– y si se logra apoderarse del lenguaje, se expande una suerte de moda. Y entre otras cosas nos hallamos ante esa expansión. Surge entonces para la introducción que pretenda mantener un canon de rigor la necesidad de un nuevo indicador en la lectura selectiva: distinguir el verdadero análisis estructural de las pretensiones de un falso estructuralismo que con frecuencia se limita a completar o sustituir el lenguaje conversacional o, en todo caso, lenguajes especializados convencionales por la nueva terminología –y que en realidad tiene muy poco que ver con el análisis estructural. O, en una instancia distinta, la moda se traduce en un dogmatismo estructuralista: el aparato conceptual se convierte de instrumental analítico en instrumental analítico-probatorio. Las respuestas quedan apresadas, con los problemas, en el ámbito de un álgebra nueva.

Estas circunstancias o circunstancias muy similares por el tipo de dificultades que entraña su complicación las hemos encontrado y las encontramos frecuentemente cuando de definir el alcance de un «ismo» se trata. Pero en el caso del estructuralismo sería necesario añadir además un elemento específicamente relacionado con su origen que oscurece aun la posibilidad de enmarcar alcances y, al menos para aquellos que aspiran a ello, generalizaciones.

De «marxismo» podemos hablar confiando que se entenderá como un punto de análisis que tiene su origen en Marx no sólo porque el «ismo» de referencia vaya precedido del nombre del creador sino porque la distinción inmanente a sus vínculos históricos con antecedentes está relativamente bien establecida. Independientemente del debate sobre la relación Marx-Hegel, sobre la evolución del pensamiento (de la obra) del propio Marx, y de la diversidad de tendencias, siempre creciente, que proclaman su derecho de pertenencia, se puede decir sin titubeos qué cambios introduce Marx en la ciencia de la historia y en la historia misma. De manera similar, y a pesar de la multiplicidad de interpretaciones, adaptaciones y desarrollos posteriores, cabe decir que el psicoanálisis nace con la sustitución del tratamiento por hipnosis por el método de asociación libre. Y a partir de aquí se podría iniciar la ubicación de otro «ismo» en su contexto histórico.

Tratándose del estructuralismo no nos resulta tan clara esta distinción de un lugar de génesis. No hay estructuralismo, por supuesto, desde que (y dondequiera que) se estudian estructuras. Tampoco admite el concepto ser identificado o aun involucrado al análisis formal, a la formalización, en sentido estricto. Pouillon ha afirmado, en su artículo introductorio al número de Temps Modernes dedicado al tema, «el estructuralismo propiamente dicho comienza cuando se admite que es posible confrontar conjuntos diferentes en virtud de sus diferencias (que se trata entonces de ordenar) y no a pesar de ellas». No se trata del ordenamiento de analogías sino de la estructuración de las oposiciones en sistema. Esta definición puede estimarse suficientemente sencilla y completa a efecto de revelar, de manera clara y directa, la conexión de significados entre el concepto de estructuralismo y el concepto de estructura.

A partir de este punto podremos plantearnos la existencia del análisis estructural –quede a un lado la posibilidad de confusión con «análisis de las estructuras»– en aplicaciones que anteceden no solamente el enunciado sistemático de sus presupuestos sino aun a su ordenamiento metodológico. La no localización temporal de un eje de transición entre el análisis estructural y el estructuralismo, propiamente dicho, oculta la frontera de un criterio riguroso de definición.

Esta imprecisión en variedad y grados de antecedencia no sólo señala un obstáculo de definición, sino la abundancia de fuentes y al mismo tiempo una garantía de elementos de referencia para dar inicio a cualquier análisis serio.

El análisis estructural pone de manifiesto la existencia de niveles de organización, de un orden interno y externo inherente a los sistemas, y de desequilibrios que pueden ser ordenados en estructuras, que los sistemas reales no revelan de inmediato, con lo que abre un campo de conocimiento y experimentación insondeado.

Es muy difícil decir con acierto a la altura de nuestra vista hasta donde se podrá llegar, tanto por el camino de la profundización como en la variedad de sus aplicaciones. Por esta razón las oposiciones suelen quedar en el nivel de las filosofías (el nivel en que el estructuralismo puede admitirlas) y raras veces constituyen un argumento científico contra el método científico. Por esta razón las críticas no suelen rebasar el valor hipotético de las tesis mismas que fundamentan el análisis estructural.

En nuestros medios la información sobre el tema no es abundante, aunque sí suficiente para motivar inquietudes que generalmente quedan insatisfechas. Por este motivo Pensamiento Crítico ha decidido dedicar la sección monográfica del presente número al estructuralismo, con la doble convicción de que sacrifica la amplitud del campo de interés por los números inmediatos anteriores y de que cumple, a pesar de ello, con un objetivo de difusión elemental del debate sobre uno de los más importantes instrumentos de conocimiento con que cuenta el pensamiento contemporáneo.

Atendiendo a esta necesidad la selección de materiales ha tratado de mantener tres balances imprescindibles: 1) el del rigor y la asequibilidad, que no siempre resulta en un saldo feliz debido, a la vez, a la complejidad del instrumental estructuralista y a la especificidad de sus aplicaciones; 2) el de la variedad de los temas, a cuyo fin hemos tratado de abarcar la lingüística, la etnología, la matemática, la creación literaria y la creación cinematográfica; 3) el de las posiciones, que quisimos observar cuidadosamente a fin de incluir diversos criterios y excluir la ausencia de racionalidad tanto en la defensa como en el rechazo.

En este sentido cabe distinguir los artículos de Sebag y Barthes, desde las posiciones definidas del estructuralismo; el artículo de Ricoeur que circunscribe su validez a la lingüística y aun dentro de esta restricción argumenta la necesidad de superación de las ausencias del análisis estructural; el artículo de Cuisenier, que inicia el número, y que constituye una exposición de pretensión totalizadora –no metafísica– del sistema estructuralista; el de Lefebvre, que concluye el número, y que asume, a diferencia de Ricoeur, una crítica definitiva y desde fuera; Barbut, más que una aplicación del análisis estructural, nos ofrece la descripción matemática del concepto de estructura; y, finalmente, hemos querido incluir el artículo de Francisco Posada, que forma parte de un libro titulado Estructuralismo y estética. Acerca de la teoría del teatro de Brecht, que no es propiamente un ejemplo de análisis estructural pero que constituye un esfuerzo inteligente de comprensión y aproximación al problema.

Índice del número 18

Jean Cuisenier, El estructuralismo de la palabra, de la idea y de los instrumentos, 8-29

Francisco Posada, El teatro épico como género, 30-74

Marc Barbut, El sentido de la palabra estructura en matemáticas, 75-98

Paul Ricoeur, La estructura, la palabra, el acontecimiento, 99-122

Michel Delahaye & Jacques Rivette, El futuro del cine, ¿arte existencial? (entrevista con Roland Barthes), 123-135

Lucien Sebag, El mito: código y mensaje, 136-151

Henri Lefebvre, Claude Lévi-Strauss y el nuevo eleatismo, 152-184

Martin Nicolaus, El Marx desconocido, 185-213

Carlos Núñez, Brasil: satélite y gendarme, 214-249

Raúl Gómez García, Manifiesto del Moncada, 250-256

Fidel Castro, La historia me absolverá (fragmentos), 257-267

Los autores, 268-269 + contracubierta

Facsímil del original impreso de esta parte en formato pdf