Filosofía en español 
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Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo

[ 875 ]

Democracias políticas materiales sin fundamentalismo:
Funcionalismo material / Funcionalismo formal (Popper)

Lo que llamamos democracias políticas materiales [827] empíricas son las mismas democracias realmente existentes [854] a las que se refiere el fundamentalismo democrático, una vez que hayan podido ser eliminados todos los componentes ideológicos fundamentalista de los que ellas están empapadas.

Ahora bien, al segregar, en la medida de lo posible, la concepción fundamentalista de la democracia realmente existe, se hace preciso sustituir los principios fundamentalistas de la democracia por otros principios funcionalistas [855], es decir, establecidos en función de la realidad misma de las democracias realmente existentes, que no se interpretarán desde las premisas fundamentalistas. Pero los principios sustitutivos del fundamentalismo pueden tomarse:

O bien de la realidad de la materia o estructura material misma de la sociedad política (resultante de una evolución histórica, determinada por acontecimientos pretéritos).

O bien desde alguna característica funcional atribuida formalmente a la democracia, con independencia de la relación entre la materia misma de la sociedad política y la forma democrática.

El materialismo democrático pretende derivar la estructura de la sociedad política [828] de la estructura material de alguna especie particular de sociedades políticas bien diferenciada de otras especies de sociedades políticas, y bien determinada en su propia estructura material; una estructura que, por nuestra parte, y refiriéndonos a la democracias modernas “homologadas”, hacemos consistir en cierto tipo de sociedad de mercado, la sociedad de mercado de consumidores. [831]

Frente al “materialismo democrático” (y, por supuesto, también frente al fundamentalismo democrático) el formalismo “teórico” democrático pretende dar cuenta de las democracias realmente existentes no tanto a partir de la materia social (de la sociedad civil, del pueblo) como de alguna característica de naturaleza más bien negativa, y vinculada a la democracia procedimental, como pueda ser el mal menor (la democracia es la menos mala de las formas de gobierno existentes, con lo que quiere decirse que la explicación de la democracia tendría simplemente un carácter ensayístico práctico) o su misma fragilidad, que preserva a la sociedad de la tiranía o simplemente de un mal gobierno inconmovible.

La teoría de la democracia que Karl Popper diseñó pertenece a este tipo de explicación de la democracia. Según Popper, la importancia de las democracias no habría que ponerla en su supuesta capacidad para que “el gobierno” represente al pueblo (pues las elecciones más que ser el espejo donde el pueblo se manifiesta, son espejo de los partidos, de la propaganda, etc.), sino en su capacidad de derribar a los gobiernos mediante el voto de censura o mediante las elecciones (decimos nosotros, mediante la democracia procedimental [880]). Es como si Popper hubiese aplicado a la política el mismo criterio que utilizó a propósito de la ciencia. [168] […]

Ahora bien, sin duda, la capacidad de ser sustituido un gobierno es propia de la democracia [839], como es propia de la ciencia su capacidad de desmentir, o demostrar la falsedad de las teorías erróneas. Pero así como las teorías científicas se desmienten porque son erróneas, pero no son erróneas porque se desmientan, así tampoco los gobiernos (no ya los Estados) son derribados porque gobiernen mal, pero no gobiernan mal porque sean derribados. La falsación o la destitución son indicios de un error, pero no son la raíz del error, sino solo su desvelamiento. Y esto supone la verdad o la eutaxia: lo que la verdad es a la ciencia [214] es la eutaxia [563] a la sociedad política, es decir, la capacidad efectiva de seguir existiendo de modo recurrente, en virtud del encaje objetivo de las partes; encaje necesario en la verdad científica y no necesario en la eutaxia política, que, por ello, hay que adscribir más al orden de la prudencia que al orden de la ciencia. […]

Desde el materialismo filosófico rechazamos el fundamentalismo democrático, pero también el formalismo falsacionista democrático. Si aquel parece “excesivamente metafísico” [4], éste nos parece “excesivamente positivo”, es decir, trivial, un simple pleonasmo de la descripción del fenómeno. Explicar y justificar la democracia por la capacidad de recurrencia de sus procedimientos falsacionistas no es otra cosa sino pedir el principio, por la vía del factualismo: “La democracia formal se explica y se justifica en virtud de su propia recurrencia, que mantiene continuamente la esperanza del pueblo”. Es una explicación y justificación en el fondo psicológica [871], de la democracia, análoga a esa explicación y justificación del diálogo como procedimiento para resolver, por vía pacífica, los conflictos políticos [844] o incluso personales, en general. […]

En cualquier caso, lo que se llama “democracia formal” [827] es tan solo una pseudodemocracia, es decir, una sociedad política materialmente no democrática, pero que ha asumido una fachada democrática bien sea por imposición de potencias extranjeras (sin cuya asistencia no podría mantenerse), bien sea por un disfraz de la sociedad política no democrática que se presenta a las demás como si fuera una sociedad democrática. El “gran cacique” de la Restauración monárquica española del siglo XIX, Romero Robledo, para organizar las elecciones a Cortes constituyentes que votaron la Constitución de 1876, comenzó suspendiendo más de 6000 ayuntamientos, para nombrar, a través de una Real Orden, otros tantos nuevos que le eran adictos. En general, sospechamos que toda conceptualización “hilemórfica” que utilice las ideas de materia y de forma [84-86] como si se tratasen de dos principios diferentes pero en posible composición es muy peligrosa. Este tipo de conceptualizaciones solo es adecuado para determinadas situaciones: por ejemplo, aquellas de las que partió Aristóteles para explicar la fabricación de objetos artificiales (el bronce, o materia, vertido en un molde con la forma de una espada; el mármol, o materia, a la que el escultor le da la forma de Artemisa). Pero fuera de estas situaciones, por ejemplo, las que plantean los organismos vivos, las formas no pueden tratarse como si fuesen principios externos sobreañadidos a la materia, porque derivan de ella misma, es decir, porque la forma está determinada [65] por la interacción diamérica de las partes del conjunto conformado [85], sin excluir la interacción con su entorno [846].

{PCDRE 87-91 /
PCDRE / → FD / → PEP}

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