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Moral a Nicómaco · libro tercero, capítulo II

Continuación del mismo asunto:
segunda especie de cosas involuntarias

En cuanto a los actos cometidos por ignorancia, todo se verifica, es cierto, sin que nuestra voluntad tenga parte en ello; pero contra nuestra voluntad realmente sólo se verifica aquello que nos causa dolor y arrepentimiento. El hombre que ha hecho algo sin saber lo que hacía, pero que no ha experimentado dolor como resultado del acto, sin duda no ha obrado voluntariamente, puesto que no sabía lo que era su acción; pero tampoco puede decirse que ha obrado contra su voluntad, puesto que de su acción ningún dolor le ha resultado. Y así en todas las acciones hechas por ignorancia, el que tiene que arrepentirse después parece haber obrado contra su voluntad; y por lo contrario, el que no ha tenido que arrepentirse de haber obrado, está en una posición muy distinta, y puede decirse simplemente de el que obró sin voluntad. Es bueno marcar este matiz en la expresión y designarle con una palabra especial, puesto que la situación es diferente.

también es posible señalar una diferencia entre hacer una cosa por ignorancia, y hacerla ignorando lo que se hace. Así, en la embriaguez, en la cólera, no puede decirse que uno obra por ignorancia; se obra sólo bajo el imperio de estas disposiciones; no se obra con conocimiento de causa; y antes por el contrario se obra ignorando lo que se hace. Así, todo ser malo ignora{51} lo que es preciso hacer y lo que conviene evitar; porque a causa de una falta de esta especie es por lo que los hombres cometen injusticias y, hablando en general, son viciosos.

Pero no debemos pretender aplicar el nombre de involuntaria a la acción de un hombre, porque desconozca su interés. La ignorancia que preside a la elección misma del agente, no es causa de que su acto sea involuntario; es causa únicamente de su [59] perversidad. Tampoco es la ignorancia en general a la que debe acusarse, por más que bajo esta forma se produzca ordinariamente la censura; sino a la ignorancia particular, especial para las cosas y en las cosas a que se aplica la acción de que se trata: dentro de estos límites puede tener lugar, ya la compasión, ya el perdón; porque el que ejecuta alguna de estas cosas culpables sin saber que las hace, obra involuntariamente.

No sería quizá inútil determinar con precisión, respecto a las acciones de este género, su naturaleza y su número, indagar cuál es la persona que las comete, lo qué ha hecho cometiéndolas, con qué fin y en qué momento ha tenido lugar la comisión. Algunas veces también es preciso preguntarse en tales casos con qué ha cometido el acto; por ejemplo, si ha sido con un instrumento; por qué causa, por ejemplo, si ha sido para salvarse de algún peligro; en fin, de qué manera, por ejemplo, si lo ha hecho con suavidad o con violencia. Estas son circunstancias respecto de las que nadie, a no estar fuera de sí, puede pretextar en ningún caso ignorancia, porque evidentemente no puede ignorarse cuál es la persona que obra. Porque se dirá, ¿cómo puede uno ignorarse a sí mismo? Pero se puede muy bien ignorar aquello que se hace. Por ejemplo, puede decirse que al hablar se le ha escapado una palabra; que no sabía que estaba prohibido hablar de las cosas de que se hablaba: testigo la indiscreción de Esquilo{52}, a propósito de los misterios. también puede suceder, que, queriendo mostrar el mecanismo de una máquina, la deje disparar sin intención, como el que deje salir el tiro de una catapulta. En otros casos se puede, como Merope, tomar a su propio hijo por un enemigo mortal, creer que una lanza puntiaguda tiene el hierro enmohecido, tomar una piedra de peso por una piedra pómez, matar alguno de un tiro queriendo defenderlo, o causarle una grave herida queriendo demostrarle sólo destreza a la manera que lo hacen los luchadores al presentarse para entrar en combate. Como este género de ignorancia afecta siempre a las cosas en que consiste la acción, el que, al obrar, ignora alguna de estas circunstancias, parece por esto mismo que obra a pesar de su voluntad, sobre todo en los dos puntos más graves, que son en [60] este caso: primero, el objeto mismo de la acción; y segundo, el fin que se propone al hacerlo.

Pero lo repetimos, para que la acción pueda, en el caso de semejante ignorancia, ser calificada con justicia de involuntaria, es preciso además que cause compasión y que lleve tras sí el arrepentimiento.

Por lo tanto, si el acto involuntario es el que nace de fuerza mayor o de ignorancia, es claro que el acto voluntario deberá ser aquel cuyo principio esté en al agente mismo, el cual conoce los pormenores de todas las condiciones que su acción encierra. Y así no hay razón para llamar involuntarios a los actos que nos obligan a ejecutar la cólera y el deseo. En primer lugar, porque admitido esto, resultaría que ningún ser distinto que el hombre obraría voluntariamente, ni aun los niños. ¿Puede decirse con verdad que jamás hacemos nada con plena y libre voluntad en las cosas en que median la cólera o el deseo? ¿O bien debe hacerse en este caso una distinción, sosteniendo que en tales situaciones hacemos el bien voluntariamente, y que hacemos el mal contra nuestra voluntad? ¿Pero no sería ridículo admitir esta distinción, puesto que es uno sólo y el mismo agente el que causa todos estos actos? Por otra parte sería quizá un error grave llamar involuntarias a cosas que debemos desear tener. Por ejemplo, ¿no hay ciertos casos en que es preciso saber montar en cólera? ¿No hay ciertas cosas que conviene desear, como la salud y la ciencia? Las cosas realmente involuntarias son penosas; por el contrario, las que se desean son siempre agradables. Además ¿es cosa que los errores del razonamiento y los del corazón son igualmente involuntarios? ¿Dónde está la diferencia entre unos y otros? ¿No debe huirse de igual modo de ambos?

Las pasiones, que la razón no guía, no pertenecen menos a la naturaleza humana, lo mismo que las acciones inspiradas al hombre por la cólera y el deseo. Concluyamos, pues, que sería verdaderamente un absurdo declarar que estas cosas no están sometidas a nuestra voluntad.

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{51} No debe confundirse esta máxima con la de Platón, que sostiene que el vicio es involuntario, y que el malvado lo es a pesar suyo. según Aristóteles, el malo puede corregir su ignorancia.

{52} Al parecer Esquilo reveló ciertas ceremonias de los misterios en cuatro o cinco de sus piezas perdidas. El Areópago, ante el que fue acusado, le absolvió, no por lo que alega Aristóteles, sino por el valor que él y su hermano mostraron en la batalla de Maratón.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 58-60