Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro octavo, capítulo V

Distinción de la disposición moral
y del acto mismo con relación a la amistad

Así como en la virtud es preciso hacer distinciones, y unos son llamados virtuosos simplemente a causa de la disposición moral en que están, y otros porque son virtuosos en los actos y en los hechos, lo mismo tiene lugar respecto a la amistad. Unos gozan actualmente del placer de vivir con sus amigos y procurarles bien; otros separados de ellos por un accidente, como cuando los separa el sueño, o por la distancia, no obran por el momento a manera de amigos; pero están sin embargo en disposición de obrar mostrando la más sincera amistad. Esto nace de que la distancia de los lugares no destruye absolutamente la amistad; destruye solamente el acto, el hecho actual. Es cierto, sin embargo, que si la ausencia es de larga duración, debe naturalmente causar el olvido de la amistad. De aquí el proverbio{166}:

«Con frecuencia un largo silencio ha destruido la amistad.»

En general, los ancianos y los extravagantes se sienten muy poco inclinados a la amistad, porque el sentimiento del placer tiene poco influjo en ellos. Ahora bien, nadie va a pasar el tiempo con quien le sea desagradable o no le cause placer; y la naturaleza del hombre le inclina a evitar lo que le es penoso y a buscar lo que le agrada. En cuanto a los que se dispensan mutuamente una buena acogida, pero que no viven habitualmente juntos, se les puede clasificar más bien entre los hombres que están ligados por una benevolencia recíproca, que no entre los unidos por una verdadera amistad. Lo que más caracteriza a los amigos es la vida común. Cuando uno está necesitado, se desea esta mancomunidad por la utilidad que de ello se saca; y cuando se vive con desahogo, también se desea por el placer de pasar el tiempo con las personas que se aman. Nada conviene menos a la amistad que el aislamiento; pero no es posible vivir juntos sin la precisa condición de complacerse y de participar poco más o [221] menos de los mismos gustos, acuerdo que se produce de ordinario entre los verdaderos camaradas.

La amistad por excelencia es, pues, la de los hombres virtuosos. No temamos decirlo muchas veces: el bien absoluto, el placer absoluto, son los verdaderamente dignos de ser amados y de ser buscados por nosotros. Pero como a cada uno le parece merecer mejor su amor lo que él mismo posee, el hombre de bien es para el hombre de bien a la vez lo más agradable y lo más bueno.

El afecto o el gusto parece más bien un sentimiento pasajero; y la amistad una manera de ser constante. El afecto o el gusto puede recaer también sobre cosas inanimadas; pero la reciprocidad en la amistad no es más que el resultado de una preferencia voluntaria, y la preferencia afecta siempre a una cierta manera de ser moral. Si se quiere el bien para aquellos a quienes se ama, es únicamente por ellos, es decir, no por un sentimiento pasajero, sino por una manera de ser moral que se conserva respecto de ellos. Amando a su amigo, ama uno su propio bien, el bien de sí mismo; porque el hombre bueno y virtuoso, cuando se ha hecho amigo de alguno, viene a ser el mismo como un bien para aquel que ama. Y así por una y otra parte se ama su bien personal, y sin embargo se hace entre ellos un cambio que es perfectamente igual en la intención de los dos amigos y en la especie de los servicios cambiados; porque la igualdad se llama también amistad; y todas estas condiciones se encuentran sobre todo en la amistad de los hombres de bien. Si la amistad se produce con menos frecuencia entre los melancólicos y los ancianos, es porque son gentes de mal humor, que encuentran menos placer en las relaciones que son consecuencia de un trato recíproco, y las cuales son, sin embargo, a la vez el resultado y la causa principal de la amistad. Precisamente por esto los jóvenes se hacen siempre amigos, mientras que los ancianos no. No es posible hacerse amigo de las personas que desagradan. La misma observación puede hacerse respecto de los excéntricos. Pero es posible, que estos sean benévolos los unos para con los otros, que quieran recíprocamente el bien, y que se les encuentre siempre que se trate de hacer y recibir servicios; mas no son precisamente amigos, porque no viven juntos, ni se gustan mutuamente, condiciones que, al parecer, son indispensables para que exista la amistad.

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{166} Verso tomado sin duda de algún poeta trágico, cuyo nombre se ignora.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 220-221