Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo primero

De las causas de desavenencia en las relaciones
en que los amigos no son iguales

En todas las amistades en que los dos amigos no son semejantes, la proporción es la que iguala y conserva la amistad, como ya he dicho. En esto sucede lo mismo que en la asociación civil. Un cambio de valor se verifica, por ejemplo, entre el zapatero que da el calzado y el tejedor que da su tela; y los mismos cambios tienen lugar entre todos los demás miembros de la asociación. Pero en este caso hay al menos una medida común, que es la moneda, consagrada por la ley. A ella se refiere todo lo demás, y por ella todo se mide y valora. Como no hay nada de esto en las relaciones de afección, el que ama se queja a veces de que no es correspondido su exceso de ternura, aunque quizá no tenga nada digno de ser amado, cosa que puede muy fácilmente suceder; y otras veces el que es amado se queja de que su amigo, después de haberle prometido mucho en otro tiempo, se desentiende completamente de sus magníficas promesas. Si estas quejas recíprocas se producen, es porque como el uno, el amado, sólo ama por interés, y el otro, el amante, por el placer, ambos se encuentran defraudados en sus esperanzas. Formada su amistad sólo por estos motivos, el rompimiento se ha hecho necesario desde que ni uno ni otro han podido obtener lo que motivó [242] sus relaciones. No se aman por sí mismos; sólo aman en ellos cualidades que no son durables; y las amistades producidas por estas condiciones no son más durables que ellas. La única amistad que dura, lo repito, es la que, sacándolo todo de ella misma, subsiste por la conformidad de los caracteres y por la virtud.

Otra causa de desavenencia surge cuando en lugar de encontrar lo que se deseaba, se encuentra otra cosa completamente diferente; porque lo mismo es no tener nada que tener aquello que no se desea. Es como la historia de aquel personaje que hizo magníficas promesas a un cantor, diciéndole, que cuánto mejor cantara más le daría. Cuando a la mañana siguiente el cantor fue a reclamarle el cumplimiento de su promesa, el otro le respondió que le había pagado placer con placer{174}. Si uno y otro se hubieran propuesto sólo esto, habría estado en su lugar esta respuesta; pero si el uno quería el placer y el otro la utilidad, y aquel tuvo lo que quería y este no lo obtuvo, el fin de la asociación no fue religiosamente cumplido; porque desde el momento que se tiene necesidad de una cosa, se inclina uno a ella con pasión y se está dispuesto a dar por ella todo lo demás. Pero, ¿a quién de los dos pertenece fijar el precio del servicio? ¿Es al que ha comenzado por hacerle o al que ha comenzado por recibirle? El que ha sido primero en hacerle parece haberse entregado con confianza a la generosidad del otro. Así dicen que hacia Protágoras{175} cuando previamente enseñaba alguna cosa. Decía al discípulo que él mismo justipreciara lo que sabía, y Protágoras recibía el premio que fijaba su discípulo. En casos de esta clase es frecuente atenerse al proverbio{176}:

«Sacad de vuestros amigos un provecho equitativo.»

Los que comienzan por exigir dinero, y más tarde, a causa de la exageración misma de sus promesas, no hacen nada de lo que han ofrecido, se exponen a que se les hagan cargos legítimos, porque no cumplen sus compromisos. Esta fue la precaución que los sofistas se vieron precisados a tomar, porque no habrían encontrado nadie que quisiera dar dinero por la ciencia [243] que enseñaban; y como después de haber recibido su dinero, no hacían nada para merecerlo, hubo razón para quejarse de ellos. Pero en todos los casos en que no hay convenio previo respecto del servicio que se hace, los que lo ofrecen natural y espontáneamente no pueden estar expuestos jamás a tales cargos, como ya he dicho. En la amistad fundada en la virtud no pueden tener lugar estas acriminaciones. Para pagar no hay aquí más regla que la intención, porque es la que constituye, propiamente hablando, la amistad y la virtud. Este sentimiento debe también inspirar recíprocamente a los que juntos han estudiado las enseñanzas de la filosofía. El dinero no puede medir el valor de este servicio; la veneración, que se tributa al maestro, no puede ser jamás todo lo debido; y es preciso juntarse, como para con los dioses y los padres{177}, a hacer todo lo que se puede.

Pero cuando el servicio no ha sido tan desinteresado, sino que se ha hecho con la mira de alguna utilidad, es preciso que el servicio que se vuelva en cambio parezca a las dos partes igualmente digno y conveniente. En el caso en que no resulten satisfechos, será no sólo necesario, sino perfectamente justo, que el que fue delante sea el que fije la remuneración; porque si lo que recibe equivale a la utilidad que ha conseguido el otro o al placer que el otro ha tenido, la remuneración recibida de este último será lo que debe ser. Esto es lo que pasa en las transacciones de todos géneros. Hay Estados, cuyas leyes prohíben llevar a los tribunales la discusión de los contratos voluntarios, fundados sin duda en el principio de que el demandante debe arreglarse con aquel que le inspiró confianza bajo el mismo pié y como ya lo había hecho al principio cuando contrató con él. En efecto, el que obtuvo esta prueba espontánea de confianza parece que debe ser más capaz aún de transigir con justicia el litigio que el otro que confió en él. Esto nace de que las más veces los que poseen las cosas y los que quieren adquirirlas no las dan un mismo valor. Lo que constituye nuestra propiedad y lo que se da a otros nos parece siempre de mucho [244] valor; y, sin embargo, el cambio se hace, hasta respecto del valor, con las condiciones que determina el que recibe. Quizá el verdadero valor de las cosas es, no la estimación que les da el que las posee, sino la que les daba el mismo antes de poseerlas.

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{174} Había procurado placer al cantor en cuanto le había hecho concebir lisonjeras esperanzas con sus promesas.

{175} Este sofista parece que fue el primero que exigió retribución a sus discípulos.

{176} Hesiodo, Las obras y los días, v. 370.

{177} Esta veneración profunda del discípulo para con su maestro es una idea que procede más bien de la India que de la Grecia. En la India, al Gourou, es decir, el preceptor del Brahman, se le asimila completamente a los padres, y las faltas cometidas contra él se castigan con las mismas penas que las que se cometen contra los padres.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 241-244