Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro sexto· I· II· III· IV· V· VI· VII· VIII· IX· X· XI ]

Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo X

De la utilidad práctica de las virtudes intelectuales

Podría preguntarse asimismo para qué son útiles estas cualidades. La sabiduría no considera nunca los medios de hacer al hombre dichoso{128}; porque no intenta producir nada. En cuanto a la prudencia, posee, es cierto, estos medios, ¿pero con qué objeto? La prudencia sin duda se aplica a lo que es justo, a lo que es bello, y más aún a lo que es bueno para el hombre; y esto es precisamente lo que el hombre virtuoso debe hacer. Mas porque sepamos todas estas reglas, no somos por eso en modo alguno más hábiles para practicarlas, si es cierto, como hemos dicho, que las virtudes son simples aptitudes morales. Sucede lo que con los ejercicios y remedios que procuran al cuerpo la salud y el vigor, que no son nada mientras no se ponen en práctica realmente, y mientras sólo se hable de ellos como consecuencias posibles de cierta aptitud; porque en realidad no gozamos más salud ni somos más fuertes simplemente porque poseamos la ciencia de la medicina y de la gimnástica. Si no basta para llamar a un hombre prudente, que tenga conocimiento de las cosas que constituyen la prudencia, sino que para merecer este título debe ser prácticamente prudente, se sigue de aquí que la prudencia de ninguna utilidad sería a los hombres que son virtuosos, como no lo sería a los que no la poseen. En efecto, no importa que tengan personalmente prudencia, o que se dejen guiar por el dictamen de los que la tienen; esta obediencia bajo la dirección de otro puede bastarnos, como, por ejemplo, respecto de la salud; pero porque queramos mantenernos sanos, no por eso nos ponemos a aprender la medicina. Añádase [170] a esto que sería muy extraño, que la prudencia, estando por bajo de la sabiduría, fuese sin embargo la directora y la dueña; porque la facultad activa y productora es la que debe mandar y ordenar en cada caso particular.

Pero estudiemos más de cerca estas dos virtudes, y profundicemos las cuestiones que hasta ahora no hemos hecho más que indicar.

Ante todo decimos, que necesariamente son por sí mismas apetecibles, puesto que son ambas virtudes de las dos partes del alma; y si no pueden producir nada, es porque ninguna de estas partes del alma puede tampoco producir. Luego si se dice que producen, no es al modo que la medicina produce la salud, sino como la salud misma produce la salud. De este modo la sabiduría es causa de felicidad; porque siendo una parte de la virtud total, hace al hombre dichoso por el solo hecho de poseerla y tenerla actualmente. Además la obra propia del hombre no se debe sino a la prudencia y a la virtud mural. La virtud moral hace que el fin a que se aspira sea bueno, y la prudencia hace que los medios que conducen a él lo sean igualmente. Es claro otro lado que la cuarta parte del alma, es decir, la parte nutritiva{129}, no puede tener semejante virtud; porque no depende de esta parte inferior obrar o no obrar en ninguna cosa.

En cuanto a lo que acabamos de decir: que la prudencia no hace que el hombre practique más el bien y lo justo, es preciso probar esta aserción, tomando las cosas de un punto más elevado, y sentando el principio que sigue: así como dijimos de ciertas gentes que hacen cosas justas sin que realmente sean ellos justos, por ejemplo, cuando esos mismos observan todas las prescripciones de las leyes a pesar suyo, o ignorándolas, o por cualquiera otra causa, y no en vista de estas mismas prescripciones y practicando todo lo que es preciso y todo lo que un hombre virtuoso debe hacer; en la misma forma, a mi parecer, es preciso obrar en todas ocasiones con una cierta disposición moral para ser verdaderamente virtuoso. Entiendo que se debe obrar por libre elección, y resolviéndose en vista de la naturaleza de los actos que se realizan. La virtud es la que hace esta elección laudable y buena; pero todo lo que se hace en [171] consecuencia de esta elección previa no pertenece a la virtud; como que es del dominio de otra facultad. Este punto merece bien que se insista en él, a fin de ilustrarle más. Existe en el hombre una facultad que se llama habilidad o aptitud, y que tiene por misión especial hacer todo lo que concurra al fin que uno se ha propuesto, y procurar todos los medios necesarios para conseguirlo. Si el objeto es bueno, esta facultad es muy laudable; si es malo, la habilidad se convierte en bellaquería. Y así tenemos gran cuidado, cuando hablamos de los hombres prudentes, decir que son hábiles y no que son bellacos. La prudencia no es esta facultad, pero tampoco puede existir sin ella. Tampoco la prudencia, ojo del alma, puede ser todo lo que debe ser sin la virtud, como ya he dicho y puede fácilmente observarse. Los razonamientos de nuestro espíritu son los que encierran el principio de los actos que realizamos más tarde.

Decimos siempre «puesto que tal cosa es la que debemos proponernos, y que además es a nuestros ojos la mejor posible, &c., &c.» En realidad nada importa que la cosa sea esta o aquella, como por ejemplo, que sea la primera que nos depare la suerte. Pero sólo en el hombre virtuoso aparece la decisión con toda claridad. El vicio pervierte la razón, y nos induce a error sobre los principios que deben dirigir nuestras acciones. La consecuencia evidente de todo esto es la imposibilidad de ser realmente prudente, cuando no es uno virtuoso.

———

{128} Véase la Política, lib. I, cap. IV.

{129} Para la parte nutritiva del alma, véase el Tratado del Alma, lib. II, cap. IV.

<< >>

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 169-171