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Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo IX

Fin a que tienden todas las virtudes intelectuales

Todas las cualidades que acabamos de estudiar, es decir, el buen sentido, la inteligencia o capacidad de comprender bien las cosas, la prudencia y el entendimiento tienden a un mismo fin. No debe extrañarse, si se considera que de unos mismos individuos se dice indiferentemente que tienen buen sentido y entendimiento, o también que son prudentes e inteligentes. Todas estas facultades se aplican indistintamente a los términos extremos{125} y a los hechos particulares. Cuando un hombre da pruebas de juicio en las cosas que son del dominio de la prudencia, es porque es inteligente, tiene buen sentido, y caso necesario sabe ser indulgente y perdonar; porque los procedimientos honrosos y benévolos son los que emplean todos los hombres verdaderamente buenos en sus relaciones con los demás hombres.

Todas las acciones que podemos ejecutar se aplican siempre [168] a hechos particulares, es decir, a los términos extremos; y precisamente estos son los que debe conocer el hombre dotado de prudencia. A la inteligencia que comprende las cosas, así como al buen sentido, corresponde entender únicamente en las cosas que debemos hacer; y a esto es a lo que yo llamo términos últimos y extremos.

En cuanto al entendimiento, se aplica a los extremos en uno y otro sentido{126}; porque el entendimiento puede encaminarse igualmente a los términos superiores y primeros, y descender a los últimos; lo cual no puede hacer el razonamiento. Y así, en las demostraciones el entendimiento considera los términos inmutables y primeros; mientras que el razonamiento, ocupándose de los casos en que es preciso obrar, sólo considera el último término, es decir, lo posible, y la otra proposición{127} que deriva de una proposición más alta. Porque estas proposiciones inferiores son los principios y hasta las causas del fin que nos proponemos al obrar, puesto que lo universal no es más que el resultado de los hechos particulares. Es preciso, pues, ante todo, conocer por la sensación estos hechos, y esta sensación es la que constituye después el entendimiento. Por esta causa, las cualidades de que acabamos de hablar parecen como meros dones de la naturaleza. Nunca la naturaleza hace al hombre sabio y prudente; pero ella es la que nos da buen sentido, penetración de espíritu y entendimiento. La prueba es que creemos que estas facultades corresponden a las diferentes edades de la vida; creemos que tal o cual edad tiene como patrimonio la razón y el juicio, como si la naturaleza fuese a nuestros ojos la única que puede proporcionarnos estas cualidades. He aquí también por qué el entendimiento es a la vez principio y fin; porque estos son los elementos de donde se derivan las demostraciones, y a los cuales ellas se aplican.

Otra consecuencia de esto es que es preciso dar tanta importancia a las simples aserciones y opiniones de los hombres experimentados de edad o de prudencia, aunque no las acompañe la demostración, como a las demostraciones regulares, porque [169] dichas personas tienen el ojo de la experiencia para descubrir y ver los principios.

He aquí lo que teníamos que decir para explicar la naturaleza de la sabiduría y de la prudencia, para mostrar los objetos a que una y otra se aplican, y para hacer ver que cada una de ellas es la virtud especial de una parte diferente del alma.

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{125} El mismo Aristóteles explica esta expresión, diciendo que por términos extremos entiende los hechos particulares; lo cual parece contradecir todas las demás teorías sobre el entendimiento, que se aplica siempre a los términos más elevados, a los principios.

{126} Esto está en contradicción con la doctrina desenvuelta en los últimos Analíticos y en el Tratado del Alma, según la cual el entendimiento se aplica sólo a los principios.

{127} Es decir, la menor, que se deriva de la mayor, de la cual es un caso particular.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 167-169