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Moral a Nicómaco · libro primero, capítulo IX

Influjo del destino de nuestros hijos
y de nuestros amigos sobre nosotros

Sostener que la suerte de nuestros hijos y de nuestros amigos no pueda influir ni poco ni mucho en nuestra felicidad, es una teoría excesivamente austera, y que además tiene el inconveniente de ser contraria a las opiniones recibidas. Pero como los hechos de la vida son muy numerosos y presentan los más diversos matices, tocándonos los unos muy de cerca y apenas tocándonos los otros, sería un trabajo largo y sin fin el distinguir cada uno en particular, así que nos limitaremos a hablar aquí de ellos de una manera general, presentando un ligero bosquejo de los mismos.

Si es cierto que entre las desgracias que nos afectan personalmente, unas pesan gravemente sobre nuestra vida, mientras que otras apenas nos conmueven, lo mismo debe acontecer absolutamente con los sucesos que afectan a las personas que amamos. Pero respecto de cada una de estas impresiones que experimentamos, hay tan gran diferencia entre experimentarlas durante la vida o después de la muerte{25}, como la hay entre los crímenes o las catástrofes imaginarias que aparecen en las tragedias y la realidad de estos horribles sucesos. Esta comparación puede servir ya para hacer comprender esta diferencia. Pero aún se puede avanzar más, y preguntar si los muertos pueden conservar alguna idea de prosperidad o de desgracia. Estas diversas consideraciones hacen ver claramente, que, si es posible que alguna impresión, buena o mala, pueda extenderse hasta los muertos, esta impresión debe ser ciertamente muy débil y oscura, sino en sí misma absolutamente, por lo menos con relación a ellos. En todo caso, no es bastante fuerte ni de tal naturaleza que pueda hacerlos felices, si no lo son; o privarles de su felicidad, si lo son. Y así puede bien creerse que a los muertos causan aún [28] alguna impresión las prosperidades y los reveses de sus amigos; pero sin que esta influencia pueda llegar a hacerles desgraciados, si son dichosos, ni ejercer sobre su destino ningún cambio de este género.

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{25} Aristóteles parece admitir aquí la persistencia de la personalidad después de la muerte y la inmortalidad del alma. No se presenta tan decididamente partidario de este principio en el Tratado del Alma y en la Metafísica.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 27-28