Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

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VI. Direcciones individuales

<   Breves indicaciones sobre el estado actual de la filosofía en España   >

Hay algunos escritores que no pueden ser comprendidos en las escuelas cuya reseña histórica hemos trazado. A este número pertenecen el catedrático D. Pedro Mata, el médico D. Federico Rubio y los Srs. D. Patricio de Azcárate, [189] D. Eduardo Benot y D. Roque Barcia. Indicaremos en breves palabras la distinta significación de cada uno de estos pensadores.

El Doctor D. Pedro Mata

Decía el Sr. Castelar, ocupándose del doctor D. Pedro Mata en su discurso sobre la idea del progreso, que ya hemos citado en otro lugar:

«El Sr. Mata, privilegiado talento que a manera de Anteo crece y se agiganta cuando toca en la realidad de la vida, nos ha dicho con esa fácil y poderosa palabra, que es el secreto de su popularidad y la revelación de su peregrino ingenio, que el progreso consiste en ir realizando y cumpliendo las leyes de la naturaleza». La comparación con Anteo, que de seguida nos trae a la memoria la tierra, nos parece un modo cortesano de llamar materialista al Sr. Mata, cubriendo con las galas del ingenio lo duro de la calificación, y el consistir el progreso en ir realizando las leyes de la naturaleza, sería una prueba de ser exacto este juicio, si se entiende que sólo se habla de la naturaleza física.

El Sr. Campoamor es más explícito. Cuando el Sr. Mata publicó su Tratado de la razón humana (1860), escribió en la Crónica de Ambos Mundos un artículo crítico, donde después de rendir un homenaje merecido a la honradez [190] del hombre y a la modestia e instrucción del profesor, condena sus teorías materialistas diciendo en su peculiar estilo: «Yo que estimo sinceramente al Sr. Mata por su laboriosidad y por su fe científica, soy enemigo de su sistema filosófico hasta el exterminio

Y para probar la verdad de sus aserciones, continúa el Sr. Campoamor formulando su juicio crítico en estas frases, modelo de humor y de buen gusto literario:

«Pero ya oigo al señor Mata que me interrumpe diciendo»: –Mi sistema no es materialista: Es legítimo consorcio de la fisiología y de la psicología, o por mejor decir, la absorción natural de esta por aquella.» –Justamente eso es lo que se llama ultra-materialista, subordinar el espíritu a una ciencia, si eso es ciencia, que consiste en explicar el orden mecánico-vital de las funciones corporales. No solo el Sr. Mata ha descubierto que la fisiología es ciencia; él, que de seguro no sabrá explicarme satisfactoriamente el fenómeno de un simple estornudo, sino lo que es más nuevo, sienta la proposición ¡hereje! de que «la fisiología es una filosofía, síntesis de lo que tienen de verdadero todas las filosofías.» –¡Nobles ilusiones de mi alma! ¿quién me había de decir a mí, que cuando el hoy célebre marqués [191] de San Gregorio, siendo catedrático me enseñaba la fisiología, esto es, la mecánica de ir, venir y otras cosas, aprendía yo la ciencia madre, y que no era más que una de sus sucursales la filosofía, que trata de las cuestiones de la existencia de Dios, de la inmortalidad del alma, y de la remuneración y castigo de nuestras acciones en la continuación eterna de esta vida, siempre débil, y casi siempre sin ventura? No quiero ocultárselo al Sr. Mata; pero su desgraciada idea de someter la filosofía a la fisiología, el alma al cuerpo, el espíritu a la materia, me amontona la sangre a la cabeza, como si fuese a sufrir una congestión cerebral. ¡Venid, venid, nobles ilusiones de mi alma! ¡Y ya que el sensualismo quiere infectar la atmósfera con hálitos de odio contra el espíritu, yo la fumigaré con acento de desprecio contra la materia!»

¿Son fundadas estas acusaciones de materialismo que se lanzan sobre el sistema filosófico del catedrático Sr. Mata? Nosotros, que consideramos el materialismo como el más degradante de los desvaríos filosóficos, no queremos creerlo. No, no; la elevada inteligencia del señor Mata no puede aceptar que una buena digestión es el origen de la inspiración poética, y que un dolor de muelas es el fundamento de [192] todas las profundas meditaciones sobre el problema del mal. El Sr. Mata niega que es materialista, y aun cuando en sus libro se encontrasen proposiciones que pudiesen ser tachadas de materialismo, nosotros cerraríamos los ojos para no verlas; no queremos pensar que en nuestra patria haya quien crea que el cerebro es el órgano secretorio del pensamiento, que la divina luz de la razón es un producto orgánico como la sangre, o la bilis, o la saliva.

D. Federico Rubio

Un médico sevillano, el Sr. D. Federico Rubio, ha publicado unos aforismos filosóficos bajo el nombre de El Libro Chico (1863) y posteriormente otro nuevo escrito titulado El Ferrando. Contestación a la crítica de dicho señoral Libro Chico (1864).

Hállanse en El Ferrando algunos pensamientos nuevos bastante acertados, entre los cuales recordamos el de cambiar el nombre del idealismo en el de escepticismo objetivo, pues ciertamente este sistema no es más que la negación de todo lo objetivo; y por razón semejante llama el materialismo, escepticismo subjetivo.

Por lo demás, la forma concisa del aforismo no deja ver con toda claridad el desarrollo científico del Sr. Rubio. Sin embargo, puede decirse que la inspiración de El Libro Chico [193] se halla en las modernas teorías de las escuelas alemanas, y que parece que la aspiración de su autor es purgar a estos sistemas del idealismo panteísta que generalmente los domina, y concertarlos con un espiritualismo en el cual sea fácilmente admisible la existencia de las verdades religiosas. Digno de loa es este propósito del Sr. Rubio, si bien de muy difícil logro, y por lo tanto mayor será su gloria si consigue llevarle a cabo. La idea de la dificultad, ni aun de la imposibilidad, no debe nunca hacerle vacilar; cada gran progreso humano ha sido realizar un imposible.

D. Patricio de Azcárate

El Sr. López Uribe en la Gaceta de Madrid, D. José Joaquín de Mora en la América, el Sr. Llana en La Iberia, el catedrático D. Federico de Castro en la Revista Ibérica, y el Sr. D. Juan Uña y Gómez en dos artículos publicados en La Democracia, han juzgado según sus distintos puntos de vista la Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos y verdaderos príncipes de la ciencia (1861) del Sr. D. Patricio de Azcárate; señaladísima cuanto merecida honra, que alcanzan muy pocas obras filosóficas en esta España del siglo XIX, donde la indiferencia del vulgo se halla admirablemente secundada por el desdén [194] de algunos doctos; capaces de jurar por Cousin, Hegel o Krause, que los más altos pensamientos nacidos a orillas del Manzanares, son pobres y raquíticos engendros si se comparan con las magníficas lucubraciones que produce la ciencia en todo el resto de la civilizada Europa.

Dejando el juicio de la parte histórica del libro del Sr. Azcárate para otro lugar de este ligero estudio, diremos ahora algunas palabras sobre el sistema científico expuesto bajo el nombre de Verdaderos principios de la ciencia. Considera el Sr. Azcárate que el principio de la ciencia es el análisis psicológico, pero termina admitiendo la esfera de actividad propia de la razón pura: y así se ha dicho, con gran fundamento, que el sistema expuesto en los Verdaderos principios de la ciencia, apoya el pie en la escuela escocesa y llega con su cabeza a las teorías alemanas.

Acompaña a la obra del Sr. Azcárate un árbol genealógico de los conocimientos humanos, que presenta gran claridad y acierto en sus divisiones aun cuando, conforme a las teorías psicológicas de su autor, parte de la concepción humana, y en nuestro sentir, la división de las ciencias, debe fundarse en la categoría primera y superior del ser absoluto y sus tres manifestaciones [195] eternas, la sobrenatural, la espiritual y la material.

D. Eduardo Benot

Decía Séneca que la educación del ser humano, exige una preferentísima atención, porque influye sobre toda su vida. Esto es una verdad universalmente reconocida cuando en teoría se discute, pero se halla tan olvidado en la práctica, que bien puede afirmarse la exactitud de aquella otra máxima de un célebre escéptico: la educación que se da generalmente a la juventud, se reduce a inspirarla un amor propio artificial, sobre el amor a sí mismo que forma parte de la naturaleza humana. Cuántos y cuán graves sean los males que por este camino se originan, no hay para qué decirlo; el libro de D. Eduardo Benot, titulado: Errores en materia de educación y de instrucción pública (Cádiz: 1863), de que ahora vamos a ocuparnos, señala algunos y enumera los remedios con juicio meditado y miras siempre rectísimas.

La idea del libro del Sr. Benot, consiste en afirmar la conveniencia de la intervención del Estado en la enseñanza. Los fundamentos filosóficos de esta doctrina los halla el Sr. Benot en la negación del criterio de las mayorías para conocer la verdad, y como consecuencia en la [196] superioridad necesaria de las minorías inteligentes representadas por el Estado. Adopta el Sr. Benot como criterio de verdad, la teoría expuesta por Vico, y que posteriormente ha sido seguida por Hegel, en la cual se afirma que sólo se conoce lo que se hace, pero se aparta de esta regla con respecto a la moral, diciendo que las ideas morales no son objeto de contemplación, son eminentemente prácticas; no necesitan el análisis científico.

Esta independencia absoluta entre la moral y la ciencia que establece el Sr. Benot, puede conducir al escepticismo y no la encontramos muy de acuerdo con los cristianos sentimientos que se reflejan en todas las páginas del libro que ahora nos ocupa.

En resumen: las doctrinas políticas del señor Benot, siguen esa tendencia liberal, pero al propio tiempo socialista, que domina en los pueblos latinos; y sus teorías filosóficas, más analíticas que sintéticas, tienden al enaltecimiento de la idea moral como regla universal, único derecho permanente y último fin de la actividad humana en todas las esferas de la vida.

D. Roque Barcia

En varias ocasiones habíamos meditado sobre los escritos de D. Roque Barcia, procurando darnos cuenta de la escuela [197] filosófica en que podían hallarse comprendidos. Habíamos leído la Filosofía del alma humana (1856), los artículos sobre ciencias sociales publicadas en La Democracia, los apuntes sobre filosofía de la historia y el juicio crítico de Lo Absoluto de Campoamor, cuyos dos trabajos han visto la luz pública en La América; y la tendencia que dominaba en estos varios escritos, ora nos parecía vacilante hasta tocar en el racionalismo, ora creyente hasta llegar a la afirmación de la verdad católica. Tentados estábamos de pensar que la contradicción hegeliana era el fundamento de las especulaciones racionales del Sr. Barcia, cuando encontramos resueltas nuestras dudas en el juicio que formó el Sr. Rute sobre el estado actual de la filosofía en España, al escribir los artículos que en otro lugar dejamos citados. Transcribimos a continuación este juicio para que sirva de término de comparación al que nosotros venimos exponiendo y se pueda apreciar cual presenta más exactitud histórica; que tal vez no será el nuestro, pues no abrigamos la pretensión de pasar plaza de infalibles. Dice así:

«Mas por lo que a nuestra patria respecta, debemos decir que creemos que la filosofía se [198] encuentra entre nosotros en su periodo de formación. Como en los periodos que se le han asemejado en la historia (ante-socrático, ante-cristiano y ante-cartesiano), todos los sistemas reaparecen a nuestra vista, transformados, sí, porque revisten nuevos y más perfectos desarrollos, pero siendo esencialmente los mismos que en toda época. En verdad no carece de ideas nuestro espíritu, sino de métodos con que esclarecer, fijar y ordenar según su debida categoría las que ya poseemos; ni cabe ya pensar que pueda alcanzarse un punto de vista más comprensivo de la realidad que los hasta aquí mostrados en algunos de los sistemas conocidos, principalmente por Sócrates, Leibnitz y Krause, pues sobre los términos naturaleza, espíritu, humanidad y Dios no se concibe realidad, y estos son los que deben quedar armonizados en la ciencia, como lo están en lo absoluto de su ser y van descaminados los sistemas que, como el de Hegel, pretenden fundar una síntesis suprema en el reconocimiento de nuevos términos abstractos, sin realidad positiva, cuales son la nada, el mal, &c.»

«Así vemos representado en el marqués de Valdegamas el misticismo correspondiente al primer periodo de manifestación de toda época [199] filosófica; en Balmes, el aristotelismo tomista, correspondiente a la época de apogeo de estas doctrinas; en Barcia, el sincretismo greco-oriental, si bien ligera y brevemente formulado (Filosofía del alma humana); en Mata, el naturalismo despertador de toda idealidad; en Pi y Margall, el subjetivismo schelliniano (La reacción y la revolución); en Azcárate, el empirismo de la escuela escocesa; en Martín Mateos, el psicologismo cartesiano; y en Ortí y Lara, el conceptualismo escolástico, y por tanto el teísmo degenerado.»

No es de extrañar que en nuestra época aparezca un pensador que vuelva sus ojos al sincretismo greco-oriental, pues cuando de todas partes se levantan antagonismo que pretenden la religión en nombre de la ciencia, o por el contrario, la ciencia en nombre de la religión, los espíritus generosos anhelan encontrar una síntesis superior que ponga término a esas concepciones incompletas, que desconocen y niegan la armonía eterna que reina en todo lo creado. Sin embargo, el Sr. Barcia debe considerar que el ideal científico nunca puede hallarse en sistemas que ya pasaron: variar constantemente permaneciendo siempre el mismo es la ley del individuo humano, y es también la ley universal de toda la humanidad.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 188-200.}


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