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Moral a Nicómaco · libro octavo, capítulo XIV

De los disentimientos en las relaciones
en que uno de los dos es superior

Pueden suscitarse también desavenencias en las relaciones en que uno de los dos es superior al otro. Cada cual por su parte puede creer que merece más de lo que se le da; y cuando nace esta desavenencia, la amistad se rompe bien pronto. El que es verdaderamente superior, cree que debe percibir más, puesto que la porción mayor debe adjudicarse siempre al mérito y a la virtud. Por su parte, aquel de los dos que representa la utilidad hace la misma reflexión; porque sostiene con razón que el hombre que no presta un servicio útil, no puede obtener una parte igual. Y se convierte en una carga y una servidumbre lo que debía ser una verdadera amistad, cuando las ventajas que proceden de esta no son proporcionadas al valor de los servicios hechos. Así como en una asociación de capitales, los que contribuyen con más deben tener una parte mayor en los beneficios, lo mismo suponen ellos que debe suceder en la amistad. Pero el que está lleno de necesidades y es inferior hace un razonamiento contrario: a sus ojos, hacer un servicio al que se encuentra en una necesidad, es un deber en un bueno y verdadero amigo. ¡Magnífica ventaja, dicen ellos, proporcionaría el ser amigo de un hombre poderoso y probo, si de ello no ha de resultar ningún provecho! Uno y otro, cada cual de su lado, tienen al parecer razón; y es preciso, en efecto, que cada uno saque de semejante relación una parte mayor. Sólo que no es una parte de la misma cosa; el superior sacará más honor; el que está necesitado sacará más provecho; porque el honor es el premio de la virtud y de la beneficencia, y el provecho es el auxilio que se presta al necesitado.

Lo mismo debe observarse en la administración de los Estados. No hay honores para el que no hace ningún servicio al público. El bien del público sólo se concede al hombre de quien este ha recibido servicios, y en este caso el bien del público es el honor, la consideración. De la cosa pública no es posible sacar a la vez provecho y honor; nadie consiente mucho tiempo en [240] tener menos que lo que le corresponde bajo todas las relaciones. Se tributa honor y respeto al que no puede recibir dinero, y el cual en este concepto está menos retribuido que los demás. Se da dinero, por lo contrario, al que puede recibir tales presentes; porque tratando siempre a cada uno en proporción de su mérito es como se los iguala y se sostiene la amistad, como antes he dicho. Tales son también las relaciones que deben existir entre los que son desiguales: se pagan con pruebas de respeto y deferencias los servicios de dinero y de virtud que se han recibido; y se pagan cuando se puede, porque la amistad exige más lo que se puede que lo que ella se merece. Hay muchos casos en efecto, en que es imposible pagar todo lo que se debe: por ejemplo, en la veneración que debemos tener para con los dioses y para con nuestros padres. Nadie puede darles jamás lo que se les debe; pero el que los adora y los venera todo lo posible, ha cumplido su deber. Y así podrá tolerarse que un padre reniegue de su hijo, pero jamás será permitido que un hijo reniegue de su padre. Cuando se debe, es preciso pagar; pero como un hijo no ha podido ni puede dar jamás el equivalente de lo que ha recibido, queda siempre siendo deudor de su padre. Por lo contrario, aquellos a quienes se debe son árbitros siempre de librar a su deudor; y de este derecho usa el padre respecto de su hijo. Por otra parte no hay un padre que quiera desprenderse de su hijo sino cuando el hijo es de una incurable perversidad; porque además de la afección natural que tiene por él, no permite el corazón humano retirar el apoyo al que lo necesita. En cuanto al hijo, es preciso que sea muy corrompido para que se desentienda del cuidado de sostener a su padre, o se limite a hacerlo con descuidada solicitud. Esto consiste en que la mayor parte de los hombres sólo piensan en adquirir bienes, y el dispensarlos a los demás les parece cosa que debe evitarse por el ningún provecho que proporcionan.

No quiero desenvolver más lo que tenía que decir sobre este punto.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 239-240