Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro octavo, capítulo VIII

En general se prefiere ser amado a amar

La mayor parte de los hombres, movidos por una especie de ambición, prefieren que se les ame más bien que amar ellos mismos. He aquí por qué los hombres en general gustan de los aduladores; el adulador es un amigo, respecto del cual es uno superior o por lo menos finge el que es inferior así como que ama más que es amado. Pero cuando uno es amado, está muy cerca de ser estimado; y la estimación es lo que desean la mayor parte de los hombres. Si tanto valor se da a la estimación, es por sus consecuencias indirectas. El vulgo no se satisface tanto por la consideración que merezca de parte de los que están en elevada posición, como por las esperanzas que esta consideración hace concebir. Se espera obtener todo lo que se quiera de estos personajes, cuando uno lo necesite; y se regocija con las muestras de consideración que recibe considerándolas [226] como señal de una futura benevolencia. Pero cuando se desea la estimación de los hombres de bien y previsores, se quiere que se afiance en ellos la opinión que acerca de su persona se les ha inspirado. Nos es sumamente grato entonces que se reconozca nuestra virtud, porque tenemos fe en la palabra de los que expresan este juicio de nosotros; y nos lisonjea también ser amados por ellos por este amor y sólo por él, y llegamos hasta decir que estamos dispuestos a preferir la afección a la estimación, haciéndosenos en tal caso la amistad apetecible únicamente por sí sola.

La amistad, por lo demás, parece consistir más bien en amar que en ser amado. Lo prueba el placer que sienten las madres al prodigar su amor. Se ha visto a muchas, que debiendo abandonar a sus hijos, se complacían en amarlos todavía sólo por ser suyos; y sin esperar una afección recíproca, imposible en semejantes criaturas, contentándose con ver que sus hijos crecen, y queriéndoles con no menos pasión a pesar de no poder estos por su ignorancia dar nada de lo que se debe a una madre.

Consistiendo la amistad más bien en amar que en ser amado, y siendo a nuestros ojos dignos de alabanza los que aman a sus amigos, parece que amar debe de ser la gran virtud de los amigos. Por consiguiente, siempre que el afecto descanse en el mérito de los dos amigos, estos serán constantes y su relación será sólida y durable. Por esto personas, por otra parte muy desiguales, pueden ser amigos; porque la mutua estimación los hace iguales. Ahora bien; la igualdad y la semejanza constituyen la amistad; sobre todo, cuando esta semejanza es la de la virtud; porque entonces siendo los dos amigos constantes, como lo son ya de suyo, lo son igualmente el uno para con el otro. Jamás tienen necesidad de solicitar uno de otro vergonzosos servicios, ni nunca se los prestan. podría decirse, que más bien los impiden; porque es propio de los hombres virtuosos evitar el incurrir ellos mismos en falta, y caso necesario saber impedir las de sus amigos. Semejante constancia no se encuentra en los hombres malos. No subsistiendo ni un solo instante semejantes a sí mismos, sólo son amigos por el momento; y no les agrada asociar otra cosa que su mutua perversidad. Los amigos que están ligados por interés o por placer, son constantes por algún tiempo más; es decir, lo son mientras pueden sacar uno de otro placer o provecho. La amistad por interés nace principalmente del [227] contraste: por ejemplo; entre el pobre y el rico, el ignorante y el sabio. Como se carece de algo que se desea, está uno dispuesto, con tal de obtenerlo, a dar en cambio cualquiera otra cosa. Se podría muy bien colocar en esta clase al amante y al objeto amado, lo mismo que lo bello y lo feo cuando se juntan. He aquí lo que algunas veces pone en ridículo a los amantes: creer que deben ser amados como ellos aman. Indudablemente si son igualmente dignos de ser amados, tienen razón para exigir la recíproca; pero si no tienen nada que merezca verdaderamente el afecto, su exigencia es ridícula. Por otra parte, puede suceder que lo contrario no desee precisamente su contrario en sí mismo, y que sólo lo desee indirectamente. En realidad, el deseo tiende únicamente al término medio, porque en él se encuentra verdaderamente el bien; por ejemplo, tomándolo de otro orden de ideas, lo seco no tiende a hacerse húmedo, tiende a un estado intermedio; y lo mismo sucede con lo caliente y con todo lo demás. Pero no nos internemos en esta materia, que es demasiado extraña a la que queremos tratar aquí.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 225-227