Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro séptimo· I· II· III· IV· V· VI· VII
VIII· IX· X· XI· XII· XIII ]

Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo VIII

Comparación de la intemperancia
con el espíritu de incontinencia

La incontinencia, como ya he dicho, no crea remordimientos; el incontinente permanece fiel a la elección reflexiva que ha hecho. Pero, por lo contrario, no hay hombre intemperante que no se arrepienta de sus debilidades; y así el intemperante no es por entero lo que podría creerse en vista de lo dicho más arriba. El uno{147} es incurable, el otro{148} puede curarse de su vicio. La perversidad que campea en los incontinentes se parece bastante a la hidropesía y a la tisis, es decir, a las enfermedades crónicas; la intemperancia se parece más bien a un ataque de epilepsia. La una es constante; la otra no es un vicio continuo. En una palabra, la intemperancia y el vicio propiamente dicho son de un género enteramente diferente. La perversidad, la incontinencia, se oculta a sí misma y se desconoce; la intemperancia no puede ignorarse. De semejantes hombres, son menos malos quizá los que salen fuera de sí a causa de la violencia de las pasiones; valen más que los que conservan su razón y sin embargo no se someten a ella. Estos últimos se dejan vencer por una pasión que es menos fuerte y por la que no son sorprendidos sin haber reflexionado antes, al contrario de lo que sucede a los otros. El intemperante se parece mucho a los que se embriagan en un instante con poco vino, con menos de lo que acostumbran a beber los demás hombres.

Por lo tanto, según se ve, la intemperancia no es precisamente la perversidad; pero en cierto sentido se confunde con [196] ella. En efecto, si la intemperancia existe contra la voluntad del que se entrega a ella, y si la perversidad es, por lo contrario, resultado de una voluntad reflexiva, la intemperancia y la perversidad producen consecuencias, que en la práctica son completamente semejantes. Es el dicho de Demodoco contra los milesios. «Los milesios, decía, no son locos; pero obran como tales.» En igual forma los intemperantes no son precisamente perversos e injustos, y, sin embargo, cometen actos perversos. El uno está formado de tal manera que persigue los placeres sensuales excesivos y contrarios a la recta razón, sin estar convencido de que obra bien, mientras que el otro tiene esta convicción, porque no está organizado sino para ir en busca de los placeres. El uno puede volver fácilmente al buen camino, mientras el otro vivirá siempre extraviado; porque entre la virtud y el vicio hay esta diferencia: que el vicio destruye el principio moral, mientras que la virtud lo desenvuelve y conserva. Tratándose de la acción, el principio que hace obrar es el objeto final a que se aspira, como en las matemáticas los principios son las hipótesis que se dan desde luego por sentadas. No es el razonamiento el que en este último caso nos enseña los principios. Tampoco es el razonamiento el que nos los enseña en la conducta de la vida; sino que la virtud, sea que la naturaleza nos la haya dado, sea que la hayamos adquirido mediante el hábito, es la que nos enseña a juzgar bien del principio de nuestros actos. El que sabe discernirlo bien es el hombre prudente y sobrio; el incontinente es el que hace todo lo contrario. Hay hombre, que bajo el influjo de una pasión puede traspasar todos los límites contra las ordenes de la recta razón; dejándose dominar por aquella lo bastante para no seguir las reglas de la razón perfecta; pero no le domina tan ciegamente que llegue a persuadirse de que es cosa buena dar rienda suelta a los placeres que le arrastran. Este es precisamente el intemperante, el cual aparece menos degradado que el incontinente; y no es absolutamente perverso; porque el principio, que es lo más precioso en el hombre, subsiste y sobrevive en él. El otro, de un carácter completamente opuesto, se ha conservado en su estado natural, si no ha salido de el ni aun en medio del extravío de la pasión.

En vista de lo que precede se puede concluir evidentemente, que la disposición moral del intemperante es todavía buena, y que la del incontinente es completamente mala. [197]

———

{147} El incontinente.

{148} El intemperante.

<< >>

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 195-197