Filosofía en español 
Filosofía en español

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Discursos pronunciados
 
en la solemne inauguración del
 
 
Colegio Español Hamiltoniano
 
 

 
 
 
Madrid:
Imprenta de la Compañía Tipográfica.
Agosto de 1838.

 
 
Discurso de Alberto Lista, presidente de la Junta Directiva, 5
 
Discurso de Jacinto de Salas y Quiroga, catedrático de filosofía, 10




El domingo 5 del corriente se inauguró el Colegio Español Hamiltoniano con asistencia de la Junta Directiva, cuya mesa ocuparon su Presidente D. Alberto Lista, su Vice-presidente D. Joaquín de Lumbreras, el censor de los estudios D. Joaquín de Meave, el vocal más antiguo D. Ignacio Gómez de Salazar, D. Jacinto de Salas y Quiroga, individuo de la misma, y el barón de Beaulieu, Director del colegio.

Una escogida orquesta abrió este acto con una brillante sinfonía; en seguida el Presidente D. Alberto Lista proclamó la instalación del Colegio, y leyó el discurso que copiamos a continuación. En seguida D. Jacinto de Salas y Quiroga pronunció otro discurso que, también copiamos, lleno de fuego y de imágenes poéticas y filosóficas, dirigidas a manifestar la íntima relación que existe entre los progresos de la inteligencia y la prosperidad del género humano; asunto que desempeñó completamente. Después leyó el mismo señor una composición poética sobre los sentimientos dignos de la humanidad, que deben ser el resultado de los buenos estudios, cerrándose con esto el acto. La orquesta, que había tocado en los intermedios de las lecturas, terminó con otra pieza de música.

Concluida la sesión pasaron todas las personas conocidas del Director o de los catedráticos a una sala, en donde les fue servido por los mismos un abundante refresco, circulando por el establecimiento todas las personas que quisieron para verlo.

El salón en que se celebró el acto estaba elegante y sencillamente adornado. El retrato de S. M. la Reina nuestra Señora doña Isabel II, colocado bajo de un hermoso dosel, augusto emblema de la época que esperamos, de luces, de virtudes y de felicidad, presidía a este acto, ocupando todos los pensamientos y cautivando todos los corazones. La concurrencia fue lucida y numerosa, a pesar del calor de la estación, y concibió fundadas esperanzas de que el Colegio instalado, en cuyo plan de enseñanza están comprehendidos todos los ramos del saber humano, dará honor a los profesores que se han puesto a su frente, y a la ilustrada capital de la monarquía española.




Discurso

Que leyó el Presidente de la Junta Directiva del Colegio Español Hamiltoniano, en el acto de la inauguración, el domingo 5 del presente mes.

Queda instalado desde este momento el Colegio Español Hamiltoniano, erigido con la competente autorización del gobierno de S. M., que le ha concedido la gracia de la incorporación de sus cursos de filosofía en las universidades del reino.

Creemos que no se puede consignar este suceso de una manera más útil al público, ni más digna de la ilustrada concurrencia que nos honra con su atención, que haciendo una exposición clara y sencilla de los objetos de la enseñanza en este Colegio, y de los medios que se han adoptado para asegurarla y perfeccionarla.

En dos partes se dividen las materias de la enseñanza: primera, las que son propias de un colegio de humanidades y de filosofía: segunda, las que pertenecen a facultades mayores.

Primeras letras, dibujo de cuerpo humano y de delineación, literatura en todos sus ramos de prosa y verso, historia, diplomacia, economía, estadística, ciencia de la administración, lenguas sabias, antiguas y modernas, matemáticas puras y mixtas en toda su extensión, un curso particular de astronomía y otro de tres años de filosofía, conforme al de las universidades, son las materias que han de componer la primera sección.

Creeríamos hacer un agravio a nuestros oyentes si tratásemos de demostrarles la importancia de estos estudios: y así nos contentaremos con observar que se han procurado reunir todas las enseñanzas necesarias para las diversas carreras del Estado. El administrador, el militar, el diplomático, el marino, el comerciante; en fin, el hombre de la sociedad culta, y hasta el viajero podrán familiarizarse desde su primera juventud con las ideas y conocimientos que tan necesarios les serán después en sus respectivas profesiones.

La segunda parte de la enseñanza tiene por objeto repasar las materias de los diversos cursos de las facultades mayores a los alumnos de la universidad o de otros establecimientos públicos de estudios superiores que por enfermedad u otros motivos se hallen atrasados, o bien que deseen repetir en una como academia particular (pues esto será el colegio con respecto a ellos) las materias en que se instruyen. Este sistema, que produce en Francia muy buenos efectos, pues fomenta la aplicación de los jóvenes al estudio, y evita a muchos el inconveniente de perder los años de universidad, poniéndolos en estado de hacer bien su examen, no es enteramente desconocido en España, donde además de las academias públicas de facultades mayores ha habido siempre otras privadas, que forman espontáneamente los jóvenes aplicados para aumentar el caudal de sus conocimientos; y la ventaja que sobre estas asociaciones privadas tienen las clases del Colegio, consiste en la disciplina más severa que se observará en estas aulas, y en ser dirigidas por profesores de distinguido mérito, y en cuanto sea posible, por los mismos que presidan a los estudios públicos.

Para que estas clases produzcan toda la utilidad que de ellas debe esperarse, es condición esencialísima que la repetición se haga por el mismo sistema y método, y aun con las mismas asignaturas de las clases públicas. Esta es una precaución, a la cual no se faltará, porque su observancia interesa igualmente al colegio y a los alumnos.

En las clases de enseñanza pertenecientes propiamente al Colegio, y que enumeraremos en la primera sección, se enseñarán las ciencias según su último estado de perfección, y de una manera correspondiente a los progresos del siglo. Para esto se han procurado reunir en ambas enseñanzas los profesores más acreditados de Madrid; y si el Colegio no ha conseguido tener todos los que se deseaba, ha logrado sin embargo poseer en su seno muchos nombres, generalmente conocidos y apreciados, y de cuya alabanza debemos abstenernos ahora, aunque solo fuese por el interés personal que tenemos en la gloria de nuestros respetables compañeros.

La instrucción y el buen nombre de los profesores es ya una garantía muy notable de los progresos de la enseñanza. Pero no es la única que se ofrece a los padres de familia. La educación literaria y moral de la juventud, la economía misma del Colegio no depende de la empresa, sino de una Junta Directiva compuesta de profesores. No se han querido fiar al interés material, por muy noble que sea, pues al cabo resulta de una industria útil, objetos tan sagrados como la instrucción y las costumbres de los alumnos. No se harán a este Colegio, como se han prodigado a otros, las más veces sin justicia, las acusaciones de especulación y granjería. Y debemos dejar consignado un hecho; a saber, que una idea tan nueva en los establecimientos de enseñanza, a lo menos en nuestra nación; un pensamiento tan noble y generoso que sustituye el interés público al individual, y que coloca la enseñanza bajo la protección de sus tutores naturales, es debida al mismo Director, al mismo dueño del establecimiento, el cual, si es individuo de la Junta tiene en ella un voto como los demás vocales, es solo en su calidad de profesor. No debe extrañarse esta conducta en quien admite a participar gratuitamente de la instrucción que se da en el establecimiento a 25 o más alumnos pobres.

La Junta Directiva es el alma del Colegio. Nombra sus individuos a pluralidad de votos, promulga el reglamento de estudios, y el interior de la casa, y por consiguiente los reforma en los casos y asuntos necesarios por medio de sus acuerdos: ni se reciben los profesores, ni se despiden los alumnos díscolos o inaplicados sin su anuencia: vela, en fin, por el arreglo y disciplina interior, por el buen trato de los jóvenes, por los intereses de los profesores y por la observancia de los reglamentos formados por ella misma para la buena educación moral, civil y literaria de los alumnos. En una palabra, ejerce, si nos es lícito usar este lenguaje, no solo todas las atribuciones de legisladora, sino también de inspectora. En esta razón se ha procurado elegir para ella a aquellos profesores que reúnan a los conocimientos propios de su facultad nociones especiales sobre la organización de las casas de enseñanza y hayan tenido motivos de observar su régimen y aún sus defectos, así dentro como fuera del reino.

Se presenta, pues, como garantía de la buena dirección del Colegio, no solo la reputación y sabiduría de los profesores, sino también su misma gloria, interesada vivamente en la instrucción y moralidad de los discípulos, y aun sus intereses materiales; ellos forman la ley de la casa; se ha entregado el gobierno de ella a los que deben estar más empeñados en su prosperidad. Es imposible ofrecer mayores garantías de acierto.

La educación moral de la juventud se fundará sobre los principios de la religión católica. Los dogmas, aprendidos por los catecismos aprobados en la iglesia española, se enseñarán insistiendo cuidadosamente en sus consecuencias morales; lo mismo se hará en las prácticas religiosas; las cuales se procurará que exciten en los corazones de los alumnos los sentimientos de amor, respeto, gratitud y esperanza en el Dios que los crió, los redimió y los ha de juzgar.

La sobrevigilancia perpetua sobre las costumbres de los jóvenes, las precauciones de separar los de diversas edades y condiciones de internos, medio-pupilos y externos, y el cuidado de impedir que sus juegos inocentes y sencillos degeneren en excesos contrarios a la moral o a la salud, son cosas harto obvias, harto conocidas a los que tienen idea de esta clase de establecimientos para que nos ocupemos en ellas. Nos contentaremos con advertir que la disciplina será dulce en los castigos, pero severa en la exactitud; y que al alumno a quien no baste a corregir, se le impondrá el último suplicio, a saber, la expulsión del Colegio.

Estos son, señores, los objetos principales sobre que hemos creído conveniente llamar la atención pública en el día solemne para nosotros, de la instalación de este Colegio. Hemos desenvuelto el principio luminoso y fecundo que presidió a su creación, que es la necesidad de proporcionar a los jóvenes de todas carreras los conocimientos necesarios para emprenderlas con fruto. Hemos expuesto los medios que han adoptado para conseguirlo y para asegurar la buena educación moral de la juventud; medios que son al mismo tiempo las garantías mayores que pueden darse a los padres de familia.

Esperamos (y esta esperanza no será engañada, porque se funda en la profunda convicción que tenemos de la capacidad y celo de los profesores), esperamos, que si el público honra a este naciente establecimiento con su confianza, será algún día un título de gloria literaria haber pertenecido a él, o como maestro o como discípulo. Madrid 5 de agosto de 1838.

Alberto Lista.




Discurso

Pronunciado en el mismo acto por el catedrático de filosofía D. Jacinto de Salas y Quiroga.

Adonde quiera, señores, que tendamos la afanosa vista, de los yermos campos y las derruidas ciudades de nuestra patria infeliz, encontramos frentes holladas por la dura planta de la miseria, y corazones enaltecidos por la conciencia de su propia dignidad. Así que, cada día de la azarosa vida de la devastada España, es una página brillante de su extraña y curiosa historia. Porque la mengua no es sufrir, sino ceder al infortunio; no es arrastrar una existencia de penalidades humanas, sino tener un débil corazón que no sirva de valladar al dolor. Empero, ínterin ondea rasgado el pendón de España sobre las almenas de Guevara, ínterin el color nacional es la roja sangre que sus hijos derraman, ora en las faldas del alto Pirineo, ora en las feraces llanuras de la ateniense Andalucía, entretanto, repito, que, extraños en nuestros propios hogares, inquirimos en tierra ajena el sustento de nuestros hermanos, en el mismo sitio en que lloramos de día, señores, de noche entonamos cánticos de futura felicidad; y como el profeta de la amargura, gemimos con acentos de amor filial al ver desierta a la señora de las gentes, a la reina de las naciones pagando tributo. De tal modo cuentan los viajeros que en el interior de África existe una fuente que de noche destila suave miel y de día vierte un licor de áspera y amarga bebida.

Generación es esta de contradicciones extrañas, en la que la mitad del mundo destruye abusos y la otra mitad lucha en vano por conservarlos; en que el joven es viejo de experiencia, y el anciano joven de corazón; en que la virtud es el estandarte de la gente pensadora, y el vicio ve arrastrar su manchado pendón bajo las horcas caudinas del pensamiento. Tras de él irán los observadores de sus infames códigos, y no podrán decir como los secuaces del islamismo: “¿por ventura siente la oveja muerta cuando la desuellan?” No, que nacidos a mejor creencia en las pilas bautismales, por hábito o por remordimiento llorarán lágrimas de sangre en su hora postrimera. El tiempo en su presuroso vuelo aquietará el polvo de nuestro carro de victoria, y secará el frío sudor de la agonía de nuestros enemigos; el tiempo que ciego y sordo sigue impávido su carrera sin ver nuestro dolor ni escuchar nuestro lamento. Pero, el porvenir que es hijo de hoy, tiempo este y tiempo aquel, tendrá lenguas mil para decir a nuestros nietos que si hemos arrastrado una existencia de angustias, hemos sabido luchar como hombres, con el acero en el campo, con la palabra en las aulas. Nosotros que creemos que la fe sin obras no es fe, que la ciencia es la rueda en derredor de la cual gira el mundo; nosotros que tal creemos, ora aprendemos, ora enseñamos, ora corremos a donde quiera que la palabra sagrada del saber se vierte en raudales de luz, ora con el dedo misterioso escribimos en la pared de Baltasar el anatema del crimen. La vida de los hombres de este siglo es un sacerdocio, porque en medio de la depravación y la iniquidad, ni del odio ni de las pasiones tenemos que valernos; que sufrir es nuestro deber y los deberes es fuerza cumplirlos sin estrépito ni rencor.

¿Quién permanece impasible en esta pelea, quién? En las mil formas que ofrece la lucha encarnizada que aqueja a España, ¿quién no toma parte?... Los unos consumen su vida en Navarra o Aragón, al filo de la espada de los fanáticos, y los otros la concluimos en las cátedras y sobre los libros enseñando y aprendiendo a avasallar a esa hidra, porque la fuerza material lucha con los fanáticos, y la fuerza pensadora lucha con el fanatismo. Esta fuerza omnipotente, celestial, que vivifica nuestro ser y da vigor a nuestro labio, que enardece nuestra alma, que coloca nuestra frente bajo las plantas del Eterno y nuestros pies sobre la frente de los hombres, esta fuerza pensadora, señores, mágico destello del poderío increado, imán cuyo centro es el saber, nos reúne en este santuario; santuario, sí, señores, porque el sitio en que los sacerdotes del saber han de enseñar la palabra de vida, la ciencia de lo que pasa, el misterio de lo que fue, la inspiración de lo que ha de ser, aquel sitio, digo, es un santuario sobre cuyo altar descansa el pensamiento. A los detractores del siglo es la mejor respuesta nuestra espontánea reunión; por ventura, ¿no habéis dejado todos vuestras sillas curules, vuestros mantos ducales, vuestro acero brillante y dominador para confundiros aquí, y todos con un mismo oído, con un mismo corazón todos, escuchar y sentir dulces verdades que acogeréis, yo lo fío, señores, a pesar de la pequeñez del que las profiere? Santa confianza es la que os ha hecho traer, ¡oh madres! a vuestros hijos a ver el lugar en que han de aprender a ser hombres, y es un acto augusto, sublime, aquel en que una madre tierna entrega su hijo amado a otra madre más severa, pero no menos cariñosa: ¡la ciencia! Sublime espectáculo es esta profesión del entendimiento en que la bienhechora mano de una madre conduce a su hijo a las gradas del altar sagrado de la virtud.

Digo virtud, señores, porque en este recinto que ahora pisáis, se entiende que la ciencia es el sendero de la virtud, y que nada es bueno que al bien no conduzca. Yo así lo proclamo alta y solemnemente seguro de que mis dignos compañeros los señores catedráticos y profesores de este establecimiento naciente, unirán su consentimiento a mi voz, y jurarán en lo íntimo de su corazón no enseñar nada que no les inspire la virtud más pura y no les aconseje el grito más imperioso de su conciencia. ¿Qué fuera sin esta garantía sagrada la más luminosa enseñanza?... ¿Qué utilidad sacaría el mundo de la ciencia, si en vez esta de contribuir a acelerar la perfectibilidad humana, sirviese al hombre tan solo de gala y atavío de prostitución? ¿Quién no preferiría vivir en la ignorancia si el saber nos igualase a esos hombres viles que han arrastrado su siglo al borde del precipicio?

Ya no, ya no, las doctrinas de la felicidad social han arrollado los principios de gloria nacional. El conquistador más dichoso ¿es por ventura otra cosa que un ladrón coronado? Una página sola de Cicerón vale más que la colosal gloria de Gengis Kan.

Todos los ramos del saber humano tienen su particular filosofía; por todos se puede llegar a conocer las verdades primordiales de la existencia humana, con el auxilio de cualquiera de ellos es posible indagar las condiciones que la naturaleza nos impone para ser felices. He aquí cómo existe la fraternidad de las ciencias, de las letras y de las artes. He aquí el medio de explicar cómo ni el César mismo nace solo a serlo,

ni el señor a ser señor,
a lucir el caballero,
el soldado a dar victorias,
el ministro a dar consejos,
el estudioso al aplauso,
el político al gobierno,
el oficial al sudor
y el mendigo al desconsuelo
    (Calderón.)

No, la primera condición con que nace el hombre es con la de ser hombre, y después de saber serlo, cualquiera que sea el ramo a que se dedique con especialidad, debe ser respetando la fraternidad que entre sí tienen los ramos todos del saber humano.

Esta idea grande, luminosa, fecunda en resultados útiles a la humanidad, es la piedra angular en que se funda la creación de este establecimiento. Aquí despojando a las divisiones de la ciencia de esa necia y mezquina rivalidad en que unas a otras pueden consumirse, se tiene solo en cuenta el fin a que todas tienden, proclamando que cada parte del saber no es más que una letra del alfabeto de la filosofía. No de esa filosofía escéptica e inmoral que imagina haber creado la luz porque una luz de otra luz enciende; no de esa filosofía que ha dado vida a estúpidos dioses, buenos para repartirse el mundo, pero estúpidos e impotentes para dar el ser a un átomo; sino de esa filosofía sublime y sagrada que sabe que la jornada del hombre en la tierra es vivir tan solo; la aurora nacer y el ocaso morir. He aquí la filosofía que aquí enseñaremos, ya sea desenvolviendo los sistemas metafísicos más comprehensibles y luminosos, ya nutriendo el alma de la juventud con el suculento manjar de los autores selectos tanto antiguos como modernos, ya por fin encendiendo la tea de los conocimientos exactos por medio de los cuales se adquiere esta mirada penetrante y segura que nos muestra la verdad en toda su desnudez, materia descarnada que luego el poeta cubre con su manto regio.

El estudio de la historia, desposeído de las fábulas ridículas y absurdas que con mayor o menor crédito propaga el vulgo, no será más aquí que una lección severa, geométrica en que los hechos sirvan de razones, y en que la crítica valga solo para apartar la mentira de la verdad. Ante esta caerán esas patrañas extravagantes y calumniosas con que se afea la memoria de tal o cual magnate del mundo, llamando tiranía a su justicia, y despotismo a su rectitud. Quedará reducida la historia a una ciencia meramente de observación: todo lo que con documentos, con hechos, no se pueda enseñar, permanecerá en la duda hasta que ocasiones más felices y trabajos más asiduos hagan en los siglos descubrir la certeza de los sucesos. Analizada así la historia, entrará la filosofía a sacar las consecuencias sociales, humanitarias que los hechos ofrezcan, sirviéndole de centro la presente era. No será la historia así enseñada sino un espejo en que los hombres que viven se vean en los que vivieron; la parte que tiene por origen solo la curiosidad se dejará solo para los empíricos del alma y del entendimiento, mil veces más despreciables e infames que los empíricos del cuerpo.

Esto que sucinta y desaliñadamente hemos dicho refiriéndonos a la historia, podemos asegurar que se extenderá a otros diversos ramos que necesitan despojarse de esas ritualidades de charlatanismo que las carcomen. El derecho natural, por ejemplo, reducido durante algún tiempo a cuestiones pueriles, ridículas en la forma, fútiles en la esencia; el derecho de gentes que ha sido tal vez durante siglos un nuevo comentario del digesto, un formulario de diplomacia, un tratado del derecho de neutros; el derecho civil y romano que, en vez de enseñar la parte filosófica de la legislación y de la jurisprudencia se ha reducido hasta aquí a ofrecer un índice de algunas leyes, incompleto para servir de código, e inexacto y pobre para ser tenido por el espíritu de la legislación; todo informe e irregular con lo que se formaba un miserable leguleyo, tan distante del jurisperito que pinta Cicerón, como lo está el miserable coplero del sublime Calderón, o como el constructor de una choza del grandioso Herrera.

En la enseñanza de los conocimientos exactos se seguirá el mismo sistema; los descubrimientos hechos por Musquembroeck en la física son aquí conocidos y ampliados; lo hecho sobre todo de medio siglo a esta parte en las naciones más civilizadas de Europa son familiares a nuestros profesores. Saben estos en primer lugar que el cálculo, antorcha que ilumina todos los procedimientos científicos, es el medio más seguro de indagar la verdad en todo género de investigaciones matemáticas. No ignoran que la aritmética es la llave de toda clase de conocimientos exactos, porque en vano sería la abreviación de la álgebra, si no se presentase su hermana a resolver las cuestiones planteadas por ella. Conocen empero que el álgebra por su parte nos da medios de calcular la cantidad en general, ejecutando en teoría operaciones de la mayor importancia, convirtiendo por medio de los logaritmos las operaciones de multiplicar en sumar, las de dividir en restar, la elevación a potencias y extracción de raíces en simples multiplicaciones y divisiones. Pudiéramos extendernos infinito en manifestar hasta qué avanzado punto llegan los conocimientos de los profesores de ciencias exactas de este establecimiento; pero con solo decir que está a la altura de cuantos en el siglo se poseen, creemos abreviar la molestia que una nomenclatura algo extensa pudiera causar a las personas no versadas en estos ramos, en cuyo número incluimos a las señoras que nos honran asistiendo a este solemne acto.

He aquí, señores, en breves frases suficientes datos para convencernos de que en el Colegio Español Hamiltoniano se tiene un conocimiento exacto de varios ramos del saber humano. Con él os convida, señores, para vuestros hijos y allegados la Junta Directiva a cuyo cargo está este establecimiento en su parte así didáctica como administrativa; no serán defraudadas por cierto las esperanzas que os hagan concebir mis breves y poco aliñadas frases, que si soy el último en saber de los profesores que aquí veis, soy el primero tal vez en reconocer la superioridad de luces con que desempeñarán las cátedras que a su cargo tienen. Para ellos pido gloria, para vuestros hijos saber, y para mí tan solo indulgencia.

Jacinto de Salas y Quiroga.


[ Edición íntegra del texto contenido en un opúsculo impreso sobre papel en Madrid 1838, de 16 páginas. ]