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Moral a Nicómaco · libro décimo, capítulo III

Nueva teoría del placer

¿Qué es en el fondo el placer? ¿Cuál es su carácter propio? Esto es lo que pondremos en claro, tomando la cuestión desde su principio.

La visión, en cualquier momento que se la observe, es siempre al parecer completa en cuanto no tiene necesidad de que venga después de ella algo a completar su naturaleza particular. Bajo este punto de vista, el placer se parece a la visión. Es a manera [274] de un todo indivisible; y no se podrá en ningún tiempo encontrar un placer que por subsistir un tiempo más largo se haga en su especie más completo de lo que era al principio. Esta es también una nueva prueba de que el placer no es un movimiento; porque todo movimiento se realiza en un tiempo dado y se dirige siempre a un cierto fin, como el movimiento de la arquitectura{196} que sólo es completo cuando ha hecho la construcción que desea, sea que este movimiento de la arquitectura se realice en todo el tiempo de que se trata o en tal porción determinada de este tiempo. Pero todos los movimientos son incompletos en las partes sucesivas del tiempo, y difieren todos en especie del movimiento entero y los unos de los otros. Así el corte y labra de las piedras es un movimiento distinto que el que hacen las baquetillas de una columna; y estos dos movimientos difieren de la distribución general del templo que se construye. Sólo la construcción del templo es completa; porque nada falta para que quede realizado el propósito formado desde el principio. Pero el movimiento que se aplica a la base y el que se aplica al triglifo del arquitrabe son incompletos; porque uno y otro no son sino movimientos relativos a una parte del todo, y así difieren en especie. No es posible en un tiempo dado encontrar un movimiento que sea completo en su especie; y si se quiere encontrar uno de este género, únicamente se halla en este caso el que corresponde al tiempo entero. El mismo razonamiento se puede aplicar a la marcha y a todos los demás movimientos. Por ejemplo, si la traslación en general es el movimiento de un paraje a otro, son también diferentes especies del mismo el vuelo, la marcha, el salto y otros análogos. Pero las especies no sólo difieren dentro de la traslación total, sino que en la marcha misma hay igualmente especies diversas; y así al marchar de un paraje a otro no es lo mismo hacerlo en el estadio entero o en una parte del mismo, en tal parte del estadio o en tal otra. Tampoco es lo mismo describir marchando esta línea o aquella otra, mediante a que no sólo se recorre la línea, sino que se la recorre en el determinado lugar en que ella está, y la una está colocada en un lugar distinto del en que está la otra. Por lo demás, en otra parte he tratado profundamente el movimiento, y he demostrado que no es siempre completo en [275] todos los instantes de su duración, que los más de los movimientos son incompletos, y que difieren específicamente, puesto que la dirección sola de un punto a otro basta para constituir una especie nueva del mismo.

Pero el placer, por lo contrario, es una cosa completa en cualquier tiempo que se le considere. Se ve evidentemente, que el placer y el movimiento difieren absolutamente uno de otro, y que el placer puede ser incluido entre las cosas enteras y completas. Otra prueba de ello es también, que el movimiento no puede producirse de otra manera que con el tiempo y en el tiempo, mientras que esta condición no se puede imponer al placer; porque lo que existe en el instante indivisible y presente puede decirse que es un todo completo. En fin, todo esto demuestra claramente, que no hay razón para decir que el placer es un movimiento o una generación. Estos dos términos no son aplicables a todo indistintamente; sólo se aplican a cosas divisibles y que no forman un todo. Así es, por ejemplo, como no puede tener lugar la generación en la visión ni en el punto matemático, ni en la mónada o unidad. En ninguna de estas cosas hay generación ni movimiento; ni tampoco en el placer, porque el placer es una cosa completa e indivisible.

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{196} Lo que sigue explica esta expresión un tanto singular.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 273-275