Filosofía en español 
Filosofía en español

España como sociedad política

[ 744 ]

Nación política española / Secesionismo: Nacionalismo fraccionario / Autodeterminación

Los proyectos de nación de los nacionalistas radicales surgen de un modo diametralmente opuesto a aquel según el cual surgen las naciones canónicas [731]. Aquellos pretenden constituirse a partir de una nación canónica ya dada, y contra ella, con objeto de desintegrarla, mediante un acto de secesión. Los proyectos de los nacionalismos radicales son esencialmente proyectos de nación fraccionaria, de nación que solo puede resultar de la desintegración de una nación entera previamente dada de la que han recibido, precisamente, sus dimensiones políticas, por no decir sus mismos contenidos tecnológicos, económicos o sociales.

¿Acaso el País Vasco evolucionó por sí solo, en el “seno de la Humanidad”, desde una situación prehistórica no muy lejana hasta la situación de vanguardia industrial, cultural, etc., que comenzó a ocupar en el conjunto de España? ¿Acaso el “autós” sobre el que gira el proyecto de autodeterminación que reclaman los nacionalistas radicales, no se ha constituido precisamente en el contexto global del desarrollo de España? ¿De dónde vino, no solo el idioma [706] que necesitaron para alcanzar su posición de vanguardia (el español), sino también la mano de obra, la ingeniería, las obras de infraestructura y, por supuesto, las aportaciones masivas de capital que dieron lugar a la industrialización del País Vasco? Los vascos, como un “conjunto étnico”, como una “nación étnica” [729], en el mejor caso, habían sido integrados [730] desde siglos, en la sociedad hispánica y, en su momento, en la nación política española [741]: no solo participaron, desde sus fueros, en primera línea de la vida política, militar y social de los siglos medievales; participaron también en la Monarquía Universal [739], en la época de Carlos V, Felipe II o Felipe III (El Cano, los Idiáquez –Alonso, Juan– o los Eraso) y en la reorganización de la monarquía en la Ilustración (las Sociedades de Amigos del País, por ejemplo); las guerras carlistas nada tuvieron que ver con un nacionalismo fraccionalista.

Los vascos actuaron como españoles desde el momento mismo en que ingresaron en la vida histórica, es decir, desde el momento en que dejaron de ser solo un capítulo interesante de la antropología de los salvajes o de los pueblos neolíticos; y sus diferencias con otros pueblos peninsulares no tuvieron mayor alcance que el que podían tener las diferencias entre estos otros pueblos entre sí. La Historia del País Vasco es una parte de la Historia de España y, en especial, de la Historia de la nación política española. Jamás fue el País Vasco algo que pudiera compararse a una colonia o a un Estado sojuzgado por los españoles. Por ello, equiparar el nacionalismo vasco que busca la independencia, con un movimiento de “liberación nacional” es una desvergonzada mentira.

El nacionalismo radical comienza reivindicando su condición de nación étnica, pero concibiendo esta nación étnica (que había sido elevada al plano político precisamente por su integración, junto con otras, en la nación canónica) como si fuera ya por sí misma (e incluso anteriormente a su integración en la nación canónica), renegando literalmente de su historia real. La condición de “renegados de España” podría definir, con una aproximación bastante exacta, la situación de los nacionalistas radicales; como ejemplo, pondríamos a los vascos que reniegan de la historia de San Sebastián, llamándola “Donostia”; a lo que reniegan de la historia de Vitoria, llamándola “Gasteiz”, o a los que reniegan de la historia de Estella, llamándola “Lizarra”. Pero “los hechos que ocurrieron ni Dios puede borrarlos”. No se trata de negar los poblados precursores, a veces romanos o celtíberos. Se trata de no confundir una alquería, o una aldea prehistórica, con una ciudad histórica. Por muchos años y décadas que transcurran en los tiempos venideros nadie podrá desmentir que San Sebastián no fue una ciudad fundada por tribus vasconas, como tampoco lo fueron Vitoria, ni Estella, ni Bilbao.

La clave ideológica de todo proyecto de nacionalismo radical es la mentira histórica. Por ello, es necesario afirmar que solo a través de la falsificación y de la mentira, del moldeamiento de los jóvenes, al modo como se moldean los miembros de una secta “destructiva”, es decir, de la falsa conciencia [303] de su propia realidad, el proyecto del nacionalismo radical puede echar a andar. Mientras que la nación canónica se funda sobre proyectos reales en los que hay invención verdadera de realidades nuevas, “creación” de estructuras políticas específicamente nuevas, sobre situaciones preexistentes (dado que no es posible una creatio ex nihilo), el proyecto de nación radical solo puede fundarse en la mentira histórica y esto, no solo porque tiene que comenzar postulando, como históricamente preexistente, una nación política que jamás pudo existir por sí sola, sino porque tiene que presentar también como una novedad específica un proyecto que es necesariamente vacío, puesto que solo puede consistir en la escisión o segregación de una parte de la nación entera que la conformó políticamente, para reproducir en ella su misma estructura. Es la vacuidad del proyecto específico de esa nación futura lo que obliga a tratar de rellenar el vacío, o bien con imágenes poéticas de paisajes vividos en la adolescencia de los creadores (verdes helechos, recuerdos infantiles, como si esto tuviera algo que ver con la nación política) [733], o bien con mitos históricos o con invenciones de naciones políticas dadas in illo tempore (por ejemplo, la Atlántida). La mentira histórica es solo, en realidad, la proyección hacia el pasado histórico de la vacuidad del proyecto futuro. Al final, se acaba concretando este contenido con el nombre sublime de la “cultura propia” reducida, sobre todo, a la lengua existente o regenerada supuestamente por la “normalización”: “vasco es quien habla euskera, aunque haya nacido en Extremadura” (aunque es más dudoso que pudiera extenderse el beneficio a quienes hayan nacido en el Senegal); y “no es vasco quien no hable euskera, aunque tenga dieciséis apellidos vascos”.

Es absolutamente falso, por ejemplo, decir que en la Guerra de Sucesión se produjo ya el primer conato serio de secesión de Cataluña, y que España, representada por Felipe V, la invadió brutalmente hasta el punto de tomar al asalto Barcelona. Pero Felipe V jamás pretendió invadir Cataluña; lo que buscaba era someter al Archiduque Carlos, al que tantos catalanes aclamaban, pero no como “libertador de Cataluña”, sino precisamente como Rey de España. Cataluña (con Zaragoza, con Valencia, etc.) había tomado el partido de Carlos de Austria, frente al partido de Felipe de Anjou; sin duda, ya en el reinado de Carlos II, cuando se hablaba de su sucesión, muchos catalanes se inclinaban por la Casa de Austria. El 5 de noviembre de 1705 el Archiduque Carlos fue solemnemente jurado en Barcelona como Rey de España y Conde de Barcelona (“Visca la Patria!” “Visca Carlos Tercer”!). Después viene la batalla de Almansa (25 de junio de 1707); no por ello cedieron los catalanes en su apoyo al Rey de España que ellos reconocían, el Archiduque Carlos. Y tras importantes variaciones de la coyuntura (entre ellas la muerte del Emperador José I, en 1711) Felipe V, con la ayuda del Duque de Berwick, decidió el asalto a Barcelona. Rafael de Casanova, Presidente del Consejo de Ciento, propuso que sucumbiesen todos los barceloneses antes de permitir la entrada de Felipe V. Sin embargo, el asalto tuvo lugar el 11 de septiembre de 1714.

¿Qué tiene que ver entonces la fecha, conmemorada hoy como Diada, con la “invasión” de Cataluña por el Rey de España? Era un proclamado Rey de España en Madrid, Felipe V, el que se enfrentaba a otro Rey de España proclamado en Barcelona, como “Carlos III”; y a quien, para más inri, le correspondía el título de Emperador del Sacro Romano Imperio. Tras la derrota del Archiduque Carlos (prácticamente después de la batalla de Almansa), el Reino de Valencia, el de Cataluña, etc., perdieron sus fueros. ¿Puede decirse (como dicen tantos “historiadores autonómicos”) que “España se los quitó”? En absoluto, salvo quien tenga voluntad deliberada de mentir o inteligencia muy corta. No fue España, sino el partido victorioso, el de los Borbones, quien suprimió los fueros, como hubiera suprimido otros fueros (castellanos, leoneses, andaluces o vascos) el partido del Archiduque Carlos si hubiera ganado la guerra.

Lo único que en realidad puede resultar de un proyecto nacionalista radical es una unidad parasitaria (cuanto a la estructura de sus creaciones propias), en primer lugar de la nación canónica de la que procede por escisión, y, en segundo lugar, de las naciones canónicas a las que tendrá que asimilarse (en lengua y en cultura) si quiere formar parte del nuevo espacio internacional (una hipotética “República de Euskadi autodeterminada”, segregada de la nación española, solo asimilándose a la cultura francesa o a la inglesa, podría formar parte de la “Comunidad Internacional”; dicho de otro modo: el nuevo Estado vasco soberano no tendría mayor alcance que el que pueda corresponder a una circunscripción administrativa de algún tercer Estado, o a un Imperio [716-726]; su lenguaje privado, interesante para los filólogos, perdería incluso el interés científico a medida en que se transformase artificialmente en un idioma normalizado; la única diferencia consistiría en que, en el mejor caso, se habría producido una sustitución del español, por el francés o por el inglés, es decir, Euskadi (siendo o haciendo parecidas cosas a las que hace desde siglos) pasaría a hablar inglés en lugar de hablar español, aunque esto es lo que se trata de demostrar por sus obtusos e interesados dirigentes.

Es preciso retirar la idea misma de autodeterminación (aunque se llame autodeterminación democrática) como idea mal formada, precisamente porque el autós no es otra cosa que la hipóstasis metafísica de la causa sui [127]. Con esto no se trata de ignorar los procesos efectivos que pueden ser denotados mediante esta idea mal formada; se trata sencillamente de reconceptualizar estos procesos efectivos de un modo inteligible. Que la autodeterminación sea una idea metafísica no quiere decir que las revueltas de los Balcanes, o la política asesina de ETA, sean realidades metafísicas. Son realidades físicas y muy positivas. De lo que se trata es de no conceptualizarlas como procesos de autodeterminación. Son siempre, como todo proceso causal, procesos de “codeterminación”. Lo que se recubre con el rótulo autodeterminación, o bien es la decisión de una élite que actúa en el interior de un pueblo dado, apoyada de otros Estados, para segregarse del Estado del que forma parte (y, entonces, “autodeterminación” es un modo metafísico de designar un “movimiento de secesión”), o bien es la lucha de un pueblo contra el Estado invasor (y, entonces, “autodeterminación” es un modo metafísico de designar una “guerra de independencia”), o bien es la lucha de un pueblo colonizado contra el Estado o el Imperio depredador [583] (y, entonces, es una guerra de liberación colonial o nacional). Lo que no se puede hacer es confundir todas estas situaciones, y otras más, con un nombre común, de pretensiones sublimes, el nombre de sabor teológico de “autodeterminación”, porque esto equivaldría, de hecho, a fomentar la transferencia del concepto, de algunas situaciones a las otras, según convenga (como cuando ETA pretende hacer creer a sus partidarios que encabeza un “movimiento de liberación colonial”, como si el País Vasco hubiera sido alguna vez una colonia de España).

Si todo esto es así, se comprende que nos veamos forzados a afirmar que la cuestión de los nacionalismos radicales, al menos atendiendo a las causas que los alimentan, es una cuestión política. Aunque también puede sostenerse que estos proyectos de nacionalismo radical no son internamente procesos políticos, en cuanto a tales proyectos, y que solo lo serían retrospectivamente, en el que caso en el que lograsen sus objetivos (a la manera como los descubrimientos científicos solo pueden considerarse tales retrospectivamente, cuando hayan sido justificados: desde la perspectiva del Estado que los contiene pueden legítimamente considerarse estos movimientos como meros movimientos terroristas).

Los fanatismos nacionalistas, vasco o catalán, se nutren de la energía hispánica, aunque toman el aspecto de ser “productos de la anti-España” [745]. No es el nacionalismo, sino el separatismo, lo que explica a los nacionalismos radicales; no es el nacionalismo la raíz del separatismo, sino que es el separatismo la raíz del nacionalismo fraccionario.

{EFE 139-143, 360-361, 143-144, 146-147, 149 /
EFE 77-169 / → ENM}

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