Filosofía en español 
Filosofía en español

España como sociedad política

[ 742 ]

Nación política española / Estado federal / Confederación de Estados / Ética / Política

La “Idea federal”, o la Idea del federalismo, se presentó, y sigue presentándose, en dos planos muy diferentes que se realimentan mutuamente: un plano de naturaleza ética y un plano de naturaleza política (conviene advertir que esta distinción no suele ser percibida por los propios federalistas).

La Idea federal en el plano ético (plano que también atraviesa la realidad política) gira en torno al Hombre, y equivale a las ideas de solidaridad, paz, diálogo, pacto, etc., como instrumentos obligados de la convivencia civilizada, de la “coexistencia pacífica”. El federalista, en este plano, calcula, pacta, concede, recupera y va ampliando sus pactos de unos individuos a otros, de unas familias a otras, de unos municipios a otros, de unas provincias a otras, hasta llegar al Hombre en general. Decía Pi y Margall (Las nacionalidades, 1877): “El pacto al que me refiero en este libro es espontáneo y solemne consentimiento de más o menos provincias o estados en confederares para todos los fines comunes bajo condiciones que estipulan y escriben en una constitución”.

La Idea federal en el plano político gira en torno al Ciudadano (que ya forma parte de una Nación política) y equivale al proyecto de transformar a las naciones políticas [731], en general, y a España en particular, en un Estado federal: frente al centralismo, identificado erróneamente con el unitarismo, el federalismo.

La tesis que mantenemos aquí es que el “principio activo” del federalismo, la idea federal, fue el principio ético, más que su principio político. Y decimos esto porque el proyecto político de un Estado federal fue, y sigue siendo, un proyecto imposible, algo así como lo sería el proyecto de un escultor que quisiera tallar un decaedro regular (un poliedro imposible). Tanto el escultor que proyecta crear un decaedro regular, como el federalista que trabaja para construir un Estado federal, en rigor están trabajando por otros objetivos.

Un Estado no puede jamás ser federal, porque para ello debería estar constituido por otros Estados federados. Pero al federarse estos Estados dejarán de ser Estados; y si lo fueron previamente (como ocurrió con los Estados que se federaron en los llamados “Estados Unidos de América”) dejaron de serlo en el momento de federarse, y si se sigue hablando allí de Estados federados es solo por metonimia histórica. Al ceder su soberanía a la Federación, desaparecen como Estados.

Otra cosa es que en lugar de una Federación, se hubiesen asociado en una Confederación, en la que cada socio pudiera retirarse en cualquier momento (con lo que demostraría que no había cedido parte de su soberanía, sino que la conservaba intacta). Por esta razón, las Comunidades Autónomas de España [743], que no son soberanas, no pueden en modo alguno federarse ni confederarse. Para federarse, pretendiendo seguir el curso que siguieron los Estados Unidos de Norteamérica, tendrían previamente que hacerse soberanas, para renunciar a esa soberanía que hipotéticamente hubieran adquirido en el momento de la federación. Para confederarse tendrían que comenzar por ser soberanas, es decir, demostrar que lo son con la fuerza de los hechos: no se trata de una cuestión de palabras de letrados, de letras jurídicas, de controversias meramente dialogadas.

Según esto, quien defiende el Estado federal en nombre de la “Idea federal” solo puede estar defendiendo, en rigor, y a lo sumo, el principio ético federalista. Quien expresa con evidencia que el federalismo político es la única vía sensata, racional y pacífica de convivencia política, lo que está propiamente queriendo decir es que sólo mediante el diálogo, la tolerancia, el “pacto racional” cabe que un “conjunto de hombres” (que aún no son ciudadanos) cree una Constitución política. El federalista está en realidad alejándose con horror de la vía violenta, de la organización despótica del Estado. Y de este modo es como el federalista llega a creer que la Constitución duradera de un pueblo es un sistema que “el pueblo se ha dado a sí mismo”.

Pero el federalista solo puede pasar del plano ético al plano político pidiendo el principio del modo más ingenuo y pánfilo posible: presuponiendo que las unidades pactantes ya están dadas de antemano, ya fueran estas unidades pactantes los individuos [734], ya fueran las familias, los municipios, las provincias o las naciones. Pero estos supuestos son gratuitos y ridículos. ¿Por qué elegir, en el conjunto de todo lo que tiene que ver con el Género Humano, como unidades pactantes elementales, a las provincias? ¿Por qué no a los municipios, a los cantones, las barriadas, a las calles, a las comunidades de vecinos, a los individuos o las células? (Si Pi y Margall se hubiera atenido a las ideas en boga en su tiempo habría tenido que comenzar no por los individuos, sino por las células: por aquellos años ya se definía el organismo como una “federación de células” y al cáncer como una dolencia producida por un “brote anarquista de células rebeldes”).

A quienes decían a Pi y Margall: “Español, ante todo”, les respondía: “Somos y seguiremos siendo, antes que español, hombre, pese a quien pese”. La respuesta de Pi y Margall equivale a la anegación de la “especie” (español) en el género (hombre), proceso que no es meramente literario, lógico o inofensivo: la fórmula de Pi y Margall, rebosante de sublime humanismo, esconde un descarado nacionalismo político, al dejar abierta la puerta para poner, en lugar de España, a Tarragona, a Guipúzcoa, a Aquitania o al cantón de Cartagena. Uno de los puntos más oscuros de este debate suscitado por los federalistas en los días de la Primera República española, pero que llega hasta nosotros, fue la oposición unitarismo / federalismo, que interpretaba al unitarismo (Lluís Companys, por ejemplo) como herencia del Antiguo Régimen, como herencia “de la derecha” [732].

Ahora bien, si el federalismo, en sentido político, lo consideramos imposible, la disyunción unitarismo / federalismo habrá que considerarla vacía, puramente verbal, pero sin conceptos que la respalden. De otra manera: el Estado es unitario o no es Estado. Otra cosa es que, en lugar de referir esta oposición al Estado, la transpongamos a la Administración, distinguiendo la administración centralista y la administración descentralizada, pero siempre dentro de un Estado unitario [741].

{ENM 113-116 /
EC25 / → ENM 81-124 / → EFE 77-169, 441-446 / → FD 321-339 / → ZPA 249-268}

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