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Metafísica · libro tercero · Β · 995b-1003a

IV
¿Cómo la ciencia puede abrazar el estudio de todos los seres particulares? Otras dificultades que se enlazan con ésta

Hay una dificultad que se relaciona con las precedentes, dificultad más embarazosa que todas las demás, y de cuyo examen no podemos dispensarnos; vamos a hablar de ella. Si no hay algo fuera de lo particular, y si hay una infinidad de cosas particulares, ¿cómo es posible adquirir la ciencia de la infinidad de las cosas?{123} Conocer un objeto es, según nosotros, conocer su unidad, su identidad y su carácter general. Pues bien, si esto es necesario, y si es preciso que fuera de las cosas particulares haya algo, habrá necesariamente, fuera de las cosas particulares, los géneros, ya sean los géneros más próximos a los individuos, ya los géneros más elevados. Pero hemos visto antes que esto era imposible. Admitamos, por otra parte, que hay verdaderamente algo fuera del conjunto del atributo y de la sustancia, admitamos que hay especies. Pero, ¿la especie es algo que exista fuera de todos los objetos, o sólo está fuera de algunos, sin estar fuera de otros, o no está fuera de ninguno?

¿Diremos entonces que no hay nada fuera de las cosas particulares? En este caso no habría nada de inteligible, no habría más que objetos sensibles, no habría ciencia de nada, a no llamarse ciencia el conocimiento sensible. Igualmente no habría nada eterno, ni inmóvil; porque todos los objetos sensibles están [108] sujetos a la destrucción, y están en movimiento. Y si no hay nada eterno, la producción es imposible. Porque es indispensable, que lo que deviene o llega a ser, sea algo, así como aquello que hace llegar a ser; y que la última de las causas productoras sea de todos los tiempos, puesto que la cadena de las causas tiene un término, y es imposible que cosa alguna sea producida por el no-ser. Por otra parte, allí donde haya nacimiento y movimiento, habrá necesariamente un término, porque ningún movimiento es infinito, y antes bien, todo movimiento tiene un fin. Y por último, es imposible que lo que no puede devenir o llegar a ser devenga; lo que deviene existe necesariamente antes de devenir o llegar a ser.

Además, si la sustancia existe en todo tiempo, con mucha más razón es preciso admitir que la existencia de la esencia en el momento en que la sustancia deviene. En efecto, si no hay sustancia ni esencia, no existe absolutamente nada. Y como esto es imposible, es preciso que la forma y la esencia sean algo fuera del conjunto de la sustancia y de la forma. Pero si se adopta esta conclusión, una nueva dificultad se presenta. ¿En qué casos se admitirá esta existencia separada, y en qué casos no se la admitirá?{124} Porque es evidente que no en todos los casos se admitirá. En efecto, no podemos decir que hay una casa fuera de las casas particulares.

Pero no para en esto. La sustancia de todos los seres, ¿es una sustancia única? ¿La sustancia de todos los hombres es única, por ejemplo? Pero esto sería un absurdo, porque no siendo todos los seres un ser único, sino un gran número de seres, y de seres diferentes, no es razonable que sólo tengan una misma sustancia. Y además, ¿cómo la sustancia de todos los seres deviene o se hace cada uno de ellos; y cómo la reunión de estas dos cosas, la esencia y la sustancia, constituyen al individuo?

Veamos una nueva dificultad con relación a los principios. Si sólo tienen la unidad genérica, nada será numéricamente uno, ni la unidad misma, ni el ser mismo{125}. Y en este caso ¿cómo podrá existir la ciencia, puesto que no habrá unidad que abrace todos los seres?{126} ¿Admitiremos, pues, su unidad numérica? [109] Pero si cada principio sólo existe como unidad, sin que los principios tengan ninguna relación entre sí; si no son como las cosas sensibles, porque cuando tal o cual sílaba son de la misma especie, sus principios son de la misma especie sin reducirse a la unidad numérica; si esto no se verifica, si los principios de los seres son reducidos a la unidad numérica, no quedará existente otra cosa que los elementos. Uno numéricamente o individual son la misma cosa, puesto que llamamos individual a lo que es uno por el número; lo universal, por lo contrario, es lo que se da en todos los individuos. Por tanto, si los elementos de la palabra tuviesen por carácter la unidad numérica, habría necesariamente un número de letras igual al de los elementos de la palabra, no habiendo ninguna identidad ni entre dos de estos elementos, ni entre un mayor número de ellos.

Una dificultad que es tan grave como cualquiera otra, y que han dejado a un lado los filósofos de nuestros días y los que les han precedido, es saber si los principios de las cosas perecederas y los de las cosas imperecederas son los mismos principios, o son diferentes{127}. Si los principios son efectivamente los mismos, ¿en qué consiste que unos seres son perecederos y los otros imperecederos, y por qué razón se verifica esto? Hesíodo y todos los Teósofos sólo han buscado lo que podía convencerles a ellos, y no han pensado en nosotros. De los principios han formado los dioses, y los dioses han producido las cosas; y luego añaden, que los seres que no han gustado el néctar y la ambrosía, están destinados a perecer. Estas explicaciones tenían sin duda un sentido para ellos; pero nosotros no comprendemos siquiera cómo han podido encontrar causas en esto. Porque si los seres se acercan al néctar y ambrosía en vista del placer que proporcionan el néctar y la ambrosía, de ninguna manera son causas de la existencia; si, por lo contrario, es en vista de la existencia, ¿cómo estos seres podrán ser inmortales, puesto que tendrían necesidad de alimentarse? Pero no tenemos necesidad de someter a un examen profundo invenciones fabulosas.

Dirijámonos, pues, a los que razonan y se sirven de demostraciones, y preguntémosles, ¿en qué consiste que, procediendo de los mismos principios, unos seres tienen una naturaleza [110] eterna mientras que otros están sujetos a la destrucción? Pero como no nos dicen cuál es la causa de que se trata y hay contradicción en este estado de cosas, es claro que ni los principios ni las causas de los seres pueden ser las mismas causas y los mismos principios. Y así, un filósofo al que debería creérsele perfectamente consecuente con su doctrina, Empédocles, ha incurrido en la misma contradicción que los demás. Asienta, en efecto, un principio, la Discordia, como causa de la destrucción, y engendra con este principio todos los seres, menos la unidad, porque todos los seres, excepto Dios{128}, son producidos por la discordia. Oigamos a Empédocles:

Tales fueron las causas de lo que ha sido, de lo que es, y de lo que será en el provenir;
Las que hicieron nacer los árboles, los hombres, las mujeres,
Y las bestias salvajes, y los pájaros, y los peces que viven en las aguas.
Y los dioses de larga existencia
{129}.

Esta opinión resulta también de otros muchos pasajes. Si no hubiese en las cosas Discordia, todo, según Empédocles, se vería reducido a la unidad. En efecto, cuando las cosas están reunidas, entonces se despierta por último la Discordia. Se sigue de aquí que la Divinidad, el ser dichoso por excelencia, conoce menos que los demás seres; porque no conoce todos los elementos. No tiene en sí la Discordia, y es porque sólo lo semejante conoce lo semejante: [111]

Por la tierra vemos la tierra, el agua por el agua;
Por el aire el aire divino, y por el fuego el fuego devorador,
La Amistad por la Amistad, la Discordia por la fatal Discordia
{130}.

Es claro, volviendo al punto de partida, que la Discordia es, en el sistema de este filósofo, tanto causa de ser como causa de destrucción. Y lo mismo la Amistad es tanto causa de destrucción como de ser. En efecto, cuando la Amistad reúne los seres y los reduce a la unidad, destruye todo lo que no es la unidad. Añádase a esto, que Empédocles no asigna al cambio mismo o mudanza ninguna causa, y sólo dice que así sucedió:

En el acto que la poderosa Discordia hubo agrandado,
Y que se lanzó para apoderarse de su dignidad en el día señalado por el tiempo,
El tiempo, que se divide alternativamente entre la Discordia y la Amistad; el tiempo, que ha precedido al majestuoso juramento
{131}.

Habla como si el cambio fuese necesario, pero no asigna causa a esta necesidad.

Sin embargo, Empédocles ha estado de acuerdo consigo mismo, en cuanto admite, no que unos seres son perecederos y otros imperecederos, sino que todo es perecedero, menos los elementos.

La dificultad que habíamos expuesto era la siguiente: si todos los seres vienen de los mismos principios, ¿por qué los unos son perecederos y los otros imperecederos? Pero lo que hemos dicho precedentemente basta para demostrar que los principios de todos los seres no pueden ser los mismos.

Pero si los principios son diferentes, una dificultad se suscita: ¿serán también imperecederos o perecederos? Porque si son perecederos, es evidente que proceden necesariamente de algo, puesto que todo lo que se destruye vuelve a convertirse en sus [112] elementos. Se seguiría de aquí que habría otros principios anteriores a los principios mismos. Pero esto es imposible, ya tenga la cadena de las causas un límite, ya se prolongue hasta el infinito. Por otra parte, si se anonadan los principios, ¿cómo podrá haber seres perecederos? Y si los principios son imperecederos, ¿por qué entre estos principios imperecederos hay unos que producen seres perecederos y los otros seres imperecederos? Esto no es lógico; es imposible, o por lo menos exigiría grandes explicaciones. Por último, ningún filósofo ha admitido que los seres tengan principios diferentes; todos dicen que los principios de todas las cosas son los mismos. Pero esto equivale a pasar por alto la dificultad que nos hemos propuesto, y que es considerada por ellos como un punto poco importante.

Una cuestión tan difícil de examinar como la que más, y de una importancia capital para el conocimiento de la verdad, es la de saber si el ser y la unidad son sustancias de los seres; si estos dos principios no son otra cosa que la unidad y el ser, tomado cada uno aparte; o bien si debemos preguntarnos qué son el ser y la unidad, suponiendo que tengan por sustancia una naturaleza distinta de ellos mismos{132}. Porque tales son en este punto las diversas opiniones de los filósofos.

Platón y los Pitagóricos pretenden, en efecto, que el ser y la unidad no son otra cosa que ellos mismos, y que tal es su carácter. La unidad en sí y el ser en sí; he aquí, según estos filósofos, lo que constituye la sustancia de los seres.

Los físicos son de otra opinión. Empédocles, por ejemplo, intentando cómo reducir su principio a un término más conocido, explica lo que es la unidad; puede deducirse de sus palabras que el ser es la Amistad{133}; la Amistad es, pues, según Empédocles, la causa de la unidad de todas las cosas. Otros pretenden que el fuego o el aire son esta unidad y este ser, de donde salen todos los seres y que los ha producido a todos. Lo mismo sucede con los que han admitido la pluralidad de elementos; porque deben necesariamente reconocer tantos seres y tantas unidades como principios reconocen. [113]

Si no se asienta que la unidad y el ser son una sustancia, se sigue que no hay nada general, puesto que estos principios son lo más general que hay en el mundo, y si la unidad en sí y el ser en sí no son algo, con más fuerte razón no habrá ser alguno fuera de lo que se llama lo particular. Además, si la unidad no fuese una sustancia, es evidente que el número mismo no podría existir como una naturaleza separada de los seres. En efecto, el número se compone de mónadas, y la mónada es lo que es uno. Pero si la unidad en sí, si el ser en sí, son alguna cosa, es preciso que sean la sustancia, porque no hay nada fuera de la unidad y del ser que se diga universalmente de todos los seres.

Pero si el ser en sí y la unidad en sí son algo, nos será muy difícil concebir cómo pueda haber ninguna otra cosa fuera de la unidad y del ser, es decir, cómo pueda haber más de un ser, puesto que lo que es otra cosa que el ser, no es. De donde se sigue necesariamente lo que decía Parménides, que todos los seres se reducían a uno, y que la unidad es el ser. Pero aquí se presenta una doble dificultad; porque ya no sea la unidad una sustancia, ya lo sea, es igualmente imposible que el número sea una sustancia: que es imposible en el primer caso, ya hemos dicho por qué. En el segundo, la misma dificultad ocurre que respecto del ser. ¿De dónde vendría efectivamente otra unidad fuera de la unidad? Porque en el caso de que se trata, habría necesariamente dos unidades. Todos los seres son, o un solo ser o una multitud de seres, si cada ser es unidad{134}.

Más aún. Si la unidad fuese indivisible, no habría absolutamente nada, y esto es lo que piensa Zenón{135}. En efecto, lo que no se hace ni más grande cuando se le añade, ni más pequeño cuando se le quita algo, no es, en su opinión, un ser, porque la magnitud es evidentemente la esencia del ser. Y si la magnitud es su esencia, el ser es corporal, porque el cuerpo es magnitud en todos sentidos. Pero, ¿cómo la magnitud añadida a los seres hará a los unos más grandes sin producir en los otros este efecto? Por ejemplo, ¿cómo el plano y la línea agrandarán, [114] y jamás el punto y la mónada? Sin embargo, como la conclusión de Zenón es un poco dura{136}, y por otra parte puede haber en ella algo de indivisible, se responde a la objeción, que en el caso de la mónada o el punto la adición no aumenta la extensión y sí el número. Pero entonces, ¿cómo un solo ser, y si se quiere muchos seres de esta naturaleza, formarán una magnitud? Sería lo mismo que pretender que la línea se compone de puntos. Y si se admite que el número, como dicen algunos{137}, es producido por la unidad misma y por otra cosa que no es unidad{138}, no por esto dejará de tenerse que indagar por qué y cómo el producto es tan pronto un número, tan pronto una magnitud; puesto que el no-uno es la desigualdad, es la misma naturaleza en los dos casos. En efecto, no se ve cómo la unidad con la desigualdad, ni cómo un número con ella, pueden producir magnitudes.

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{123} Esta dificultad está resuelta en el libro XII, cap. VI, 10. En la enumeración sucinta del capítulo I, Aristóteles la coloca en el décimo lugar. En el desenvolvimiento viene después del octavo, porque, según Siriano, no es más que un corolario de la discusión sobre la existencia de los géneros y de las especies.

{124} La solución de esta gran dificultad es objeto de los libros VII y VIII.

{125} Argumento de los partidarios de la existencia de las ideas.

{126} Esta dificultad, unida a una de las siguientes, está resuelta en el lib. XIII, 10.

{127} Fijándose con atención, puede encontrarse la solución de este problema en el cap. II del libro VI.

{128} Este Dios, esta unidad, es el famoso σφαιρος, objeto de tantas discusiones, Alej. Schol., pág. 627; Sepúlv., pág. 74; Philop., pág. 10, B., ¿qué era este Dios? Sólo puede verse en este ser la materia indeterminada, el caos, el ser que envuelve todo y que está en el fondo de todos los seres. La Discordia y la Amistad son los principios activos de Empédocles, y no Dios, la unidad o como quiera llamársele. El sistema de Empédocles es, por lo tanto, una especie de panteísmo. En cuanto a los dioses de quienes se trata más adelante, son los dioses mitológicos del mismo género que más tarde reconoció Epicuro.

{129} Sturtz, pág. 516, consigna estos versos conforme al comentario de Simplicio sobre la Física de Aristóteles; el texto es absolutamente el mismo, pero el número de los versos del fragmento es mayor: Simplicio cita nada menos que catorce. Véanse igualmente las notas de Sturtz sobre este pasaje, páginas 566 y 567. Los versos que cita Aristóteles, menos el primero, se encuentran también en otro fragmento de Empédocles publicado por Sturtz, paginas 516 y 517, conforme al mismo comentario de Simplicio.

{130} Sturtz, Emped., Carm., pág. 527. Estos versos los cita también Aristóteles en el Tratado del alma, lib. I, 2. Se encuentran también en el Comentario de Philopon sobre la obra: De generatione et corruptione, y en la obra de Sexto Empírico: Contra los Matemáticos.

{131} Sturtz, Emp., Carm., pág. 519. Estos versos son citados también por Simplicio, Ad Arist. Phisic. auscult., 8, p. 272, B.

{132} La solución de la dificultad es objeto del libro X. Véase también el lib. XII, 8, y XIV, 1.

{133} Se entiende el ser, la unidad en acto, no el ser en potencia, la unidad indeterminada, el caos, este Dios de que hemos hablado más arriba, y que representa el principio sustancial de los seres.

{134} En la misma suposición, no hay evidentemente más que una unidad, la unidad en sí; en la otra hipótesis, ¿cómo constituir la segunda unidad con una multitud de unidades?

{135} De Elea, discípulo y amigo de Parménides, cuyos principios desarrolló hasta sus últimas consecuencias. Véase la disertación de M. Cousin sobre Zenón, Fragm. histor., pág. 96.

{136} En este punto hemos preferido la interpretación más suave de Besarion y del antiguo traductor latino, no siguiendo a Argirópulo que traduce: inepte admodum contemplatur.

{137} Los Platonianos.

{138} La diada indefinida, la desigualdad, lo grande y lo pequeño, la materia de las ideas y de todos los seres.


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1875, tomo 10, páginas 107-114