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Política · libro octavo, capítulo X

Crítica de la teoría de Platón
sobre las revoluciones

Sócrates{200} habla también en la República de las revoluciones, pero no trata bien esta materia. No fija ninguna causa especial de las mismas en la república perfecta, en el gobierno modelo. A su parecer, las revoluciones proceden de que nada en este mundo puede subsistir eternamente, y que todo debe mudar pasado cierto tiempo; y añade que «aquellas perturbaciones cuya raíz, aumentada en una tercera parte más cinco, da dos armonías, sólo comienzan cuando el número ha sido geométricamente elevado al cubo, mediante a que la naturaleza crea entonces seres viciosos y radicalmente incorregibles».{201} Esta última parte de su razonamiento no es quizá falsa, porque hay hombres naturalmente incapaces de educación y de hacerse virtuosos. Pero ¿por qué esta revolución de que habla Sócrates, se aplicaría a esa república que nos presenta como perfecta, más especialmente que a otro cualquier Estado o a cualquier otra cosa? ¿Es que en este instante, que asigna a la revolución universal, hasta las cosas, que no han comenzando a existir a la par, mudarán sin embargo a la vez? ¿Es que un ser nacido el primer día de la catástrofe estará comprendido en ella lo mismo que los [287] demás? Podría también preguntarse por qué la república perfecta de Sócrates pasa, al cambiar, al sistema lacedemonio. Un sistema político, cualquiera que él sea, se transforma más ordinariamente en el que es diametralmente opuesto a él que en el que es más próximo. Otro tanto puede decirse de todas las revoluciones que admite Sócrates, cuando asegura que el sistema lacedemonio se transforma en oligarquía, la oligarquía en demagogia, y ésta por último en tiranía. Pero lo que sucede es precisamente, todo lo contrario. La oligarquía, por ejemplo, sucede a la demagogia con más frecuencia que la monarquía. Además, Sócrates no dice si la tiranía está o no expuesta a tener revoluciones, ni dice las causas que producen éstas, ni habla del gobierno que reemplaza a aquélla. Se concibe sin dificultad este silencio, que no le costaba gran trabajo guardar; debía quedar este punto completamente oscuro, porque, dadas las ideas de Sócrates, es preciso que de la tiranía se pase a esa primera república perfecta, que él ha concebido, único medio de recorrer el círculo sin fin de que habla. Pero la tiranía sucede también a la tiranía, de lo cual es testimonio la de Clistenes, sucediendo a la de Mirón en Sicione. La tiranía puede también convertirse en oligarquía como aconteció con la de Antileón en Calcis; o en demagogia, como la de Gelón en Siracusa; o en aristocracia, como la de Carilao en Lacedemonia, y como sucedió en Cartago{202}. La oligarquía de otro lado se convierte en tiranía, que es lo que sucedió en otro tiempo con la mayor parte de las oligarquías sicilianas. Recuérdese también, que en Leoncio a la oligarquía sucedió la tiranía de Panecio; en Gela, la de Cleandro; en Reges, la de Anaxilas, y que podrían citarse muchas más. También es un error creer, que la oligarquía nazca de la codicia y de las ocupaciones mercantiles de los jefes de Estado. Más importa averiguar el origen de la opinión de los hombres que tienen gran fortuna, los cuales creen que no es justa la igualdad política entre los que tienen y los que no tienen. Casi en ninguna oligarquía los magistrados pueden dedicarse al comercio, y la ley se lo prohíbe. Pero más aún: en Cartago, que es un Estado democrático, los magistrados comercian, y sin embargo el Estado no ha experimentado ninguna revolución. [288]

También es muy singular el suponer que en la oligarquía el Estado se divide en dos partidos, el de los pobres y el de los ricos; ¿es que por ventura es esta condición más propia de la oligarquía que de la república de Esparta, por ejemplo, o de cualquier otro gobierno, cuyos ciudadanos no poseen una fortuna igual o no son todos igualmente virtuosos? Aun suponiendo que nadie se empobrezca, el Estado no por eso deja de pasar menos de la oligarquía a la demagogia, si la masa de los pobres se aumenta; y de la democracia a la oligarquía, si los ricos se hacen más poderosos que el pueblo, según que los unos se abandonan y que los otros se aplican al trabajo. Sócrates desprecia todas estas diversas causas que producen las revoluciones, para fijarse en una sola, al atribuir la pobreza exclusivamente a la mala conducta y a las deudas, como si todos los hombres o casi todos naciesen de la opulencia. Es este un error grave; y lo cierto es que los jefes de la ciudad, cuando han perdido su fortuna, pueden apelar a la revolución; y que cuando ciudadanos oscuros pierden la suya, el Estado no se conserva por eso menos tranquilo. Estas revoluciones no dan lugar a la demagogia con más frecuencia que a cualquier otro sistema. Basta una exclusión política, una injusticia, un insulto, para que tenga lugar una insurrección y un trastorno en la constitución, sin que las fortunas de los ciudadanos se resientan en lo más mínimo. La revolución muchas veces no reconoce otro motivo que esta facultad que se concede a cada cual de vivir como le acomode, facultad cuyo origen atribuye Sócrates a un exceso de libertad. En fin, en medio de estas numerosas especies de oligarquías y de democracias, Sócrates habla de sus revoluciones como si cada una de aquéllas fuese única en su género.{203}

Fin de la Política

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{200} Aristóteles comienza su obra con una crítica de la teorías de Platón, y la termina con otra.

{201} Ginés Sepúlveda dice que este pasaje es oscurísimo, y que ni Teon el anciano, que procura dar solución a todos los pasajes de esta especie, ni Jámblico, ni el mismo Santo Tomás, han podido descifrar este problema. Sin embargo, el modo de explicarse Aristóteles hace creer que para él era intangible y soluble. Véase lo que a propósito de esta frase, cuya oscuridad se ha hecho proverbial, dicen Cousin en su traducción de Platón, tomo X, pág. 322, y M. Saint-Hilaire en la de Aristóteles, Política, pág. 472.

{202} Esto está en contradicción con lo que Aristóteles dice en otros párrafos. Quizá aquí debería decir Calcedonia y no Cartago. Es sabido que estas dos palabras se confunden muchas veces en griego. B. S. H.

{203} He aquí en resumen el juicio crítico de dos historiadores de la filosofía que han alcanzado una justa celebridad, Tennemann y Enrique Ritter; y hacemos la cita de ambos, porque de los dos unidos resulta un juicio completo. Tennemann, tomo III, pág. 325, dice: «Aristóteles ha acumulado en este libro de la Política un tesoro de experiencia y de conocimiento de los hombres, que será eternamente aplicable y útil.» Ritter, tomo III, pág. 317, dice: «La Política, como todas las obras de este filósofo, puede compararse a esas obras de arte en que se observan una gran ejecución en los pormenores y la tendencia a desenvolver de todos lados una extraordinaria riqueza de pensamiento, pero que son imperfectas bajo el punto de vista de la variedad y de la grandeza de la concepción.»


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 3, páginas 286-288