Guillermo de Torre Ballesteros 1900-1971
Periodista, ensayista, poeta y profesor español nacido en Madrid el 27 de agosto de 1900 y radicado en Buenos Aires desde 1927, con esporádicas visitas a España, muerto en Buenos Aires el 14 de enero de 1971. Sus restos reposan en el bonaerense Cementerio de la Recoleta, junto con los de su esposa Leonor Fanny Borges (a) Norah (1901-1998) y sus suegros Jorge Guillermo Borges (1874-1938) y Leonor Acevedo Suárez (1876-1975). En efecto, el 17 de agosto de 1928 matrimonia en Buenos Aires con Norah, hermana de Jorge Luis Borges (1899-1986), naciendo el 3 de enero de 1937, en Buenos Aires, su primer hijo, Luis Guillermo, al que sigue Miguel Jorge de Torre Borges en 1939. El 19 de febrero de 1942 adopta la nacionalidad argentina.
Sólo tiene dieciséis años cuando su precocidad ya tiene alerta al adulador agitador vanguardista Rafael Cansinos Assens (1882-1964):
«Poesías (extraordinario de “Los Quijotes”), por Jaime Ibarra. Con esta parca colección de poesías nos ofrece su primera palabra lírica un joven de los más jóvenes, nuncio de toda una generación aún desconocida, que estudia y trabaja y se afana por encontrar una orientación nueva, aunque, en general, no haga sino repetir los tonos líricos de los predecesores. En esta generación novísima figuran los nombres de Eladio Prieto, Paulino Fernández Vallejo, Guillermo de Torre y otros; en cada uno de los cuales pudiera señalarse el influjo de algún maestro del ciclo novecentista, salvo en el último que, es, en realidad, un epígono de Gómez de la Serna: porque ya han empezado a fructificar las acres semillas del fundador de “Prometeo” y una cohorte de dispersos discípulos imita las audacias líricas y los dédalos verbales de su Libro Mudo.» (R. C-A., “La semana literaria”, La Correspondencia de España, Madrid, domingo 26 de noviembre de 1916, pág. 4.)
Estudiante de Derecho en Madrid, antes de cumplir los 17 es uno de los firmantes, en calidad de secretario del Comité Estudiantil Central de la Liga Antigermanófila, de las instrucciones que esos aliadófilos dirigen “A los estudiantes españoles” en mayo de 1917.
«Simultáneamente al estallido del último obús –septiembre de 1918– en los agros de batalla, donde algunos intelectuales europeos, representantes de las más nuevas y prometedoras generaciones, se truncaron heoicamente –desde Charles Peguy a Ernst Stadler, pasando por Rupert Brocke y Umberto Boccioni–, afloró en el campo intelectual de España una audaz, juvenil y potencialísima tendencia de superación literaria ilimitada: el Ultraísmo.» (Guillermo de Torre, “El movimiento ultraísta español”, Cosmópolis, noviembre 1920, nº 23, pág. 473.)
«Simultáneamente al estallido del último obús –septiembre de 1918– en los campos de batalla, donde algunos intelectuales europeos, representantes de las más nuevas y prometedoras generaciones –desde Charles Peguy a Ernst Stadler, pasando por Allan Seeger, Rupert Brocke y Umberto Boccioni–, se truncaron heroicamente, afloró en el campo intelectual de España una audaz, juvenil y potencialísima tendencia de superación literaria determinada: el Ultraismo.» (Guillermo de Torre, Literaturas europeas de vanguardia, Caro Raggio, Madrid 1925, pág. 38.)
El “manifiesto literario ULTRA”, firmado por ocho jóvenes sumisos a Rafael Cansinos Assens, su vanidoso autor, entre ellos Guillermo de Torre (que no sabía nada), lo publica la sevillana revista Grecia en marzo de 1919, y en abril Cosmópolis en versión con algunos cambios, título confuso y reajuste de firmas: “Una nueva escuela literaria. El manifiesto de los novecentistas”. En junio publica Grecia su poema ultraísta “Reflector”, que aparece en la página siguiente al comentario que Isaac del Vando Villar (1890-1963) rotula “Manifiesto ultraísta”, donde arremete nominalmente contra Valle-Inclán, Azorín y Ricardo León (los dos primeros, aliadófilos; Ricardo León, germanófilo).
«Ultraísmo era sencillamente uno de los muchos neologismos que yo esparcía a voleo en mis escritos de adolescente. Cansinos-Asséns se fijó en él, acertó a aislarlo, a darle relieve. […] El hecho es que Cansinos-Asséns se posesionó del término. Y Ultra tituló un breve manifiesto escrito por él, a cuyo pie un buen día de otoño de 1918 encontré con sorpresa mi firma –pues nada se me había anunciado o consultado–, junto con la de otros siete jóvenes, de tres de los cuales (Fernando Iglesias, Pedro Iglesias Caballero y J. de Aroca) nunca se tuvo ninguna noticia literaria, pues se limitaban a ser contertulios de las reuniones de Cansinos-Asséns. […] Cansinos-Asséns, por su parte, se inhibía como firmante, pero con el fin de destacar en primer plano su ambicionado papel de guía, nombrándose en el primer párrafo del documento, redactado con estilo de gacetilla anónima.» (Guillermo de Torre, Historia de las literaturas de vanguardia, Ediciones Guadarrama, Madrid 1971, tomo 2, págs. 210-211.)
En consecuencia decide convertirse en cronista del ultraísmo (“El movimiento ultraísta español”, Cosmópolis, noviembre 1920, nº 23, págs. 473-495) y reivindicarse como su ideólogo, al publicar por su cuenta, ese mismo mes, en la imprenta de G. Hernández y Galo Sáez de Madrid, una hoja compuesta a dos columnas e impresa por las dos caras (decorada con un esbozo de “efigie del autor” por Rafael Barradas y cuatro grabaditos, “bois ornamentales”, de Norah Borges): “Manifiesto Ultraísta Vertical”, inmediatamente reseñado por Rafael Lasso de la Vega (“Vertical. Manifiesto ultraísta, por Guillermo de Torre”, en Cosmópolis: “Guillermo de Torre, nuestro más joven, culto y apasionado pionnier ultraespacial”) y por un superado Rafael Cansinos Assens (“Vertical. Manifiesto ultraísta, por Guillermo de Torre”, en Cervantes). La revista Grecia difundió la hoja manifiesto de Guillermo de Torre junto con su número 50, pero no es correcto decir que el “Manifiesto Ultraísta Vertical” fuera suplemento de Grecia, pues su autor se cuidó mucho de disociarlo editorialmente, aunque los impulsores de Grecia buscasen incorporárselo (de hecho esa revista ya no publicó más números). Guillermo de Torre se desprendía así de cansinas ataduras.
«Los lucíferos ultraístas, los «pionniers» de avanzada, perforamos las inéditas perspectivas devanando itinerarios abstractos. En nuestro vértice equidistante desembocan las angulares corrientes estéticas de vanguardia. Comulgamos básicamente en el ideario futurista, que asimilamos al nuestro como elemento primordial de toda modernidad consciente, innovadora e iconoclasta. Usamos de la imaginación sin hilos y de las palabras en libertad. Participamos de las normas cubistas al iluminar sus perspectivas exaédricas, y situar la imagen en el espacio según la yuxtaposición y compenetración de planos. Y junto al film cinematográfico norteamericano, gran inyección vivificante, por el frenesí de sus hazañas musculares y mentales, amamos la intención de retorno hacia las primitivas estructuras y el orgasmo barroco, que implica toda esa estatuaria subconsciente, acerba e impar del Arte negro. De las derivaciones del cubismo literario hemos extraído la imagen creacionista, como célula primordial del novísimo organismo lírico. Nuestra irreverencia burlesca ante los «valores prestigiosos» y nuestra incredulidad heresiarca, mas el ímpetu disolvente y arrollador del Ultra, nos identifica parcialmente con la gesta Dadá. No obstante, resalta nuestra disimilitud al propulsar una superación literaria jocundamente afirmativa. Pues los ultraístas debemos exaltar jubilosamente las calidades pragmáticas del mundo occidental. En nuestro anhelo de un arte abstracto, exultante, dinámico, potencial e inmáculo, hemos borrado el último coeficiente de melancolía romántica que disminuía el valor de nuestra ecuación vital, deviniendo estatuariamente apolíneos y dionysiacamente optimistas. Así, hoy nuestra actitud vertical se acompasa con las orquestas negras y las polifonías motorísticas.» (Guillermo de Torre, “Manifiesto Ultraísta Vertical”, Madrid, noviembre 1920.)
Diez meses después el cinema, tímidamente mencionado en Vertical, avanza arrollador e imperial, y Guillermo de Torre decide sustituir su ya veterana sección “Literaturas novísimas” de Cosmópolis, por otra nueva que rotula, con término acuñado en ese momento, “Cinegrafía”:
«La aclimatación del Cinema en nuestras latitudes implica el desarrollo de una nueva sensibilidad estética, más ágil y vibrante, en el público. Y el inclinarse de sus preferencias [98] hacia la exaltación de los mentales y musculares episodios cinemáticos, no supone su detención en lo folletinesco, sino que favorece su evolución comprensiva, liberándole de solemnes supersticiones respetuosas hacia gastadas fórmulas anacrónicas. El foco luminoso del Cinema rasga perspectivas insospechadas ante los artistas, acelerando y lubrificando el engranaje de su espíritu creador. Forja un nuevo módulo de teatro accional, que por su calidad plástica y su intensidad accional, suple el ornato verbal. Y sugiere audaces estructuraciones y espejamientos de la vida multiédrica y la imaginación desbordante. Pero estas directrices aun no se hallan visibles en todas las producciones cinematográficas. Ni han sido captadas por todos los directores escénicos, actores y argumentistas. Mas, afortunadamente, ya existen valiosas excepciones, comprobables en algunos films de altura, y en la posición mental que adoptan algunos sagaces críticos de este Arte –el séptimo, según Ricciotto Canudo–. La irradiación y trascendencia evolucionaria del Cinema es inminente. Con Louis Delluc –uno de los teorizantes y “metteurs en scéne” pionneers de la nueva dirección cinemática, autor de Cinema & Cie. y Photogénie– podemos afirmar que “desde el teatro griego no habíamos tenido un medio de expresión tan fuerte como el cinematógrafo.”
Mas no accedo ahora a dejarme impulsar por el entusiasmo apologético en el panorama crítico. Cada una de las fases estéticas, problemas técnicos, diferenciaciones nacionales y conexiones literarias que ofrece actualmente el Cinema, serán afrontadas en la sección de «Cinegrafía» que abre Cosmópolis. Cooperaremos así a la dignificación del este Nuevo Arte, tan falseado y aun desdeñado por todos los que carecen de sentido estético coetáneo y perpetúan su estrabismo otorgando sus preferencias a espectáculos anacrónicos. Mas, no obstante, el Cinema goza cada día de más fervorosos y autorizados escoliastas. Y si entre nuestros literatos sólo ha merecido dilectas glosas, por parte de jóvenes [99] espíritus como Gómez Carrillo, Alfonso Reyes, Mauricio Bacarisse, Tomás Borras y algún otro, en Francia, Alemania e Italia cuenta con una pléyade de turiferarios y cronistas: Delluc, Diamant-Berger, Galtier-Boissiére, Allard, Whal, Moussinac, B. Tokine, Ivan Goll, Carlo Mierendorff, Marzio, Malpasutti... Por el momento, solamente me interesa desarrollar, en una zona limítrofe, un interesante aspecto del Cinema expuesto por Jean Epstein en su interesante obra crítica: La poésie d'aujourd'hui: Un nouvel état d'intelligence –cuyas teorías más profundamente originales he analizado últimamente.» (Guillermo de Torre, “El cinema y la novísima literatura: sus conexiones”, Cosmópolis, nº 33, septiembre 1921.)
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El joven activista aliadófilo antigermanófilo cuando la Gran Guerra se reviste de maduro activista anticomunista tras la Segunda Guerra Mundial, de la mano del Congreso por la Libertad de la Cultura, tan generosamente amamantado por la CIA.
“Secretario de Relaciones” de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura desde su fundación en 1955.
«Querido Ferrater: […] He de decirle, por otra parte, que con ocasión de la visita a Buenos Aires de Laín Entralgo, de acuerdo con Guillermo de Torre, se ha decidido reunir en Sur algunos de los trabajos que usted propone, más otros del número de Atlantic Monthly y varios originales en un número extraordinario dedicado a España. Sur reunirá trabajos sobre todo literario-artísticos, mientras Cuadernos se propone estudiar todos los problemas que ofrece la realidad española sin dejar, claro, de estudiar los literario-artísticos.» (Carta de Julián Gorkin a José Ferrater Mora, París, 31 de octubre de 1961.)
Responde al cuestionario del vidrioso agente Sergio Vilar en Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles (Las Américas Publishing Company, Nueva York 1963, págs. 268-273).
Guillermo de Torre
Nació en Madrid el 27 de Agosto de 1900. Al finalizar sus estudios de Derecho, comienza su actividad literaria con la invención del ultraísmo (manifiesto Vertical; Hélices (poemas) y Literaturas europeas de vanguardia). Su labor dentro de la crítica literaria y artística prosigue en España hasta el término de la guerra civil, y continúa posteriormente en Hispanoamérica, especialmente en Buenos Aires, desde su cátedra universitaria (de Literatura Española Moderna en la facultad de Filosofía y Letras) y como director de varias colecciones editoriales, a la vez que pronuncia conferencias y da cursos en otros centros americanos, actividades que le crean indiscutible prestigio. Entre los libros que ha publicado están; además de los mencionados: Itinerario de la nueva pintura española, Vida y arte de Picasso, La aventura y el orden, Attilio Rosi, Guillaume Apollinaire: Su vida, su obra, las teorías del cubismo, Valoración literaria del existencialismo, Torres García, Problemática de la literatura, Raquel Former, Qué es el superrealismo, Las metamorfosis de Proteo, Claves de la literatura hispanoamericana, La aventura estética de nuestra edad (que incluye algunos de sus principales ensayos), Las ideas estéticas de Ortega, Tres actitudes ante la literatura hispanoamericana: Valera, Menéndez Pelayo, Unamuno, Escalas en la América Hispánica, Tríptico del sacrificio (Unamuno, García Lorca y Machado) y El fiel de la balanza. Además de su prolífica creación ensayística, que se extiende, por otra parte, en numerosas revistas de Europa y América, también son de destacar cuantas actividades realizó en su condición de secretario de revistas literarias como La Gaceta Literaria (dirigida por Giménez Caballero), Índice literario (dirigida por Pedro Salinas), así como de la “Sociedad de Amigos de las Artes” (ADLAN) y de la “Sociedad de Artistas Ibéricos”.
Respuestas
“Sus preguntas –amigo y compañero Sergio Villar– no me toman de sorpresa. Están latentes –y desgarrantes– en mí desde hace años, desde que el mundo tomó un sesgo catastrófico; más concretamente, desde que mi mundo nativo se vio escindido. Porque a pesar de haber adoptado una opción precisa, tal ruptura no ha dejado de desgarrar mi espíritu. ¿Acaso no vino a ser también ésa la situación de muchos que tomaron la opción adversa? Por mi parte, y referidos al tema del arte y del escritor ante su circunstancia, he intentado responder a esos y otros interrogantes en un libro bastante difundido, Problemática de la literatura, cuyas partes esenciales pueden leerse ahora en La aventura estética de nuestra edad. A sus páginas me remito.
Sin embargo, hay en su cuestionario un aspecto nuevo: el que rebasando las consideraciones de carácter general, valederas para cualquier latitud del mundo, nos lleva a una localización concreta de los problemas, situándolos en un hic et nunc inescapable. “¿Se considera usted –me pregunta– integrado en (o aislado de) la sociedad en que vive? ¿Por qué razones?” Añade usted que aun refiriéndose a la sociedad española –y aun entendiendo por “sociedad en que vive” la “sociedad en que debería vivir”– son los intelectuales en el exilio quienes más cosas pueden decir en este apartado. Pues bien, como quiera que tal interrogante hace un nuevo impacto en mi conciencia, sacudida por el dualismo patético entre disidencia y adhesión respecto a la sociedad de mi alrededor, trataré de ser explícito.
Partiendo del supuesto, del hecho real, de que el intelectual es por esencia y presencia un disconforme innato, un ser volcado a la disidencia, y aun aceptando que en tal actitud encuentra su razón de ser, su orgullo, su tragedia a la par, yo me he planteado con frecuencia ciertas cuestiones que ahora sólo apuntaré. Una vez resuelto su extrañamiento de la manera más dramática (mediante la distancia física, pero nunca espiritual, pues en su intimidad pervive una ternura irrestañable hacia la matria dejada, sin perjuicio de una preocupación afectiva por el nuevo contorno), y del modo más desinteresado (puesto que nunca hizo granjería ni plataforma del exilio, ya que a él le condujeron razones eminentemente morales, de ética permanente, antes que accidentalmente políticas, si bien aquéllas deriven de éstas), ¿cuál es la situación real del escritor emigrado frente a su nuevo mundo? ¿Acaso ha llegado a trocar su disconformismo en conformidad? ¿O más bien escapó por un camino tangencial, declarándose indiferente? Ni lo uno ni lo otro. Lo primero equivaldría tanto como a escaparse de sí mismo, sobre todo cuando hubo de vivir, soportar, situaciones coercitivas, demasiado parecidas desdichadamente en todo el mundo. Lo segundo supondría un egoísmo de baja estofa o bien incurrir en el deplorable inmovilismo a que gentes de otros gremios sucumbieron anclados en nostalgias y afanes de reviviscencias sin sentido.
Pero dejando a un lado –por sus implicaciones fundamentalmente políticas– este segundo aspecto, permítame detenerme unos momentos más en el primero. Y ante todo, una anécdota muy expresiva. Recuerdo que a poco de terminar la segunda guerra, y ante la amenaza inminente de su casi inmediata “reprise”, mediante la probable extensión mundial del conflicto de Corea, yo pregunté a un colega expatriado en París si no le interesaría buscar refugio en esta o la otra América; máxime cuando debía guardar tan poco grato recuerdo de los cuatro años bélicos, que, como una víctima más del “universo concentracionario”, había vivido (o semimuerto) prisionero de los nazis. El amigo aludido hubo de contestarme aproximadamente así: “Mire usted: he llegado a la conclusión de que todo el país, hoy por hoy, y en mayor o menos grado, es inhabitable. Ahora bien, yo he hecho una especie de balance de las cosas que me gustan o convienen y de las cosas que me disgustan aquí. Las he comparado con las de otros países que conozco o me figuro. Predominan las primeras. De modo que he resuelto quedarme en París”. Y conste que en esa elección no entraron seguramente los motivos hedónicos o económicos que otros hubieran tenido en cuenta, ya que la persona aludida pertenece más bien a la especie de los ascetas.
A tal punto hemos llegado –hemos descendido. ¿De suerte que el hombre libre común, quien sólo pretende seguir viviendo como tal, no tiene ya dónde poner los ojos? Los utopistas y los ucronistas podrán continuar marcando, al azar de los vientos, alguno de los cuatro puntos del horizonte. Pero la tierra elegida está aún por nacer –o por renacer. Se dirá que entregarse a un escepticismo radical equivale a “hacer el juego" a lo peor; que cabalmente los liberticidas cuentan con esa incredulidad difusa en las gentes para perpetuarse en sus feudos. Pero, del mismo modo, la creencia cándida en la voluntad mayoritaria tampoco corrige, suprime definitivamente la arbitrariedad unipersonal. Mas no he de intrincarme ahora en la difícil, problemática averiguación de otra fórmula. Alguien, muy próximo a mí, ha llegado, en ocasiones desesperadas, descreído de la “democracia” puramente nominal que hoy se practica en tantos países de la América Hispánica, pero manteniendo aún con más fuerza su repugnancia por cualquier asomo de totalitarismo; ha llegado, digo, a sugerirme cómo no sería totalmente anacrónico resucitar la fórmula que apenas llegó a ensayar la España de la segunda mitad del siglo XVIII: un “despotismo ilustrado”; por supuesto, haciendo hincapié en el segundo término más que en el primero, lo que traducido a lenguaje contemporáneo sonaría a algo así como “liberalismo autoritario”. Pero advierto en seguida toda la serie de graves equívocos que, salvo la adjunción inmediata de infinitos matices, tales conceptos pueden suscitar, y prefiero soslayarlos. Por otra parte, ninguna perspectiva es cabalmente comprensible si no se tiene en cuenta el lugar donde se origina el punto de vista del observador. Quien habite algunos lugares europeos o extrahispánicos de América, lógicamente ha de contemplar la situación con menos incertidumbres.
Volviendo a nuestro campo privativo, el cultural, y poniendo la vista en las preguntas de Sergio Villar, encuentro una que me asombra haya podido ser escrita entre interrogantes: “¿Cree usted que para el artista es necesaria una libertad personal y política absolutas?” Incurrir en la aberración de suponer un momento lo contrario sería una “contradictio in abjecto”. Porque arte –o cultura– y libertad son términos indisolubles. No hay otra coerción para el artista o el escritor que las voluntarias, las que aquéllos puedan imponerse a sí mismos y estén determinadas por las exigencias de su menester. Repárese –tornando los ojos hacia ejemplos de varios países en tiempos recientes o a los residuos que aún colean...– que cualquier proceso de eliminación o deformación de la cultura ha sido correlativo o paralelo al proceso de supresión de libertades. Ambos, a la vez, fueron consecuencia del dirigismo político, ideológico y social llevado a sus últimos extremos. Como quiera que semejantes propósitos fracasaron dondequiera que hubieron de producirse, pasemos ya a hablar de tales dirigismos culturales en tiempo pretérito..., pero no sin cierta irónica cautela, alertas siempre a cualquier conato de reproducción. No desestimemos tampoco aquellas otras formas de dirigismo cultural emboscado –o que no se atreve a decir su nombre–, de expresión indirecta o insidiosa, ejercido mediante vías de represión apriorísticas, o merced al descrédito que propagan respecto a toda forma de pensamiento insumiso que contradiga consignas o desafío “tabúes”. En rigor, y en ciertos lugares y momentos, el arma más eficaz que pudo utilizarse contra tales coerciones fueron las reservas de burlas y de indemnidad alojadas en muchos espíritus. Porque, indudablemente, pocos enemigos ofrecen tantos flancos abiertos al ataque o la represalia como ese flojo concepto de la “cultura dirigida”. ¿Acaso, de hecho, no viene a ser siempre anticultura sin rumbo o, más exactamente aún, entontecimiento multitudinario planificado? La hipérbole de lo presuntamente “propio”, “único” o “superior” de un país –unido al descrédito sistemático que pretende arrojar sobre lo diferente, lo extrafronterizo, tachándolo de “decadente” o “peligroso”– lleva a la nación víctima de semejantes métodos de aislamiento (no “espléndido”, sino apiadable), a la ruptura de los puentes de comunicación con el mundo. Al cabo, el soporte máximo de cualquier régimen de violencia equivale a una empresa de ocultación: tiende a tornar invisible el resto del universo erigiendo en las fronteras espesas cortinas y alambradas de púas para hacer creer a sus propios habitantes que viven en “el mejor de los mundos”. Se trata, pues, en último extremo, de una metódica campaña de insolidaridad humana que atenta, en primer término, contra la cultura, pues ésta es, esencialmente, intercomunicación y necesita de los mundos ajenos para desenvolver con plenitud el propio.
Finalmente, hay en sus preguntas –Sergio Vilar– una postrera que, a mi ver anula o pone en tela de juicio todas las anteriores: aquella donde se nos plantea la cuestión de si la sociedad merece la actitud del artista que se arriesga –no sólo se compromete– en defensa de los derechos humanos –y por extensión culturales– de sus semejantes. Pues bien, diciéndolo sin rodeos, confieso que la sociedad como tal, en su conjunto anónimo y pasivo, no merece, no parece merecer tal esfuerzo. Sería menester hacer calificaciones y deslindes en el conjunto social para contestar en forma menos pesimista. Sin embargo, más allá de una opinión tan “impolítica”, tan resueltamente antidemagógica, el artista, que no aspira a conquistar votos, ni a imponerse, a diferencia de sus enemigos, por el terror, sino a despertar conciencias y avivar sensibilidades, debe mantenerse en la brecha. Solamente de esta forma conservará su razón de ser última, su dignidad moral.
Sergio Vilar, Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles, Nueva York 1963, páginas 268-273.
En septiembre de 1965 colabora en el número 100 (y último) de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura: «Guillermo de Torre, argentino, nacido en Madrid, crítico literario, promotor del movimiento ultraísta, cofundador de La Gaceta Literaria de Madrid, autor de Literaturas europeas de vanguardia.»
Por medio de una tarjeta postal fechada en Buenos Aires el 28 de diciembre de 1966, informa Guillermo de Torre a José Ferrater Mora que se ha jubilado y que le han concedido el Premio de los Escritores Europeos, instituido por la mercenaria Comisión española del Congreso por la Libertad de la Cultura.
«Guillermo de Torre, premio de los escritores europeos. El premio de los Escritores Europeos, instituido por Ediciones Insula, de Madrid, en colaboración con el Comité d'Ecrivains et d'Editeurs por une entraide Européenne para obras de ensayo publicadas por autores españoles, ha sido concedido a Historia de las Literaturas de Vanguardia, original de Guillermo de Torre, y publicada, por Ediciones Guadarrama, S. L. Componían el Jurado Fernando Chueca Goitia, presidente; Carlos María Brú, Antonio Buero Vallejo, José Luis Cano, José María Castellet, Domingo García Sabell, Lorenzo Gómis, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Julián Marías, Mariá Manent, Dionisio Ridruejo y José Luis Sampedro, vocales, y Pablo Martí Zaro, secretario. El premio se otorga en su cuarta edición. En las convocatorias anteriores fue concedido, sucesivamente, a El ser y la muerte, de José Ferrater Mora; Los judíos en la España moderna y contemporánea, de Julio Caro Baroja, y El mundo social de la Celestina, de José Antonio Maravall.» (ABC, Madrid 5 de abril de 1967, pág. 73.)
Sobre Guillermo de Torre en el proyecto Filosofía en español
1920 Rafael Lasso de la Vega, “Vertical. Manifiesto ultraísta, por Guillermo de Torre”, Cosmópolis, nº 23.
Rafael Cansinos Assens, “Vertical. Manifiesto ultraísta, por Guillermo de Torre”, Cervantes.
1927 Francisco Ayala, “Guillermo de Torre”, La Gaceta Literaria, nº 16.
1956 “Constitución de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura”, Cuadernos del CLC, nº 17.
Textos de Guillermo de Torre en el proyecto Filosofía en español
1919 “Reflector. Poema ultraísta”, Grecia, nº 20.
1920 “Interpretaciones críticas de nueva estética”, Cosmópolis, nº 21.
“Manifiesto Ultraísta Vertical” (una hoja impresa por las dos caras, Madrid, noviembre 1920.)
1921 “Problemas teóricos y estética experimental del nuevo lirismo”, Cosmópolis, nº 32.
“El cinema y la novísima literatura: sus conexiones”, Cosmópolis, nº 33.
1927 “Madrid meridiano intelectual de Hispanoamérica”, La Gaceta Literaria, nº 8.
1928 “Revaloración de Menéndez y Pelayo”, Criterio, nº 6.
1942 “Sobre una deserción. Carta a Alfonso Reyes”, Cuadernos Americanos, nº 4.
1965 “Generaciones en la literatura hispanoamericana”, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, nº 100.