Filosofía en español 
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[ Guillermo de Torre Ballesteros ]

Cinegrafía

El cinema y la novísima literatura: sus conexiones

Afirmaciones liminares

El Cinema adquiere de día en día una nueva categoría estética. Al abrir el diafragma de sus inéditas posibilidades artísticas, amplía el radio de su interés peculiar y de sus conexiones sugeridoras. He ahí por qué suscita imperiosamente la atracción de los jóvenes espíritus críticos que sondean intactas perspectivas novidimensionales. El Cinema, queriendo encontrarse a sí mismo y revelar sus características más genuinas de Arte auroral, propende actualmente a su autonomía, depuración y singularidad. Por ello, comienza a manumitirse, desprendiéndose de sus estigmas paternos – influencias teatrales y literarias–, y superando sus normas generatrices. Sólo así llegará a descubrir su fondo autóctono, sus recursos genuinos y sus originalísimos medios de expresión. En definitiva: ¡el Cinema realizará su estilo, y merecerá la categoría integra de Arte Nuevo, con nuestra devoción colaboradora! Porque el Cinema aspira a devenir –hay ejemplos en varios films perfectos– el Arte sintético, muscular, íntegro, dinámico y netamente expresivo de nuestra época acelerada y vorticista.

La aclimatación del Cinema en nuestras latitudes implica el desarrollo de una nueva sensibilidad estética, más ágil y vibrante, en el público. Y el inclinarse de sus preferencias [98] hacia la exaltación de los mentales y musculares episodios cinemáticos, no supone su detención en lo folletinesco, sino que favorece su evolución comprensiva, liberándole de solemnes supersticiones respetuosas hacia gastadas fórmulas anacrónicas.

El foco luminoso del Cinema rasga perspectivas insospechadas ante los artistas, acelerando y lubrificando el engranaje de su espíritu creador. Forja un nuevo módulo de teatro accional, que por su calidad plástica y su intensidad accional, suple el ornato verbal. Y sugiere audaces estructuraciones y espejamientos de la vida multiédrica y la imaginación desbordante. Pero estas directrices aun no se hallan visibles en todas las producciones cinematográficas. Ni han sido captadas por todos los directores escénicos, actores y argumentistas. Mas, afortunadamente, ya existen valiosas excepciones, comprobables en algunos films de altura, y en la posición mental que adoptan algunos sagaces críticos de este Arte –el séptimo, según Ricciotto Canudo–. La irradiación y trascendencia evolucionaria del Cinema es inminente. Con Louis Delluc –uno de los teorizantes y «metteurs en scéne» pionneers de la nueva dirección cinemática, autor de Cinema & Cie. y Photogénie– podemos afirmar que «desde el teatro griego no habíamos tenido un medio de expresión tan fuerte como el cinematógrafo.»

Mas no accedo ahora a dejarme impulsar por el entusiasmo apologético en el panorama crítico. Cada una de las fases estéticas, problemas técnicos, diferenciaciones nacionales y conexiones literarias que ofrece actualmente el Cinema, serán afrontadas en la sección de «Cinegrafía» que abre Cosmópolis. Cooperaremos así a la dignificación del este Nuevo Arte, tan falseado y aun desdeñado por todos los que carecen de sentido estético coetáneo y perpetúan su estrabismo otorgando sus preferencias a espectáculos anacrónicos. Mas, no obstante, el Cinema goza cada día de más fervorosos y autorizados escoliastas. Y si entre nuestros literatos sólo ha merecido dilectas glosas, por parte de jóvenes [99] espíritus como Gómez Carrillo, Alfonso Reyes, Mauricio Bacarisse, Tomás Borras y algún otro, en Francia, Alemania e Italia cuenta con una pléyade de turiferarios y cronistas: Delluc, Diamant-Berger, Galtier-Boissiére, Allard, Whal, Moussinac, B. Tokine, Ivan Goll, Carlo Mierendorff, Marzio, Malpasutti...

Por el momento, solamente me interesa desarrollar, en una zona limítrofe, un interesante aspecto del Cinema expuesto por Jean Epstein en su interesante obra crítica: La poésie d'aujourd'hui: Un nouvel état d'intelligence –cuyas teorías más profundamente originales he analizado últimamente.

Del poema al «film»

¡El Cinema proyecta sus angulares rayos luminosos, y su vital ritmo acelerador sobre nuestras letras de vanguardia! Elemento afín y generador, a veces, de la poesía novísima –que, bajo diversos rótulos e idearios, presenta gran identidad de caracteres– es el Cinema, cuyo influjo gravita en nuestra moderna atmósfera estética. Y encuentra repercusión en la estructura y matices de los nuevos módulos líricos. Porque –disipando un probable equívoco– no aludimos en esta glosa, al seguir la trayectoria de Epstein, a la colaboración cine literaria, ni al punto común en que ambas técnicas funden sus elementos para la producción de un film. Precisamente, los partidarios más iluminados de que el Cinema logre su dimensión de Arte Novísimo, repudiamos el ascendiente mixtificador que sobre él han venido ejerciendo los esterilizados procedimientos del Teatro y de la Literatura. Y sostenemos que: a medida que más se aleja el Cinema de los procedimientos teatrales –lentitud, prolijidad, convencionalismos [100] escénicos– y de los subliterarios –sistema folletinesco, efectismos dramáticos, tópicos sentimentales– se irá definiendo acentuadamente su verdadero carácter, y llegará a culminar el dominio de su técnica, al utilizar preferentemente sus genuinos medios expresivos.

La influencia y relación que actualmente nos interesa, entre el Cinema y la novísima literatura se refiere a su conexión recíproca. Al circuito de enlace, a la osmosis exógena que fluye entre el film accional y sintético, y el poema cinemático, merced a sus rasgos comunes más esenciales: esquemático por sus líneas envolventes, fotogénico por la irradiación de su verbo estelar y acelerado en su vibración multiplanista. Hay una irrefragable similitud entre algunos films norteamericanos que a su proyección rápida simulan segmentar y superponer sus cuadros espaciales, y el poema novimorfo que por la multiplicidad de sus imágenes –único nexo del tema– produce una sensación simultaneísta en la fusión y actualización de planos espaciales y temporales.

De ahí que ratificando esta conexión, así como el Cinema debe desentenderse de toda la literatura pasada –especialmente de las artificiosidades teatrales– que ha desviado sus principios, adulterando sus encantos y caracteres peculiares, debe aproximarse a la nueva literatura. Ambos Artes, Cinema y Poesía nueva, superponen hoy sus estéticas, y se transmiten mutuamente valiosas fecundaciones. Ningún escoliasta cinegráfico había aún iluminado este aspecto. Ha sido inicialmente Jean Epstein, quien en un capítulo de su Poesía de hoy aborda tales teorías, comenzando por exponer la

Estética de aproximación

Se revela, según nuestro guía Epstein, por la sucesión de detalles fragmentados, que reemplazan el desarrollo argumental en literatura, y por el empleo del «primer plano», debido a Griffith, en el Cinema. «Empaquetados de negro, hundidos en los alvéolos de las butacas, nuestras sensibilidades convergen hacia la fuente de emoción: el film». Y nuestro foco visual, al ser adelantadas, por efecto del «grossissement», hasta el primer plano las figuras, objetos o paisajes que se mueven en la pantalla, traspasa los cuerpos. Suprime la distancia. Establece la intimidad. Y la onda cordial que se produce nos viene, no del sonoro ritmo vocal, como en el teatro, sino del gesto mudo y la persuasión fotogénica, doblemente expresiva. «Entre el espectáculo y el espectador, ninguna rampa. No se mira la vida, se la penetra. Esta penetración permite todas las intimidades. Es el milagro de la presencia real. La vida manifiesta. Abierta como una jugosa granada. Teatro de la piel. Ningún temblor se me escapa.» Este párrafo plástico de Epstein describe el gozo visual del espectador al contemplar escenas que, por efecto del «grossissement», cobran un relieve y una vibración insuperable. Un gesto, un paisaje, la sugestión hilozoística de un objeto inmóvil o un mueble –según ha señalado sutilmente Tomás Borras, en una certera interpretación del «detalle cinematográfico»– adquieren sobre la pantalla un aspecto nuevo, que rebasa su monotonía cotidiana. Los efectos de aproximación alcanzarán el ápice de su intensidad un día no muy lejano, en que sea realizado el relieve y el colorido del film. [102]

Sintetismo y sugestión

Ambos efectos dependen en el film de la eliminación de lazos intermedios, escenas, inútiles o entorpecedoras, y de la agudización expresiva del gesto, que reemplaza los letreros intercalados, o mediante la fuerza sugeridora del ambiente enmarcado por el diafragma. Del mismo modo que en la nueva poesía, en el film perfecto se propende a la tensión del conjunto armónico, suprimiendo los convencionalismos «ralentisseurs», para depurar la emoción expectante, y la belleza fotogénica. Queda así reducido el film a su esencialidad más interesante, logrando, en el ritmo sintético, acelerar la intensidad de su rápido desarrollo. Y confían el efecto más expresivo, al poder de sugestión mental que irradian los rostros mutables, o el desfile de episodios hábilmente enlazados. Así dice Epstein: «No se marca, se indica. En la pantalla la cualidad esencial de un gesto es no terminarse. La cara del actor no es tan expresiva como la de un mimo: prefiere sugerir.» Por ello, esta potencialidad sugeridora, que en la nueva lírica se confía a la imagen múltiple o a la metáfora dinámica, desdoblando en una perspectiva multiplicadora la sensación o el concepto, en el film se condensa en el lenguaje intuitivo del gesto, que precede gráficamente a la acción.

Simultaneísmo y fusión de planos. Rapidez del «film», neo-estilismo y aceleración mental

¡El Cinema es el auténtico escenario de la vida moderna! Toda representación vital contemporánea, todo trasunto de hechos accionales ha de ser proyectado, para su más [103] amplia exaltación espectacular; sobre el plano dinámico del film, y no confiarse a la limitación estática del teatro o del libro. ¡La tensión cinematográfica se halla regulada por el latido de la velocidad! Como efecto de la rapidez aceleratriz, nuestra mente percibe ilusoriamente, en el cinema, una fusión de planos que entrecruzan y segmentan las escenas desfilantes. Así dice Epstein: «La sucesión rápida y angular tiende hacia el círculo perfecto del simultaneísmo imposible. La utopía fisiológica de ver todo junto, se reemplaza por la aproximación: ver rápidamente.»

La vibración de los encrespados panoramas modernos y el sucederse de los rápidos contrastes que tejen la atmósfera de nuestra vida, suscita y favorece la velocidad del pensamiento y la sucesión célere de las imágenes en el torbellino sensorial. ¡Y el influjo de ésta celeridad mental se manifiesta literariamente en la estructura esquemática y afranjada del neoestilismo! Estilo original de nuestro «profundo hoy día», no mecanizado por una sintaxis cortada, «que revela escaso huelgo pectoral» –como pretendía, en una glosa reciente, Unamuno–, sino elástico, fluido y voluminoso. Que delata una enérgica y atlántica contextura verbal musculosa. Un lineamiento recortado en segmentos ondulantes. Y junto a la precisión gráfica, posee un ritmo ágil, elástico y vibrátil. (Modelo, en definitiva, jubilosa y totalmente antípoda al estilo académico y paleolítico, de largos períodos laxos y de una ampulosidad pulmonar...)

Este novísimo estilo refleja sincera y plásticamente los latidos vitales contemporáneos, y el fluido sinusoidal del espíritu motriz, hasta en sus diversificaciones subconscientes... La línea ondulante y curva del neoestilismo es el diagrama de la inestabilidad relativista, confirmada por las teorías de Albert Einstein. Hay más de una analogía técnica y visual entre el estilismo novimorfo y la estructura del arquetípico film norteamericano. Pues, como señala Jean Epstein, «esta velocidad de pensamiento que el [104] Cinema registra y mide, y que explica parcialmente la estética de sugestión y de sucesión, se encuentra en la novísima literatura. En algunos segundos el lector ha de forzar la puerta de diez metáforas.» Y agrega, sospechando el artritismo mental de muchos lectores: «Todo el mundo no puede seguirlas: las gentes de pensamiento lento se hallan tan rezagadas en literatura como en cinematografía.» Son las «gentes», en gran parte «profesionales», cuyos engranajes mentales rechinan mohosamente, obturando su espíritu a la lubrificación aceleradora del Cinema.

Acción conjunta de la nueva literatura y el Cinema contra el realismo, sentimentalismo y simbolismo

«En el Cinema –ha escrito Blaise Cendrars– percibimos que lo real no tiene ningún sentido. Que todo es ritmo, palabra, vida. Fijad el objetivo sobre una mano, un ojo, una oreja, y el drama se perfila, se engrandece sobre un fondo de misterio inesperado. Ante el acelerador la vida de las flores es shakesperiana. Todo el clasicismo se revela en el desarrollo de un bíceps ante el aminorador. Sobre la pantalla el menor esfuerzo deviene doloroso, musical, agrandándose mil veces. Adquiere un relieve que jamás había tenido.» El film nos descubre inicialmente esa nueva y lírica región de la hiperrealidad noviespacial, por como transmuta, enmascara y da una inédita proyección visual a figuras móviles y objetos de la vida cotidiana.

Uno de los motivos suscitadores de nuestra cinematofilia, es la selección de elementos e instantes de la realidad que tan sabiamente se acoplan en el conjunto argumental de los films rápidos y perfectos: [105] El Cinema recorta, ensambla y armoniza los diversos pasajes de la realidad con una precisión admirable, dejando reducida la vida a su escueta esencialidad dinámica, suprimiendo intervalos vacíos, y enlazando los episodios con broches que ajustan la tensión expectante.

Epstein denomina «estética de la sensualidad» a la salutífera ausencia de sentimentalismo que debe imperar en el Cinema, y que resalta ya en varios sectores de la nueva lírica. En el Cinema, como subraya Epstein, no es explicable, no puede existir la sentimentalidad –que aun nacida de un afectivo impulso energético siempre tiene una derivación deprimente. ¡Pues el film es al modo de una inyección vivificante en los nervios del espectador! ¡El film irradia una cantidad de vida en transformación por el ímpetu accional, de su ejemplo dinámico y la tensión eléctrica de sus personajes y temas desbordantes! Esta plenitud, fluidez y energetismo, excluye, por consiguiente, las intrusiones del sentimentalismo tópico, y su fondo, la tristeza delicuescente. ¡Todo ha de ser impulso vital, ritmo dionysíaco y energetismo jubiloso en el plano moderno del film! Pero he aquí que algunas películas americanas incurren aún en este delito de sentimentalismo –bien que éste no sea de la influencia pesimista que el latino, y sí solamente el reflejo de una modalidad ingenuista que caracteriza el alma simultáneamente aniñada y gigantesca, de Yanquilandia–, más recargado en las italianas y francesas. No obstante, en el conjunto impresional, acaba siempre sobreponiéndose, frente a concesiones enervantes, la fuerza estimulante y motriz de la velocidad, en el desarrollo que acelera nuestro ritmo cardíaco ante la expectación de lo imprevisto, y anestesia las fibras sentimentales.

«Sin simbolismo: Que los pájaros no sean palomas o [106] cuervos, sino simplemente pájaros» –apunta irónicamente Epstein–. La ausencia del simbolismo, de alegóricas complicaciones literarias y ejemplos moralistas o tendenciosos se percibe gratamente en los films que aspiran a ser puramente cinemáticos. Del mismo modo, en la nueva poesía propendemos ante todo a la reintegración lírica, separándola de los géneros narrativo y descriptivo, y dotando al poema de una corporeidad propia y vida peculiar. Cendrars –que de teorizante ha ascendido, ahora en Roma, a cineactor– en un párrafo sintético, y, tras una fulgente descripción de las maravillosas concreciones que nos ofrece la pantalla, dice: «Y esto no es ya un simbolismo abstracto y complicado, como el de la literatura precedente. Forma parte de un organismo viviente que nosotros sorprendemos, y que no había sido visto jamás. Evidencia. ¡Vida de la profundidad sensibilizada!»

Las metáforas visuales

El valor visual –sistema tipográfico de blancos y espacios– que las nuevas normas estéticas conceden al poema, por encima del valor auditivo, que antes poseía, en la era de las sonoras orquestaciones retóricas, hoy abolidas, se manifiesta paralelamente en el Cinema, donde la concatenación argumental debe hallarse subordinada a la armonía estética de los planos fotográficos.

En los films debe alcanzarse la fotogenia, el acuerdo fusional –según Delluc– del Cinema y de la fotografía, esto es, del máximo interés argumental con la calidad fotográfica más perfecta. Todos los elementos productores del film deben converger, hoy día, hacia la máxima armonía fotogénica, productora de las metáforas visuales. Porque el Cinema –dice Epstein– «crea un régimen de consciencia particular de un solo sentido: la vista». Y lo mismo que el poema moderno «es una cabalgata de imágenes que [107] encabritan», en algunos films las imágenes se precipitan aplazadas en rápidas proyecciones, que, por su multiplicidad y celeridad, dan como precipitado óptico bellas metáforas visuales. Y a medida que aumente la celeridad expresiva del film, adquirirán más relieve las metáforas y los acordes fotogénicos. Y deduce Epstein: «Antes de cinco años se escribirán poemas cinematográficos: 150 metros y 100 imágenes enhebradas sobre un hilo que seguirá la inteligencia.»

La realización de estas previdencias rasgará nuestras pupilas hasta el asombro para la visión fotogénica integral, y aumentará nuestras sacudidas jubilosas en el espasmo transfusional de la velocidad cinematográfica.

Guillermo de Torre