Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 96

La escuela peripatética entre los romanos

Así sucedió en efecto; pero los romanos se limitaron a exponer las especulaciones de la Filosofía griega y adoptar sus diferentes sistemas, sin producir ninguno que ofrezca originalidad digna de atención. Aunque casi todas las escuelas griegas tuvieron sus partidarios y representantes entre los romanos, su genio eminentemente práctico los llevó con preferencia a la doctrina de Epicuro, a la de la Academia en sus últimas manifestaciones o tendencias eclécticas, y a las máximas austeras del Pórtico.

No faltaron, sin embargo, algunos que filosofaron en sentido peripatético y concedieron la preferencia a la doctrina de Aristóteles. Plutarco enumera a M. Craso entre los peripatéticos, y Cicerón nos habla del napolitano Staseas, a quien supone partidario y maestro de la Filosofía de Aristóteles. Discípulo de este Staseas [402] fue Pupio Pisón, el cual figura en los diálogos filosóficos del orador romano como partidario y admirador de la doctrina de Aristóteles y de los peripatéticos. En uno de dichos diálogos Pupio Pisón, después de ensalzar los escritos e instituciones (scriptis institutis) de los peripatéticos, y después de afirmar que en la doctrina aristotélica se inspiraron emperadores y príncipes y hasta matemáticos, poetas, músicos y médicos (mathematici, poestae, musici, medici denique ex hac, tanquam ex omnium artium officina, profecti sunt), concluye recomendando y ensalzando el método seguido por Aristóteles y sus discípulos, los cuales en la investigación de las cosas proceden discutiendo y examinando los argumentos en pro y en contra {139}, sin adoptar por eso la marcha escéptica de los académicos.

En la época misma de Cicerón, y posteriormente, florecieron además varios filósofos peripatéticos, que merecen figurar entre los representantes greco-romanos de la escuela peripatética, en razón a que, o vivieron y enseñaron en Roma, o fueron maestros de literatos y filósofos romanos. En este concepto pertenecen a la escuela peripatética greco-romana, además de Andrónico de Rodas, que ordenó y vulgarizó entre los romanos las obras de Aristóteles y del ya citado Critolao, Nicolás de Damasco y Jenarco de Seleucia, de los [403] cuales consta que enseñaron en Roma en tiempo de Augusto: Alejandro de Egas, de quien se dice que fue maestro de Nerón; Cratipo, maestro de Quinto Cicerón; Aristocles de Messina, impugnador acérrimo del escepticismo positivista de Enesidemo; Anmonio de Alejandría, que enseñó en Atenas, donde tuvo por oyentes a varios patricios romanos, Sosigenes, y sobre todo el médico Galeno, el cual, aunque natural de Pérgamo, pasó la mayor parte de su vida y enseñó en Roma. Sus trabajos científicos y sus descubrimientos, relacionados con gran parte de las ciencias físicas y naturales, aparecen inspirados en la doctrina de Aristóteles, siendo de notar también que se le atribuye la invención de la cuarta figura del silogismo.

A causa de su contacto y de sus relaciones doctrinales, científicas y pedagógicas con los romanos, pudieran también enumerarse entre los representantes del peripateticismo romano, Menefilo, Adrasto, Temistio, Alejandro de Afrodisia y otros varios comentadores de los escritos de Aristóteles que florecieron en Atenas y Alejandría y otras ciudades del Oriente y de la Grecia, cuando la dominación romana se extendía ya por aquellas regiones.

El último, o sea Alejandro de Afrodisia, es acaso el más notable de aquella época, y no sin razón fue apellidado por antonomasia el Comentador. Sus comentarios a los escritos de Aristóteles, y principalmente los que versan sobre los libros metafísicos, se distinguen por la nitidez o claridad de exposición y por cierta originalidad relativa, y en este último concepto puede decirse que sirvieron de norma a los escolásticos para sus comentarios, ora sobre las obras de Aristóteles, ora sobre [404] las de Pedro Lombardo, ora sobre las de Santo Tomás.

La cuestión de los universales, en que tanto se ocuparon los escolásticos, fue tratada por Alejandro de Afrodisia con bastante detenimiento; pues, no sólo explica la noción general del universal {140} y su concepto propio, sino que trata además de cada uno de los cinco modos de universalidad. Las doctrinas del comentador de Afrodisia sobre este punto ejercieron acaso tanta influencia en las disputas posteriores sobre los universales, como el Isagoje de Porfirio.

Supónese generalmente que Alejandro de Afrodisia comunicó cierta tendencia materialista a la psicología de Aristóteles, enseñando que el alma humana debe considerarse como forma meramente informante del cuerpo, y no como forma subsistente, como verdadera substancia intelectual. Cierto es que no faltan pasajes que se prestan a este sentido materialista, sentido que, andando el tiempo, sirvió de punto de partida para la famosa teoría averroísta de la unidad del alma humana; pero tampoco faltan textos que parecen excluir y negar esta interpretación psicológica materialista, toda vez que apellida substancia a nuesro entendimiento, [405] atribuyéndole su esencia propia intelectual; busca la razón suficiente de la diferencia entre el entendimiento humano y el divino, en cuanto al modo de entender, en que el primero entraña cierto grado de potencialidad, mientras que el segundo es actualidad pura, razón por la cual la intelección en Dios se verifica sin esfuerzo alguno, lo cual no puede verificarse en el hombre, cuyo entendimiento entraña cierta potencialidad {141}, la cual no le permite entender de una manera permanente y sin trabajo alguno.


{139} «Qua ex cognitione facilior facta est in investigatio rerum occultissimarum, disserendique ab iisdem non dialectice solum, sed etiam oratiore praecepta sunt tradita; ab Aristoteleque principe de singulis rebus in utramque partem dicendi exercitatio est instituta, ut non contra omnia semper, sicut Arcesilas, diceret, et tamen ut in omnibus rebus, quidquid ex utraque parte dici posset, expromeret.» De Finib. bon. et mal., lib. V, cap. IV.

{140} «Universale enim appellatum de omni significat, nam quod de omni dicitur, totum quoddam esse videtur. Totum igitur ad hunc modum dictum atque universale, idcirco dicitur universale et totum quoniam in se multa continet, deque his singulis univoce praedicatur, et omnia unum sut secundum praedicatum, et ipsorum quodque hoc est quod praedicatum, propterea quod omnia pariter communis et se complectentis rationem admittant. Nam illud… significat ea (universalia) unitatem haber non continuitate, sed quia eorum quodque eamdem rationem admittit; equus enim, homo, canis et bos, omnes unum sunt, quoniam eorum quisque animal est.» Comment. in 12 Arist. libros de prima Phil. Joan. Gen. Sepulveda interp. edic. 1536, lib. V, pag. 212.

{141} «Sic in Intellectu primo sese res habeat oportet, nec ei cum labore intellectio perpetua contingat, siquidem intellectus est et intellectio. Caeterum quidnam esse causae putemus, cur cum intellectus nostri substantia in eo sita sit quod sit intellectus, huic tamen laboriosum est continenter intelligere? An intellectus noster non est actu intellectus, neque actus, ut ille, sed potestae? Primum igitur, si non est intellectus sed potentia, continuatio intellectionis laborem ipsi suppetet.» Comment. cit., lib. XII, pag. 396.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 401-405