La Gaceta Literaria
Madrid, 1º de enero de 1929
 
año III, número 49
página segunda

Itinerarios jóvenes de España

Rafael Alberti
 

Me acuerdo que nací el 16 de Diciembre de 1903, en el Puerto de Santa María (Cádiz).

Mis abuelos, italianos. Mis abuelas, andaluzas. Pero yo soy noruego: por intuición y por simpatía personal a Gustavo Adolfo Bécquer.

Mi infancia: romper a pedradas todos los faroles del Puerto. Con una caña, los mejores jardines. Con una red, cazar en el mes de Septiembre los verderones del Coto. Luego, uno a uno, matarlos contra una piedra.

Rafael Alberti
 
Rafael Alberti

Hice hasta el tercer año del Bachillerato en el Colegio de San Luis Gonzaga, de la Compañía de Jesús, donde veinte años antes estudiaron las primeras letras Fernando Villalón, Juan Ramón Jiménez y D. Pedro Muñoz Seca.

En 1914, época de la Geometría y los castigos, yo quería ser torero. Con un pillete, apodado «La Negrita», saltaba los vallados para torear los becerros y las vacas. El embarazo de una y la provocación de un mal parto, por culpa de nuestras largas y verónicas, pusieron fin a mi vocación taurina. La clase entera de Historia de España, presenció la triste caída de mi coleta. Actuó de verdugo el padre Zamarripa, y de tijeras, un mohoso cortaplumas de anuncio. Quisieron expulsarme del colegio.

En 1917 vine a Madrid para ser pintor. (Dejé el Bachillerato porque no supe decir a D. Mario Méndez Bejarano que la emoción de la colectividad da lugar al epinicio.) Perdí dos años en el Casón, pintando bigotes a las estatuas de escayola. En 1923, en el saloncillo bajo del Ateneo, expuse una colección de dibujos y pinturas. Cubismo ingenuo, decorativo, malísimo. Vendí un cuadro en 300 pesetas. Hacia fines de ese mismo año, comencé a escribir en serio. El Romancero General, el Cancionero de Barbieri y, sobre todo, Gil Vicente, fueron mis primeros guías. Nadie se había fijado en Gil Vicente. Dámaso Alonso, Mr. Trend, Pepe Bergamín y yo lo descubrimos. Nada, o muy poco, tiene que ver mi poesía primera con el pueblo. Y menos con el costumbrismo o pintoresquismo andaluz de última hora. Más con la tradición erudita.

En 1924 escribí mi primer libro: Marinero en tierra (Biblioteca Nueva), publicado al año siguiente, con una carta de Juan Ramón y tres ilustraciones musicales de tres jóvenes compositores.

Luego, de 1923 a 1926, La amante (Litoral) y El alba del Alhelí (Biblioteca para amigos, de J. M.ª Cossío), aún no publicado. Estos tres libros cierran el período inicial de mi poesía.

Del 26 al 27, años dedicados a Góngora, Pasión y forma (título provisional), que editará muy pronto la «Revista de Occidente». De esta época arrancan algunas lamentabilísimas confusiones, mantenidas por unos cuantos consabidos barberos, dependientes de ultramarinos, sacristanes fracasados, oficinistas; por gente todavía cafetera, de ojos y cuello sucios, de espíritu y pantalones desflecados; en una palabra: por deportistas. Algunos ejemplos: hablar de neoclasicismo, por el solo hecho de escribir en décimas, sonetos o tercetos. Oponer a lo que es, ha sido y será siempre una forma pura, una pura disciplina, el neomodernismo costumbrista o pazguatismo boquiabierto del cine, el taxi de 0,40, el automóvil (ajeno), el carburador, el tornillo, el ozono y el mallot alquilado para bañarse en el Niágara (Paseo de San Vicente, número 25), y otras muchas confusiones, que se aclararán a su debido tiempo.

Aviso. Se advierte a los cineastas, mecánicos, hojalateros y conductores frustrados de simones y avionetas, que Pasión y Forma, a pesar del tranvía y el aeroplano, la policlínica y el telegrama, Góngora, Ana Bolena y el albañil, el romance, el soneto, la silva y el verso libre, no es un libro vanguardista.

1927-1928. Sobre los Ángeles (Editorial Ibero- Americana. Se publicará en breve). He rasgado mis vestiduras poéticas (porque las tuve). Cubrí mi cabeza con ceniza. Me estoy quemando vivo. Saco un pañuelo rojo –trompeta final–. Y del chiquerón salen Bosco, Brueghel (viejo y joven), Bouuts, Swendenborg, W. Blake, Baudelaire y el águila del apóstol. Atufadme de braseros y rodeadme de infiernillos azules, porque estoy de muy mal humor. (Sobre la importancia de este libro, consúltese a Pedro Salinas, Jorge Guillén, Antonio Marichalar, Dámaso Alonso, Juan Chabás y José Bergamín.)

Obras en preparación.— Sobre los Ángeles (Segunda parte. «El Paraíso».) La Pájara Pinta (1926), guirigay, con música de Oscar Esplá. Poemas en Prosa y Electra Electrocutada, con Bergamín, Esplá y Benjamín Palencia, para estrenarse durante la Exposición de Barcelona.

El «maestro» Salinas, chófer.— En su Fiat A-4.014, Pedro Salinas, todas las mañanas busca, ansioso, la muerte, acompañado de insultos, amenazas, miradas iracundas de guardias y peatones, por entre los carros de la basura, que por Santa Engracia o Fuencarral van hacia Cuatro Caminos. Yo nunca olvidaré, tras un horrible estrépito y una lluvia puntiaguda de cristales, el encuentro imprevisto de una cabeza de mulo, a mi izquierda, sobre el terciopelo pajizo del asiento.

Amistades literarias: Joaquín Rodríguez (a) Cagoncho, Samitier, Rodolfo Halffter y Michelín.

Desde 1917, vivo en Madrid, Lagasca, 101.

Rafael Alberti

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Apunte sobre un ala

Los ángeles de Alberti vuelan con trimotor, con envergadura metálica y sin plumas.

Tienen de celeste-altimétricamente: 3.242 metros sobre el nivel de nuestras playas. Rozando, por tanto, con sus alas, el aire más alto y azul de Andalucía.

Record de elevación en la atmósfera nacional. Donde, después de la hazaña de Montgolfier, sólo el vanguardismo ultraísta ensayó las primeras revoluciones helicoidales.

Alberti procede directamente de estas revoluciones. E indirectamente de Bécquer y Juan Ramón, del nordismo andaluz, de la j noruega de Palos de Moguer.

(Jota y ultraísmo, de donde procedería también Lorca, si la sangre pura y sin mezclas de Lorca no le diese casta aparte, principado.)

El ultraísmo aprovisionó a Alberti de jersey blanco, de pantalones anchos, de máquina en el verso, de amor por Charlot, de poemas asonantes, polirrítmicos, de sentido de la piscina y de entusiasmos por irregulares: vagabundos, golfantes, toreros, deportistas y hacendados, que le portan en automóvil de vez en cuando, como portaban los caballos de los magnates mediévicos a los juglares y divos electos. De corte en corte. De dama en dama. Alberti: poeta cortés, cortesano. Por tanto: pícaro. Hubiera desempeñado mil oficios: barbero, clérigo, oficinista chauffeur... Pero fracasado por genial vagancia, se fijó sobre el Verso, como halcón sobre su presa.

De Andalucía sacó el escandinavismo romántico de Bécquer y el lunatismo de Juan Ramón. (Alberti le ha dolido el pecho y le crecieron sobre el corazón violetas.) Pero también sacó el surismo espléndido –y todavía no exaltado como merece– de litoral: la sensibilidad por la norma, por la disciplina, por la señorialidad eterna de la esencia poética, sensibilidad exacta de la mejor Andalucía, de la Andalucía atemporal e inespaciada. Los ángeles de Alberti vuelan con trimotor. Con ala universa y capaz de atravesar todos los cielos mundiales. Vertical suprema: pero no tan alta que impida ver –desde las playas– los círculos concéntricos y nacionales de procedencia, el signo del hangar. El pim-pam-púm y alegre aleluya humana inherentes a todo ángel metálico.

E. Giménez Caballero

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