Filosofía en español 
Filosofía en español


Entre el cerco y el circo: el Círculo de Valencia

(Departamento de Lógica y Teoría de la Ciencia de Valencia)

En algún momento, el Departamento de Lógica de la Universidad de Valencia ha constituido una gran esperanza filosófica: algo así como el cauce de ordenada concurrencia de novedosos saberes. Lo nutrido de sus profesores y de sus ex profesores o la decepción de los alumnos no invitados a entrar en él evidencian, a efectos locales, ese gran momento. Varios Simposios, 16 números de la revista “Teorema” jalonan una epifanía peninsular en la que llega a hablarse de “el Círculo de Valencia”. La ubicación cronológica de ese gran momento es incierta: cuando el Departamento empieza a ser conocido más allá del campus valenciano ya es notoria la decepción, o cuanto menos la alarma, de muchos de sus componentes, buena parte de los cuales acabarán siendo expulsados. La crisis de su hábil fórmula de supermercado o botica de pueblo donde puede encontrarse desde un alfiler analítico hasta un elefante dialéctico es ya irremediable cuando los actos del III Simposio se celebran en olor de multitudes.

Los testimonios obtenidos de varios estudiosos que se acercaron, entraron, salieron, fueron expulsados o permanecen en torno a Manuel Garrido y su Departamento arrojan referencias entrañables, pero no siempre concordantes en las fechas, respecto a cuando las clases del maestro ya despertaban interés y aún no habían protestado los estudiantes por su deterioro y cuando ya era un experto en bibliografía y aún no la escatimaba a sus colaboradores. En algún momento parecía incidir en la coyuntura político-académica más bien que ser incidido por ella, provocándole los avatares de esta última sorprendentes mutaciones de estrategia. Hay una Edad de Oro del Departamento de Lógica. ¿Cuándo? No coincide, por otra parte, con la Edad de Oro de M. Garrido. Pero lo que importa más es entender los mecanismos de posibilidad de fenómeno tan ambivalente.

Aproximarnos al significado del Departamento de Lógica nos lleva necesariamente a un complejo juego entro lo general y lo particular. Porque lo específico de este Departamento, y sobre todo de su creador y director Manuel Garrido, tiene precisamente el mérito de potenciar o subrayar lo general. Si es imposible explicar el auge y la crisis [238] del Departamento que nos ocupa sin hacer referencia a una persona concreta es porque la estructura de la enseñanza universitaria se organiza en torno a la figura personal del catedrático. A su vez, los vigorosos trazos de la personalidad de Manuel Garrido parecen haber potenciado hasta límites insólitos ciertas prácticas arquetípicas de la Universidad española: las relaciones de recelo y dominación o la alternancia entre la torre de marfil y la carpa circense como formas de inserción en el medio social.

Las condiciones de posibilidad del fenómeno Garrido

La primera condición de posibilidad es precisamente esa estructura de la Universidad española basada en la persona del catedrático. En la Universidad se estudia el programa de don X..., se es adjunto de don X..., se trabaja con don X..., se depende de don X... En tanto no se vulneren claramente los límites ideológicos de la clase dominante –habitualmente ya interiorizados durante el proceso de acceso a la cátedra– cualquier actuación docente es posible, incluyendo la ausencia de la misma. Cualquier relación con los estudiantes o con los PNN es permisible. Poseedor de un rol polivalente y determinador de los roles del prójimo, el catedrático puede desvivirse por sus colaboradores tratando de proporcionarles ciencia y sustento o enviarlos a comprar tabaco (con tres modalidades: a] el dinero lo pone el catedrático; b] el adjunto se puede quedar la vuelta; c] el adjunto debe pagarle el tabaco en compensación a tantas enseñanzas recibidas); entre ambos extremos, existe siempre la posibilidad de que los incidentes domésticos o la lectura del horóscopo determinen programas, ascensos, descensos o número de aprobados. Puede decirse en homenaje al Cuerpo que pocos catedráticos hacen un uso extremado de sus prerrogativas. Pero porque no quieren, no porque no puedan.

La segunda condición de posibilidad la da la coyuntura universitaria en los primeros años de estancia en Valencia de Manuel Garrido. Esta coyuntura haría posible, primero, una discreta expectativa favorable ante sus primeros pasos, que se transformaría en positivo interés de los estudiantes y graduados cuando dos años después de llegar empezó a explicar lógica matemática. ¿Cuál era esta coyuntura?

Habían empezado a alejarse los tiempos de una filosofía escolástica en su contenido, oficialista en sus connotaciones políticas e incluso “amateur” en sus docentes. Aún podían los estudiantes oír en clase exaltaciones de la familia numerosa o glosas retóricas, pero iban ya introduciéndose otros contenidos y anunciándose otras posturas. No todo el profesorado era igualmente competente y de hecho algún que otro docente abandonaría después la Universidad o alcanzaría cátedras distintas a la materia que entonces explicaban. El cambio, sin embargo, era real: José Luis Pinillos explicaba una psicología científica; Carlos París presentaba a Bachelard y las corrientes francesas de filosofía de la ciencia, pero además introducía la lógica matemática. Las clases de García Borrón y Fernando Montero ofrecían con gran dignidad una historia de la filosofía que no empezaba con Aristóteles y acababa con Santo Tomás.

Se producía ya el giro del alumnado. Desde 1962, Derecho y Filosofía y Letras (donde, además, hay una excelente sección de Historias) inician el proceso de ruptura con el SEU, que desembocaría cuatro años más tarde en la constitución del Sindicato Democrático “Diáleg”, “Batas Blancas”, “Concret”, “La Caña Gris”, las “Rutes Universitáries”, los “Coloquios del Grupo 41”, etcétera, testimonian esfuerzos culturales importantes del movimiento estudiantil. La filosofía escolástica carece ya de toda credibilidad. Alentada por el despertar de inquietudes sociales y predocumentada por los profesores aludidos, existe ya una demanda de “nuevas filosofías”. Se confía en los catedráticos: Aranguren, Tierno, Aguilar, Montero Díaz y García Calvo van a permitir tales esperanzas. [239]

En este clima aparece en Valencia Manuel Garrido, que acaba de resolver al “establishment” el enojoso problema de no dar la cátedra a Manuel Sacristán. Tras unas primeras actuaciones correctas y discretas (explica Husserl y Hegel y Heidegger) empieza a mostrar una decidida voluntad de cambio (o de recambio) en cuanto al tipo de filosofía a desarrollar. ¿Captación del ambiente? ¿Mala conciencia por su escasamente triunfal acceso a la cátedra? ¿Iluminación en el camino de Damasco? No importa cual haya sido el motor particular de este impulso. Lo cierto es que los estudiantes dispensan a Manuel Garrido una acogida favorable. A través de él parecen abrirse nuevos caminos filosóficos correlacionados con actitudes progresistas y, desde el primer instante, Garrido alienta en cualquier situación, tanto pública como privada, esa creencia.

El Departamento o el nacimiento de la primavera

Pero, ¿cuántos caminos había que fuesen nuevos en aquel momento? Lo que excluía la filosofía oficial era prácticamente toda la filosofía actual. Sentirse extraoficial en filosofía en España era y es tan sencillo como respirar. Y para toda la legión de estudiantes presuntamente extraoficiales, Garrido se les aparecía como el único faro y puerto. La marcha de París, Pinillos y García Borrón, y, con regreso posterior, de Montero, facilitará esa identificación. Y así lo parece. Garrido abre el Departamento (si bien su formalización académica con el nombre de Departamento de Lógica y Teoría de la Ciencia es bastante reciente, Garrido siempre ha utilizado tal denominación e igualmente sus resonancias de cuerpo orgánico han estado presentes en sus miembros al menos hasta el momento de la ruptura) de Lógica a todas las tendencias “progresistas” por lo nuevas. Y así, todo lo que no cae en los otros Departamentos (éste ha sido el caso de muchas historias personales) va a parar al de Garrido. Marxismo, Hegel, Lógica, Analítica, Computación, Estética, Teoría Crítica, &c., por decantación todo va a tener cabida en una insólita amalgama en el insólito Departamento. Pero es más, va a ser esa contigüidad (que no síntesis: nunca la hubo) de elementos extraños, marginales en el espectro de la Facultad de Filosofía, la que va a constituir el carácter del Departamento de puertas afuera. La marginalidad de sus miembros producirá una ilusión óptica de unidad en aquellos que se acerquen desde fuera.

Ahora bien, esta marginalidad de miembros y disciplinas teóricas no va a poderse resolver en un trabajo fructífero, porque, a pesar de todas las piruetas programacionales y declarativas –que habrían bastantes–, Garrido y su Departamento van a caer continuamente en todas las contradicciones académicas, contradicciones que al incidir en un Departamento de tales características van a reflejarse con una nitidez meridiana.

Por de pronto, Garrido se forjará una idea sintomática de estas contradicciones: la del Departamento asediado. La marginalidad del Departamento, que desde fuera es vista como unidad, desde dentro se la ve como asedio. El rechazo de su persona en medios progresistas (Garrido es el no-Sacristán) será proyectado por él al Departamento, sospechoso al mismo tiempo para la derecha.

El Departamento no podrá hacer muchas cosas que hacen otros, o las tendrá que camuflar porque sobre él pende continuamente una espada de Damocles desde varios niveles: desde dentro de la Sección de Filosofía, desde dentro de la Facultad (Garrido, madrileño de Granada, recela, según se dice, de la sección de Historias, donde catedráticos catalanes realizan una interesante labor científica bien articulada con el proceso de concienciación valenciana que atraviesa la Universidad), en los órganos rectores de la Universidad y desde el Ministerio. Esta idea de asedio se revelará prodigiosamente útil para justificar cualquier decisión. Lo que pudiera parecer arbitrariedad podrá [240] ser presentado con esta cobertura como reacción cibernética de supervivencia. Sin tener en cuenta esta idea que preside la actuación explícita de Garrido, no es posible explicar –y luego veremos varios ejemplos– los tremendos bandazos del Departamento.

Marginados, pero no iguales

Por otro lado, el que los miembros que entran en el Departamento sean marginales con respecto al “stablishment” filosófico, no quiere, decir que tengan una posición de “igualdad marginal” dentro del Departamento. Para eso, después de todo, se estaba en la Universidad española: la marginalidad de casi todas las filosofías no excluye su diferente grado de peligrosidad social, pero también de popularidad entre el movimiento estudiantil. Dentro del Departamento hay ciertos “topoi” naturales reservados a miembros de ciertas disciplinas, y los demás miembros serán como electrones que van saltando de órbita en órbita hasta saltar del Departamento. Según la clase de “asedio” que sufra en un momento dado el Departamento, puede un miembro pasar del primerísimo plano al gran plano general e incluso ver borrada su imagen mediante hábil fundido del señor director.

Sobre tales bases de oportunismo como método, Garrido no podía lograr jamás no ya la síntesis, sino ni siquiera el diálogo y el trabajo en común de los individuos de diversas orientaciones, cuya incorporación al Departamento había venido fomentando. Pero, además, Garrido institucionalizó llevándolo al límite lo que en el mundo académico se da por sobreentendido: la conflictividad entre los individuos tras la consecución de cargos académicos. Eventualmente temeroso de que los siervos se transformasen en cooperativa, Garrido recurrió continuamente a la técnica de la información fraccionada, presentándoles el Departamento como una selva y sus gotas de información confidencial como un seguro talismán.

Se trataba del asedio a nivel individual. Este sistema, en el que el lector encontrará poderosas resonancias de la sociedad capitalista, se vino totalmente abajo en el momento de la ruptura, que analizaremos más tarde. En general, la amistad entre los miembros del Departamento amortiguó el efecto de la competitividad y el cotejo de las informaciones parciales parece haberles proporcionado algunos ratos de modesto esparcimiento.

Cierto marxismo vulgar ha pretendido que existen correlaciones inmediatas entre niveles prácticos e ideológicos en general, o más concretamente entre política y filosofía. Si existe alguien sobre quien se pueda hacer a dos columnas tales equivalencias, ese es Manuel Garrido.

Su aparición en Valencia coincide, como ya hemos dicho, con las luchas contra el SEU y por el Sindicato Democrático. Pues bien, Garrido intenta que el alumnado asocie progresismo político y ciertas tendencias filosóficas (que imparte el Departamento, por supuesto).

Más adelante se observa una creciente intervención de Garrido (más o menos abierta, según los casos) al ritmo o en los momentos de auge de las luchas estudiantiles. Igualmente ocurre cuando son los PNN los que se movilizan. En determinado momento, Garrido parece querer capitalizar este movimiento, siempre en provecho propio (de su prestigio, sobre todo). Se presenta como el “marginado”, el “asediado”, precisamente por causa del “progresismo” de su Departamento. Pero en este punto sus contradicciones se hacen todavía más evidentes. Si en los momentos culminantes llega a negarse a hacer un examen y da aprobado general como protesta por la presencia de la Policía (y porque los PNN parece que van a adoptar esa postura), basta, sin embargo, un cambio de ministros o un discurso de Carrero Blanco (que en paz descanse) para que opte porque el Departamento se convierta en Departamento Técnico (o sea, que haga Lógica, Astrología, lo que sea menos aquello que, según él, pueda tener connotaciones políticas), con el cambio [241] consiguiente de “reparto” dentro del Departamento.

Por otra parte, sus relaciones con el alumnado van a seguir esta misma tónica. Pretenderá imponer siempre al alumnado (temido alumnado, porque con un plante puede echar abajo su prestigio) su correlación de: lógica matemática + teoría de la ciencia + analítica = (en España) progresismo político. Y en caso de fricciones con este alumnado presenta la amalgama de tendencias dentro de su Departamento como muestra de “apertura”, exhibiendo en especial su acogida a los “dialécticos”.

Mitos acerca del Departamento

Garrido ha cultivado una serie de mitos acerca del Departamento que han tenido una vigencia a nivel de Facultad de Filosofía de Valencia y también, como hemos podido comprobar en algunas publicaciones y comentarios, fuera de Valencia.

Analíticos y dialécticos: el único esquema para ordenar la amalgama de los miembros de su Departamento ha sido el de analíticos y dialécticos. Es posible que los que se dedicasen a lógica y analítica aceptasen tal denominación, pero lo de “dialécticos” es un eufemismo de Garrido. El quedar encuadrados bajo una de estas etiquetas suponía ciertas presunciones, como, por ejemplo: los dialécticos a nivel individual son políticos o hacen política; los analíticos, no. Los analíticos suelen ser más competentes y a ellos les pertenecen los puestos clave del Departamento. Los dialécticos son una concesión al alumnado para satisfacer sus ansias de una filosofía más comprometida y, por tanto, son algo así como “miembros volantes” del Departamento.

Competencia y popularidad: sobre la base de la distinción anterior juegan a su vez otros criterios que serán usados según el momento conveniente. Este es el caso de los criterios de competencia teórica y popularidad en el alumnado. Unas veces para dar el puesto a alguien se arguye la tesis de su competencia teórica, otra el de su popularidad. Normalmente, como los analíticos están encuadrados ya en el de competencia, es a los dialécticos a quienes afectan los de popularidad.

El Departamento aristocrático: este concepto ha tenido durante largos años gran vigencia entre el alumnado de la Facultad de Filosofía de Valencia. Garrido selecciona mucho a sus posibles miembros y les ha exigido, al menos en algún período, ser los mejores de su promoción no sólo en sus materias, sino en todas, incluso en aquellas, como Metafísica, más despreciadas dentro del Departamento. Esta selección implica a su vez un aprendizaje de los mitos y procedimientos dentro del Departamento. De este modo, el Departamento adquiere para la mayoría del alumnado el aspecto de ser un coto cerrado de “cerebros” y, por ampliación, su jefe parece ser el forjador de tales “cerebros” y él mismo el “supercerebro”. Este ha sido un mito bastante arraigado. Gran parte de su prestigio, Garrido lo ha obtenido a través de los miembros del Departamento. Miembros, que no colaboradores. De ahí la sorpresa que a ellos mismos les ha producido verse calificados con el prestigiante, eufórico y apacible nombre de “Círculo de Valencia”. Asociación de damnificados o Peña, según se contemplen los resultados o la amistad que a los más ha venido uniendo, serían sin duda términos más adecuados para referirse a muchos de sus miembros y ex miembros.

La ruptura

Las contradicciones del Departamento, latentes durante las fases de euforia, van a estallar en los primeros meses de 1973 ante la visible impotencia de la participación de los PNN en las reuniones del mismo, de las que siempre se escamotean las decisiones importantes.

La supuesta conciliación entre un programa académico de renovación filosófica y los propios sustentadores del programa que ponían en cuestión la estructura autoritaria y personalista de la Universidad, mostró claramente su precariedad. [242] La situación interna del Departamento venía ya deteriorándose desde hacía algún tiempo. Los últimos “bandazos” de Garrido habían dejado de contar con numerosos miembros del Departamento. Los últimos hechos –autocracia cada vez mayor en Teorema, cambiazo “técnico” por los últimos aires ministeriales del “Oeste” (según el propio Garrido), &c.– llevan a la necesidad de que se plantee definitivamente una organización del Departamento tal que no quede expuesto a los efectos imprevisibles de los avatares políticos y académicos interpretados por el personalísimo tamiz del jefe. Los miembros reclaman una organización democrática.

Se decide colectivamente, con las excepciones de rigor, adoptar una serie de medidas que se consideran posibilitadoras de un funcionamiento mínimamente racional del Departamento: Se proyectan Seminarios en común al margen de Garrido, se intenta forzar que las decisiones importantes no escapen a las reuniones de Departamento, se acuerda negarse a realizar ciertas actividades burocráticas que vienen siendo adjudicadas más como punición o domesticación que por razones de división del trabajo. No se acepta a Garrido como fuente de información y se intenta redefinir una línea más coherente para Teorema.

Ante la situación Garrido pone en funcionamiento los más variados mecanismos que su posición de catedrático le brinda. Por de pronto, no aparece por la Facultad. Los anales de la centralita de la Facultad registran su insólito esfuerzo de dirigir el Departamento por teléfono. Más tarde, viendo que la situación no se calma, optará por el turismo. En efecto, a la tensión interior se une un plante de los alumnos de quinto de Filosofía, a quienes sus explicaciones de veinte minutos distan mucho de entusiasmar. Este es el momento que despierta al parecer en Garrido un ansia irrefrenable por conocer la marcha de la Filosofía anglosajona y se larga a Inglaterra, de donde no vuelve hasta que el curso camina hacia su fin. Como broche de oro del ejercicio, Garrido completa y amplía la depuración, comenzada el curso anterior con un destacado y antiguo miembro del Departamento, lanzando a la intemperie, lejos del otrora cálido hogar pluralista del Departamento, a tres o cuatro miembros más del mismo, entre los que –oh, coincidencia– predominan las preocupaciones dialécticas.

La torre de marfil al alcance de todas las fortunas

Una de las más vistosas plataformas sobre las que se ha asentado el prestigio del Departamento han sido los simposios. “De popularizar la Lógica a la reserva del derecho de admisión”, así podría describirse el ciclo que inician unos primeros simposios de carácter técnico y modesta repercusión, lo prosigue el multitudinario tercer simposio y lo cierran nuevos simposios por estricta invitación, realizados en vacaciones, a modo de “underground” respetabilísímo. La llegada de los primeros filósofos alemanes, el establecimiento de contactos internacionales (más arropados por la degustación de la paella que por el intercambio de información científica) mostraron el lado positivo de un planteamiento estratégico que se iba a mostrar contradictorio. La necesidad imperiosa de acumulación acelerada del saber, de actualización a toda máquina que ha presidido la renovación de la Filosofía universitaria española, justificaba sobradamente estos contactos, aunque limitaba la profundidad de estas conexiones culturales. De haberse contemplado con menor triunfalismo, se habría apreciado, sin embargo, la enorme superficialidad de tales contactos y su mayor carácter de notas de sociedad académicas, de superación personal de un aislamiento haciendo amistades. “El otro día comiendo con Hassenjaeger...” tendía a ser un fin en sí mismo, más que el inicio de un contacto entre mundos muy distintos.

Esta misma dinámica, este conjunto de necesidades que la práctica del farol académico impone, conducía al momento de la presentación oficial por estas [243] tierras de la “nueva filosofía española”. Se trataba de] tercer simposio convocado con el título “Ciencia y Filosofía en España 1960-1970”. Y, sorprendentemente, lo que se había incubado en laboratorios más o menos aparentemente estéticos, se mostró pleno de vitalidad. Tanto, que más de mil asistentes aguantaron diez horas diarias en una sala donde mal cabían trescientos, en medio de un clima de apasionamiento como tal vez no se recuerde en el contexto de un presunto acto académico. Tanto, que a través de la filosofía, afloraron de mil maneras las gruesas contradicciones que recorrían el tejido social. Tanto, que el alegre desenfado yanqui-académico del profesor Rodríguez Delgado y sus encantadores experimentos sobre la agresividad de los monos, excitaron la del público, bastante sensibilizado hacia las implicaciones políticas de éstas y otras actividades científicas. Tanto, que el expediente abierto contra un catedrático vasco, acusado de cientifismo, se convirtió en un tema más de la nueva filosofía. La torre de marfil se transformaba cuanto menos en bloque de viviendas bonificables. La “nueva filosofía” era mil y pico de asombrados y entusiastas participantes en el acto que aplaudieron la declaración de solidaridad con el catedrático represaliado. El organizador del acto, Manuel Garrido, debió verse a sí mismo como aprendiz de brujo y, en consecuencia, la resolución de solidaridad, como recordaba no hace mucho el profesor Muguerza en las páginas de Triunfo, nunca vio la luz.

Demasiado para mí, debió decirse Manuel Garrido. El siguiente simposio volvió a los esquemas iniciales: poco público, deliberada “tecnicidad”, la paella estricta. Pero el encanto se había roto. Si el Departamento optaba por regresar a la torre de marfil, muchos ya sabían que la “nueva filosofía” no era eso, que no pasaba por el fraccionamiento de los cotos cerrados y que una vez más la estructura de la Universidad española, su dinámica del medro personal, su dependencia de la bondad o genialidad del catedrático, se avenían muy mal con ella.

Teorema: del pluralismo al escolasticismo

La revista Teorema ha sido, sin duda, la más ambiciosa empresa del Departamento. También la más pública. Y, por consiguiente, la más objetivable.

En el primer número (año 1971) apareció una declaración de principios que aún se mantiene. Su párrafo más descollante insiste en la apertura a toda filosofía no anclada en el pasado. “El punto de vista de TEOREMA –se lee– no es dogmático, ni ideológico, sino crítico.”

A continuación, cual menú de restaurante internacional a la española, el número 1 anunciaba que la publicación prestaría una atención preferente a las siguientes áreas:

— La lógica matemática.
— La filosofía de la ciencia.
— La teoría del conocimiento.
— La filosofía del lenguaje.
— La cibernética.
— El análisis.
— La dialéctica.
— La fenomenología.
— El estructuralismo.
— La antropología.
— La sociología.

En el número 5 –un año más tarde– la enumeración era más breve:

— Lógica matemática.
— Filosofía de la ciencia.
— Cibernética.
— Análisis.
— Filosofía del lenguaje.
— Dialéctica.

En la actualidad, el texto del menú continúa invariable (ver número IV/4). Sin embargo, cualquier lector mínimamente asiduo habrá podido comprobar que –desde hace quince meses– ya no hay guisos dialécticos en la cocina de Teorema. [244]

Consideramos ahora algunos otros datos significativos. En primer lugar, la lista de los especialistas incorporados al Consejo Editorial de Teorema en fechas posteriores a la fundacional nos indica la diplomacia o política internacional del Departamento:

— R. Bosch, Universidad de Nueva York.
— M. Bunge, McGill University, Montreal.
— P. Cerezo, Universidad de Granada.
— A. Diemer, Universidad de Düsseldorf.
— J. Ferrater Mora, Bryn Mawr College.
— J. D. García Bacca, Universidad de Caracas.
— J. Hierro, Universidad Autónoma de Madrid.
— J. de Lorenzo, Valladolid.
— A. de Miguel, Universidad Autónoma de Barcelona (?).
— F. Montero, Universidad de Valencia.
— C. Moya, Universidad Autónoma de Bilbao.
— D. F., Pears, Universidad de Oxford.
— W. V. Quine, Universidad de Harvard.
— M. Sánchez-Mazas, Universidad de Neuchâtel.
— H. Stachowiak, Universidad Libre de Berlín.
— P. F. Strawson, Universidad de Oxford.

Repasemos la lista de autores extranjeros que han sido traducidos o han enviado originales a Teorema: Bunge, Henrichs, Hao Wang, Quine, Therborn, Thiel, Moisil, Strawson, Chomsky, Putnam, Goodman, Rednitzky, Asenjo, Stegmüller, Weiss, Kainz, McGovern, Newell, Simon, Feyerabend, Rödding, Stachowiak, Rescher, Bar-Hillel.

Correlacionados entre sí, estos datos suscitan algunas interesantes hipótesis.

1) Si se mapea los nombres recogidos en la lista B sobre los platos declarados en el menú, se aprecia con claridad que la diplomacia departamental ha sido orientada a reforzar la calidad de determinados platos, no de todos. Concretamente, a la incorporación de analíticos, lógicos y filósofos de la ciencia.

2) La lista de autores muestra claramente que también la política de importación cultural ha sido selectiva, unilateralmente orientada. Y justamente en el mismo sentido que la diplomacia.

3) Formalmente (es decir, según su declaración de principios), Teorema estaba (está) abierta a analíticos y dialécticos. En la práctica, tanto la política de ampliación del Consejo como la política de traducciones (causas nada despreciables del aristocrático prestigio de la revista) han ido orientadas hacia el reforzamiento de la “rama analítica”.

4) La comparación entre la lista de intereses del número 1 y la del número 5 suscita jugosas interrogantes. En efecto, si tenemos en cuenta, por una parte, el tajo sustancial sufrido por el primitivo menú y, por otra, que la declaración de principios aperturista se ha mantenido en su integridad, cabe preguntarse si semejante intervención quirúrgica habrá querido indicar que era imposible que hubiese en el mundo (en el mundo celtíbero al menos) fenomenólogos, estructuralistas, antropólogos o sociólogos “no dogmáticos”. Si hay que juzgar por algunas declaraciones de miembros y ex miembros del Departamento, es razonable suponer que esta absurda tesis ha sido –al menos durante una época– más o menos acríticamente interiorizada.

No tiene interés discutir ahora si, en efecto, ha sido así. Pero captar este matiz tiene no pocas consecuencias a la hora de valorar el uso que se ha hecho del mito “analíticos/dialécticos”. Lo veremos más adelante.

5) El hecho de que la vigente lista de especialidades culinarias distinga cinco platos comúnmente asumidos como analíticos y una sola y genérica dialéctica no puede considerarse irrelevante. Es un síntoma de toda una orientación.

6) A la vista de la desaparición de la dialéctica en las páginas de [245] Teorema a lo largo del pasado año, cabe preguntarse qué razones habría para mantener formalmente la declaración de ser una revista al menos dual, abierta a los supuestos dos grandes frentes de la renovación filosófica.

Se ha dicho antes que la contraposición analíticos/dialécticos funcionaba como un mito. Hay que añadir que se trata de un mito ideológicamente interesado.

La sustitución de la vieja filosofía oficial por una nueva filosofía dominante en los ámbitos académicos es un proceso complejo. Para tener éxito, quienes pretendieron convertirse en portavoces de esa nueva filosofía dominante estaban obligados a definirse negativamente, críticamente, frente a la anterior. Por otra parte, lo anterior tenía fuertes conexiones con el poder político, lo cual, en ciertos aspectos, ampliaba el terreno de juego. Aquí aparecía el papel de las bodas con la dialéctica.

La dialéctica, por su propia definición de crítica global a la sociedad existente, jugaba un papel de demarcación. Su presencia convertía en razonable la tesis de la marginalidad, del asedio. Avalaba así a la filosofía analítica frente a otras filosofías académicas.

Bajo este enfoque, la operación de cirugía realizada en el número 5 aparece sometida a una nueva luz. Si la propagación del mito de que la renovación filosófica peninsular en tarea exclusiva de analíticos y dialécticos tenía éxito, entonces la analítica podría presentarse como la única escuela de la filosofía contemporánea, que al mismo tiempo que optar al papel de nueva filosofía dominante, podría adornarse del atractivo crítico necesario para tener éxito. No es, pues, inocente el mito de las “dos razones” (expresado paradigmáticamente por cierto en el número 1 de Teorema por el propio M. Garrido). Supone privilegiar, ante los ojos de las fuerzas críticas de la sociedad, una filosofía académica frente a las demás.

Naturalmente, no se sigue que haya habido conciencia de este mecanismo en la cabeza de nadie.

7) Si Teorema no ha abierto sus páginas a dialécticos extranjeros, sí –en cambio– se ha presentado como asilo de los dialécticos del interior del país. Ello le ofrecía la posibilidad de ampliar notablemente su base de lectores (o compradores). Así podía funcionar como revista orientada a un público más amplio que el de los especialistas y, al mismo tiempo, materializar una estrategia orientada exclusivamente al prestigio académico. Una vez más, el mito originario de la alianza entre la Lógica y todo lo que oliese a progresivo ha mostrado su contradictoria operatividad y su estricta dependencia de una estrategia académica personal. Insistamos en este punto: la dirección de la revista ha sido estrictamente personal, las funciones del Consejo Editor aludido han sido meramente publicitarias. Es razonable interpretar el último año de Teorema como un intento de consolidar esta estrategia, expulsando definitivamente al incómodo invitado.

8) Un respeto total merecería una publicación de Lógica, o de Filosofía Analítica, o de Filosofía de la Ciencia, o de las tres cosas juntas. Pero pretender abrirse a todo y andar cerrándose una vez se había obtenido cierta “imagen de marca” es otra cosa muy distinta. Y aun la coherencia en el terreno analítico requeriría una colaboración entre todos los miembros de la escuela filosófica afectada capaz de superar los achaques de la competencia universitaria, el recelo de unas cátedras con respecto a otras, el “que-no-se-entere-esedesgraciado-de-lo-que-estoy-haciendo”.

9) Lo que, en su inicio, fue una panacea a los ojos de muchos, puede acabar en pura farsa, en pura explotación del hambre de filosofías nuevas de un público ayuno de otras alternativas. Ello constituiría un monumento a la irracionalidad de la división académica del trabajo y a su poderosa activación por quienes, como producto de los propios mecanismos competitivos de acceso a la cátedra, llevan hasta el límite las posibilidades de parcelación, trivialización, recelo, enfrentamiento y esoterismo que alberga el sistema.

El corro de la patata