Filosofía en español 
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Las Ideas y los Hechos

Ante el XX aniversario de la muerte de Menéndez y Pelayo

Un incidente histórico

Acción Española no puede pasar en silencio la fecha del 19 de mayo, en que murió uno de sus maestros indiscutibles: D. Marcelino Menéndez y Pelayo.

En la figura del Sr. Menéndez y Pelayo, agigantada en el recuerdo de quienes vivimos las angustiosas horas presentes, se concentran los esfuerzos por comprender de todos los buenos españoles que rinden culto celoso a las nobles disciplinas del entendimiento. De su obra gigantesca, vasto océano rumoroso que encierra la más perfecta lección católica y tradicional que nunca se ha explicado sobre nuestra Patria, queremos hoy reproducir una página: la de su discurso en el Centenario de Calderón, y en un banquete que con este motivo se celebró en el Retiro, para obsequiar a los catedráticos extranjeros que habían acudido a las fiestas del Centenario.

A la hora de los brindis, comenzaron en ellos a deformar la personalidad del autor de La vida es sueño, algunos compañeros liberales y masones del maestro, imbuidos de las ideas krausistas tan en boga en aquella época, y aludido D. Marcelino para que tomase la palabra, así lo hizo, en efecto, con el consiguiente asombro y la incorrecta protesta de muchos.

Hemos de advertir que, al día siguiente, la Prensa madrileña, con la honrosa excepción de El Siglo Futuro, falseó los [507] hechos abiertamente e hizo objeto a Menéndez y Pelayo de sus iras, por haberse atrevido a cometer el delito de defender noblemente la ultrajada memoria del poeta.

Y para que el lector forme idea total del ambiente histórico en que Menéndez y Pelayo lanzó su reto al liberalismo antiespañol, creemos conveniente reproducir parte de una carta de don Juan Valera, el liberal más consecuente y más fino de su época, en que juzga, según su criterio, el ruidoso brindis. En D. Juan Valera, el liberalismo comienza a batirse en retirada, ante el empuje españolista de Menéndez y Pelayo:

«Lisboa, 27 de junio (1881)

Mi querido amigo D. Marcelino: Recibí, días ha, su carta del 20. No he contestado antes a ella porque no sé cómo me las compongo que aquí no hago nada. Dicen que el clima de esta ciudad es enervante y quiero creer lo que es, y que no es la natural decadencia y postración que traen los años lo que me tiene tan inútil y tan estéril. (…)

Confieso a usted con toda sinceridad, ya que usted mismo me habla del brindis famoso, que en un principio me chocó bastante, no por lo que usted dijo o pudo decir, sino porque me pareció inoportuno. Después he reflexionado, he visto que los otros se despotricaron en sentido contrario, y como yo soy tan amante de la Libertad, y de que cada cual se despotrique como se le antoje, casi disculpo a usted, ya que en esto no puedo aplaudirle.

Entiéndase, además, que yo, que soy muy admirador de las cosas del día, muy lleno del espíritu del siglo, poco piadoso y creyente, &c., &c., no puedo convenir en mil tonterías que hoy se proclaman ex cathedra, las cuales me atacan los nervios y contra las cuales soy capaz también de ponerme a defender la Inquisición.

El éxito entra por mucho en todo, y el éxito no siempre depende de la virtud o la habilidad de un individuo o de un pueblo, sino de un conjunto de casos, de un encadenamiento de circunstancias, trazado todo y prescrito por la Providencia o nacido todo de leyes fatales, pero que, ya sea fatal o ya sea providencial, escapa a la previsión humana, y por eso lo llamamos suerte, fortuna, destino y acaso. De aquí que se hable de la ciega fortuna. La fortuna existe, sólo que no es ciega: somos ciegos los hombres, que no vemos la razón de los sucesos, ni atinamos a preverlos.

Ahora bien; yo digo que si la fortuna hubiera hecho que España fuera hoy una nación más poderosa que Inglaterra, la Inquisición pasaría por una gran cosa, allá para su tiempo. Otras barbaridades históricas se aplauden históricamente. Lo que nunca sería lícito, lo que sería siempre monstruoso aplaudir, en el día, dado el grado de lucidez y [508] elevación a que ha llegado la conciencia humana, es la bondad en absoluto de la Inquisición.

No se concibe, en mi sentir, sino como un delirio, extravío, perversión o extravagancia en el día es la negación de la libertad religiosa a los pensamientos en general. Traigamos esto, para hacerlo más claro, a un terreno en que usted y yo estamos de acuerdo: al terreno literario.

Imaginemos que España es en el día tan poderosa como Inglaterra y que Inglaterra está postrada y decaída como España, y comparemos a Lope y Shakespeare. Este último será considerado como un bárbaro plagiario lleno de extravagancias y desatinos, insufrible por su mal gusto y su culteranismo, pesadísimo de leer y sólo estimable por algunos aciertos en medio de tantos errores, por algunas perlas escondidas en el basurero de sus obras. En cambio, Lope pasaría por mil veces más ingenioso, más fecundo, más ameno, más elegante, menos disparatado y defectuoso, &c., &c. Shakespeare se quedaría tamañito al lado de Lope. Todo esto, hasta cierto punto, estaría bien. Lo insostenible sería el decir en absoluto que los graves defectos y lunares de aquellos poetas, propios tal vez e inevitables en su tiempo, son en todos los tiempos maravillosos primores y virtudes que conviene imitar. La aplicación de esto a las cuestiones políticas y religiosas es clara y no tengo por qué hacerla.

A mí lo que me carga y usted ya me comprende y sabrá hacerlo extensivo, es el desaforado encomio de Shakespeare y el desdén con que se mira a Lope. (…)

Adiós. Soy de usted afmo. amigo, J. Valera

El discurso de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, fue el siguiente:

«Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte.

Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática{1} en la [509] forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en porta-estandarte de la Iglesia, en goufaloniera de la Santa Sede, durante toda aquella centuria.

Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales.

Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.

En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo.

Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza.

Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, [510] como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista (murmullos). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.{2}

Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.»

——

{1} La palabra «democrática» está aquí empleada, naturalmente, en el sentido de amor y respeto al pueblo, y no en el actual valor político del término, lamentable engendro filosófico y revolucionario que ha vestido de luto al mundo. (N. de la R.)

{2} Sobre estos conceptos remitimos al lector al artículo «La Hispanidad», del Sr. Maeztu, publicado en nuestro primer número, a su respuesta en el titulado «Filosofía política», del Sr. Raposo, en el número 4, y a la nota puesta al mismo por el propio Sr. Maeztu. Acción Española, amiga vehementísima de Portugal y celosa de sus prestigios históricos, como de cosa propia, se complace en hacer constar con este motivo que acepta cualquier definición que, reconociendo la existencia perfecta y absoluta de dos nacionalidades diversas dentro del suelo peninsular, una a ambas en la misma expresión cordial y en una sola proyección civilizadora sobre el mundo. (N. de la R.)