Filosofía en español 
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[ Guillermo de Torre Ballesteros ]

Literaturas novísimas

Interpretaciones críticas de nueva estética

Alquimia y mayéutica de la imagen creacionista

Los poetas novísimos de hoy, perseguidores de módulos noviestructurales, manipulan básicamente en sus laboratorios plutónicos con un elemento eterno: la imagen. La imagen es el protoplasma primordial, la substancia celular del nuevo organismo lírico. La imagen es la dínamo motriz, suscitadora del circuito de sugerencias. Es el reactivo colorante de sus precipitados alquímicos. Y es, nuclealmente, el fijo coeficiente valorador de la ecuación poemática creacionista.

En el conjunto maravilloso del poema libertado, sintético, aéreo y velivolante, despojado de todas sus vísceras anecdóticas, sentimentales y argumentales, y podado de toda su secular hojarasca retórica y de su sofística finalidad pragmática, resalta cardinalmente, con todo su imperativo lírico, la imagen múltiple, purificada, autónoma y extrarradial… La imagen, situada más allá de los territorios espejeantes e imaginativos. La imagen, desprendida de lastre episódico, centrífuga y anténica. Divorciada totalmente de la realidad objetiva, allende sus contornos linearios y manumitida de la esclavitud que implica receptar [90] en sí una transcripción o imitación de esa realidad ya aviónicamente sobrepasada.

¿Cómo ha llegado a cristalizar el sentido noviestructural de la imagen en la innovadora gesta literaria de nuestros días crepitantes? ¿Cuáles son los hitos cardinales, jalonadores de la evolución imaginista en el complexo estético? Afrontemos diáfanamente el panorama. Glosadas ya en el número anterior las realizaciones poemáticas más expresivas de Huidobro y Reverdy, indaguemos ahora, en una fervorosa introspección mayéutica, la composición alquímica, el curso devenirista y las metamorfosis ascensionales de la imagen lírica.

Ya inicialmente, Pierre Reverdy, en un ensayo teórico, L'imageNord Sud, Marzo 1918–, concede a este elemento lírico toda la alta valoración y preponderancia que asume en la novísima lírica. La imagen –dice– es una creación pura del espíritu, forjada al aproximar sin comparación dos realidades distintas, de las que el espíritu ha captado una secreta conexión. Y afirma sintéticamente que la creación de la imagen es, por lo tanto, un elemento básico en la poesía de creación. Y que en ésta, para sostenerse pura, todos los medios deben concurrir a crear una realidad poética –allende la realidad lineal u objetiva. (La evocación repentina de Mallarmé surge justificadamente al estudiar la genealogía de la imagen lírica, tan maravillosamente exaltada por él en sus poemas Herodiade y Un coup de dés. Su altitud de precursor auténtico y progenitor de las floraciones póstumas que hoy se ramifican en los poetas vanguardistas, ha sido confirmada por Cansinos-Asséns en un buido estudio crítico –Cervantes, Noviembre 1919. Constata Cansinos cómo “la lírica de Mallarmé no es una lírica conceptual ni conceptista”, y cómo en sus subversiones sintácticas “reintegra en toda su importancia a la imagen, logrando su floración e insinuando el amanecer del creacionismo, que puede considerarse como la madurez de una póstuma intención suya”.)

Después, uno de los más ardorosos lucíferos ultraístas, Gerardo Diego, ha conseguido divisar en su estudio Posibilidades creacionistas –inserto en Cervantes, Octubre 1919– algunas elementales perspectivas teóricas. Así, después de examinar el [91] tránsito de la imagen directa –descripción– y refleja –reproducción– a la imagen múltiple o recreatriz, afirma: “La imagen debe aspirar a su definitiva liberación, a su plenitud en el último grado. El creador de imágenes (poeta, creador, niño-dios) empieza a crear por el placer de crear. No describe, construye. No evoca, sugiere. Su obra apartada va aspirando a la propia independencia, a la finalidad de sí misma.”

Por escalas sucesivamente ascensionales, el poeta llega a obtener así la purificación total en la libre cerebración sugeridora y la evasión telúrica de la imagen, que asciende aviónicamente a un plano hiperespacial. Y adquiere en esa latitud hiperbórea la abstracción inmácula de la poesía mayúscula en la más depurada intención del vocablo. Sobre esta planimetría mental, el poeta lírico, demiurgo imaginifico, forja en un espasmo creador nuevos módulos de belleza extracósmica. Crea liberado del estigma secular subordinador, que supone imitar o traducir a la Naturaleza. Crea por un puro goce intelectual, sólo atento al ritmo jubiloso de vivificar intraobjetivamente los panoramas terrenos y anímicos, revistiendo sus dintornos de un miraje fragante y dando a sus sensaciones líricas una ortal vibración del ritmo inmaturo y dehiscente…

¿Se vislumbra ya la transcendencia estética del propósito creacionista? Delimitando aún más la configuración de la imagen creada, transcribiré aquí unas luminosas palabras de Cansinos-Asséns: “La imagen creada es algo que no existe en la realidad, que se logra no amalgamando reminiscencias, sino uniendo en intuición vivaz diversos atributos individuales que sólo pueden coexistir en la imaginación del poeta. De esta manera se obtiene una doble imagen, que se presenta fundida en una sola simultáneamente a la evocación del lector, y que en virtud de su duplicidad autoriza para que el género de poesía en que fructifica pueda denominarse creacionista, simultaneista o cubista.”

Cómo la imagen en la arquitectura del poema novimorfo –creacionista, ultraísta o cubista– es un elemento básico indudable, nos lo evidencia su floración simultánea en las obras de los corifeos y epígonos vanguardistas: coincidencia que hace de la [92] imagen resurrecta el vértice de los más pugnaces anhelos líricos. Así lo reconoce también el joven crítico Adolfo Salazar, en las siguientes líneas –pertenecientes a unas sagaces «Tarjetas», publicadas en el núm. 45 de nuestra revista ultraica Grecia–: «Quitar a la imagen su valor accidental, y por sugestiones sucesivas llegar a una forma de visión autónoma, libre de toda dependencia con su fuente original, como la música pura lo está de la sensación que la hizo nacer. Música: lenguaje de ultra-sensaciones. Poesía: lenguaje de ultra-imágenes.» ¡Sagaz paralelismo confrontador el que insinúa la similitud de trayectorias que hoy siguen la Música y la Poesía novísimas! Es, en efecto, un lenguaje de ultra-sensaciones el que hoy nos hablan las armonías musicales de Erik Satie, Francis Poulenc o Darius Milhaud –prolongadores de los hallazgos polifónicos de Strawinski y Debussy– expresándonos en su Parade, Rapsodie nègre y Le Boeuf sur le toit, respectivamente, sensaciones puras e imágenes sonoras, más allá de sus motivos suscitadores. Paralelamente, y sobre el mismo friso vibrátil del Arte contemporáneo, en el sector pictórico, lo que diferencia a la pintura antigua del cubismo –según ya decía Apollinaire– es que éste no es un Arte de imitación, sino de concepción, que puede elevarse hasta la creación. Intenciones ratificadas actualmente por toda la falange de nuevos pintores y críticos, en diversos libros y revistas, de los que sólo citaré: Le Cubisme, de Albert Gleizes; Préface sur la nouvelle peinture, por Gabrielle Buffet; Opinions de peintre, de Roland Chavenon; Art et esthétique, de Jean Metzinger –en Les Lettres Parisiennes–, y recientemente en dos sugestivas «plaquettes» críticas, Quelques intentions du cubisme, por Maurice Raynal, y Cubisme et tradition, de Léonce Rosenberg.

Queda vislumbrado el vértice de creación o superación realista a que abocan hoy unánimes los atlánticos esfuerzos de los púgiles estéticos. La obsesión creacionista se ramifica y polariza no sólo en los poetas de esta rama, sino en los pertenecientes a distintos sectores de vanguardia, sustentores de análogo credo estético fundamental, según en una imparcial constatación expositora de teorías mostré en el número anterior. Entre ellos, hay interesantísimos aportadores de la imagen múltiple y dinámica en el poema creado, superando así las normas estáticas de Huidobro y Reverdy. Mas ¿qué actitud, en definitiva, y en su desdén realista, adoptan los creacionistas ante el mundo exterior? Oigamos aún a Huidobro: «Los creacionistas queremos hacer un arte que no imite ni traduzca la realidad. Deseamos forjar un poema que, tomando sólo de la vida lo esencial, aquello de que no podemos prescindir, nos presente un conjunto lírico independiente que desprenda una emoción poética pura.» Marcando su disimilitud y distanciación de todas las fórmulas clásicas, agrega: «Nuestra divisa de guerra ha sido un grito contra la anécdota o el argumento, y la descripción, esos dos elementos impuros que durante tantos siglos han mantenido el poema atado a la tierra.» Sintéticamente, aparece la cumbre deductiva: El creacionismo lírico es la poesía misma, límpida, desnuda y abstracta. Una poesía libertada del objetivo secular que supone narrar, reproducir, describir o alegorizar los motivos de la vida. Una poesía purificada que asociando imágenes diversas en el fluir de la cerebración abstracta, compone una totalidad lírica, en absoluto independiente de la sensación genitora. Así ha afirmado Reverdy: «On peut vouloir attendre un art qui soit sans prétention d'imiter la vie, ou de l'interpréter.» Y ratificando la absoluta manumisión realista, afirma luminosamente Max Jacob en las teorizaciones estéticas liminares a su Cubilete de dados: «Una obra de arte vale por ella misma, y no por las contrastaciones que pueda hacerse con la realidad.»

¡Oh, la cristalización frutal del poema tejido de imágenes creacionistas, yuxtapuestas a segmentarias percepciones dinámicas, y aviónicamente cernido en el horizonte de las descoyuntaciones tipográficas! Cada poema creacionista es la esencia depurada y síntesis esquemática de la poesía rediviva. El poeta creacionista aspira a construir un orbe distinto en cada poema. Quiere dotar a éste de una vida independiente y propia, fundiendo diversos elementos, que aisladamente tienen existencia real para producir un conjunto totalmente nuevo e insólito como una maquinaria. No obstante esta contextura autóctona, el poema creacionista tiene una ligereza ingrávida. Y a pesar de [94] ayuntar en sí aportaciones de todas las Artes, y tener una orientación porvenirista, ofrece un aspecto fragante y candoroso. En su dintorno se destaca un matiz de percepción ingenuista y de primitivismo sensorial, derivado de la actitud renacentista, con que el nuevo lírico afronta las cósmicas perspectivas redivivas…

Actitud del poeta novísimo ante el panorama cósmico dehiscente

Proyectemos el haz luminoso de nuestro reflector crítico-electródico sobre el plano tetradimensional, en que se yerguen verticalmente los poetas cubistas, ultraístas y creacionistas, afrontando la vida meridiana… Desde su cumbre atalayante, el poeta anténico, consciente y potencial, percibe rimar sus diástoles líricas con las vibrátiles hélices cosmogónicas… En un másculo impulso liberador, se ha desgajado totalmente de las sombras pretéritas, limpiándose de toda reminiscencia retrospectiva, y eliminando toda superstición ritualista.

No obstante, en su anhelo enespacial de nuevas rutas intactas, el mundo exterior tiene, aun en su maravillosa plenitud accional, y en la ebriedad motorística que contorsiona sus entrañas, un aire marchito y apagado al contemplarse en los espejos literarios: Todas las perspectivas están roturadas. Los cauces sugeridores y temáticos, exhaustos. Las fórmulas métricas, olvidadas en la sombra del desdén. Los ríos verbales, sin cauda. Y el Orbe, en definitiva, opaco y mortecino, extrarradio de las sugestiones literarias ultraicas.

Así en todos los poetas contemporáneos de vanguardia, sinfrónicamente enlazados por idearios consanguíneos, surge, como el vértice más cardinalmente buido de sus cerebraciones superatrices, el anhelo divino o demiúrgico de crear líricamente un orbe: o sea re-crear intra-objetivamente, al fundirse en el crisol psíquico sus emotivos subjetivismos con las proyecciones externas, los elementos nucleales del Kosmos para componer una nueva totalidad dehiscente. Una confrontación de anhelos nos revela esta simultaneidad: “La miel de la añoranza no [95] nos deleita –dice Georg-Ludwig Borges– y quisiéramos ver las cosas en una primicial floración”. “Hombres de este siglo jardinero, queremos un mundo hecho por nosotros, al que asomarnos como a un inmenso veráscopo” –corrobora el camarada ultraísta J. Rivas-Panedas. Y desde la otra ribera, más allá del territorio cubista, desde la dedálea pista Dadá, nos grita Huelsenbeck: “El dadaísmo es el primer balbuceo del niño recién nacido. ¡Dadá! Nosotros ya no somos niños en pañales, pero somos vates que queremos comenzar a vivir de nuevo”. Este grito sincero, este alboreante alarido auténtico, que no tiene ningún aire de verbal pose artificioso, condensa expresivamente el anhelo de retorno primitivista, y de renacentismo sensorial, que la nueva gesta superatriz de los movimientos porveniristas paradójicamente implica. Pues en el fondo de todo salto máximo en las tinieblas del futuro, hay siempre una sombra de retrocesos instintivos, y un despertar de los sentidos, y de los ingenuos panoramas primitivistas, en los ortos novidimensionales estéticos. (Hay, en efecto, una regresión pugnaz hacia los horizontes caóticos –Dadá es el más resaltante ejemplo–, donde gesticulan los antropopitecos, y los poetas infantes prolongan y permutan sus sentidos, y tejen un nuevo vocabulario hallando las primeras silabas de un lenguaje autóctono y noviestructural, sólo apto para expresar sus barrocas cerebraciones. Tristan Tzará es el único que ha hallado hasta ahora tal léxico.)

De ahí la actitud ingenuísta ante la anhelada reviviscencia de la poma cósmica, y el estado de amnesia, con respecto a visiones pretéritas, en que se colocan los poetas resurrectos. Y el poeta abre los ojos extasiado ante la Naturaleza taumatúrgicamente vivificada y transmutada, y ante la Vida henchida de matices, ritmos y sugerencias insólitas a través de sus imágenes polipétalas. Tras los arcos iris augúrales, surgen las perspectivas inmaculadas, frescas del rocío sensorial. Todo adquiere, ante sus miradas candorosas, un ritmo dehiscente, un miraje ortal y una gracia alboreante. ¡Lírica hora creatriz y demiúrgica! En ella, el poeta creacionista lanza su evohé augural con palabras fragantes: y poseso del espasmo nunista, inhibido de [96] la nueva belleza en torno, va dibujando inconexamente, en rasgos expresionistas, sus rápidas percepciones, con un lenguaje límpido y barnizado de metáforas audaces e imágenes resurrectas. En cuadros esquemáticos que vibran simultáneamente en la superposición de planos visuales y diversas sensaciones aferentes. La imagen se desdobla y se amplía basta el infinito, sobre todo en las más admirables realizaciones poemáticas, logradas por cualquiera de los poetas ultraístas que han hecho incursiones creacionistas: sobre todo Gerardo Diego, Eugenio Montes, Juan Larrea y Pedro Garfias, rebasadores de las metas logradas por Huidobro y Reverdy. Obtienen así los poetas novísimos, algunos de ellos aportadores de la visión dinámica en las sugerentes imágenes duples y múltiples, obtenidas –según dice Cansinos Asséns–como flores polipétalas, mediante una más alta presión en sus invernaderos.

He ahí delimitada la actitud ingenuista del lírico creacionista –o del que perteneciendo genéricamente a otro “ismo” cultiva este matiz específico–, ante el panorama vital redivivo, y el plano visual a que asciende, en su anhelo de crear una objetividad lírica y no cósmica. Equívoco que, sin duda, ha suscitado estas palabras incrédulas de su primer panegirista Cansinos Asséns: «¿Crear? Crear es siempre una facultad sólo concedida a los dioses, y aun a éstos, los teólogos sólo conceden la creación primitiva». Mas no, el poeta creacionista no aspira a ser deificado teogónicamente, ni a crear una objetividad telúrica. Quiere solamente –¡magna gesta!– vivificar el Orbe imaginativamente, o, en paralelismo, forjar un mundo de imágenes nuevas e impolutas. Lo que, en definitiva, equivale a crearlo líricamente, al hallar su reflejo poético y sus peculiares módulos estéticos.

Guillermo de Torre