Los Aliados
Madrid, sábado 20 de julio de 1918
 
año I, número 2
página 3

Manuel Hilario Ayuso

Menéndez y Pelayo antigermanófilo

Los bocheros más o menos espontáneos que vienen coleccionando frases, pensamientos y anécdotas de hombres ilustres en apoyo de su devoción ultra-alemana desde que plugo a los agentes centroeuropeos extender su campo de operaciones a las ciudades españolas, han tenido buen cuidado de callar que el insigne don Marcelino, ídolo un día de los reaccionarios peninsulares (tan escasos de hombres-cumbres como aprovechados del ingenio inmediato y aun del ajeno talento), en su amor al latinismo llegó a exteriorizar su enemiga a todo lo germano, incluso a las manifestaciones de la vida mental, que son menos propicias a la separación de los mortales en castas y pueblos.

Como Gumplovich, pensó que era inevitable la lucha de razas, y leal y honradamente tomó plaza al lado de sus banderas, que por algo el corazón y el cerebro de los buenos alejan de sí todo impulso bastardo.

Aun no temía nadie la acometida germana, antes bien, agradablemente impresionados por las lecturas de Normand Angel, considerábamos firme y duradero el statu quo de la vieja Europa, cuando, con motivo de una rara concesión hecha por el entonces ministro Sr. Bergamín al Colegio Alemán, de Madrid, se promovió en el Congreso un debate interesantísimo por la importancia del tema y la calidad de algunos de los oradores que intervinieron. Y como en las sesiones del 3 y del 4 de Julio de 1914 expusiera el ministro sus ansias y afanes de que se connaturalizaran en España la ciencia alemana, la seriedad alemana, el industrialismo alemán, etcétera, &c., para completar la obra de nuestra educación (Bergamín siempre ha sido muy irónico), le repliqué yo, amparando mi modestia en la enorme autoridad del inmortal polígrafo: Oigan el ministro y sus partidarios el pensamiento de Menéndez y Pelayo, valientemente expuesto en su famosa oda a Horacio:

«Orgullosos
Allá arrastren sus ondas imperiales
El Danubio y el Rhin, antes vencidos.
Yo prefiero las plácidas corrientes
Del Tíber, del Cefiso, del Eurotas,
Del Ebro patrio o del ecuóreo Betis;
Ven, libro viejo; ven, alma de Horacio,
¡Yo soy latino y adorarte quiero!...»

Lo cual, en mala prosa, como mía, quiere decir que aunque lleguen al pináculo de la fuerza los pueblos del Norte y llevemos la peor parte en la lucha moderna las gentes de habla romance y suframos los terribles efectos de la suerte adversa, quienes hemos heredado vicios y virtudes de la raza grecorromana, la civilización imperecedera que nació en las poéticas costas del Mare Nostrum, ha competido con ventaja, batalla en nuestros días, y vencerá en épocas futuras sobre los modelos, pautas y marchamos de una kultura que necesariamente tiene que buscar de continuo el calor de nuestras concepciones y la inimitable belleza de nuestras artes, nuestra rica imaginación y nuestra maravillosa literatura...

Cuarenta y tantos días después de estas sesiones las tropas del kaiser invadían, ciscándose en un tratado solemne firmado por su Gobierno imperial, el territorio de una nación latina...

Indudablemente el gigante erudito Menéndez y Pelayo y el pigmeo que escribe no teníamos precio para profetas... Ni para profetas ni para nada, que también en esto nos diferenciamos de los germanófilos de España.

Manuel Hilario Ayuso

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Marcelino Menéndez Pelayo
Los Aliados
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