La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Gómez Pereira

Miguel Sánchez Vega
Estudio comparativo de la concepción mecánica del animal y sus fundamentos
en Gómez Pereyra y Renato Descartes


La concepción mecánica del animal en Renato Descartes
VII. Explicación mecanicista del funcionamiento de las potencias del animal


Con lo expuesto abocamos a una de las cuestiones más difíciles del mecanicismo dentro del pensamiento cartesiano.

Descartes, que no reconoce una vida psíquica en el animal, admite, no obstante, las reacciones externas concomitantes a la sensación. El dinamismo animal es el resultado de la conjugación armónica de una serie de resortes denominados, en su conjunto, «alma corpórea». El funcionamiento de este motor se regula según las leyes de la mecánica, que son las de la Naturaleza {(146) A. T., VI, 54, 26 y sig.}. La exposición sucinta de la aplicación de los principios cartesianos al funcionamiento de los fenómenos pseudopsíquicos del animal, harán ver hasta qué punto Descartes pretendió mantenerse en la línea del mecanicismo.

El bruto tiene, como el hombre, cinco sentidos {(147) A. T., V, 278, 28-30}. Sentidos que no implican, en manera alguna, una vida sensitiva. Son órganos vacíos, carentes de las sensaciones respectivas. Y sin embargo, reaccionan exteriormente ante el excitante. Esta contradicción se reconcilia fácilmente con la ayuda de su concepción del automatismo. Clave de toda la paradoja cartesiana. Oigamos el propio Descartes nos dice: «Explico todos los movimientos exteriores que acompañan en nosotros al sentimiento del dolor, los cuales se encuentran en las bestias, y no el dolor mismo» {(148) A.T., III, 85, 4-5}. El texto nos revela la vinculación entre lo sensitivo y lo racional, que ya hemos señalado antes como una de las constantes cartesianas. En el animal, por otra parte, se producen movimientos externos que acompañan a la sensación sin experimentar el fenómeno psíquico. Así se comprende la reflexión de Malebranche cuando oyendo los lastimeros aullidos de una perra preñada que era golpeada, exclamaba: [442] «¡Es una máquina! ¡No siente nada!» Para el venerable sacerdote como para Descartes, los quejidos del animal no expresan el dolor {(149) A. T., XI, 520, 12}. Son movimientos reflejos, inconscientes, causados por las corrientes de espíritus animales que, excitados por los golpes, entran en acción. A su impulso, el bruto huirá y emitirá toda clase de sonidos. Las modificaciones fisiológicas dependen, en última instancia, de la dirección que tomen los espíritus animales. Se agitan en virtud de cualquier excitante que afecta el «campo de la sensación». Campo tomado en el sentido de una extensión corpórea susceptible de recibir una impresión, aunque no le acompañe la sensación. Consecuentemente puede decirse que el animal está privado del sentido del tacto. No acusa sensación alguna de dolor, ni placer, aunque reaccione exteriormente. Algo parecido ocurre con la vista. La retina del animal se impresiona ante el objeto de la misma manera que se produce la imagen en el espejo. El bruto ve, pero no tiene la conciencia de la visión {(150) A. T., I, 413, 19; 414, 4}. Al acto visual acompaña la reacción puramente fisiológica que trasciende al exterior por una serie de movimientos somáticos. Así, la oveja huye del lobo, no porque albergue en sí el sentimiento del terror u horror a esa fiera, sino en virtud de una modificación óptica. Del cuerpo del lobo emanan rayos luminosos que hieren la retina ocular de la oveja. En el interior del globo del ojo prodúcese una excitación de espíritus animales que se traduce por el reflejo de la fuga {(151) A. T., VII, 230, 2-11}. La huída es una consecuencia de la reacción óptica. La excitación de los espíritus depende de las irradiaciones del lobo. Pero no media entre esos dos movimientos un tercero consciente. De la misma manera que cuando vamos corriendo y caemos, «instintivamente» lanzamos las manos por delante para proteger la cabeza del golpe. La acción se desarrolla en un dominio puramente mecánico. De este modo, un acto pasional queda polarizado y absorbido por una simple reacción física-fisiológica: la refracción de un rayo luminoso incidente en la retina y la dispersión de los espíritus animales a lo largo del soma ocasionan los movimientos de la fuga.

Si de los sentidos externos pasamos a las potencias internas, encontramos una técnica explicativa de un funcionamiento similar.

Hablando en concreto de la memoria, distingue dos especies: una intelectual, que no posee el bruto {(152) A. T., III, 143, 9-11}, y otra corpórea, propia de los animales. Esta última la ubicúa en la glándula Conarium {(153) A.T., III, 47, 21-25}. A esta realización llegó Descartes tras penosos esfuerzos [443] de anatomización realizados en los animales durante varios años {(154) A. T., I, 263, 6-8}. La memoria animal versa únicamente sobre objetos materiales {(155) A. T., XI, 519, 27-28}. Tiene cierta semejanza con la imaginación del hombre {(156) A. T., X, 416, 21-23}, aunque en ella no se produzcan imágenes. Esto no obsta que el bruto actúe exteriormente como si poseyese estas imágenes que le impulsan a adoptar tal o cual posición {(157) A. T., III, 17-24}. La tesis cartesiana se repite incesantemente: el bruto ejecuta los movimientos externos que acompañan a la percepción, sin producirse realmente ésta. Explica el recuerdo de una manera mecánica. Las impresiones, dice Descartes, engendran unas corrientes de espíritus animales. Cuando estas impresiones se repiten, la trayectoria a seguir por los espíritus es la misma. Tras reiteradas veces los espíritus adquieren una especie de hábito y siguen con preferencia un itinerario en vez de otro. De donde, cuando excitados de nuevo por algún agente externo, encuentran las huellas anteriormente trazadas, deslízanse más fácilmente por estos poros que por los otros, dando lugar al recuerdo {(158) A. T., XI, 344, 15; 345, 2. Conf. también: A. T., XI, 227, 8-18 p VI, 55, 26-29}. El recuerdo, por tanto, no depende más que de la ruta fortuita que estos espíritus, en su marcha a través del cerebro, siguen. Por la trayectoria se especifica el recuerdo.

Por vía de ejemplo veamos también cómo nuestro filósofo explica los fenómenos pasionables del animal. Sitúa la sede de la afectividad en el corazón, por ser la parte más afectada de los espíritus animales {(159) A. T., III, 373, 11-14}. Pero no otorga al bruto los sentimientos correspondientes a cada pasión. Así el perro brincará, agitará la cola, ladrará..., &c., movimientos todos ellos que no comportan la expresión de una pasión {(160) A. T., XI, 360, 25; 370, 1}. Incluso sucede que estas manifestaciones externas son más violentas en los animales que en el hombre, lo que no autoriza a suponer la existencia del «pensamiento» {(161) A. T., IV, 573, 25; 574, 4}. Con ello, una vez más, Descartes apela a las reglas mecánicas para explicar la génesis y desarrollo de estas inclinaciones o apetitos naturales que no exigen una potencia sensitiva {(162) A. T., III, 213, 11-16}. De un modo semejante, la bestia es susceptible de ser amaestrada. El perro, por tendencia natural, al ver la perdiz, tiende a correr tras ella, y el ruido del fusil del cazador le hace huir. Sin embargo, fácilmente se amaestra para que, viendo la perdiz, no corra [444] tras ella, más que después de sentirse el disparo de la escopeta {(163) A. T., XI, 370, 1-8}.

Todo ello es afecto de la conjugación de movimientos musculares y nerviosos, cuya fuente la encontramos en esta alma corpórea en cuanto que está dotada de unos espíritus animales que causan el dinamismo fisiológico, favorecido todo ello por una estructura somática semejante a una perfecta máquina brotada de las manos del Creador. Principio corpóreo, merced al cual quiere Descartes explicar toda la fenomenología somática del bruto, que no supone actividad psíquica alguna. Tanto las conductas naturales como las adquiridas por el animal, diríamos adulterando un poco el texto de la frase de Mme. G. Lewis, se explican suficientemente por estos procesos fisiológicos más elementales que hacen superfluos la apelación a unos recursos de un inconsciente de orden psíquico {(164) G. Lewis: Le problème de l´inconscient et le Cartésianisme, pág. 58, París 1950}. ¡El animal es una máquina! [445]


<<< Su fundamentación y pruebas / Estudio comparativo del mecanicismo animal en Pereyra y Descartes >>>
Miguel Sánchez Vega, Estudio comparativo... Gómez Pereira y Renato Descartes (1954)

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